Un tercio de los
parques nacionales, reservas y refugios enfrenta una intensa y
creciente presión humana.
por Richard
Conniff
Se le celebra
extensamente como una de las pocas historias de éxito en el esfuerzo
por proteger a la vida silvestre que afirmamos amar: desde principios
de los 90, los gobiernos han aumentado la extensión de las áreas
naturales protegidas a aproximadamente el doble, con casi el 15 por
ciento de las áreas terrestres y quizás un 5 por ciento de los
océanos reservados ahora para la vida silvestre. De 2004 a 2014, las
naciones designaron una asombrosa cantidad de 43 mil áreas
protegidas nuevas.
Es probable que
estas cantidades aumenten, al tiempo que las 168 naciones que
firmaron el Convenio sobre la Diversidad Biológica en 1993 se
esfuerzan para cumplir con su objetivo de una cobertura del 17 por
ciento de las áreas terrestres y del 10 por ciento de zonas marinas
protegidas para 2020. Y entonces, deberán implementarse objetivos
aún más ambiciosos.
Eso es bueno,
¿verdad? Por desgracia, hay dos grandes espejismos involucrados en
esto. El primero es que designar áreas protegidas es relativamente
fácil, pero casi nadie parece molestarse en realizar el trabajo duro
de protegerlas. Aproximadamente un tercio de los parques nacionales,
reservas, refugios y similares ahora enfrentan una intensa y
creciente presión humana, de acuerdo con un estudio reciente en la
publicación Science.
No es sólo una
historia conocida de naciones pobres que no logran capacitar y
equipar a guardabosques, de acuerdo con el autor titular del reporte,
James E. M. Watson, un científico de conservación en la Universidad
de Queensland. Señala al Parque Marino de la Isla Barrow de
Australia, al que se le otorgó el máximo nivel de protección de
una nación rica debido a que es hogar de mamíferos, reptiles, aves
e invertebrados poco comunes, muchos de ellos encontrados sólo ahí.
De todos modos,
en 2003, dijo Watson, el gobierno permitió la construcción y
expansión de un inmenso complejo de energía en el lugar, abastecido
por más de 450 pozos de petróleo y gas natural -la contraparte
australiana a las perforaciones en el Refugio Nacional de Vida
Silvestre del Ártico. “Otras naciones ven lo que sucede en
Australia y en Estados Unidos y dicen, ‘¿para qué molestarnos?’”,
dijo.
Los gobiernos que
se enorgullecen con sus áreas protegidas sin protegerlas realmente,
dijo Watson, “venden un mito”. Incluso los sitios que son
Patrimonio Mundial Natural de la Unesco -que se supone que son los
tesoros naturales más extraordinarios del planeta- tienen una
huella humana que en promedio se acerca más a tierras de cultivo que
a tierras silvestres, señala. Cuando Tanzania quiso excavar una mina
de uranio en su Reserva de Caza Selous, alguna vez hogar de una
enorme población de elefantes, la Unesco aprobó el proyecto de 350
kilómetros cuadrados -y, como correspondía, colocó a Selous en
su lista de sitios de Patrimonio Mundial en peligro de extinción.
El segundo
problema con las áreas protegidas es resultado de una peculiaridad
de la mente humana: a los políticos, al igual que al resto de
nosotros, les encantan los objetivos como los del Convenio sobre la
Diversidad Biológica. Estas metas parecen sencillas, objetivas y
poco costosas de medir. Pero el perverso resultado de eso es que los
gobiernos han ignorado la exhortación del convenio para proteger
áreas “de importancia particular para la biodiversidad” y en
lugar de eso se han centrado casi por completo en el tamaño del
área, de acuerdo con un reciente estudio publicado en Nature Ecology
and Evolution.
‘Protegido’
no significa a salvo de actividad humana.
La estrategia es
designar áreas protegidas en regiones remotas, donde el costo y la
inconveniencia para los humanos es mínima. Por ejemplo, Australia ha
establecido en gran medida las áreas protegidas en su inmensa región
desértica central, en lugar de zonas costeras donde protegerían a
especies más amenazadas -pero también causarían inconvenientes a
más gente. Del mismo modo, en marzo, Brasil designó nuevas áreas
marinas protegidas del tamaño de Francia y Reino Unido juntos, pero
omitió zonas cerca de la costa donde hay una mayor diversidad de
fauna que enfrenta amenazas más inmediatas debido a la actividad
humana.
Los
investigadores que analizaron los dominios vitales de más de 4 mil
especies amenazadas en todo el mundo para un estudio de 2014
descubrieron que las áreas protegidas no incluyen al 85 por ciento
de ellas. Incluso si los 168 signatarios del convenio cumplen con sus
objetivos de áreas protegidas para 2020, su enfoque en el tamaño
del área significa que aun así no incluirán al 84 por ciento de
las especies amenazadas, dijo Oscar Venter, científico de
conservación en la Universidad del Norte de Columbia Británica y
autor principal de ese estudio. ¿Es de sorprender, entonces, que
especies y subespecies continúen extinguiéndose -el rinoceronte
negro occidental en 2011, el leopardo nublado de Formosa en 2013, el
roedor Melomys rubicola en 2016- incluso al tiempo que celebramos
nuestras historias de éxito?
“Si vamos a
tomar a la historia natural con seriedad y vamos a tomar de las áreas
naturales todas las cosas de las que dependen nuestras comunidades y
economías, “tenemos que comenzar a establecer parques en los
lugares adecuados”, dijo Venter. Eso involucrará hacer a un lado
las ganancias y nuestra preciada comodidad, y tal vez exija mucho
esfuerzo imaginar que nuestra autocomplaciente especie actúe alguna
vez con base en esta realidad. Pero la alternativa es pasar nuestras
vidas en un mundo que se queda, cada vez más, sin vida silvestre.
Fuente:
Richard Conniff, El mito de las áreas protegidas, 15/06/18, Clarín. Consultado 18/06/18.
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