por Mariela Jara
CUSIPATA, Perú,
25 jun 2018 (IPS) - A más de 3.300 metros de altura sobre el nivel
del mar, en el departamento de Cusco, las mujeres le ganan terreno a
la infertilidad de los suelos y las heladas para cultivar alimentos
orgánicos y recuperar prácticas de trabajo comunitario del Perú
incaico como el “ayni” y la “minka”.
“Aquí
trabajamos el maíz, el haba y la papa, de esos nos alimentamos y
nos olvidamos de las hortalizas, pero ahora vamos a poder sembrar de
forma natural nuestro tomate, lechuga, arveja…”, dice a IPS
satisfecha María Magdalena Condori, mientras muestra su fitotoldo,
un invernadero solar recién instalado tras varias jornadas de
trabajo comunal.
Ella vive en la
aldea altoandina de Paropucjio, situada a más de 3.300 metros de
altura sobre el nivel del mar, en Cusipata, un pequeño distrito
(municipio) de menos de 5.000 habitantes.
Aquí, la
población subsiste con la pequeña agricultura y la cría de
animales de corral, faenas a las que se dedican sobre todo las
mujeres, mientras la mayoría de los hombres realizan trabajos
remunerados en distritos del área o incluso en la distante ciudad de
Cusco, para completar el ingreso familiar.
La ubicación
geográfica de Paropucjio influye en la escasa fertilidad de los
suelos a lo que se suma la inclemencia del frío, con temperaturas
bajo cero. “Aquí las heladas pueden destruir todos nuestros
cultivos de la noche a la mañana y nos quedamos sin comer”,
comenta Celia Mamani, vecina de Condori.
Una situación
similar o peor soportan los otros 11 asentamientos que conforman
Cusipata, la mayoría a mayor altura y más aisladas que Paropucjio,
que al estar cerca del casco del pueblo es la de mayor número de
familias, cerca de 120.
El cambio
climático acentúa las duras condiciones en que viven las mujeres y
sus familias de estas zonas rurales, en especial de quienes se
encuentran más distantes de las ciudades, por tener menos
oportunidades de capacitación para enfrentar los nuevos desafíos y
cargan con una historia de olvido dentro de las políticas públicas.
“En Paropucjio
somos 14 mujeres que vamos a tener nuestro fitotoldo con su módulo
de riego por goteo, ahorita vamos cinco. Eso nos da mucha alegría,
estamos orgullosas de nuestro trabajo porque podremos aprovechar
mejor nuestra tierra”, expresa Rosa Ysabel Mamani durante la
jornada que IPS pasó en la comunidad.
El fitotoldo,
como se llama aquí al invernadero solar que en otras países andinos
denominan carpa solar, permitirá a cada mujer beneficiaria cultivar
hortalizas en forma orgánica para el autoconsumo y la venta de sus
excedentes en los mercados de Cuisipata y otros distritos cercanos,
lo que las tiene muy ilusionadas.
Con una gran
sonrisa, Mamani señala una estructura de madera de 50 metros
cuadrados a la que llama esqueleto y que en unos días más contará
con sus mallas laterales y el techo de microfilm, un plástico
resistente a las temperaturas extremas y las granizadas.
“Vamos a venir
todas las mujeres con nuestros esposos y nuestros hijos y en ayni,
como trabajaban nuestros ancestros, vamos a completar el fitotoldo”,
explica.
El ayni es una de
las formas sociales de trabajo de los incas que se preservan en estas
zonas altoandinas, basada en la reciprocidad familiar dentro de la
comunidad para construir viviendas, sembrar, cosechar o realizar
otras tareas. Al culminar la faena, en retribución, se comparte una
comida sustanciosa.
La minka, otra
herencia del periodo incaico y conocida también como minga, es
similar pero entre las comunidades cuyos pobladores van a apoyar a
los de otra en un trabajo, en este caso las mujeres de diferentes
aldeas y caseríos que se desplazan para la construcción colectiva
de los invernaderos, sobre todo el techo, lo más difícil de
instalar.
Formadas en
producción y derechos
En total serán
80 las mujeres comuneras de seis distritos rurales altoandinos de
Cusco las que se beneficiarán con un fitotoldo y su módulo de riego
tecnificado por goteo, para su huerto orgánico familiar, como parte
de un proyecto que gestiona el no gubernamental Centro de la Mujer Peruana Flora Tristán con el apoyo de la española Agencia Vasca de Cooperación para el Desarrollo.
