lunes, 7 de marzo de 2011

El agua de la vida y la sombra de la muerte (cuarta parte)

Cercado desde temprano por la muerte -la de su padre, la de sus hijos- el ingeniero Casaffousth dio a luz el dique que hasta hoy brinda agua a los cordobeses. Su trayectoria pública y sus obras fueron fuente de polémicas y estigmas. Al punto que protagonizó un proceso judicial muy comprometido, que dejó marcada su imagen.

por Doralice Lusardi

El derrumbe
Todas estas apuestas al futuro tendrían un alto costo. Cuando la crisis de 1890 empiece a echar abajo las que parecían sólidas bases de ese progreso, Casaffosusth recibirá un golpe tras otro. Los próximos años le verían caer poco a poco ante el ataque feroz al dique, al que se le atribuían defectos de concepción y construcción, afirmándose que en cualquier momento podía ceder y las aguas embalsadas derramarse sobre la ciudad, haciéndola desaparecer. Se desencadenó así el juicio penal, la injusta prisión, el cuestionamiento a su predicado prestigio como ingeniero y la entrega de sus bienes 'a vil precio' -en palabras de Bialet Massé- debido entre otras cosas a los múltiples compromisos contraídos para afrontar sus obras profesionales y sus inversiones personales.

El juicio finalizaría con la absolución de Casaffousth y Bialet Massé, cargándose las costas a la provincia. Lo peor de la tempestad pasará y el ingeniero seguirá por algunos años viviendo en Córdoba, participando en tareas relacionadas con el funcionamiento de las obras de riego y desempeñando sus cátedras en la Facultad. También intervendrá en otro proyecto progresista para solucionar el problema del agua potable en la ciudad. Según Álvarez(6): "La intendencia Municipal... comisionó al ingeniero Casaffousth... para que practicase los estudios conducentes a aumentar la provisión de agua y mejorarla, y al mismo tiempo crear una caída de agua, cuya fuerza motriz se utilizaría para la producción de electricidad destinada al alumbrado. dicho señor elevó su estudio e informe a fines de diciembre de ese mismo año, acompañando los planos, presupuestos, especificaciones, etc., etc., de las construcciones que proponía.

El señor Casaffousth proyectaba continuar la acequia municipal hasta la esquina San Juan y Balcarce, extremo sudeste de la parte central de la ciudad, y de allí, después de filtrada, elevar el agua, por medio de bombas, a los depósitos de presión y distribución situados, según el proyecto, a 400 metros de distancia y 47 metros de altura de la nueva usina hidráulica proyectada... Las bombas serían accionadas por la fuerza hidráulica, pues podrían disponer de 1.020 caballos de vapor, que cuando las bombas no trabajaran se emplearían en producir electricidad, como hemos dicho, para el alumbrado.

Ingeniero Carlos Adolfo Casaffousth

Todas las instalaciones, bombas, estanques de decantación, filtros, depósitos de presión y cañerías, están calculados para suministrar 7.500 metros de agua pura cada 24 horas, los que añadimos a los que produce el actual establecimiento daría en redondo, 10.000 metros cúbicos por día, con la que quedaría esta población regularmente servida y provista de agua de primera calidad".

Pero este proyecto tampoco llegó a concretarse, sumando una nueva decepción. Así lo relataría Casaffousth en una carta personal a Miguel Juárez Célman, el 29 de octubre de 1892: "Estaba estudiando un proyecto espléndido, nivelando la acequia municipal, seguir adelante y sobre las barrancas frente a la estación del Central Argentino a la altura de la estación del tranway de San Vicente, encontré que podía disponer de una caída de agua de mil caballos de fuerza, no necesito extenderme más al respecto, V. ha comprendido ya seguramente el alcance que esto tiene. ¿Mil caballos de fuerza en el centro de Córdoba? Como hablar de estas cosas en la Córdoba de hoy, es exponerse a ser apedreado o encarcelado".

