En
la tercera temporada de The Crown se rememora una catástrofe que
hasta el día de hoy martiriza a Isabel II: el horror en una ciudad
minera galesa que se llevó la vida de 144 personas, entre ellas 116
niños. ¿Por qué esperó 8 largos días antes de ir al lugar para
consolar a las familias de las víctimas? Sus reales motivos y un
posible error histórico de la serie son suficientes para condimentar
un drama que podría haberse evitado.
por
Carolina Balbiani
Pasaron
más de cinco décadas desde aquel día, pero Isabel II con 93 años
(tenía entonces 40) se acuerda con dramática precisión de la
avalancha que golpeó al colegio primario Pantglas, de Aberfan, en
Gales. Esos recuerdos le pesan como una losa: 116 niños y 28 adultos
murieron asfixiados bajo la inexpugnable masa de lodo, escombros y
piedras. El pueblo minero había quedado sepultado.
Cuando
ese día le avisaron lo ocurrido, la Reina decidió que fuera su
marido, Felipe de Edimburgo, al lugar de los hechos en representación
suya. No imaginó que tantos niños muertos convertiría a la
catástrofe en una tragedia nacional de proporciones
inconmensurables.
Las
críticas que señalaban su lentitud para reaccionar no tardaron en
llegar. Ocho días después, Isabel II se presentó en Aberfan y
derramó, como nunca en su vida, lágrimas en público.
Hace
algún tiempo le preguntaron si tenía algo de qué arrepentirse
durante su largo reinado, los que estaban presentes dicen que ella no
dudó en responder: no haber asistido inmediatamente al lugar del
colapso. Y, sobre ésta triste anécdota, correrían otros ríos, los
de tinta y celuloide, magnificando o justificando aquel “histórico
error” de la Monarca inglesa.
La
avalancha negra
Eran
las 9.15 de la mañana del neblinoso y húmedo viernes 21 de octubre
de 1966 cuando el agua acumulada en la escombrera de una mina de
carbón empezó a empujar piedra caliza, residuos químicos, barro y
rocas hacia el valle. Se deslizó por la ladera llevándose por
delante todo lo que había en el trayecto. Por la propia inercia de
la caída, la masa de escombros fue multiplicando su tamaño hasta
convertirse en una monstruosa pared de lodo de más de 9 metros de
altura, que se movía a una velocidad de hasta 50 km por hora, y se
dirigía directamente hacia la población.
El
ruido que provocaba al deslizarse era estremecedor. El alud frenó su
marcha cuando golpeó con violencia fatal la escuela Pantglas, sobre
la calle Moy, y 19 casas de sus alrededores. Se introdujo por aulas,
ventanas, puertas y techos, derrumbándolo todo y llenando el aire
con un pesado y grasiento barro. En pocos minutos, el colegio y gran
parte del pueblo, quedaron cubiertos por un mortífero manto de 40
mil metros cúbicos de desperdicios. El resultado fue espeluznante:
en unos momentos solamente esa oscura mole había asfixiado y
aplastado a 144 personas: 116 alumnos (la mayoría de entre 7 y 10
años) y 28 adultos (5 de los cuales eran maestros de la escuela).
Los
pequeños estudiantes, que acababan de sentarse en los pupitres en su
último día de clases antes de unas vacaciones de mitad de ciclo,
estaban dando el presente cuando llegó lo impensable. No tuvieron
tiempo de nada.
Cuando
la marea negra se detuvo, el silencio era ensordecedor. No había más
voces de niños, ni cantos de pájaros. Parecía el fin del mundo.
Eso relataron, espantados, los sobrevivientes.
Crónica
de una tragedia anunciada
Aberfan,
es una población de Gales, Gran Bretaña, que está situada al pie
de una ladera, al borde del río Taff. En agosto de 1869 cuando
comenzó la excavación de la mina de carbón, la aldea constaba
solamente de un par de cabañas y una posada. Para 1966, cuando
ocurrió el deslave, la población del área era de unas cinco a seis
mil personas, la mayoría de las cuales trabajaban en la minería
local. Desde la nacionalización de la industria británica del
carbón, en 1947, la mina de Aberfan estuvo bajo el control de la
Junta Nacional del Carbón. Los primeros residuos que se sacaron de
la mina se depositaron en las laderas inferiores del valle, pero en
1910 se inició un vertedero sobre la línea del pueblo.
