martes, 19 de junio de 2018

El despertar de la conciencia ecológica en China, el país más contaminante

El gigante asiático ya no importa desechos plásticos, pero el boom del comercio electrónico ha disparado el consumo interno de este material. La catalana Andrea Guallar trabaja para evitar la contaminación asociada a su uso.

por Zigor Aldama

Cuando era una niña, el padre de Andrea Guallar (Barcelona, 1986) le contó que las colillas que veía en la playa tardarían décadas, si no siglos, en descomponerse y dejar de contaminar el entorno. “A mí siempre me ha fascinado el mar. Así que, mientras los niños jugaban, yo me dedicaba a limpiar la arena”, recuerda con una sonrisa. Poco a poco, esta ingeniera de diseño industrial fue ampliando sus miras y descubrió que las colillas eran el menor de los males. “Como la mayor parte de la gente, confiaba en la industria del reciclado. Pero terminé convencida de que no funciona”, afirma.

Guallar terminó de abrir los ojos cuando llegó a China, que fue hasta el pasado 1 de enero el principal importador de basura del mundo. Miles de toneladas de desperdicios de Occidente acababan en el gigante asiático para ser reciclados. En teoría, claro, porque rara vez se controlaba que el proceso se llevase a cabo con garantías. Los países ricos exportan la contaminación que provoca el tratamiento de sus desechos enviándolos a países más pobres. Y, por si fuese poco, en esos países el desarrollo económico también ha disparado el consumo interno de materiales altamente contaminantes. Es la tormenta perfecta.

Guallar tiene el plástico en su punto de mira. “Reconozco que es un material magnífico. Muy versátil y con propiedades que se adaptan a multitud de usos. Pero también está envenenando el planeta, sobre todo los océanos. Y es más complicado de reciclar de lo que parece”, explica. La joven catalana pone como ejemplo los vasos que se ofrecen en la cafetería de Shanghái en la que se lleva a cabo esta entrevista. “Parecen de papel, pero están tratados con una sustancia plástica para impermeabilizarlos. Y tanto la tapa como la varilla para disolver el azúcar son de plástico. Como son objetos muy pequeños y de materiales diferentes, casi nadie quiere reciclarlos”, sentencia.

La situación en China ha empeorado notablemente con el auge del comercio electrónico y de la comida a domicilio. La población se ha lanzado a comprarlo todo con el móvil y las calles se han llenado de mensajeros cargados de cajas y de envoltorios de plástico. “Son especialmente problemáticos los recipientes en los que va la comida porque la china es una cocina muy grasienta y resultan muy difíciles de limpiar”, analiza Guallar. “Además, muchos son de color negro y nadie los quiere porque las máquinas no los detectan y son un problema para la industria”.

Por otro lado, que los alimentos estén cubiertos por varias capas de diferentes plásticos se ha convertido en sinónimo de calidad e higiene en los supermercados, que van desplazando a los mercados de abastos tradicionales. Cada vez es más habitual encontrar fruta envasada por unidades, y en casos extremos las piezas están recubiertas por una malla protectora y, encima, por un film plástico. No es algo exclusivo de China, pero la magnitud de este país hace que el problema sea mucho mayor. “La gente no sabe lo que sucede cuando tira la basura. Aunque la separe y la eche al contenedor de reciclaje, que no es algo que se haga habitualmente en China, solo se recicla el 10 % del plástico”, denuncia Guallar.

Según una investigación del Foro Económico Mundial, cada minuto se vierte al océano plástico en cantidad equivalente a la que transporta un camión de basura. Y las expectativas no son halagüeñas: si la tendencia actual se mantiene, en 2030 serán dos camiones de basura cada minuto y en 2050 habrá más plástico que peces en nuestros mares. Se tiran al agua más envoltorios de los que se reciclan -un 32 % frente a un 14 %-, lo cual también supone una pérdida económica de entre 80.000 y 120.000 millones de dólares. “China e Indonesia son los países que más contaminan el mar con plástico”, añade Guallar. “La gente cree que cuando tira la basura al río, desaparece”.

Para tratar de frenar esta situación crítica, la ingeniera barcelonesa ha creado Precious Plastic Shanghai, una iniciativa que se enmarca en la comunidad global Precious Plastic y que nace con un objetivo doble: “Por un lado, recogemos plástico y lo reciclamos de forma artesanal para producir los diferentes productos que comercializamos. Para llevar a cabo el proceso hemos diseñado y fabricado algunas máquinas -destaca una bicicleta que tritura plástico con el pedaleo- que también utilizamos en la consecución de nuestro segundo objetivo, que es formar y concienciar a la población”, enumera Guallar.

Precious Plastic Shanghái colabora con entidades educativas y gubernamentales, así como con empresas de la talla de Olympus o Airbnb, para sensibilizar al público sobre la necesidad de reducir el consumo de plástico y de reciclar el máximo posible. “Hemos creado contenido educativo y actividades que llevamos por toda China, que es todavía un país muy inmaduro en lo que se refiere a sostenibilidad”, cuenta Guallar mientras su socia Adele Foucart y uno de los miembros de su equipo, Julian Yan, gestionan la caseta que han instalado en el campus de la Universidad de Tongji, a las afueras de Shanghái.

Allí muestran en qué consiste el proceso de reciclaje. Los asistentes pueden subirse a la bicicleta para participar en el triturado del plástico que ha sido previamente limpiado y separado. “Nosotros no contamos con maquinaria avanzada, así que recogemos sobre todo tapones de polietileno de alta densidad, que están limpios pero que nadie quiere reciclar porque son pequeños”, explica la ingeniera. Luego los participantes pueden ver cómo se convierten en material listo para su reutilización a través de un proceso de fundición a presión. Finalmente, con unos moldes, crean sus propias figuras de plástico reciclado, que, pegados a un imperdible, se convierten en broches que simbolizan una declaración de intenciones.

China ha vivido un desarrollo repentino que ha traído consigo un consumismo desaforado, sin tiempo para crear en paralelo una conciencia medioambiental que amortigüe su efecto. Pero, en general, los ciudadanos chinos son curiosos y están preocupados por la salud, así que nos centramos en contarles cómo ese plástico que tiran en cualquier lado puede acabar en su comida y, por lo tanto, provocando serios problemas de salud. Poco a poco, el mensaje va calando”, dice esperanzada Guallar. No en vano, en la ciudad de Chongqing, una asociación ciudadana interpuso el pasado mes de septiembre una demanda contra varias empresas de comida a domicilio por los utensilios de plástico de distribuyen y por el daño que causan así al medio ambiente.

Precious Plastic Shanghái también trabaja con las empresas para hacerles comprender su responsabilidad en esta crisis. “Pueden hacer mucho, porque son quienes diseñan el empaquetado”, afirma. Y detalla que hay tres puntos en los que pueden marcar la diferencia: “Elegir el material más fácil de reciclar y no mezclarlo con otros, pensar en el desmontaje y hacerlo sencillo, y establecer puntos de recogida que faciliten juntar todos los desperdicios”.

Afortunadamente, Guallar es optimista: “Asia es el continente que más contamina, pero Taiwán es también el país que más recicla del mundo (entorno al 55 %). China está tomando conciencia y el Gobierno, que aquí tiene más fuerza, está tomando medidas. La prohibición de importar basura ha sido muy importante, ha demostrado la dependencia que Occidente tiene de los países en vías de desarrollo, y ha puesto la industria patas arriba. Pero me temo que encontrará otros países que sustituyan a China. Sin duda, la solución solo llegará si gobiernos, empresas y consumidores trabajan juntos para encontrarla”.

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