por
Antonio Elio Brailovsky
Queridos
amigos:
Vivimos
en una sociedad en la que los intereses creados han moldeado la
cultura para dificultarnos la percepción de los ritmos de la
naturaleza.
Somos
parte de la naturaleza, el medio natural nos sostiene, pero
continuamente se intenta subestimar su importancia en nuestras vidas.
Así,
continuos mensajes, implíitos en infinidad de formas de
comunicación, nos dicen que la naturaleza es algo que no forma parte
de nuestro propio cuerpo sino que ocurre fuera de las ciudades, en
algunos lugares lejanos. Y también nos dicen que el desarrollo
tecnológico será capaz de solucionar cualquier problema imaginable,
sin decir ni cuándo lo hará, ni si alguien podrá pagar esas
soluciones mágicas.
Es
significativo el caso de las ciudades, donde la corrupción
inmobiliaria desarrolla viviendas en las zonas de riesgo de
inundación, para que después la corrupción de las obras públicas
pueda vender obras faraónicas que hubieran sido innecesarias con una
buena gestión del territorio.
Tales
engaños sólo pueden funcionar si la gente olvida que el ciclo del
agua sigue existiendo en el interior de las ciudades.
Por
eso nuestra insistencia en recordar los ritmos de la naturaleza.
En
esta entrega, ustedes reciben:
Un texto de mi libro “Historia Ecológica de la Ciudad de Buenos Aires”, que acaba de publicar la Editorial Maipú. Buenos Aires fue fundada en una zona de humedales, que después fueron rellenados con basuras para urbanizar la zona. La información científica está acompañada de un texto Guillermo Enrique Hudson, que describe el ciclo de las estaciones en esos antiguos humedales porteños.
Mi “Historia Ecológica de la Ciudad de Buenos Aires”, muestra la evolución ambiental de la ciudad y su área metropolitana a través de los siglos, utilizando referencias de las ciencias naturales y sociales y testimonios literarios. Trata de mostrar que el arte y la ciencia son diferentes facetas de la experiencia humana, y el conocimiento no puede utilizar algunas y desechar otras. Más abajo tienen la tapa del libro y el contacto con el editor para quienes tengan interés en adquirirlo. O información para quienes sean docentes y quieran utilizarlo en la enseñanza.
La obra de arte que acompaña esta entrega es: “Otoño y Diagonal”, del artista argentino contemporáneo Lucas de Feo, que muestra una imagen de esa estación en el centro de la ciudad, junto al Obelisco.
Quiero
saludarlos en el comienzo del otoño (y de la primavera para los
amigos del Hemisferio Norte)
Un
gran abrazo a todos.
Antonio
Elio Brailovsky
Los
humedales de Buenos Aires
Del
libro “Historia Ecológica de la Ciudad de Buenos Aires”,
de
Antonio Elio Brailovsky, Maipué, 2018
Buenos
Aires es el resultado del encuentro de la pampa con el río. El alto
grado de artificialización nos hace ver en la ahora un borde nítido
que diferencia ambos ecosistemas. Hay en la actualidad un espacio de
transición, que es el área de la Reserva Ecológica Costanera Sur.
Pero estamos habituados a pensar a Buenos Aires como una llanura
predominantemente seca. Sin embargo, la ciudad fue fundada sobre un
terreno con una amplia superficie de humedales, hoy desecados. Un
humedal es un ecosistema intermedio entre los que son puramente
acuáticos y los terrestres. Es una zona plana que se inunda
periódicamente o que está siempre inundada, y que tiene una fauna y
flora características.
No
estamos hablando sólo de la zona baja del Riachuelo, la Boca y
Barracas, sino también de su continuación en el bañado de Flores,
un gran pantano de una enorme superficie. También teníamos los
bañados de Palermo, que empezó a desecar Rosas, y una amplia zona
que hoy llamamos Bajo Belgrano, con características de humedal.
Además de los humedales mayores, teníamos unas cuantas lagunas y
arroyos, que han sido tapados o canalizados, según los casos.
Estos
humedales ayudan a explicar el desinterés inicial de los españoles
por estas tierras. Un viajero colonial escribe al Rey de España que
“son muy pocos los navíos que la han visto ni tienen necesidad de
verle y la tierra es muy llena de pantanos, de suerte que aunque Ud.
poblase aquello, no sería de efecto porque nadie acudiría allí.
