La
hija de Félix Rodríguez de la Fuente recuerda que las
recomendaciones de los científicos son claras: debemos abandonar los
combustibles fósiles y alcanzar una sociedad neutra en 2050.
por
Odile Rodríguez de la Fuente
Cuando
Félix Rodríguez de la Fuente, mi padre, empezó su campaña para
salvar la fauna ibérica hace más de 40 años, especies emblemáticas
como el lobo, el oso, el lince, o el águila imperial, iban camino de
una extinción segura. Hoy sus poblaciones se están recuperando, a
pesar de las dificultades inherentes a la Península Ibérica.
Nuestras áreas protegidas han tenido un papel extraordinario en la
prevención de su extinción. Necesitamos más superficie protegida,
por el bien de todos.
En
2019, sabemos que esta preocupación por conservar la naturaleza
tiene que existir al nivel global, si pensamos salvar el planeta.
Este mes de diciembre, aquí en Madrid, la visión de mi padre y de
otros pioneros ecológicos ha sido foco de la atención mundial
durante la Cumbre del Clima (COP25). La ciencia confirma que tenían
razón. Ahora veremos si serán escuchados.
En la inauguración de la cumbre, los jefes de gobierno realizaron los
predecibles discursos reclamando más acción. Algunos de ellos
incluso prometieron acciones a nivel nacional, con el objetivo global
de no sobrepasar el umbral de 1,5 grados (o, en el peor de los casos,
2 grados) respecto a la temperatura media anterior a la primera
revolución industrial. Pero si sumamos todas las políticas
nacionales para reducir las emisiones de dióxido de carbono y otros
gases de efecto invernadero, nos quedamos cortos, y por mucho.
Las
recomendaciones de los científicos son claras: debemos abandonar los
combustibles fósiles y alcanzar una sociedad climáticamente neutra
en el 2050. Si nos perturban los eventos climáticos extremos que ya
estamos sufriendo, la perspectiva de un mundo más allá de 2 grados
es terrorífica. Sin embargo, llegados a este punto, considerando la
actual concentración de dióxido de carbono en la atmósfera y la
falta de tiempo, reducir las emisiones no es suficiente. Necesitamos
secuestrar este gas de la atmósfera y para ello la naturaleza ha de
echarnos una mano.
La
ciencia del sistema terrestre estudia al planeta como un sistema
complejo, capaz de auto regularse, en el que la vida interactúa con
componentes físicos y químicos, a escala global. La implacable
degradación de la biodiversidad y los ecosistemas contribuyen a que
ese asombroso entretejido sistema planetario, se vuelva más
vulnerable a factores estresantes, como es la subida vertiginosa de
gases de efecto invernadero, dando lugar a un colapso de los soportes
vitales del planeta. Lo que eran aliados naturales para mantener las
temperaturas ideales del holoceno, ahora pueden convertirse en
adversarios al pasar de absorber estos gases, a emitirlos.
Un
número creciente de estudios muestran cómo el calentamiento global
-junto con la pérdida de hábitats naturales y la contaminación-
está provocando reducciones nunca antes vistas en la abundancia de
mamíferos, aves, insectos, y plantas. Un informe de las Naciones
Unidas advierte que podríamos perder hasta un millón de especies en
las próximas décadas, así como el ocaso de cientos de ecosistemas.
Pero
si la naturaleza es una víctima del cambio climático, ¿cómo puede
ayudarnos a combatirlo? Precisamente porque una biosfera saludable es
la única que puede asegurar esas condiciones ideales para la vida.
Con la misma urgencia que reducimos la emisión de gases de efecto
invernadero, debemos invertir en restaurar ecosistemas depauperados y
proteger los que se encuentren en buen estado.
Por
un lado, estos ecosistemas sanos, nos ayudarán a frenar el cambio
climático, absorbiendo gran parte de la contaminación de carbono
que emitimos a la atmósfera. Supuestos innovadores están intentando
crear tecnologías que absorben el dióxido de carbono que emitimos.
