martes, 19 de septiembre de 2017

Trabajar en Chernóbil treinta años después de la catástrofe

El nuevo sarcófago de Chernóbil. Foto: Reuters

por Magdalena Ruiz Rodríguez

Para entrar a la zona de exclusión de Chernóbil, que comprende 30 kilómetros alrededor de la central nuclear, hay que atravesar una barrera con policías y militares apostados. Nos acompaña obligatoriamente un guía local que hace de traductor, puesto que allí sólo se habla ucraniano y ruso, y además no permiten a nadie moverse solo por allí. Verifican pasaportes y el permiso aprobado por la Autoridad de la Zona de Exclusión de Chernóbil, y nos dan un papelito y un medidor de radiación acumulada que llevaremos durante toda nuestra estancia. Como el guía va siempre con nosotros, al finalizar el día él lleva su medidor a la oficina y se asume que todos nos hemos expuesto a la misma cantidad de radiación que él. Si algún día llegáramos al máximo establecido, nos echarían de allí inmediatamente el tiempo que estimen necesario para “limpiarnos”.

El lugar está bastante despoblado en general, pero al llegar al pueblo de Chernóbil, sorprende ver a tantísima gente. Y es que ahora mismo hay allí trabajando más de… ¡7000 personas! Aunque la central nuclear lleva parada desde el año 2001 (fue imposible pararla antes), todavía hoy están recogiendo residuos radiactivos, enterrándolos, intentando frenar la contaminación en el subsuelo; en definitiva, limpiando todo y construyendo grandes estructuras para disminuir el flujo de contaminación radiactiva que aún hoy continúa en los alrededores de la central.

En el tristemente mítico pueblo de Chernóbil nos alojamos todos, turistas y científicos, en el único hotel disponible para el personal que no trabaja allí de continuo. Los turistas tienen prioridad sobre nosotros, ya que pagan más, así que si el hotel está lleno, tenemos que buscarnos alojamiento en algún pueblo cercano fuera de la zona de exclusión. De todas formas, no nos permiten pasar dentro más de 3 días seguidos, y hay que descansar 2 días fuera antes de volver a entrar. La barrera de los 30 Km de la zona de exclusión fue arbitraria, y pudimos comprobar con el dosímetro que estábamos sometidos a la misma radiación en el hotel de Chernóbil que en el pueblo donde nos alojábamos para descansar de la radiación.

Las jornadas laborales allí son intensas, se realizan varios estudios a la vez y teníamos que hacerlo todo en poco tiempo. Cogemos muestras de plantas, suelo, hongos, insectos… de distintos experimentos que están en marcha, algunos desde hace varios años.

Mi objetivo allí era estudiar cómo han evolucionado las defensas frente a bacterias en golondrinas ( Hirundo rustica) en los 30 años desde el accidente. Las bacterias tienen una gran capacidad de adaptación a los cambios, y en Chernóbil presentan altas tasas de mutación y resistencia a la radiación. Por tanto, las golondrinas se enfrentan a “nuevas” comunidades bacterianas que pueden producir otros daños a sus hospedadores.

Encontramos que las golondrinas que viven en zonas más contaminadas tienen plumas más resistentes a la degradación bacteriana, y producen una secreción capaz de inhibir con mayor intensidad a bacterias queratinolíticas (que se alimentan de plumas). Además, el plasma sanguíneo de las golondrinas que crían en zonas de mayor contaminación, es capaz de inhibir el crecimiento de un mayor número de bacterias y con mayor intensidad que las golondrinas de zonas más limpias. Es decir, las golondrinas que crían en zonas con mayor radiactividad, son más resistentes al ataque por bacterias en las plumas, pero también cuentan con más defensas en su sangre.

Desde el accidente, las poblaciones de golondrinas en zonas contaminadas han decaído paulatinamente. Presentan más mutaciones, problemas de salud, tumores, y sacan adelante menos pollos. La mortalidad allí es 5 veces superior a la de poblaciones limpias. El proceso de selección natural allí va a una velocidad inusitada, ya que en 30 años podemos apreciar diferencias en poblaciones de golondrinas contaminadas y limpias. Pero hay muchas poblaciones qué ya han desaparecido, y cada año las golondrinas censadas disminuyen. Aunque ahora mismo vemos que aquellas que han sobrevivido son las más fuertes, es posible que los costos tan elevados a los que tienen que someterse terminen con todas las golondrinas que crían allí.

El impacto que tuvo la catástrofe de Chernóbil, el peor accidente nuclear de la historia, fue enorme social, política y económicamente. Se calcula que cientos de miles de personas murieron de forma directa o indirecta como consecuencia de la radiación, y numerosos trabajos científicos ponen de manifiesto que los efectos se extendieron a todos los seres vivos a los que la radiación dio alcance. Aun hoy el paisaje allí es desolador, y en las zonas con mayor contaminación apenas pueden verse animales. Aunque en algunas poblaciones, como es el caso de las golondrinas, se haya producido una selección sobre los individuos más fuertes, la tendencia de las poblaciones es a desaparecer, ya que las mutaciones disminuyen la esperanza de vida, el éxito de reproducción, y algunas de ellas son directamente letales.

Magdalena Ruiz Rodríguez - Estación Experimental de Zonas Áridas (EEZA/CSIC)

Fuente:
Magdalena Ruiz Rodríguez, Trabajar en Chernóbil treinta años después de la catástrofe, 14/09/17, eldiario.es. Consultado 19/09/17.

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