Abril de 1987 -
Semana Santa
- Mayor Barreiro,
¿por qué esto?
- Mire, en mi
opinión estamos atravesando por una etapa crítica para la vida del
ejército. Yo veo que estamos siendo conducidos inexorablemente a una
profunda transformación en la vida de la institución. Se han
desencadenado a través de estos años una serie de actos que nos
conducen prácticamente hacia la desintegración. (...) Cómo puedo
estar yo tranquilo si la semana pasada un suboficial mío ha quedado
en prisión preventiva cuando yo le puedo decir que es unos de los
hombres que he conocido en mi vida de mayor calidad humana y además
de un coraje excepcional. La gente no sabe cuál ha sido su actuación
en la guerra; sí sabe que está preso por excesos. (...) Nosotros
creemos que acá hubo una guerra que no solo deber ser entendida sino
reivindicada.
Quien pregunta es
un periodista del diario La Nueva Provincia. El que responde es el
por entonces Mayor Ernesto “Nabo” Barreiro, que está vestido con
su uniforme. Ese día debía presentarse a declarar por los mismos
delitos por los que fue condenado el jueves pasado a cadena perpetua,
29 años después. Como nadie en su sano juicio puede hacer (al menos
públicamente) una defensa política de las metodologías utilizadas
por el Terrorismo de Estado, Barreiro ensaya la teoría de la guerra,
la de los excesos, la de los dos demonios; nada nuevo, ¿no Mauricio?
Quizá no sea un
hecho recordado y para muchos que no vivieron aquellos años de la
postdictadura, hasta pudiera ser desconocido, pero el alzamiento de
los carapintadas que lideró Aldo Rico comenzó el día en que
Barreiro escapó de la justicia y se fue al cuartel. Y no fue un
intento de golpe de Estado, al menos no era ese el objetivo
principal. Lo que querían era impunidad. Y la consiguieron, porque
Raúl Alfonsín, con los líderes de la “renovación” del
peronismo (Cafiero, Manzano, Menem, entre otros), acordaron
entregarles vía Congreso la segunda ley de impunidad, la de
Obediencia Debida, que liberaba a los rangos medios y bajos de toda
responsabilidad en las atrocidades cometidas con el pretexto del
cumplimiento de las órdenes. Barreiro y sus secuaces lograron sus
objetivos a medias, porque si bien la impunidad los amparó durante
años, la reivindicación política nunca llegó y hoy parece
imposible.
El jueves 25 de
agosto, con la sentencia de la Megacausa La Perla/Campo de la Ribera,
se cerró un pedacito de aquella historia. Barreiro, que durante el
juicio que duró casi 4 años no abandonó su estilo confrontativo y
provocador, recibió una de las 28 condenas a cadena perpetua. Su
historia particular sirve para darles a estos juicios la entidad que
se merecen. Todas las críticas son válidas: que llegan tarde, que
son pocos los genocidas enjuiciados, que la impunidad biológica es
ineludible, que muchos cumplen su sanción en prisiones domiciliarias
vergonzosas; todo eso es cierto. Pero no puede redundar en un
análisis desvalorizador de lo que hemos conseguido con tanto
esfuerzo. Vale preguntarle a los armenios si no quisieran tener
juicios que al menos arrojen verdad sobre el genocidio de su pueblo
100 años después. O quizá convenga analizar la salida española
tras los crímenes del franquismo y cómo lo que los hijos de las
víctimas aceptaron tapar con el Pacto de la Moncloa, ahora los
nietos necesitan desenterrar para conocer esa parte de su propia
historia que les ha sido arrancada y silenciada con la mordaza de la
reconciliación y la alternancia bipartidista.
El 24 de marzo
diluído
Si bien la
lectura del veredicto duró casi una hora y media, uno de los hechos
más significativos conceptualmente ocurrió en el punto 1 de la
resolución judicial, apenas a dos minutos del comienzo. “El
tribunal, por unanimidad, dispone: no hacer lugar a la prescripción
de la acción penal incluso con aquellos hechos acaecidos con
anterioridad al golpe de Estado 24 de marzo de 1976”. Esa fecha la
tenemos marcada a fuego. Está bien que así sea, es un símbolo que
contribuye a entender lo sucedido durante el Terrorismo de Estado en
Argentina. Pero desde hace años, en varias causas, se viene
reflejando una continuidad temporal que desdibuja aquella fecha.
Ayer, el tribunal condenó igual por hechos cometidos en 1975, que en
1977. Les dio el mismo estándar. Consideró que son delitos de lesa
humanidad, por lo tanto imprescriptibles. En democracia y en
dictadura. No es poco. Sobre todo cuando hace algunos meses un fallo
de Casación revirtió las condenas a tres genocidas autores de la
Masacre de Capilla del Rosario, Catamarca, en la que fueron fusilados
ilegalmente 16 militantes. El argumento central de ese fallo, un
verdadero retroceso en la construcción de Memoria, Verdad y
Justicia, fue que los hechos habían ocurrido en agosto de 1974, por
lo tanto en democracia, como si un Estado democrático pudiera
asesinar legalmente a través de sus fuerzas de seguridad… ¿conocen
algún Estado democrático que haga eso? Desde nuestros medios
comunitarios, alternativos y populares reflejamos todos los días
casos de gatillo fácil y asesinatos sumarios. No es atrevido pensar
que cambió el sujeto social atacado, ya no solo los militantes sino
también los chicos y chicas de los barrios pobres de todo el país,
pero la maquinaria parece ser la misma, aun con cambios
metodológicos. Reflejar los hechos ocurridos durante el genocidio
con la misma intensidad con la que visibilizamos la realidad de los
asesinatos y desapariciones cometidas hoy por las fuerzas de
seguridad, es una tarea ineludible. No hay contradicción. Memoria
dinámica que no se congele en el Estado de aquellos años, y un
aprendizaje que debería convertirse en exigencia: que no tengan que
pasar otros 30 o 40 años.
Fuente:
La condena a Barreiro y el fin de una impunidad que no puede repetirse, 28/08/16, Red Nacional de Medios Alternativos.
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