Pero esas tecnologías ya existen: se llaman plantas.
Los
bosques, praderas, marismas, plancton oceánico, manglares, pastos
marinos, y otros ecosistemas intactos capturan más de un tercio de
nuestra contaminación de dióxido de carbono, a través del milagro
de la fotosíntesis. Las plantas absorben dióxido de carbono del
aire y utilizan la energía del sol para separar el carbono – con
el que crean moléculas orgánicas -del oxígeno- que se libera de
nuevo a la atmósfera.
Por
otro lado, todo lo que necesitamos para sobrevivir -la comida con que
nos alimentamos, el oxígeno que respiramos, el agua clara que
bebemos- depende del trabajo de otras especies. Sin ellas no habría
“nosotros”.
En
tierra, la mayor causa de pérdida de especies es la destrucción del
hábitat, debido a factores como la urbanización, o tala de bosques,
entre otros. En el mar, es la extracción masiva de animales por la
pesca, así como la contaminación por plásticos y otras sustancias
tóxicas. Las áreas protegidas -como parques nacionales, reservas
naturales, reservas marinas- son el mejor mecanismo, inmediato, para
prevenir esas pérdidas, especialmente cuando lo hacemos en
colaboración con los pueblos indígenas y comunidades locales. Por
ejemplo, en las reservas marinas sin pesca la abundancia de peces se
incrementa más de seis veces en promedio, respecto a las áreas no
protegidas colindantes. ¿Cuánto más habría que proteger para
recuperar el equilibrio planetario?
Estudios
indican que si protegemos lo que queda de hábitat natural en este
mundo, y restauramos muchas de las tierras que hemos degradado
-reforestando y reintroduciendo especies nativas- la naturaleza
podría capturar hasta la mitad de nuestras emisiones. En otras
palabras, necesitamos, como mínimo, la mitad del planeta en estado
natural, con ecosistemas funcionales que proporcionen todos los
servicios de los que nos beneficiamos y que le otorguen al sistema
vivo de la Tierra la resiliencia que necesita para hacer frente al
impacto de una población creciente de seres humanos. La Campaña por
la Naturaleza que lideran National Geographic Society y la Wyss Foundation recomienda empezar por proteger al menos 30 % del planeta
-mar y tierra- para el 2030, como hito necesario de camino al 2050.
Pero
hoy solo hemos protegido 15 % de las tierras del planeta, y 7 % del
océano. En España el 14,6 % del territorio terrestre está
protegido y a pesar del 12 % de superficie marina protegida que
anuncia el gobierno, al día de hoy, menos del 1 % de nuestras aguas
están totalmente protegidas de la pesca. Tenemos mucho por hacer.
Pero las oportunidades son enormes.
En
esos últimos 40 años, desde cuando mi padre empezó su compaña en
la península ibérica, áreas de pastoreo y tierras agrícolas de
productividad marginal se han abandonado hasta el punto de que un
gran porcentaje de kilómetros cuadrados de nuestro país representan
ahora una oportunidad de restaurar lo que allí había antes.
Recuperar esa fauna de la que mi padre hizo que nos enamoráramos no
es solamente una necesidad ecológica. También podría crear una
oferta de turismo ecológico de calidad y una recuperación de
prácticas agrarias sostenibles con variedades y razas autóctonas,
creando empleo y recuperando economías locales ahora extinguidas.
El
Gobierno de España debería activar un plan nacional de recuperación
y restauración de todos nuestros ecosistemas naturales. Hoy tiene
también la oportunidad de liderar la iniciativa a nivel global,
uniéndose a la llamada para proteger al menos 30 % del planeta para
el 2030.
Odile
Rodríguez de la Fuente es cineasta, activista y ambientalista y ex
CEO de la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente.
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Fuente:
Odile Rodríguez de la Fuente, ¿Podemos evitar una catástrofe climática?, 24 diciembre 2019, El País. Consultado 27 diciembre 2019.
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