El diseño y las
obras emblemáticas imaginadas por Miguel Crisol están abandonados.
Es un monumento histórico nacional que no respeta su linaje
arquitectónico.
por Federico
Sartori
Si un transeúnte
imaginario se atreviese a cruzar de mañana el puentecito medio
derruido que cruza el lago central del parque Sarmiento, asomándose
por el costado derecho de la inestable barandilla, su vista se
encontraría con un pedestal vacío. El restaurador Ricardo Zavala
indica que en ese lugar se alzaba la estatua de una ninfa, cuyo
cuerpo marmóreo es probable que aún se encuentre en el fondo de las
aguas oscuras y mugrientas del lago.
El caminante
imaginario alcanza el otro lado del puente y atraviesa lentamente un
callejón desierto, sucio y de bancos rotos, en cuyos largos canteros
diseñados para contener rosales hoy se ensañan los yuyos. Más
allá, árboles centenarios lamen las orillas de la isla, mientras
entre sus raíces se juntan bolsas de nailon y otros desperdicios
flotantes de la calma lacustre. En medio de este desolado paseo, el
busto en piedra de Miguel Crisol se levanta como un testigo inmóvil
ante el triste espectáculo que describe un parque que agoniza.
Nuestro viajero
ficticio sale del corazón del parque, ahora en dirección a la plaza
España (hoy vallada para iniciar un controvertido proyecto
urbanístico). A los pocos minutos, atraviesa una avenida de añosos
olivos, algunos de los cuales han sido arrancados de cuajo hace
algunas semanas. Cuando alcanza el ‘paseo italiano’, mira con
aprensión hacia la abandonada galería de columnas clásicas. Tras
sus pasos, de manera inexplicable a esa hora del día, se enciende el
alumbrado público.
Hace más de un
año que el parque Sarmiento de la ciudad de Córdoba fue declarado
Monumento Histórico Nacional por la Comisión Nacional de
Monumentos, de Lugares y de Bienes Históricos de la Nación. Sin
embargo, y a pesar de este merecido reconocimiento, aún no se ha
realizado ningún trabajo de recuperación del centenario parque.
Intervenciones
erráticas
De manera crónica
y durante décadas, las escasas intervenciones sobre el predio han
sido siempre aisladas y sin un criterio paisajístico global. Un
ejemplo notorio de su deterioro son sus desaparecidas arboledas, su
lago mal mantenido y la aridez de un suelo erosionado en grandes
áreas del lugar. Por su parte, puentes, juegos, antiguas glorietas y
una invasiva cartelería han sido pintados del mismo lastimoso color
verde que el de los tachos de basura.
La lenta muerte
del parque Sarmiento y la pérdida de su diseño original es una de
las pérdidas más recientes del patrimonio urbanístico de Córdoba.
Sin embargo, aún puede evitarse, al menos en parte. La jurisdicción
del parque corresponde a la Municipalidad de Córdoba, y aunque la
declaración de la Comisión Nacional de Monumentos protege el sitio
y estimula su cuidado, no realiza ningún aporte económico para
ello. Es decir que el municipio es el ente responsable de su cuidado
y, por ello, también de su situación actual.
Córdoba cabe en
un pañuelo
El parque
Sarmiento es mucho más que sólo un paseo urbano. Su diseño
paisajístico de extraordinaria belleza se remonta a finales del
siglo XIX. Todo comenzó una cálida noche de abril de 1886. Sentados
en un banco de la plaza San Martín de la ciudad de Córdoba, charlan
animadamente dos hombres. Uno es Ramón J. Cárcano y el otro, Miguel
Crisol. El primero es un joven escritor que por aquellos años hace
sus primeras incursiones en la política, que lo llevaría años
después a ser gobernador de la provincia. El otro, un cuarentón de
Buenos Aires radicado en Córdoba con su familia por cuestiones de
salud, aficionado al urbanismo y de cierta fortuna.
Esa noche Crisol
intentaba convencerlo de un proyecto que resonaba en su cabeza desde
que llegara a la ciudad años atrás, pues había notado algo que en
realidad no era novedad para nadie: que Córdoba era un pozo. Rodeada
al oeste por el arroyo La Cañada, pobre hilo de agua que bramaba con
las crecidas llevándose media ciudad por delante; al este y norte
por el río Suquía, cauce a medias navegable tras el que se habían
levantado hacía algunos años los primeros suburbios de la ciudad; y
al sur por los barrancones arcillosos sobre los que se perdían los
caminos en un monte salpicado de caseríos dispersos.
Córdoba se
encontraba atrapada en sí misma y para liberarla de ese encierro
Crisol proponía expandirla hacia el sur. Para graficar esto, tomó
un pañuelo y, tras guardarlo en su puño, lo abrió luego de un
instante y el cuadrado de tela se expandió por la palma de su mano.
Un parque
parisiense
El gobierno
provincial y el municipio vieron con buenos ojos el proyecto de
Crisol, que comenzó a ejecutarse en 1889. La traza del nuevo barrio,
bautizado como la Nueva Córdoba, incrementaba más del doble el
tamaño de la ciudad de ese momento, mientras que las construcciones
públicas y privadas que se proyectaron cambiaban por completo el
estilo imperante en la Córdoba de herencia colonial, impulsando el
diseño de fachadas europeizantes y a la usanza burguesa en las
principales capitales del mundo. Sobre la meseta al costado sur de la
vieja Córdoba se proyectaron bulevares, plazas, paseos, quintas, una
estación de ferrocarriles, quioscos, miradores y restaurantes.
Sólo faltaba
concretar el diseño del parque, pero Crisol tenía preparada una
sorpresa. Del mismo modo que para Haussmann los paisajes de París,
el parque de Córdoba fue para Crisol una obsesión desbordada, y
quería que en nada tuviese que envidiar a sus pares europeos. Para
ello viajó a París y tras entrevistarse con el ingeniero Adolphe
Alphand, director de obra de los trabajos urbanísticos de la capital
francesa, dio con un joven paisajista llamado Charles Thays, aprendiz
del famoso arquitecto Edouard André.
Crisol le ofreció
el trabajo de diseñar el parque de la Nueva Córdoba y Thays aceptó
el ofrecimiento. Llegó a Córdoba, vía Buenos Aires, en 1889 y
durante poco más de un año trabajó en el proyecto del parque, que
fue para él un verdadero desafío que acabó en acierto,
convirtiendo al diseño en un modelo único en su tipo. Como apuntara
el paisajista Marcelo Ferreyra, el diseño del parque Sarmiento
“marcó un hito en la evolución de los paseos públicos del país”.
Han quedado
innumerables testimonios de la obra y el diseño del parque de Thays
en Córdoba, con un registro magnífico de planos, fotografías y
documentos oficiales posibles de ser consultados en los archivos
históricos de la ciudad, así como importantes investigaciones sobre
su historia y su diseño, tales como los ya clásicos libros de
Carlos Luque Colombres sobre la Nueva Córdoba y de Carlos Page sobre
la historia del parque Sarmiento.
Descuidado
1. El entorno del
lago perdió muchos monumentos históricos, entre ellos el de una
ninfa de mármol, que estaría hundida en el fondo.
2. Una de las
pocas esculturas que se conservan en buen estado en un parque que se
pensó como un paseo parisiense, lleno de arte.
3. Falta una
estrategia de intervención que revalorice la riqueza monumental e
histórica del parque, plantean.
Fuente:
Federico Sartori, Al parque Sarmiento le queda poco de su historia, 01/07/18, La Voz del Interior.
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