Por la lluvia desbordó un arroyo y agravó la situación; hay
cientos de autoevacuados.
por Valeria Musse
Amanecía en la ciudad y los vecinos, nerviosos,
recorrían las calles no muy alejadas del centro. No se trataba de un día más. A
pocos metros de sus viviendas el arroyo Azul comenzaba a tomar fuerzas y
crecía, insolente, cada vez con más rapidez, sobre el canal que lo encauza.
No hubo que esperar mucho tiempo para que el temor de los
vecinos se convirtiera en realidad: a primera hora de la mañana el agua que
desbordaba el arroyo ingresó en el casco urbano. Primero, a eso de las 8.30,
comenzó a correr por el balneario municipal, para luego filtrarse por las
calles y los parques aledaños. Unos minutos después el torrente fluía
descontrolado, casi convertido en río.
La lluvia, que en unos pocos días suma 300 mm en una amplia zona de
la provincia de Buenos Aires, brindaba en esta ciudad su peor cara. Hasta
anoche había más de 600 evacuados en todo el territorio bonaerense. Algunas
localidades pequeñas estaban aisladas y los cortes de rutas se sucedían en
Tandil, Balcarce, Tres Arroyos y Coronel Pringles, entre otras ciudades.
Un comité de crisis ordenado por el gobernador Daniel Scioli
funcionaba en La Plata.
Ricardo, un vecino de Azul, decidió pasar la noche del
jueves en una carpa, sobre el techo de su restaurante Puerto Verde. Desde allí,
desconsolado, veía cómo, otra vez, la marea marrón se filtraba entre las pocas
pertenencias que le quedaban. "Siento una impotencia muy grande",
decía mientras su mirada se perdía en el arroyo desbordado. Es que con la
inundación de la semana pasada intentaron robarle, armó una carpa sobre el
techo del bar y allí esperar lo que el destino fuera a depararle.
El viernes a la mañana ya era imposible llegar hasta él. Lo
que hasta el jueves había sido la calle que comunicaba su local con la ciudad
era un canal y el restaurante tenía más de dos metros de agua en su interior.
Las últimas lluvias caídas (alrededor de 300 milímetros ) en
la localidad de Chillar, situada en la cuenca alta del arroyo Azul, no eran una
buena noticia para los habitantes del casco urbano de la ciudad. Y por eso
muchos vecinos se acercaban a la ribera, deseosos de que el agua no avanzara
nuevamente. Es que hace apenas una semana ya habían pasado por la triste
historia de ver cómo la inundación crecía sin que nada ni nadie pudiera
detenerla.
Rubén Calandra vive a cuatro cuadras del balneario, en el
barrio San Martín, y una semana atrás tuvo que sacar de su vivienda 20 centímetros de
agua. "Todavía no terminé de secar las cosas", le contó a La Nación. A sus pies, el
agua otra vez tocaba sus zapatillas.
La ciudad, al mismo tiempo, se preparaba para lo peor.
Trozos de madera hacían las veces de diques de contención en un gran número de
casas. También se utilizaban escombros y bolsas de arena para impedir, o al
menos reducir, el ingreso de agua a los inmuebles.
Un dato curioso: era difícil conseguir en algún comercio
cámaras para pelotas de fútbol. ¿Cómo se relacionaba su escasez con la
tormenta? Sólo bastó el ingenio de los pobladores para que esa goma sirviera de
barrera para evitar que el agua de las napas retornara a las viviendas.
Pese a que la comuna indicó que sólo se evacuó a 12 vecinos,
lo cierto es que cientos de personas decidieron marcharse por propia voluntad.
Catalina Amato resolvió, por precaución, no sólo levantar
todos los muebles y electrodomésticos, sino también llevar a sus hijos a la
casa de un familiar.
"El día después es peor", contó la mujer al
recordar cómo hizo con una hidrolavadora para limpiar el interior de su
vivienda. No es fácil luchar contra el barro -que todo lo arruina- y el olor
nauseabundo que deja el agua del arroyo cuando se va.
Como ella, otras familias decidieron irse de sus casas.
Persianas bajas y un profundo silencio acompañaban el triste paisaje anegado.
Las escenas de desolación y desconsuelo se repitieron a lo largo de toda la
jornada, en especial después del mediodía, cuando el agua continuaba
filtrándose por las calles de la ciudad ininterrumpidamente y a un ritmo
sostenido.
Azul era, al caer la tarde, un páramo inundado. No había
gente en las calles y muchos habían abandonado la ciudad.
Desde la ventana de su casa, de la que no podía salir, ya
que el agua estaba a dos escalones de distancia, Claudia Rossi dijo a La Nación que otrora sus
vecinos salían a la calle y pasaban el mal momento juntos. "Esta vez,
cansados por la situación, se fueron todos". Por suerte para ella, al
cierre de esta edición, ya se había anunciado la bajante.
Los ruralistas no fueron ajenos al temporal de lluvia que
azotó con dureza en las últimas semanas las tierras de este distrito. Cientos
de hectáreas permanecían ayer bajo agua y algunos caminos eran intransitables
debido a la fuerte corriente que los atravesaba. "Hay infinidad de
cultivos de trigo y cebada a los que no se les puede hacer ningún tipo de labor
-contó el vicepresidente de la Sociedad Rural local, Martín Salgado, a La Nación-. Y en la parte
ganadera se perdió hacienda por falta de pastura", aclaró.
A la vera de la ruta 3, el exceso de agua acumulada provocó
que, por momentos, se anegara y el líquido llegara también a la ciudad, por esa
vía, algo que no suele ser habitual.
En diálogo con La Nación , el intendente José Inza explicó que, a diferencia de
las inundaciones de mayo y de la semana pasada, Azul quedó encerrada entre dos
frentes: el arroyo y los préstamos (cunetas y aledaños) de la ruta, por donde
escurre el agua de los campos.
Fuente:
Azul, una ciudad bajo el agua, 25/08/12, La Nación.
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