Hallé esta tierra muy pobre y desconsolada” (i).
Estos
humedales aparecían en los mapas de la ciudad y en los planos de las
propiedades hasta que fueron desecados, algunos en realidad y otros
en apariencia. Un mapa de propiedades de 1859 distingue la parte que
incluye el Bañado de Palermo (hoy Palermo y Bajo Belgrano). Los
árboles están dibujados con un grado de detalle tal que uno cree
poder diferenciar los álamos de otros árboles de copa redondeada. Y
la zona del humedal tiene un fondo que no deja lugar a dudas de que
se lo está representando como tal (ii). No era una excepción: algo
semejante ocurre con un plano de propiedades ubicado en el Bajo
Belgrano, en el camino hacia San Isidro (iii). También puede verse que
el trazado del Camino del Bajo (hoy Avenida Libertador) coincidía
con el borde seco del bañado.
Como
dijimos, la mayor parte de los humedales de la Ciudad de Buenos Aires
han sido tapados, primero con basuras y después con la ciudad misma.
Pero esto no significa que hayan dejado de existir.
Un
humedal no es un hueco en la tierra que después se llenó de agua.
Un humedal es el resultado de una cierta dinámica hídrica, que
tiene que ver con la topografía del lugar, las precipitaciones y las
características del agua subterránea. Por este motivo, un humedal
tapado es un sitio especialmente sensible a las variaciones del agua
subterránea, ya que suelen estar alimentados por la primera napa
(freática). En otras palabras, cuando se produce un ascenso de
napas, las zonas más afectadas serán los viejos humedades
aparentemente desaparecidos.
Señala
Fernando Máximo Díaz que en el Gran Buenos Aires las zonas de
ascenso de napas tienden a coincidir con los sitios que en los mapas
de principios del siglo XX señalan bañados (es decir, humedales) (iv).
La
ocupación de estos bañados es resultado del proceso de
industrialización. Multitud de fábricas emplearon agua subterránea
en sus procesos productivos y devolvieron el agua utilizada a los
cursos superficiales. Como resultado, el agua subterránea dejó de
alimentar los humedales, los que se secaron. Sólo que no
desaparecieron en forma definitiva sino sólo transitoria: esas
tierras quedaron secas mientras las fábricas se ocupaban de mantener
bajas las napas. La desaparición de gran parte de la industria
incidió en que las napas recuperaran sus niveles históricos. Sólo
que, en esas décadas, los bañados recibieron una importante
cantidad de población, ahora afectada por el desborde de los
acuíferos.
Una
bellísima descripción de esos humedales la encontramos en la obra
de Guillermo Enrique Hudson “Allá lejos y hace tiempo”:
“En
primavera o verano frecuentábamos las lagunas o bañados. Tenían
para mí un particular encanto puesto que allí abundaban las aves.
Había cuatro de estas lagunas ubicadas en distintas direcciones.
Ninguna estaba a más de una legua de casa. Eran pequeños laguitos
de escasa profundidad que ocupaban una o dos hectáreas de superficie
cada uno. Excepto el centro, el resto del bañado se hallaba cubierto
por densos pajonales y juncales. Estos últimos se prestaban muy
especialmente para nuestras exploraciones. Cuidando de que la cincha
del caballo no tocara el agua nos internábamos entre aquellos tallos
cilíndricos y oscuros, coronados por penachos de un brillante color
castaño que se elevaban muy por encima de nuestras cabezas.
Había
allí unas avecillas que construían primorosamente sus nidos a medio
metro del agua, sujetándolos a uno, dos o tres juncos. Además
podíamos encontrar en ese mismo lugar nidos de pájaros más grandes
como el mirasol, la garza bruja, el cormorán, y, con menos
frecuencia, hallábamos nidos de halcón. Estas aves suelen anidar en
los árboles, pero en las pampas, donde escasean, debían conformarse
con hacerlo en los juncales.
Una
de estas cuatro lagunas no tenía pajonales ni, juncales ni caños.
Estaba casi totalmente cubierta por una exuberante vegetación de
camalotes, planta acuática que, vista a la distancia, parece
almizcleña o mimulus, por sus macizos de hojas color verde brillante
y sus flores amarillas.
