lunes, 17 de abril de 2017

En Salto baja el agua, pero no cesa la angustia de los vecinos

Sergio Flores espera a que su padre revise la casa de la familia. Foto: Santiago Filipuzzi

Unas 500 personas acampan a la vera del río, que anteayer marcó su crecida máxima; otras 500 fueron evacuadas.

por Mauricio Giambartolomei

Salto. Dos mujeres cortan zapallos y zanahorias en cubitos para volcarlos en el agua que están hirviendo en una olla tiznada por el fuego de los carbones, entre algunos perros. Cerca de ellas hay dos parrillas que esperan los chorizos con los que se alimentarán dos familias. El olor a carne asada se mezcla con el espeso aroma a guiso y pan quemado, que se confunde con el vaho que llega de a ratos desde las aguas de la crecida del río Salto que provocó la peor inundación que se recuerde en esta ciudad del norte bonaerense, a 190 kilómetros de la Capital.

Es la hora del almuerzo en el campamento de los desplazados por el agua, aquellos que esperan que baje el nivel para volver a sus casas y comenzar la lenta y angustiante recuperación. Una situación que se repitió dos veces en los últimos cinco meses y una en 2015. Anteayer, el pico máximo llegó a los 9,55 metros, pero ayer el agua había cedido 40 centímetros lo que le permitió a algunos vecinos entrar nuevamente en sus viviendas.

El agua que desbordó del río Salto empujó a unas 500 personas del barrio El Trocha, al noroeste de la ciudad, hacia terrenos ferroviarios en desuso. Allí pasan los días y las noches en carpas, autos, casillas y hasta camiones, cerca de sus propiedades, para cuidarlas o sentirlas cerca. Hay al menos otros 500 habitantes que fueron derivados a diez centros de evacuación porque la altura del agua llegó al techo de sus viviendas.

Si el tiempo da tregua y no llueve, en diez días la situación se normalizaría por completo en esta ciudad de 32.000 habitantes, la más afectada por la crecida en la cuenca de Arrecifes. Ayer, sin embargo, las tareas de rescate de los bomberos, llegados desde varios distritos bonaerenses para prestar asistencia, no cesaban y con gomones y lanchas seguían evacuando a algunas familias que continuaban aisladas. A 32 kilómetros de aquí, en Arrecifes, otra de las localidades azotadas por la crecida, el nivel del río homónimo -que llegó a 7,5 metros- está bajando y algunas personas ya pudieron volver a sus casas, aunque quedan unos 200 evacuados que son asistidos por el municipio. Mientras que en Pergamino ya no hay evacuados.

"Estamos saliendo para jugar un rato en la plaza. Mi mamá se quedó en casa. Está cuidando todo", cuenta Brenda, de 10 años, cuando se saca los auriculares. Está con sus hermanos Demian, de 5, y Celeste, de 9, en un bote de rescate de los bomberos. "Durmieron en una carpa que pusieron arriba del techo", dice uno de ellos.

Las chicas y su hermano saltan y corren para sumarse a los juegos de hockey, fútbol y vóley que organizaron un grupo de voluntarios. El bote ingresa nuevamente hacia lo más profundo de la crecida, cerca del lecho habitual del río, donde el agua casi toca los cables de electricidad y llega a los techos de las casas. "Compré una heladera hace poco, después de la inundación de diciembre, ahora creo que no sirve más. Todavía no pude revisar mucho", se lamenta Miguel Ángel Flores, con el agua por encima de la cintura. Uno de sus hijos lo espera en la canoa. "Me la prestaron para retirar muebles o ropa, pero la usé para sacar a los vecinos", cuenta.

A pesar de todo
En tierra firme la suma de voluntades intenta ganarle al caos. El Ministerio de Desarrollo Social de la provincia entregó colchones, frazadas, alimentos y agua. Los bomberos asistieron con viandas a los vecinos que permanecieron en sus casas y grupos de voluntarios organizaron ollas populares. Para los damnificados en el campamento la situación es angustiante. "Hay que comer por turnos porque no nos alcanzan los platos. A la noche hace frío y el sonido del agua da mucha tristeza. Es complicado, pero lo peor será la vuelta: ya se están viendo alacranes y víboras que trae el río", detalle Silvia Arce, sentada bajo la sombra de una lona, rodeada de chicos y del resto de los miembros de su familia.

"Para un pobre es complicado perder lo poco que le queda, por eso estamos cerca de casa. No pensábamos que iba a ser como en 2015. Pero fue peor", sostiene Alberto Colombo, sentado en el piso, apoyado sobre el camión de su vecino, Hernán Aliata. Allí también se encuentra la familia Delfrade, que espera que baje el agua para poder limpiar su vivienda. "No quisimos darnos cuenta de que el agua se venía, pero vino...", cuenta Paula, con la voz entrecortada.

Ante la inquietud de los vecinos, el intendente de Salto, Ricardo Alessandro, al recorrer el lugar, anunció que en 60 días comenzarán las postergadas obras de dragado, limpieza y ensanchamiento del río entre Varadero y Salto, que traería alivio frente a otro desastre natural. Además el presidente del Instituto de la Vivienda de la provincia, Evert van Tooren, prometió el arribo de diez módulos habitacionales para paliar la situación de los que quedaron sin nada.

La sensación de desamparo también estaba en los que se encuentran en los centros de evacuados. Al empezar la crecida fueron trasladados por los bomberos y pudieron rescatar muebles, cocinas y heladeras que usan para dividir los espacios como si fueran habitaciones. A pesar de todo se conformaban con dormir bajo techo.
Fuente:
Mauricio Giambartolomei, En Salto baja el agua, pero no cesa la angustia de los vecinos, 16/04/17, La Nación. Consultado 17/04/17.

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