El hombre, ayudado por la tecnología, puede ingeniárselas
para producir más carne y más granos. La única forma que tiene la naturaleza es
mediante la conservación de los bosques.
por Lucas Viano
Por el daño hecho sobre el bosque nativo de Córdoba en las
últimas décadas para extender la frontera agropecuaria, lo deseable hubiera
sido que la ley aprobada protegiera más nuestros ecosistemas naturales. Los
años que pasaron fueron el tiempo de la explotación ganadera y agrícola. Ahora
era el tiempo del ambiente.
Quizá no había que pensar en una ley que buscara el
equilibrio justo entre producción y conservación, como declamaron todos los
legisladores, sino en una que hiciera hincapié en proteger y recuperar nuestros
montes y, con ellos, todos los servicios ambientales que nos prestan y que ya
se avizoran degradados. Un dato que debería dolernos a todos: sólo queda el
cinco por ciento de las hectáreas que había en el origen.
El despertar ambientalista de la sociedad todavía no fue
plasmado en leyes. Y este despertar no es una moda ni un discurso escrito en
verde, sino una necesidad futura y presente para que podamos sobrevivir. La
norma sancionada ayer era la oportunidad. Se decidió buscar el “equilibrio”
torciendo la balanza hacia la producción agropecuaria. ¿Cuántas leyes hay que
favorecen la producción agropecuaria? ¿Cuántas que protegen el ambiente?
El hombre puede ingeniárselas para producir más granos y carne sin dañar el ambiente (muchas tecnologías ya están disponibles).
El hombre puede ingeniárselas para producir más granos y carne sin dañar el ambiente (muchas tecnologías ya están disponibles).
Sin embargo, la naturaleza no conoce otra forma para mejorar
la calidad y cantidad de nuestros suelos y agua que con la conservación de los
bosques. Suelos y agua que necesitamos para vivir.
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