Inundación de Pergamino, 26 de diciembre de 2017. Foto: La Opinión de Pergamino |
Argentina, ¿por qué nos inundamos?
por Ricardo Luis
Mascheroni
En abril de 2016
y en el inicio del presente año, como tantas otras veces a lo largo
del tiempo, Santa Fe debió soportar precipitaciones pluviales
importantes, que inundaron amplias zonas y muchas localidades de la
provincia, que afectaron la calidad de vida de miles de personas y
pérdidas económicas de magnitud.
Frente al
fenómeno, desde distintos ámbitos, se han ensayado explicaciones
diversas, según los intereses u ópticas de cada uno de ellos y así
se habló del cambio climático, la ausencia de obras de
infraestructura para mejorar el escurrimiento de las aguas, la
deforestación, los cambios en los usos del suelo, una fatalidad,
entre tantas otras.
Muchas de estas
aseveraciones tienen su parte de verdad, pero la verdad está en la
sinergia de todas estas concausas y otras que la ciencia hídrica
conoce y ha estudiado desde hace mucho tiempo y que se traduce en que
la geografía regional, a lo largo de muchos años, ha ido perdiendo
en los valles de inundación su coeficiente de rugosidad que reduce
la velocidad de escurrimiento y que lleva a que los cauces
principales y las zonas bajas de la misma colapsen en cuestión de
horas o pocos días, frente a lluvias torrenciales.
Someramente para
que lo entienda, le digo que esta rugosidad, está determinada según
las características y accidentes propios del terreno, como la
formación de montes y bosques nativos, las pendientes del terreno,
los humedales, esteros, lagunas o depresiones del suelo, la mayor o
menor porosidad de los mismos, todo lo cual facilita en el ambiente
natural, la evapo-transpiración, la recarga de acuíferos, la
retención o lentificación de las aguas de lluvia, en su marcha
hacia los canales de escurrimiento, evitando su saturación y
consecuente desborde.
El aumento de la
rentabilidad, el incremento de todas las actividades agrarias y la
incorporación de mayor cantidad de tierras a la producción,
provocaron que ese coeficiente de rugosidad, fuera afectado a la baja
en razón que casi todos los bosques, montes y selvas nativas de
Santiago del Estero, Córdoba y Santa Fe fueron desapareciendo en
forma irresponsable y casi suicida.
Junto con la
pérdida de la forestación, todos los bajíos y depresiones se
fueron rellenando y nivelando por el arrastre de la erosión hídrica
en muchos casos y en otros por la acción humana para incorporarlos a
la actividad agrícola, a la par que se incrementaban los canales y
zanjas de escurrimiento, muchas veces en forma clandestina y sin un
plan integral.
Ello provocó que
toda una gama de humedales que actuaban como esponja o amortiguación
de las lluvias perdieran su función, para colmo eran inmuebles que
se adquirían a valores irrisorios, a los cuales la rentabilidad de
algunos cultivos elevaba su valor venal con ventajas para los
especuladores inmobiliarios que maximizaban sus ganancias.
La pérdida de
rugosidad transformó a estos suelos en una planicie de escurrimiento
que lleva el agua sin frenos y en muy poco lapso de tiempo, hacia las
zonas bajas produciendo inundaciones urbanas y rurales en zonas en
que nunca se habían producido.
La producción
agrícola de características industriales, agravan el problema, ya
que la falta de rotación de los campos, la ausencia de ganadería y
el uso de maquinaria pesada impermeabiliza los suelos, impidiendo la
penetración de agua a los acuíferos.
Todo ello provocó
que los suelos tengan una pronunciada pérdida de relieve y se
transformen en planicies, con máximo aumento de la escorrentía.
Sin perjuicio de
este coctel explosivo, las entidades siguen reclamando de los
gobiernos más obras que en definitiva son más de lo mismo y que
agravan la situación ya que estos fenómenos en un tiempo más o
menos largo se volverán a producir con consecuencias iguales o
peores a las vividas.
Florentino
Ameghino en 1884, ya había analizado estas cuestiones en su libro
“Las Secas y las Inundaciones en la Provincia de Buenos Aires”,
llegando a la conclusión, que las obras no tenían que ser de
canalización, sino buscar la forma de retener agua y hacer más
lento el escurrimiento de las aguas evitando la acumulación en las
zonas bajas.
Insisto esto no
se resuelve con canales, todo lo contrario, se deben establecer
retardadores de escurrimiento que hagan más lento el mismo dando
tiempo a todas las cuencas a nivelar las ondas de creciente.
