Cercado
desde temprano por la muerte -la de su padre, la de sus hijos- el
ingeniero Casaffousth dio a luz el dique que hasta hoy brinda agua a
los cordobeses. Su trayectoria pública y sus obras fueron fuente de
polémicas y estigmas. Al punto que protagonizó un proceso judicial
muy comprometido, que dejó marcada su imagen.
por
Doralice Lusardi
El
derrumbe
Todas
estas apuestas al futuro tendrían un alto costo. Cuando la crisis de
1890 empiece a echar abajo las que parecían sólidas bases de ese
progreso, Casaffosusth recibirá un golpe tras otro. Los próximos
años le verían caer poco a poco ante el ataque feroz al dique, al
que se le atribuían defectos de concepción y construcción,
afirmándose que en cualquier momento podía ceder y las aguas
embalsadas derramarse sobre la ciudad, haciéndola desaparecer. Se
desencadenó así el juicio penal, la injusta prisión, el
cuestionamiento a su predicado prestigio como ingeniero y la entrega
de sus bienes 'a vil precio' -en palabras de Bialet Massé- debido
entre otras cosas a los múltiples compromisos contraídos para
afrontar sus obras profesionales y sus inversiones personales.
El
juicio finalizaría con la absolución de Casaffousth y Bialet Massé,
cargándose las costas a la provincia. Lo peor de la tempestad pasará
y el ingeniero seguirá por algunos años viviendo en Córdoba,
participando en tareas relacionadas con el funcionamiento de las
obras de riego y desempeñando sus cátedras en la Facultad. También
intervendrá en otro proyecto progresista para solucionar el problema
del agua potable en la ciudad. Según Álvarez(6): "La
intendencia Municipal... comisionó al ingeniero Casaffousth... para
que practicase los estudios conducentes a aumentar la provisión de
agua y mejorarla, y al mismo tiempo crear una caída de agua, cuya
fuerza motriz se utilizaría para la producción de electricidad
destinada al alumbrado. dicho señor elevó su estudio e informe a
fines de diciembre de ese mismo año, acompañando los planos,
presupuestos, especificaciones, etc., etc., de las construcciones que
proponía.
El
señor Casaffousth proyectaba continuar la acequia municipal hasta la
esquina San Juan y Balcarce, extremo sudeste de la parte central de
la ciudad, y de allí, después de filtrada, elevar el agua, por
medio de bombas, a los depósitos de presión y distribución
situados, según el proyecto, a 400 metros de distancia y 47 metros
de altura de la nueva usina hidráulica proyectada... Las bombas
serían accionadas por la fuerza hidráulica, pues podrían disponer
de 1.020 caballos de vapor, que cuando las bombas no trabajaran se
emplearían en producir electricidad, como hemos dicho, para el
alumbrado.
![]() |
Ingeniero Carlos Adolfo Casaffousth |
Todas
las instalaciones, bombas, estanques de decantación, filtros,
depósitos de presión y cañerías, están calculados para
suministrar 7.500 metros de agua pura cada 24 horas, los que añadimos
a los que produce el actual establecimiento daría en redondo, 10.000
metros cúbicos por día, con la que quedaría esta población
regularmente servida y provista de agua de primera calidad".
Pero
este proyecto tampoco llegó a concretarse, sumando una nueva
decepción. Así lo relataría Casaffousth en una carta personal a
Miguel Juárez Célman, el 29 de octubre de 1892: "Estaba
estudiando un proyecto espléndido, nivelando la acequia municipal,
seguir adelante y sobre las barrancas frente a la estación del
Central Argentino a la altura de la estación del tranway de San
Vicente, encontré que podía disponer de una caída de agua de mil
caballos de fuerza, no necesito extenderme más al respecto, V. ha
comprendido ya seguramente el alcance que esto tiene. ¿Mil caballos
de fuerza en el centro de Córdoba? Como hablar de estas cosas en la
Córdoba de hoy, es exponerse a ser apedreado o encarcelado".
