Todavía nuestros
organismos de gestión siguen pensando en preservar por separado el
patrimonio natural y el patrimonio cultural. A pesar de tantos
abrazos de recomendaciones de los profesionales de UNESCO y de muchas
otras instituciones reconocidas, los arquitectos se ocupan de los
edificios, los biólogos de los ecosistemas y los antropólogos del
patrimonio intangible, todos por separado, como si la experiencia
humana no fuera una realidad técnica y totalizadora.
El patrimonio es
identidad y la identidad no puede ser reducida a pedazos gestionados
por diferentes grupos profesionales. Sus vínculosson tan poderosos
que exceden cualquier limitación.
En esta entrega,
ustedes reciben:
Un texto del escritor libanés contemporáneo Amin Maalouf, en el que compara la necesidad de salvar especies y ecosistemas en peligro de extinción con la de preservar las lenguas y culturas humanas amenazadas anteriormente por el colonialismo y ahora por el feroz proceso de globalización.
El texto de Maalouf está acompañado por una fotografía del siglo XIX, en la que se ve a un maestro francés imponiendo el idioma de la metrópoli a los niños árabes en Argelia.
Un ejemplo concreto de como lo natural y cultural son facetas de lo mismo: una familia italiana se ocupa de recuperar árboles frutales que no son rentables en nuestro sistema económico. Muchas de esas frutas son reconocibles en obras de arte de siglos anteriores.
La obra de arte que acompaña esta entrega es “La Virgen de la Pera”, del pintor del Renacimiento Alberto Durero, donde se reconoce una fruta que hoy no está en el mercado.
El recordatorio de mi libro “Ésta, nuestra única Tierra”, en el que pueden ampliarse estos temas, y el contacto con el editor, para quienes tengan interés en el mismo.
Un gran abrazo a
todos.
Antonio Elio
Brailovsky
El formidable
poder que la ciencia y la tecnología modernas ofrece al ser humano
puede utilizarse con fines opuestos, devastadores unos, reparadores
otros. Así nunca ha estado la naturaleza tan maltratada; pero
estamos mucho mejor preparados que antes para protegerla, pues
disponemos de medios para intervenir mucho más importantes, y
también porque estamos mucho más sensibilizados que antes hacia ese
problema.
Ello no quiere
decir que nuestra acción reparadora está siempre a la altura de
nuestra capacidad de hacer daño, como por desgracia ponen de
manifiesto muchos ejemplos: la capa de ozono o las muchas especies
que aún corren peligro de extinción.
Había podido
referirme a muchos otros campos además del medioambiental. Si he
elegido éste es porque algunos de los riesgos que en él existen son
análogos a los de la mundialización. En ambos casos, la diversidad
está amenazada; a semejanza de esas especies que han vivido millones
de años y hoy vemos extinguirse, muchas culturas que han logrado
mantenerse durante cientos o miles de años podrían igualmente
desaparecer ante nuestros ojos si no tomamos medidas para evitarlo.
Algunas ya están desapareciendo. Hay lenguas que se dejan de utilizar con la muerte de sus últimos hablantes. Comunidades humanas que en el transcurso de la Historia habían forjado una cultura original, hecha de mil y un felices descubrimientos “formas de vestir, medicamentos, imágenes, músicas, gestos, artesanías, fórmulas culinarias, narraciones...”, corren hoy el peligro de perder su tierra, su lengua, su memoria, sus saberes, su identidad específica, su dignidad.
No me refiero
únicamente a las sociedades que están desde siempre muy apartadas
de las grandes corrientes de la Historia, sino a innumerables
comunidades humanas de Occidente y de Oriente, del Norte como del
Sur, en la medida en que todas tienen sus singularidades. A mi modo
de ver, no se trata de fijarlas en un momento dado de su desarrollo,
y aún menos de convertirlas en atracciones de feria; se trata de
conservar nuestro patrimonio común de conocimientos y actividades,
en toda su diversidad y en todas las latitudes, desde Provenza hasta
Borneo, desde Luisiana hasta la Amazonía; se trata de dar a todos
los seres humanos la posibilidad de vivir plenamente en el mundo de
hoy, de sacar provecho plenamente de todos los avances técnicos,
sociales e intelectuales sin que pierdan por ello su memoria
específica ni su dignidad.
¿Por qué
habríamos de preocuparnos menos por la diversidad de culturas
humanas que por la diversidad de especies animales o vegetales? Ese
deseo nuestro, tan legíimo, de conservar el entorno natural, ¿no
deberíamos extenderlo también al entorno humano? Desde el punto de
vista tanto de la naturaleza como de la cultura, nuestro planeta
sería muy triste si sólo hubiera en él especies "útiles",
más otras cuantas que nos parecieran "decorativas" o que
hubieran adquirido un valor simbólico.
Al evocar todos
esos aspectos de la cultura humana se pone claramente de manifiesto
que ésta obedece simultáneamente a dos lógicas distintas: la de la
economía, que cada vez tiende más a una competencia sin obstáculos,
y la de la ecología, que es de vocación protectora. La primera,
obviamente, es propia de los tiempos que corren, pero la segunda
tendrá siempre su razón de ser. Hasta en los países más
partidarios de la libertad económica absoluta se promulgan leyes
protectoras para evitar, por ejemplo, que un enclave natural sea
destrozado por los promotores inmobiliarios. En el caso de la cultura
hay que recurrir a veces a esos mismos procedimientos para tomar
precauciones, para evitar lo irreparable.
Pero esas medidas
no pueden ser más que una solución provisional. A largo plazo será
necesario que tomemos el relevo nosotros, los ciudadanos; la batalla
por la diversidad cultural se ganará cuando estemos dispuestos a
movilizarnos intelectual, afectiva y materialmente para defender una
lengua en peligro de desaparición con tanta convicción como para
impedir la extinción del panda o del rinoceronte.
De todas las
pertenencias que atesoramos, la lengua es casi siempre una de las
más determinantes.
La lengua tiene
la maravillosa particularidad de que es a un tiempo factor de
identidad e instrumento de comunicación. Por eso, y contrariamente
al deseo que formulaba en el caso de la religión, extraer lo
linguístico del ámbito de la identidad no me parece ni factible ni
conveniente. Es vocación de la lengua seguir siendo el eje de la
identidad cultural, y la diversidad linguística el eje de toda
diversidad.
Todo ser humano
siente la necesidad de tener una lengua como parte de su identidad;
esa lengua es unas veces coman a cientos de millones de personas,
otras solo a algunos miles, y poco importa; a este nivel, lo único
que cuenta es el sentimiento de pertenencia. Todos necesitamos ese
vínculo poderoso y tranquilizador. Nada hay más peligroso que
tratar de cortar el maternal cordón que une a un hombre con su
lengua. Cuando se corta, o se perturba gravemente, ello afecta de
manera desastrosa a su personalidad entera. El fanatismo que
ensangrienta Argelia se explica por una frustración que está aún
más ligada a la lengua que a la religión; Francia apenas intentó
convertir al cristianismo a los musulmanes argelinos, pero se quiso
sustituir su lengua por el francés, de manera expeditiva, y sin
concederles a cambio una auténtica ciudadanía.
Es esencial que
se establezca claramente, sin la menor ambiguedad, y que se vigile
sin descanso el derecho de todo ser humano a conservar su lengua
propia y a utilizarla con plena libertad.
(Amin Maalouf:
Identidades asesinas, Alianza Editorial, 1998)
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Fuente:
Antonio Elio Brailovsky, El patrimonio natural y el cultural son facetas de la misma experiencia humana, 21/10/16, Defensoría Ecológica. Consultado 23/10/16.
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