“Queremos
contribuir a mejorar la calidad de vida de las mujeres rurales a
través del fortalecimiento de sus capacidades en la agricultura.
Ellas trabajan la tierra, siembran y cosechan, cuidan a sus familias,
son el pilar de la seguridad alimentaria en sus hogares y sus
derechos no son reconocidos”, afirmó a IPS la socióloga Elena
Villanueva, del programa de desarrollo rural del centro.
Indicó que
apuestan por una formación integral de las productoras, de modo que
estén en condiciones de manejar técnicas agroecológicas para el
uso sostenible del suelo, agua y semillas. También aprenderán así
a defender sus derechos como mujeres, productoras y ciudadanas, en
sus hogares, espacios comunales y ante las autoridades locales.
La especialista
indicó que contar con un fitoldo abre nuevas oportunidades para las
mujeres porque les permite acceder a un área protegida de las
adversidades climáticas y alta radiación de la zona, donde poder
cultivar diversos cultivos que no podrían subsistir a cielo abierto.
“Ahora tendrán
a mano durante todo el año alimentos que actualmente no son parte de
su dieta como el pepino, pimiento, tomate, lechuga, entre otros, que
enriquecerán su nutrición y la de sus hijos, que podrán sembrar y
cosechar con mayor seguridad”, dijo.
Para ello, las
productoras se han entrenado también en la preparación de sus
abonos y pesticidas naturales. “Nuestros suelos rinden poco,
aprietan las raíces de las plantas, así que tenemos que prepararlos
bien bonito para que acojan las semillas y tener después buenas
cosechas”, detalla Condori.
En el área de 50
metros cuadrados del fitotoldo han trabajado sostenidamente excavando
el suelo para retirar las piedras, remover la tierra y formar los
lechos para la siembra.
“Y para eso
hemos tenido que abonar bastante con nuestro bocashi (abono orgánico
fermentado) que lo preparamos en grupo con las señoras, en ayni, así
nos colaboramos unas a otras. Trajimos estiércol de cuy (Cavia
porcellus, un roedor doméstico andino), de gallina y de ganado,
hojas, cáscara de huevo molido para trabajar”, recuerda.
Este rol activo
en la toma de decisiones sobre el uso de sus recursos productivos ha
contribuido a modificar la mirada que sus esposos tienen de ellas y a
que les reconozcan su aporte al sostenimiento del hogar y de las
familias.
Ese es el caso de
Honorato Ninantay, de la comunidad de Huasao, ubicada a más de 3.100
metros sobre el nivel del mar en el vecino distrito de Oropesa, quien
confiesa su sorpresa y admiración por la capacidad de trabajo de su
esposa.
“Parece mentira
que antes, en todo este tiempo, no me había dado cuenta. Solo cuando
se ha ido a los talleres y ha estado dos días fuera de casa he
comprendido”, dice.
“Yo como hombre
tengo solo un trabajo, laboro en construcción. Pero mi esposa tiene
¡aahh! (lanza una larga exclamación). Cuando se ha ido he tenido
que conseguir el agua, hacer la comida, dar de comer a los animales,
ir a la chacra (parcela) y atender a mi mamá que está enferma y
vive con nosotros. No he podido con todo”, agrega.
Su esposa,
Josefina Corihuamán, escucha sonriente las palabras de
reconocimiento de su esposo y confirma que ahora él se involucra en
las tareas del hogar porque ya entendió que lavar, limpiar, cocinar
no son “cosas de mujeres”.
Ella también
cuenta con un fitotoldo y módulo de riego en su parcela y está
segura de que la producción le alcanzará para el sustento de su
familia y para vender en el mercado local.
“Lo que
cosecharemos será alimento sano, orgánico, sin químicos, y eso es
bueno para nuestras familias, para nuestros hijos. Siento que por fin
aprovecharé bien mi tierra”, afirma.
Edición:
Estrella Gutiérrez
Fuente:
Mariela Jara, Trabajo comunal de mujeres mejora la vida en el Perú altoandino, 25/06/18, Inter Press Service. Consultado 25/06/18.
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