Y
afirmaba: "... he resuelto con todo sentimiento irme de Córdoba,
donde me había fijado definitivamente y donde han nacido todos mis
hijos. pero soy ahora un amnistiado del patriotismo, el autor del
gran crimen, del desastre y otras lindezas por el estilo. V.
comprenderá mi resolución de irme de aquí tan pronto como se
termine, o mejor diré, se consuma el salvajismo con que se me
acomete".
La
resolución estaba tomada, y sólo era una cuestión de tiempo
llevarla a la práctica. Así fue como en 1895 Carlos Casaffousth se
marchó de Córdoba.
Sólo
volvió una vez, para llevarse los restos de sus dos hijitos muertos.
Se dice que llegó por la mañana, fue directamente al cementerio,
retiró los cuerpos y salió de regreso el mismo día, si visitar ni
ver a nadie, excepto a don Juan Bialet Masse, quien lo acompañó a
la estación de ferrocarril para despedirlo. Allí pudo observar
cómo, en el momento de la salida del tren, Casaffousth se sacudía
con un pañuelo la ropa, maldiciendo hasta el polvo de esta ciudad,
que no quería llevarse al partir.
Realizaría
todavía algunas importantes obras hidráulicas, como el Canal de la
Cuarteada en Santiago del Estero. Allí,según Bialet, "fue
albañil, calero, lo fue todo, hasta puso dinero de su bolsillo; allí
perdió sus últimos hijos allí lloró sangre y lágrimas; y allí...
también estaba puesta una orden de prisión, en pago de tanto mérito
y tanto trabajo".
Si
buscó entonces fuerzas en el refugio de su hogar, habrá notado más
que nunca la falta de sus pequeños. Cuatro hijos había perdido la
pareja y sólo una niña les quedó para consuelo. Estas pérdidas
perturbaron de tal modo a Casaffousth que así reflejó Bialet Massé
su estado de ánimo y la preocupación de sus amigos: "... la
muerte de sus hijos arrebatados por la difteria y el tifus, le
arrancaron a jirones el alma, hasta el punto de temer por su razón;
trabajaba sin descanso para distraerse, y trabajaba día y noche. La
imagen de sus hijos queridos le acompañaban hasta en el sueño".
En
agosto de 1900, cuando tenía cuarenta y seis años, una pleuresía
puso fin a su apasionada existencia, en una casa de campo
perteneciente a la familia de su esposa, cerca de la localidad
entrerriana de Gualeguay. Sólo le sobreviviría una hija, María
Eugenia, quien con su gemela, María Eduarda, había sido dada a luz,
igual que el dique San Roque, en aquel 1889 preñado a la vez de
esperanzas y señales de tormenta.
Pero
la memoria colectiva de los cordobeses no registra la muerte de
Casaffousth como realmente ocurrió, sino que desde hace más de un
siglo insiste en imaginar un supuesto suicidio, ocurrido según
algunos en la cárcel de Córdoba y según otros junto al dique de
sus desvelos.
Tal
vez tengan razón, y la verdadera muerte del ingeniero no haya sido
la que el intachable documento histórico de Gualeguay consigna, sino
la que empezó a destruirlo material y espiritualmente en Córdoba,
cuando sus sueños comenzaron a derrumbarse como muchos auguraban que
se derrumbaría el Dique.
Sólo
que en este caso la realidad sobrevivió a los sueños y el viejo
dique San Roque, resistiendo a la calumnia, los años y la dinamita,
todavía asoma junto al nuevo cuando bajan las aguas del lago al que
dio vida. Si sabemos escuchar, el paredón puede hablarnos de
miserias y grandeza, aciertos y errores, esperanzas y decepciones. De
logros sobrehumanos. Y de pérdidas irreparables.