Y afirmaba: "... he resuelto con todo sentimiento irme de Córdoba, donde me había fijado definitivamente y donde han nacido todos mis hijos. pero soy ahora un amnistiado del patriotismo, el autor del gran crimen, del desastre y otras lindezas por el estilo. V. comprenderá mi resolución de irme de aquí tan pronto como se termine, o mejor diré, se consuma el salvajismo con que se me acomete".

La resolución estaba tomada, y sólo era una cuestión de tiempo llevarla a la práctica. Así fue como en 1895 Carlos Casaffousth se marchó de Córdoba.

Sólo volvió una vez, para llevarse los restos de sus dos hijitos muertos. Se dice que llegó por la mañana, fue directamente al cementerio, retiró los cuerpos y salió de regreso el mismo día, si visitar ni ver a nadie, excepto a don Juan Bialet Masse, quien lo acompañó a la estación de ferrocarril para despedirlo. Allí pudo observar cómo, en el momento de la salida del tren, Casaffousth se sacudía con un pañuelo la ropa, maldiciendo hasta el polvo de esta ciudad, que no quería llevarse al partir.

Realizaría todavía algunas importantes obras hidráulicas, como el Canal de la Cuarteada en Santiago del Estero. Allí,según Bialet, "fue albañil, calero, lo fue todo, hasta puso dinero de su bolsillo; allí perdió sus últimos hijos allí lloró sangre y lágrimas; y allí... también estaba puesta una orden de prisión, en pago de tanto mérito y tanto trabajo".

Si buscó entonces fuerzas en el refugio de su hogar, habrá notado más que nunca la falta de sus pequeños. Cuatro hijos había perdido la pareja y sólo una niña les quedó para consuelo. Estas pérdidas perturbaron de tal modo a Casaffousth que así reflejó Bialet Massé su estado de ánimo y la preocupación de sus amigos: "... la muerte de sus hijos arrebatados por la difteria y el tifus, le arrancaron a jirones el alma, hasta el punto de temer por su razón; trabajaba sin descanso para distraerse, y trabajaba día y noche. La imagen de sus hijos queridos le acompañaban hasta en el sueño".

En agosto de 1900, cuando tenía cuarenta y seis años, una pleuresía puso fin a su apasionada existencia, en una casa de campo perteneciente a la familia de su esposa, cerca de la localidad entrerriana de Gualeguay. Sólo le sobreviviría una hija, María Eugenia, quien con su gemela, María Eduarda, había sido dada a luz, igual que el dique San Roque, en aquel 1889 preñado a la vez de esperanzas y señales de tormenta.

Pero la memoria colectiva de los cordobeses no registra la muerte de Casaffousth como realmente ocurrió, sino que desde hace más de un siglo insiste en imaginar un supuesto suicidio, ocurrido según algunos en la cárcel de Córdoba y según otros junto al dique de sus desvelos.

Tal vez tengan razón, y la verdadera muerte del ingeniero no haya sido la que el intachable documento histórico de Gualeguay consigna, sino la que empezó a destruirlo material y espiritualmente en Córdoba, cuando sus sueños comenzaron a derrumbarse como muchos auguraban que se derrumbaría el Dique.

Sólo que en este caso la realidad sobrevivió a los sueños y el viejo dique San Roque, resistiendo a la calumnia, los años y la dinamita, todavía asoma junto al nuevo cuando bajan las aguas del lago al que dio vida. Si sabemos escuchar, el paredón puede hablarnos de miserias y grandeza, aciertos y errores, esperanzas y decepciones. De logros sobrehumanos. Y de pérdidas irreparables.