En
1966 ya había dispuestas siete zonas de escombros, a las que
llamaban pilas, que sumaban 2.000.000 de m³ de desechos. Y todas
esas montañas de residuos estaban ubicadas en la ladera que se
alzaba justo sobre la aldea. Ese año, la precaria pila 7 era la
única que se estaba utilizando: tenía una altura de 34 metros y un
volumen de residuos de 227.000 m³. Terrenos pantanosos y arroyos,
sumados a las constantes lluvias de esos días, confluyeron para
producir el peor desastre en la historia de la minería inglesa.
Durante
años hubo alertas que los responsables no escucharon. Indolencia,
ignorancia, inoperancia. Todo junto.
En
los años 40 se cavó un canal de drenaje y, en noviembre de 1944,
ocurrió el primer llamado de atención: una de las pilas se deslizó
500 metros por la ladera de la montaña hacia el pueblo. Se detuvo
milagrosamente a 150 metros. Pasó el susto y nada hicieron. En 1963,
hubo otro corrimiento. A pesar de ello, otra vez, no se tomaron los
recaudos suficientes. Los residentes se quejaban y alegaban que,
además de ese peligro, cada vez que había inundaciones el agua era
inmunda: negra y grasosa. Entre julio de 1963 y marzo de 1964, el
Consejo Municipal del Condado mantuvo correspondencia con la Junta
Nacional del Carbón sobre el tema del “peligro que la lechada de
carbón se vierta en la parte trasera de las escuelas de Pantglas”
a la que acudían 240 alumnos. La carta, que hoy parece premonitoria,
mencionaba específicamente el colegio que sería el epicentro del
drama un par de años después. Resulta demoledor saber que hubo
quienes veían con claridad la amenaza de una mortal avalancha.
A
principios de 1965, luego de varias reuniones entre el Consejo y la
Junta, se acordó tomar medidas sobre las zanjas de drenaje
obstruidas que habían sido la causa de las inundaciones. Pero nada
se hizo.
Así
se llegó a octubre de 1966, cuando la naturaleza dijo basta y lo
aplastó todo.
La
previa, la ignorancia y la desidia
Las
lluvias que se precipitaron durante las primeras tres semanas de
octubre de 1966 prepararon el siniestro escenario para la catástrofe.
En algún momento, durante la noche del 20 de octubre, la pila 7 de
escombros se movió. Eso fue descubierto a las 7.30 de la mañana del
21 por los primeros obreros en llegar. Uno de ellos fue hasta la mina
para reportar el deslizamiento y volvió con un supervisor.
Suspendieron los trabajos por ese día viernes: durante la semana
siguiente verían nuevos lugares para acumular los desechos. No
habría tal chance. Habían perdido la valiosa oportunidad de evacuar
la zona a tiempo.
Un
rato después, los escombros saturados de agua lo desbordaron todo y
fluyeron cuesta abajo a una velocidad que osciló entre los 18 y 50
km por hora, en forma de una oscura y gigante ola que arrastró todo
a su paso y que, una vez detenida, comenzó a solidificarse
nuevamente.
Brian
Williams, un alumno sobreviviente que tenía 7 años en ese momento,
dice que su maestra al escuchar el terrorífico sonido del exterior
que parecía un avión por aterrizar les dijo que no se preocuparan,
que eran truenos. El director de la escuela secundaria rememora que
la entrada de las niñas “estaba tres cuartas partes llena de
escombros (…) me subí a esos escombros en la puerta y, cuando miré
a lo lejos, vi que las casas de Moy Road se habían esfumado en una
masa de material de desechos y que el frente de la escuela Pantglas o
parte del techo, sobresalían de ese pantano”.
El
subdirector, Dai Benyon, trató de usar un pizarrón para protegerse
a sí mismo y a cinco chicos más. No tuvo éxito: él y los 34
alumnos de su clase fallecieron ahogados. Dos pequeños fueron
encontrados muertos de pie, agarrados de la mano, entre los pupitres.
Conformaban una triste postal petrificada que revelaba la rapidez con
la que ocurrió todo.
Otro
de los pocos sobrevivientes, Dilys Pope, que tenía 10 años al
momento del deslave, dice: “Estábamos hablando, esperando que el
maestro tomara lista, y de pronto sentimos un gran ruido y vimos que
todo volaba por los aires. Las mesas caían por todas partes, los
niños gritaban y lloraban. No se podía ver nada... Entonces el
polvo empezó a marcharse. Yo tenía la pierna atrapada en un banco y
me dolía un brazo. La mayoría de los chicos estaban tirados por el
suelo, el maestro también y, aunque tenía una pierna aprisionada,
pudo soltarse y rompió una ventana de la clase con una piedra. Me
liberé, fui por un pasillo, abrí una ventana y salí por allí.
