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| Fukushima. Señal de prohibición de acceso a veinte kilómetros de la central de Fukushima Dai ichi. Foto: AG |
por Andrea González
Un punto de fuga es, en términos geométricos, el lugar donde
convergen las líneas paralelas a una dirección dada en el espacio. Es un punto
impropio, situado en el infinito. Un ejemplo intuitivo de esta figura es el
lugar donde veríamos confluir los dos rieles de una vía de tren en el
horizonte. Un límite, en cambio, es en términos matemáticos una magnitud a la
que se acercan progresivamente los términos de una secuencia infinita: un borde
o frontera de algo. Fukushima hoy, es un lugar en el espacio infinito y un
límite. Un punto de fuga que atisbamos, pero al que no podemos llegar. Un
nombre maldito.
Delimitado por un radio de veinte kilómetros que comenzó
tras la fusión del núcleo del reactor tres de la central nuclear de Dai ichi,
el Efecto Fukushima se ha ido expandiendo lentamente a medida que el Gobierno
declaraba la situación crítica.
El azote del tsunami del este de Honshu no encontró barrera
alguna en el perímetro de la central nuclear, que solo contaba con un muro de
seis metros, en una región en la que son habituales los tsunamis de treinta o
cuarenta metros. En este caso, el agua alcanzó una altura de quince y una
cascada de fallos en el suministro energético desencadenó el golpe de gracia
con la fusión del núcleo de tres reactores de la central.
La frontera de seguridad en la que no se permite la vida
pasó de veinte a treinta kilómetros y de treinta a cincuenta kilómetros en unos
meses. El miedo y el respeto a esta catedral de lo intangible ha convertido hoy
el límite de la ciudad de Fukushima en un espacio incierto y expansivo del que
la gente huye con el mismo temor con el que se rehuía la peste bubónica en el
siglo XIV.
La radiación liberada por el combustible MOX, una mezcla de
óxido de plutonio y óxido de Uranio, que la empresa japonesa TEPCO estaba
probando de manera experimental en el reactor tres, causó un grito de espanto
entre la población que desde 2011 organizó una movilización social en con el
lema No Nukes (No a las nucleares) en la que se recordaron también los graves
errores de Tokaimura en 1997 y 1999 en Ibaraki hasta conseguir que el Gobierno
central cediese ante la presión popular y detuviese en mayo de 2012 las
cincuenta y cuatro centrales atómicas del país.
Casi tan poderosa como las ciudades de Tokio o Nueva York,
Fukushima ha generado una movilización mundial que en vez de atracción, genera
repulsión y ha marcado el trazado urbanístico y la calificación del suelo a la
baja en las ciudades colindantes de igual y opuesta manera que un yacimiento de
petróleo altera e instiga a sus habitantes a movilizarse bajo su efecto. Un
radio de hasta cien kilómetros no basta para salvaguardar del terror ante el
silencio de un enemigo que ataca por todos los flancos: el agua, la leche, las
verduras, la ropa tendida, los niños jugando en la calle, el suelo.
Este lugar, al que nadie se atreve a enfrentarse y cuyas
instantáneas revelan imágenes cotidianas de bicicletas rotas, cafés
abandonados, cabinas de teléfonos devencijadas y barandillas dobladas, ha
marcado el tiempo de vida a través de un radio en kilómetros y ha generado una
huida de la población civil a las provincias del Ibaraki, Sendai y Miyagi.
Dos años después del desastre y ante la paulatina
regularización y estimación aproximada de los daños locales, la prefectura ha
recibido ayudas de voluntarios y arquitectos en las ciudades de Souma, Koriyama
y Minami Souma, protegidos ante la imagen dudosa del radio de explansión
nuclear, que dicen, no afecta más allá del límite establecido por el Gobierno.
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| Comercio abandonado en Fukushima. Foto: AG |
En Fukushima, el arquitecto Yasuhiro Yamashita aportó una
colaboración con el proyecto Mobile Smile Project de vivienda temporal en la
ciudad de Koriyama y la Log
House Association de Tohoku propuso el espacio temporal
comunitario de las ciudades de Minami Souma y Motomiya, en colaboración con el
estudio Haryu y la
Universidad de Japón. Además de los arquitectos, los
voluntarios desarrollaron un programa de radio-ayuda y clases de meditación, y
las instituciones SOS y JVC propusieron un voluntariado internacional en Aizu
Wakamatsu que incluía dar clases de inglés a los mayores en un pueblo a
cincuenta kilómetros de la ciudad.
En esta región, en la que el Gobierno ha vetado cualquier
tipo de nueva construcción desde hoy a diez años y en la que la incertidumbre
ha generado un temor sin igual, aún quedan doscientas ochenta mil personas que
no han abandonado sus hogares, incluyendo los cien mil evacuados de la zona
límite.
Entre sus perspectivas de futuro a largo plazo, se encuentra
el plan de vida de la ciudad de Data, en la que se ha desarrollado un proyecto
extremo en convivencia con una radiación máxima de cinco milisieverts al año.
No obstante, muchos ancianos han aceptado el hecho de no volver a ver a sus
hijos y nietos en esta región en el futuro, porque según dicen, el peligro aún
no ha pasado: la radiación está disuelta en el aire y es imposible determinar
el diámetro de esta esfera expansiva de miedo ante lo invisible.
Fuente:
Japón dos años después. Fukushima: ciudad límite, 26/02/13, The Huffington Post.


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