sábado, 4 de febrero de 2017

El peligro de ver la energía nuclear como industria

Independientemente de los números, si consideramos a la energía nuclear como industria, podemos mostrar todas las desventajas de una manera muy lógica.

por Agustín Saiz

El Ministerio de Planificación y Energía ve a la energía nuclear como una industria, como una posibilidad dentro del mercado de generación, y proyecta para los próximos años aumentar el share en un porcentaje dado. El mismo es del 15 % o un poco más para dentro de diez años, lo que implica la instalación de dos reactores más. Pero esto no viene al caso, ya que podría haber sido más o menos. Quiero poner el foco en otro lado, para complementar lo que ustedes ya saben, e intentar explicarles por qué nos definimos como Antinucleares desde Zárate.

Independientemente de los números, si consideramos a la energía nuclear como industria, podemos mostrar todas las desventajas de una manera muy lógica: es cara, contamina, su elaboración produce igual CO2 que una central térmica, hay conflictos bélicos y sociales en cualquier lugar donde hay minería de uranio, no se sabe qué hacer con los residuos más que tirarlos clandestinamente a países del tercer mundo, es no renovable… Estamos invirtiendo plata en algo que tal vez se acabe antes que el petróleo mismo.

El debate es ganable bajo cualquier aspecto, y a partir de allí la idea de concientizar a la gente, abrir el debate y empoderar la causa fue el horizonte natural a seguir, y el único camino que intentamos librar y en el cual perseveramos. Pero más allá de nuestra capacidad de lucha, no muy distinta aquí con la de cualquier otro lado, la realidad es que están levantado otro cementerio nuclear en frente nuestro.

¿Qué pasó en el medio? Vertidos de agua contaminada al Paraná, se perforó el subsuelo del basurero nuclear de Ezeiza, montañas de colas de uranio sin tratar en la precordillera, intentos sistemáticos de convertir la Patagonia en un basurero para traer residuos nucleares del extranjero, inconmensurables cantidades de material radioactivo despedido al medioambiente en el suelo, agua y aire, crecieron las tasas de enfermedades oncológicas en zonas donde se realiza esta actividad y más. Los conflictos siguen alterando el orden social en las comunidades de las provincias, en Chubut, La Rioja, Formosa, y en todas la localidades por donde trepan los tentáculos de este proyecto que se impone de manera absurda en el nombre de la soberanía energética y del progreso. Sin embargo todo continua.

Para el caso de los reactores de uranio enriquecido, los de Atucha 3, los acuerdos fueron enmarcados dentro del intercambio comercial entre una potencia como China, que necesita colocar el mayor sobrante posible de todo lo que produce, y una Argentina que se desespera por tener respaldo financiero y motorizar la economía por medio de la obra pública con cualquier tipo de proyecto. Es decir, la racionalidad de la elección del proyecto nuclear responde a una oportunidad política.

Dicho sea de paso, Argentina maneja solo tecnología de uranio natural y agua pesada, algo que desapareció del mercado. Es decir, tampoco hay continuidad de ningún proyecto… por suerte. En cambio, para Macri la disyuntiva respecto a Atucha 1 y Embalse (Córdoba), es cerrar o postergar el desmantelamiento. Cerrar un reactor significa disponer de mil millones de dólares, colocando dinero en algo para que no sirva más (no tiene retorno), entonces es conveniente extender la vida útil, actualizarla (los diseños son de hace casi 50 años) o agregar otro módulo que justifique el reciclado de los servicios ya existentes. Porque mientras aporte algo a la red de abastecimiento, siempre será menos caro en el corto plazo.

Es decir, no se compara un proyecto contra otro, sino que se compara el costo de cerrar ahora o más tarde. Algo que al inicio del proyecto no era discutible. El problema en el futuro se potencia y el riesgo permanece, expandiéndose exponencialmente como una plaga por el planeta Tierra.

Todos los gobiernos encontraron una excusa frente a lo inexplicable de una tecnología inviable, cuya razón de ser nació para el uso militar, y que para la aplicación de uso civil, se la fuerza a competir con alternativas posibles y racionales.