Y esto solamente
es posible si se encara un plan serio de expropiación de terrenos
para esos fines o si se organizan servidumbres de inundación
convenientemente ubicadas, mantenidas y organizadas.
Tengamos presente
que tanto Santiago como Córdoba, prácticamente han hecho
desaparecer sus montes nativos y sus excedentes hídricos escurren
hacia nuestra provincia.
Volviendo al
libro citado, dice: “Todos abrigan la esperanza de que dichos
trabajos (canalización y desagüe) librarán a la provincia de las
inundaciones, abriendo así para el porvenir una nueva era de
prosperidad y de riqueza sin precedentes…” “Por todas partes no
se oye hablar sino de proyectos de canales que den salida a las aguas
que en la épocas de grandes lluvias cubren los terrenos bajos o de
poco declive”, esto parece escrito hoy y en esa dirección se
inscribe lo recientemente peticionado por entidades del agro, como la
SRA, que por otra parte nunca se hacen cargo de sus responsabilidades
en torno al ambiente y otras cuestiones, pero siempre piden subsidios
en épocas malas, pero no distribuyen sus ganancias en los días de
bonanza.
Sigamos haciendo
historia, para saber que todo ya ha sido dicho:
Nuestro
comprovinciano el Dr. Estanislao Zeballos, en su “Estudio geológico
de la Provincia de Buenos Aires”, en torno a este problema y que es
de aplicación al caso, en 1876, decía: “nadie se ocupa de la
verdadera solución del problema, dirigiendo todas las miradas… hacia
el desagüe simple e ilimitado de los terrenos”.
A las causas
anteriores se debe sumar la denudación de los terrenos, productos de
la desaparición de los pajonales duros, que anulaban ese efecto,
reteniendo una parte considerable de las aguas pluviales, como
también lo marca sabiamente Ameghino y agrega que: “en todas
partes en donde se han ido talando los montes, se han ido cambiando
igualmente las condiciones climatológicas”, por lo que “la
influencia benéfica de las grandes arboledas sobre el clima y el
régimen de las aguas es entonces innegable”.
Las provincias
referidas han destruido su cubierta forestal con las consecuencias
nefastas que saltan a la vista.
Viejos saberes y
el sentido común alertaban desde hace más de un siglo, que de
seguir con estas prácticas irracionales, las calamidades se iban a
suceder sin solución de continuidad.
En esa dirección
y dentro de las soluciones indicaban, muchas de las cosas que
distintos sectores vienen recomendando de larga data, consistente en
volver a elevar la rugosidad de los suelos, conservación de áreas
de pastos naturales, el cese de las talas y la reforestación de
amplios zonas y la construcción de obras de retención, creación de
reservorios y estanques artificiales, que impidan el aumento el
desagüe hacia zonas bajas.
Para ello es
necesario contar con terrenos para dicha función, y ello solamente
será posible si se establece una política que impida el desecado de
los humedales interiores y la ocupación de los de zonas ribereñas,
se estudie una masiva expropiación de campos con dicha finalidad,
que quizás sea más barato en el largo plazo que tener que afrontar
en forma permanente el gasto de las pérdidas productivas por estos
fenómenos y las emergencias y subsidios consiguientes, y por último
disponer un marco legal que determine la necesidad de la
implementación de áreas de servidumbres de inundación en distintos
lugares del territorio provincial, todo ello en un programa de
acuerdos y complementación con las provincias mencionadas.
En el esquema
propuesta las obras de canalización y desagüe deberían quedar
reservadas para casos extremos y para evitar el anegamiento de zonas
pobladas.
No es casualidad
que el lema de 2017, para el Día mundial de los humedales sea:
“Humedales para la reducción del riesgo de desastres”, toda una
definición y además agrega que: "los grandes detractores de
este proyecto" (ley de Humedales que está en el Congreso) son
"intereses muy grandes que quieren avanzar sobre los humedales y
que no quieren ninguna normativa", representados sobre todo por
el agronegocio y la especulación inmobiliaria.
Coincidiendo
nuevamente con Ameghino cito lo siguiente: “En todos los puntos
donde hay bañados o pantanos de consideración, en vez de darles
desagüe desecando por completo el área que ocupan, se debería
tratar de reducir su superficie aumentando la profundidad es decir,
haciendo estanques o lagunas artificiales.
Por último creo
que frente a estos problemas, no se puede cerrar la puerta a una
discusión más amplia y con una mirada mucho más abarcadora que la
que dictan las urgencias actuales.
Ricardo Luis
Mascheroni es docente.
Fuente:
Ricardo Luis Mascheroni, El desafío no es cómo sacar el agua, sino cómo retenerla (resumen), 15/02/17, Rebelión.
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