Las obras de riego, según Peyret
Alejo Peyret, un francés que se estableció en nuestro país a mediados del siglo XIX, desarrollando una vasta labor intelectual y un provechoso aporte al tema de las colonias agrícolas, describiría así en 1888 el espectáculo de la construcción del Dique, deslizando al mismo tiempo su opinión sobre la Córdoba clerical: "... actualmente es un cuadro curiosísimo el que presenta el aspecto de ese taller engolfado en esa garganta de rocas salvajes; esas carpas y esas barrancas de madera o de hierro galvanizado desparramadas sobre el declive de la montaña, esas máquinas de vapor que lanzan sus penachos de humo sobre las moles de granito, esas casitas colgadas en las rocas como nidos de águila, esas mulas que suben y bajan con sus pesadas cargas, esas cabras que brincan entre las malezas, todo ese hormiguero de hombres y de mujeres que se mueven en todas direcciones hasta que la campana de la administración les llama a la comida y el descanso, mientras siguen retumbando las explosiones de los barrenos, como si la montaña se hubiese convertido en un volcán, y todo aquello dominado por el firmamento azulado de la bóveda celeste, con la perspectiva lejana de la cordillera entre los sauces llorones, mientras venga el momento de hacerlo trabajar en beneficio de la humanidad".

¡E pur si muove! El progreso se abre paso en todas partes, aún en la tierra de las preocupaciones góticas, donde la sociedad aletargada, hipnotizada por el misticismo, perdió tanto tiempo en oraciones y procesiones". (7)

Bialet Massé
Catalán, algunos años mayor que Casaffousth, médico, abogado, legislador, docente y empresario... entre otras cosas, Juan Bialet Massé es una figura multifacética que desborda los estrechos límites de este recuadro y requiere para sí un estudio mucho más minucioso y extenso.

Su vinculación con se profundiza como proveedor de cales hidráulicas para las obras de riego, y luego como empresario que toma a su cargo la construcción de las mismas. En un contacto cada vez más estrecho, emprendieron proyectos, lecturas y realizaciones; su progreso intelectual y material, su ruina económica y su reconocimiento histórico se dieron casi al unísono, compartiendo entusiasmos y desventuras, al igual que la celda de la prisión en 1892.

Hasta su muerte, ocurrida en 1907, Bialet defendió con pasión inclaudicable el Dique, de cuya seguridad jamás dudó y del cual dijo: "Toscas son las construcciones druidas como ellos; esbeltas, coloridas, finas y poéticas las moriscas, como el pueblo que las hizo; y el dique San Roque es rechoncho, fuerte y sencillo y algo tosco como su autor". "Si algún nombre propio debería dársele, sería el de Dique Casaffousth, para honor del que lo hizo, de la Universidad -de la que fue catedrático y Decano-, de Córdoba que lo aprovecha". (8)

El Dique San Roque (poema)
Serpeando por las costas del Primero
que corre entre la abrupta serranía,
canta el progreso resonante y fiero
en la lira de hierro de la vía.

Al caer de las tardes de febrero
sobre la sepulcral monotonía,
gime en el triste resplandor postrero
el fúnebre rumor de una elegía.

Y allá sobre el confín, donde se evoca
-soñando en un letárgico embeleso-
el alma impenetrable de la roca,
alza el titán su contextura huraña
como una fortaleza del progreso
enclavada en el pie de la montaña.

Ataliva Herrera (en el Álbum de la Provincia de Córdoba de 1927)

El nuevo dique San Roque, sus proyectistas fueron los ingenieros Ballester, Volpi y Suárez; la empresa constructora fue Enrique J. Bonneu. Su construcción comenzó en 1939 y finalizó en 1944.  Tiene el paredón curvo de hormigón armado, embalsa agua a la misma altura y cantidad que su predecesor, diferenciándose básicamente en un mejor sistema de vertedero de descarga y en que contiene en forma mucho más eficiente las crecientes. Solucionando un grave problema de todos los diques diseñados hasta fines del siglo XIX, cual era el control de las crecientes aluviales. Al fondo de la imagen se observan los restos del antiguo dique construido por el ingeniero Casaffousth.

(6) N. de la R.: José María Álvarez, médico y profesor de Higiene de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Córdoba.
(7) De Una visita a las colonias de la República Argentina, Buenos Aires, 1889.
(8) "El dique de San roque", conferencia, Est. tipográfico "Justicia", Córdoba, 1906.
Fuente:
Doralice Lusardi, El agua de la vida y la sombra de la muerte, Todo es Historia Nº 450, enero 2005.

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