Las
obras de riego, según Peyret
Alejo
Peyret, un francés que se estableció en nuestro país a mediados
del siglo XIX, desarrollando una vasta labor intelectual y un
provechoso aporte al tema de las colonias agrícolas, describiría
así en 1888 el espectáculo de la construcción del Dique,
deslizando al mismo tiempo su opinión sobre la Córdoba clerical:
"... actualmente es un cuadro curiosísimo el que presenta el
aspecto de ese taller engolfado en esa garganta de rocas salvajes;
esas carpas y esas barrancas de madera o de hierro galvanizado
desparramadas sobre el declive de la montaña, esas máquinas de
vapor que lanzan sus penachos de humo sobre las moles de granito,
esas casitas colgadas en las rocas como nidos de águila, esas mulas
que suben y bajan con sus pesadas cargas, esas cabras que brincan
entre las malezas, todo ese hormiguero de hombres y de mujeres que se
mueven en todas direcciones hasta que la campana de la administración
les llama a la comida y el descanso, mientras siguen retumbando las
explosiones de los barrenos, como si la montaña se hubiese
convertido en un volcán, y todo aquello dominado por el firmamento
azulado de la bóveda celeste, con la perspectiva lejana de la
cordillera entre los sauces llorones, mientras venga el momento de
hacerlo trabajar en beneficio de la humanidad".
¡E
pur si muove! El progreso se abre paso en todas partes, aún en la
tierra de las preocupaciones góticas, donde la sociedad aletargada,
hipnotizada por el misticismo, perdió tanto tiempo en oraciones y
procesiones". (7)
Bialet
Massé
Catalán,
algunos años mayor que Casaffousth, médico, abogado, legislador,
docente y empresario... entre otras cosas, Juan Bialet Massé es una
figura multifacética que desborda los estrechos límites de este
recuadro y requiere para sí un estudio mucho más minucioso y
extenso.
Su
vinculación con se profundiza como proveedor de cales hidráulicas
para las obras de riego, y luego como empresario que toma a su cargo
la construcción de las mismas. En un contacto cada vez más
estrecho, emprendieron proyectos, lecturas y realizaciones; su
progreso intelectual y material, su ruina económica y su
reconocimiento histórico se dieron casi al unísono, compartiendo
entusiasmos y desventuras, al igual que la celda de la prisión en
1892.
Hasta
su muerte, ocurrida en 1907, Bialet defendió con pasión
inclaudicable el Dique, de cuya seguridad jamás dudó y del cual
dijo: "Toscas son las construcciones druidas como ellos;
esbeltas, coloridas, finas y poéticas las moriscas, como el pueblo
que las hizo; y el dique San Roque es rechoncho, fuerte y sencillo y
algo tosco como su autor". "Si algún nombre propio debería
dársele, sería el de Dique Casaffousth, para honor del que lo hizo,
de la Universidad -de la que fue catedrático y Decano-, de Córdoba
que lo aprovecha". (8)
El
Dique San Roque (poema)
Serpeando
por las costas del Primero
que
corre entre la abrupta serranía,
canta
el progreso resonante y fiero
en la
lira de hierro de la vía.
Al
caer de las tardes de febrero
sobre
la sepulcral monotonía,
gime
en el triste resplandor postrero
el
fúnebre rumor de una elegía.
Y
allá sobre el confín, donde se evoca
-soñando
en un letárgico embeleso-
el
alma impenetrable de la roca,
alza
el titán su contextura huraña
como
una fortaleza del progreso
enclavada
en el pie de la montaña.
Ataliva
Herrera (en el Álbum de la Provincia de Córdoba de 1927)
(6)
N. de la R.: José María Álvarez, médico y profesor de Higiene de
la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de
Córdoba.
(7)
De Una visita a las colonias de la República Argentina, Buenos
Aires, 1889.
(8)
"El dique de San roque", conferencia, Est. tipográfico
"Justicia", Córdoba, 1906.
Fuente:
Doralice Lusardi, El agua de la vida y la sombra de la muerte, Todo es Historia Nº 450, enero 2005.
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