También
en ésta abundaban las aves. Había algunas que no existían en los
juncales. Era una suerte de metrópoli de gallaretas. Antes y después
de la época de cría, se congregaban sobre las bajas y húmedas
orillas en bandadas de centenares. Sus oscuras siluetas se recortaban
contra el verde del césped. El espectáculo me parecía una réplica
-en pequeña escala- de otro cuadro que a menudo presenciaba: el que
ofrecía la vasta y verde llanura sobre la que se distinguían los
cuerpos negros de la manada de dos o tres mil vacas pertenecientes a
una estancia en la que sólo se criaba ganado de ese pelaje.
Nos
encantaba ver a una numerosa bandada de gallaretas reunidas en las
márgenes de la laguna. Apurábamos entonces a los caballos, nos
acercábamos al galope y las espantábamos. Salían volando
aterrorizadas hacia el lago y lo cruzaban casi al nivel del agua,
golpeando la superficie con las patas y levantando nubes de gotitas a
su paso. Las gallaretas eran bastante comunes. Se las veía por todas
partes.
Había
además de las nombradas, otras lagunas situadas a mayor distancia.
Las visitábamos muy de tarde en tarde. Sólo habré de referirme a
una de ellas, mi favorita porque reunía en sus orillas gran cantidad
de pájaros, muchos de los cuales no existían en ninguna otra parte.
Era
más pequeña y menos profunda que las anteriormente descriptas,
razón por la cual las aves grandes, como la cigüeña común, la de
cabeza pelada, el chajá, la llamada Bandurria y la espátula rosada,
podían cruzarla de lado a lado sin mojarse las plumas. Se trataba de
una laguna que pronto habría de secarse. Estaba prácticamente
cubierta por camalotes que se enredaban en los juncos y en los
pajonales.
Este
lugar tenía otra característica singular: se podían encontrar aquí
caracoles gigantes de agua. Estos habían atraído a un ave que se
alimenta con ellos: el caracolero, halcón de color pizarra muy
parecido al buitre en tamaño, y forma de volar. Como sólo ingiere
caracoles, vive en paz y armonía con los demás alados habitantes de
la laguna. Una colonia de cuarenta o cincuenta caracoleros residían
permanentemente en aquel lugar.
El
descubrimiento que mayor placer me produjo fue el encontrar en ese
sitio al pájaro que más amaba de todos los que he nombrado: el
varillero. Su tamaño es similar al del tordo común y como él,
posee un plumaje purpúreo, oscuro y uniforme, pero ostenta un
penacho color marrón claro en la cabecita. Yo amaba a este pájaro
por su canto. Se inicia éste con dulces y delicadas notas y gorjeos
muy peculiares.
Ocasionalmente
-en primavera u otoño- visitaban nuestro monte grandes bandadas de
varilleros. Se instalaban sobre alguno de nuestros árboles y
cantaban en coro. Aquella maravillosa melodía parecía provenir de
cientos de cascabeles agitándose a un tiempo. A orillas de la laguna
encontré sus nidos. Trescientas o cuatrocientas aves los habían
construido en el mismo sitio. Los nidos con sus huevos, las plantas
que los sostenían y los solícitos pájaros purpúreos volando a mi
alrededor componían un cuadro de encantadora belleza”.
i Rodríguez de Valdez y de la Vanda, Diego, 1593, cit. en: Silvestri, Graciela: “Obras, proyectos y representaciones en el Río de la Plata”, en: Juan Manuel Borthagaray (comp.): “El Río de la Plata como territorio”, Buenos Aires.
ii Fernández, Juan: “Plano de mensura del terreno del Dr. Barros Pazos”, en: Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires: “Mensuras del Río de la Plata y Riachuelo”, Buenos Aires, 2007.
iii Pico, Pedro: “Plano de mensura del terreno público solicitado en compra por Don Diego White, partido de Belgrano”, en: Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires: “Mensuras del Río de la Plata y Riachuelo”, op. cit.
iv Geólogo Díaz, Fernando Máximo, comunicación personal, 2005.
v Hudson, William Henry: “Allá lejos y hace tiempo”, Gente Nueva, Instituto Cubano del Libro, 1973.
Para
comprar el libro:
Para
contactarse con el editor:
ventas@maipue.com.ar
gerencia@maipue.com.ar
Tel:
011 4458 0259.
Fuente:
Antonio Elio Brailovsky, Los ritmos de la naturaleza: Otoño en Buenos Aires, 20/03/18, Defensoría Ecológica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario