domingo, 23 de octubre de 2016

El patrimonio natural y el cultural son facetas de la misma experiencia humana


por Antonio Elio Brailovsky

Queridos amigos:

Todavía nuestros organismos de gestión siguen pensando en preservar por separado el patrimonio natural y el patrimonio cultural. A pesar de tantos abrazos de recomendaciones de los profesionales de UNESCO y de muchas otras instituciones reconocidas, los arquitectos se ocupan de los edificios, los biólogos de los ecosistemas y los antropólogos del patrimonio intangible, todos por separado, como si la experiencia humana no fuera una realidad técnica y totalizadora.

El patrimonio es identidad y la identidad no puede ser reducida a pedazos gestionados por diferentes grupos profesionales. Sus vínculosson tan poderosos que exceden cualquier limitación.

En esta entrega, ustedes reciben:
Un texto del escritor libanés contemporáneo Amin Maalouf, en el que compara la necesidad de salvar especies y ecosistemas en peligro de extinción con la de preservar las lenguas y culturas humanas amenazadas anteriormente por el colonialismo y ahora por el feroz proceso de globalización.
El texto de Maalouf está acompañado por una fotografía del siglo XIX, en la que se ve a un maestro francés imponiendo el idioma de la metrópoli a los niños árabes en Argelia.
Un ejemplo concreto de como lo natural y cultural son facetas de lo mismo: una familia italiana se ocupa de recuperar árboles frutales que no son rentables en nuestro sistema económico. Muchas de esas frutas son reconocibles en obras de arte de siglos anteriores.
La obra de arte que acompaña esta entrega es “La Virgen de la Pera”, del pintor del Renacimiento Alberto Durero, donde se reconoce una fruta que hoy no está en el mercado.
El recordatorio de mi libro “Ésta, nuestra única Tierra”, en el que pueden ampliarse estos temas, y el contacto con el editor, para quienes tengan interés en el mismo.
Un gran abrazo a todos.

Antonio Elio Brailovsky

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El formidable poder que la ciencia y la tecnología modernas ofrece al ser humano puede utilizarse con fines opuestos, devastadores unos, reparadores otros. Así nunca ha estado la naturaleza tan maltratada; pero estamos mucho mejor preparados que antes para protegerla, pues disponemos de medios para intervenir mucho más importantes, y también porque estamos mucho más sensibilizados que antes hacia ese problema.

Ello no quiere decir que nuestra acción reparadora está siempre a la altura de nuestra capacidad de hacer daño, como por desgracia ponen de manifiesto muchos ejemplos: la capa de ozono o las muchas especies que aún corren peligro de extinción.

Había podido referirme a muchos otros campos además del medioambiental. Si he elegido éste es porque algunos de los riesgos que en él existen son análogos a los de la mundialización. En ambos casos, la diversidad está amenazada; a semejanza de esas especies que han vivido millones de años y hoy vemos extinguirse, muchas culturas que han logrado mantenerse durante cientos o miles de años podrían igualmente desaparecer ante nuestros ojos si no tomamos medidas para evitarlo.

Algunas ya están desapareciendo. Hay lenguas que se dejan de utilizar con la muerte de sus últimos hablantes. Comunidades humanas que en el transcurso de la Historia habían forjado una cultura original, hecha de mil y un felices descubrimientos “formas de vestir, medicamentos, imágenes, músicas, gestos, artesanías, fórmulas culinarias, narraciones...”, corren hoy el peligro de perder su tierra, su lengua, su memoria, sus saberes, su identidad específica, su dignidad.

No me refiero únicamente a las sociedades que están desde siempre muy apartadas de las grandes corrientes de la Historia, sino a innumerables comunidades humanas de Occidente y de Oriente, del Norte como del Sur, en la medida en que todas tienen sus singularidades. A mi modo de ver, no se trata de fijarlas en un momento dado de su desarrollo, y aún menos de convertirlas en atracciones de feria; se trata de conservar nuestro patrimonio común de conocimientos y actividades, en toda su diversidad y en todas las latitudes, desde Provenza hasta Borneo, desde Luisiana hasta la Amazonía; se trata de dar a todos los seres humanos la posibilidad de vivir plenamente en el mundo de hoy, de sacar provecho plenamente de todos los avances técnicos, sociales e intelectuales sin que pierdan por ello su memoria específica ni su dignidad.

¿Por qué habríamos de preocuparnos menos por la diversidad de culturas humanas que por la diversidad de especies animales o vegetales? Ese deseo nuestro, tan legíimo, de conservar el entorno natural, ¿no deberíamos extenderlo también al entorno humano? Desde el punto de vista tanto de la naturaleza como de la cultura, nuestro planeta sería muy triste si sólo hubiera en él especies "útiles", más otras cuantas que nos parecieran "decorativas" o que hubieran adquirido un valor simbólico.

Al evocar todos esos aspectos de la cultura humana se pone claramente de manifiesto que ésta obedece simultáneamente a dos lógicas distintas: la de la economía, que cada vez tiende más a una competencia sin obstáculos, y la de la ecología, que es de vocación protectora. La primera, obviamente, es propia de los tiempos que corren, pero la segunda tendrá siempre su razón de ser. Hasta en los países más partidarios de la libertad económica absoluta se promulgan leyes protectoras para evitar, por ejemplo, que un enclave natural sea destrozado por los promotores inmobiliarios. En el caso de la cultura hay que recurrir a veces a esos mismos procedimientos para tomar precauciones, para evitar lo irreparable.

Pero esas medidas no pueden ser más que una solución provisional. A largo plazo será necesario que tomemos el relevo nosotros, los ciudadanos; la batalla por la diversidad cultural se ganará cuando estemos dispuestos a movilizarnos intelectual, afectiva y materialmente para defender una lengua en peligro de desaparición con tanta convicción como para impedir la extinción del panda o del rinoceronte.

De todas las pertenencias que atesoramos, la lengua es casi siempre una de las más determinantes.

La lengua tiene la maravillosa particularidad de que es a un tiempo factor de identidad e instrumento de comunicación. Por eso, y contrariamente al deseo que formulaba en el caso de la religión, extraer lo linguístico del ámbito de la identidad no me parece ni factible ni conveniente. Es vocación de la lengua seguir siendo el eje de la identidad cultural, y la diversidad linguística el eje de toda diversidad.

Todo ser humano siente la necesidad de tener una lengua como parte de su identidad; esa lengua es unas veces coman a cientos de millones de personas, otras solo a algunos miles, y poco importa; a este nivel, lo único que cuenta es el sentimiento de pertenencia. Todos necesitamos ese vínculo poderoso y tranquilizador. Nada hay más peligroso que tratar de cortar el maternal cordón que une a un hombre con su lengua. Cuando se corta, o se perturba gravemente, ello afecta de manera desastrosa a su personalidad entera. El fanatismo que ensangrienta Argelia se explica por una frustración que está aún más ligada a la lengua que a la religión; Francia apenas intentó convertir al cristianismo a los musulmanes argelinos, pero se quiso sustituir su lengua por el francés, de manera expeditiva, y sin concederles a cambio una auténtica ciudadanía.

Es esencial que se establezca claramente, sin la menor ambiguedad, y que se vigile sin descanso el derecho de todo ser humano a conservar su lengua propia y a utilizarla con plena libertad.

(Amin Maalouf: Identidades asesinas, Alianza Editorial, 1998)

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Fuente:
Antonio Elio Brailovsky, El patrimonio natural y el cultural son facetas de la misma experiencia humana, 21/10/16, Defensoría Ecológica. Consultado 23/10/16.

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