Atucha 1 aportó menos del 1 % durante casi 30 años, el gobierno militar exploró en un inicio la posibilidad de avanzar en un proyecto, que convertía a Argentina en potencia militar con capacidad nuclear. Atucha 2 fue una de las cajas negras más grande del Estado, donde confluyeron sindicatos, gremios, patotas, gendarmería y política. Y de allí su razón de ser es la un emprendimiento que se justifica según como quede entramado en el poder. La necesidad energética siempre estuvo y fue la excusa, no el argumento. Por eso el debate no terminó en ningún lado.

Bolivia y Venezuela, exportadores netos de energía, con sobrada capacidad para autoabastecerse de manera interminable, son los únicos países que eventualmente evalúan importar tecnología nuclear desde acá. Tampoco en estos casos el objetivo de traer reactores de tercera generación es energético.

En la actualidad hay 450 centrales nucleares y para 2030 se proyectan cerca de 900. En fin, si todo sigue así, existirán dentro de poco, si sumamos las que están ya fuera de funcionamiento, aproximadamente mil cementerios nucleares, la mayoría sin desmantelar como corresponde, porque nadie va a poner esos mil millones de dólares por cada reactor para salvar el mundo. Pero además, si se hiciesen las cosas bien deberían quedar militarizados de por vida (lo cual ya es una mala noticia), pero si no lo hiciesen (que es lo más probable) es aún peor, porque lo dejan expuesto a bandas de todo tipo, militares, paramilitares, terroristas (alguien se imaginaba hace algunos años algo como un ISIS o Blackwater). En África se han robado hasta el combustible usado de reactores de experimentación, y llegado el caso esos sitios potencialmente pasan a ser objetivos de guerra con algo que se llama bomba sucia, que en definitiva es pegarle un misilazo a una central para hacer inhabitable toda la región en un radio de 300 km. Son objetivos militares que se evalúan en Medio Oriente, en Europa y acá en 1982, durante la guerra con Inglaterra, el enemigo lo trabajó como hipótesis dentro del conflicto.

¿Cuál es el escenario geopolítico para los próximos 20 o 30 años? Nadie lo sabe. ¿Y para los próximos 100?

Y ese es el problema de ver a la energía nuclear como una industria, porque se evalúa una situación de riesgo determinada en un contexto que no existirá. Se proyecta el futuro bajo la idea de que el progreso tiene determinadas características, y que además ese progreso es lineal, entonces, se presupone (no sé por qué) que irán surgiendo soluciones cada vez más eficientes, pero en la práctica a lo que se llega es a problemas cada vez más complejos y prácticamente irresolubles.

¿Cómo se supone que será el mundo dentro de 100 años? ¿Para ese entonces habrá capacidad de desmantelar reactores? ¿Cuántas guerras pueden suceder en el medio? ¿Ocurrirán nuevos genocidios? ¿Existirán los mismos países? ¿Habrá más o menos población? ¿Se sostendrá nuestro modo de vida cultural social y tecnológico?

Nadie podrá negar que un escenario así es tan viable que ocurra como que no. Es tan lícito pensar que en el futuro tendremos por siempre la capacidad de control sobre reactores fuera de funcionamiento y de los basureros nucleares, como ponernos a ver cuáles son las bases que llegaremos para el próximo modelo civilizatorio.

Aunque todo esto parezca apocalíptico, lamentablemente, enfocarse en otro aspecto cuando hablamos de energía nuclear queda bastante disociado de la realidad y suena, verdaderamente, sin sentido. Y este es el problema de ver a la energía nuclear como una actividad más que produce el ser humano, que si seguimos así podemos simplemente llegar a desaparecer.
Agustín Saiz es ingeniero, miembro del Movimiento Antinuclear Zárate - Campana
Fuente:
Agustín Saiz, El peligro de ver la energía nuclear como industria, 03/02/17, La Izquierda Diario. Consultado 04/02/17.

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