Sergio Flores espera a que su padre revise la casa de la familia. Foto: Santiago Filipuzzi |
Unas 500 personas acampan a la vera del río, que anteayer marcó su crecida máxima; otras 500 fueron evacuadas.
por Mauricio
Giambartolomei
Salto. Dos
mujeres cortan zapallos y zanahorias en cubitos para volcarlos en el
agua que están hirviendo en una olla tiznada por el fuego de los
carbones, entre algunos perros. Cerca de ellas hay dos parrillas que
esperan los chorizos con los que se alimentarán dos familias. El
olor a carne asada se mezcla con el espeso aroma a guiso y pan
quemado, que se confunde con el vaho que llega de a ratos desde las
aguas de la crecida del río Salto que provocó la peor inundación
que se recuerde en esta ciudad del norte bonaerense, a 190 kilómetros
de la Capital.
Es la hora del
almuerzo en el campamento de los desplazados por el agua, aquellos
que esperan que baje el nivel para volver a sus casas y comenzar la
lenta y angustiante recuperación. Una situación que se repitió dos
veces en los últimos cinco meses y una en 2015. Anteayer, el pico
máximo llegó a los 9,55 metros, pero ayer el agua había cedido 40
centímetros lo que le permitió a algunos vecinos entrar nuevamente
en sus viviendas.
El agua que
desbordó del río Salto empujó a unas 500 personas del barrio El
Trocha, al noroeste de la ciudad, hacia terrenos ferroviarios en
desuso. Allí pasan los días y las noches en carpas, autos, casillas
y hasta camiones, cerca de sus propiedades, para cuidarlas o
sentirlas cerca. Hay al menos otros 500 habitantes que fueron
derivados a diez centros de evacuación porque la altura del agua
llegó al techo de sus viviendas.
Si el tiempo da
tregua y no llueve, en diez días la situación se normalizaría por
completo en esta ciudad de 32.000 habitantes, la más afectada por la
crecida en la cuenca de Arrecifes. Ayer, sin embargo, las tareas de
rescate de los bomberos, llegados desde varios distritos bonaerenses
para prestar asistencia, no cesaban y con gomones y lanchas seguían
evacuando a algunas familias que continuaban aisladas. A 32
kilómetros de aquí, en Arrecifes, otra de las localidades azotadas
por la crecida, el nivel del río homónimo -que llegó a 7,5 metros-
está bajando y algunas personas ya pudieron volver a sus casas,
aunque quedan unos 200 evacuados que son asistidos por el municipio.
Mientras que en Pergamino ya no hay evacuados.
"Estamos
saliendo para jugar un rato en la plaza. Mi mamá se quedó en casa.
Está cuidando todo", cuenta Brenda, de 10 años, cuando se saca
los auriculares. Está con sus hermanos Demian, de 5, y Celeste, de
9, en un bote de rescate de los bomberos. "Durmieron en una
carpa que pusieron arriba del techo", dice uno de ellos.
Las chicas y su
hermano saltan y corren para sumarse a los juegos de hockey, fútbol
y vóley que organizaron un grupo de voluntarios. El bote ingresa
nuevamente hacia lo más profundo de la crecida, cerca del lecho
habitual del río, donde el agua casi toca los cables de electricidad
y llega a los techos de las casas. "Compré una heladera hace
poco, después de la inundación de diciembre, ahora creo que no
sirve más. Todavía no pude revisar mucho", se lamenta Miguel
Ángel Flores, con el agua por encima de la cintura. Uno de sus hijos
lo espera en la canoa. "Me la prestaron para retirar muebles o
ropa, pero la usé para sacar a los vecinos", cuenta.
A pesar de todo
En tierra firme
la suma de voluntades intenta ganarle al caos. El Ministerio de
Desarrollo Social de la provincia entregó colchones, frazadas,
alimentos y agua. Los bomberos asistieron con viandas a los vecinos
que permanecieron en sus casas y grupos de voluntarios organizaron
ollas populares. Para los damnificados en el campamento la situación
es angustiante. "Hay que comer por turnos porque no nos alcanzan
los platos. A la noche hace frío y el sonido del agua da mucha
tristeza. Es complicado, pero lo peor será la vuelta: ya se están
viendo alacranes y víboras que trae el río", detalle Silvia
Arce, sentada bajo la sombra de una lona, rodeada de chicos y del
resto de los miembros de su familia.
"Para un
pobre es complicado perder lo poco que le queda, por eso estamos
cerca de casa. No pensábamos que iba a ser como en 2015. Pero fue
peor", sostiene Alberto Colombo, sentado en el piso, apoyado
sobre el camión de su vecino, Hernán Aliata. Allí también se
encuentra la familia Delfrade, que espera que baje el agua para poder
limpiar su vivienda. "No quisimos darnos cuenta de que el agua
se venía, pero vino...", cuenta Paula, con la voz entrecortada.
Ante la inquietud
de los vecinos, el intendente de Salto, Ricardo Alessandro, al
recorrer el lugar, anunció que en 60 días comenzarán las
postergadas obras de dragado, limpieza y ensanchamiento del río
entre Varadero y Salto, que traería alivio frente a otro desastre
natural. Además el presidente del Instituto de la Vivienda de la
provincia, Evert van Tooren, prometió el arribo de diez módulos
habitacionales para paliar la situación de los que quedaron sin
nada.
La sensación de
desamparo también estaba en los que se encuentran en los centros de
evacuados. Al empezar la crecida fueron trasladados por los bomberos
y pudieron rescatar muebles, cocinas y heladeras que usan para
dividir los espacios como si fueran habitaciones. A pesar de todo se
conformaban con dormir bajo techo.
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Fuente:
Mauricio Giambartolomei, En Salto baja el agua, pero no cesa la angustia de los vecinos, 16/04/17, La Nación. Consultado 17/04/17.
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