Otros niños también salieron. El maestro nos dijo que nos fuésemos
a nuestras casas”. Se habían salvado por unos pocos metros.
Philip
Thomas, de 10 años, fue rescatado y enviado al hospital. Hoy dice
que Netflix no reflejó, en su recreación de Aberfan, la visita de
la Reina a los niños internados: “Las enfermeras me despertaron
para decirme que Su Majestad estaba parada al lado de mi cama, pero
yo no tenía idea de lo que estaba pasando… ‘Salgan de acá’,
parece que dije, y me volví a dormir”.
Rescate
veloz y responsabilidades
A
las 9.25 la policía de Merthyr Tydfil ya estaba alertada, por una
llamada telefónica de un residente local, que había ocurrido un
desprendimiento de tierra sobre la escuela Pantglas. La catástrofe
tan temida por años había acontecido.
A
las 9.40 habían llegado los operarios de la mina de carbón que
dirigieron las primeras excavaciones, conscientes de que algo mal
ejecutado podría provocar el colapso de los escombros y de los
restos de los edificios sobre la gente atrapada. Trabajaron en grupos
organizados. Luego arribaron los bomberos, la policía, turistas
ocasionales y residentes. Unas 2000 personas cavaban, con sumo
cuidado: movían el material a mano o con herramientas de jardinería.
Sabían que trabajaban contra reloj. Las primeras víctimas de los
escombros de la escuela llegaron al Hospital St Tydfil’s a las
9.50. A las 11, Jeff Edwards, fue el último niño en ser rescatado
con vida.
La
capilla local, Bethania Chapel, se convirtió en el lugar de
reconocimiento de las víctimas. Los padres desfilaban, en un mar de
llanto, buscando a sus hijos: levantaban la manta, miraban aterrados
y volvían a bajarla. Lo hacían dos familias a la vez y les llevó
seis días completar la búsqueda de todos los cuerpos.
El
25 de octubre de 1966, el Secretario de Estado para Gales designó
formalmente un tribunal para investigar el desastre. La investigación
oficial culpó a la Junta Nacional del Carbón por haber sido
extremadamente negligente e ignorante. Pero nadie fue despedido,
multado o sentenciado por ello.
El
mismo día de la avalancha, además, se creó la Fundación para la
memoria del desastre de Aberfan, para recaudar dinero y cuidar de los
heridos: en pocos meses juntaron una suma equivalente, al día de
hoy, de entre 15 y 25 millones de euros. Las donaciones llegaron de
todas partes del mundo.
El
caso también llevaría a que el Parlamento británico aprobara una
nueva legislación sobre la seguridad pública respecto de minas y
canteras.
Poco
se habló de las consecuencias psíquicas postraumáticas de las
familias. No sólo de las que perdieron hijos, sino también de
aquellas cuyos hijos se salvaron, pero se sentían culpables y
envidiadas por tenerlos vivos. Un drama sin límite.
The
Crown (Alerta Spolier)
Además
de las noticias y la cobertura histórica, la catástrofe minera de
Aberfan, quedó plasmada en libros, memorias personales de los
involucrados, en la poesía, en la música y en el cine. La mismísima
serie The Crown, escrita por Peter Morgan, en el tercer episodio
(titulado Aberfan) de su tercera temporada, cuenta cómo afectó lo
ocurrido la imagen pública de la reina Isabel II. A pesar de la
magnitud de la tragedia, durante los primeros días, la Reina se negó
a visitar al lugar. Envió, en cambio, a su marido, Felipe de
Edimburgo, y a lord Mountbatten. Su cuñado, el marido de la princesa
Margarita, Armstrong-Jones que era galés y fotógrafo, también fue
por su cuenta en tren. Él le escribió a su mujer que la escena
presenciada era “lo más terrible que he visto en mi vida”.
Esa
decisión de esperar el momento justo para ir a consolar a las
familias, le pesaría a Isabel II por siempre. Para muchos críticos
su actitud la pintaba como una reina distante de sus súbditos.
Robert
Lacey (autor de la biografía Monarca: La vida y reinado de Elizabeth
II) cuenta que a pesar de que el primer ministro y sus asesores le
sugerían ir, la Reina persistió en su negativa. El 29 de octubre, 8
días después, se vio obligada a hacerlo. Fue allí que, al leer el
mensaje que decía “De parte de los niños que quedan en Aberfan”,
que le entregó una pequeña junto con un ramo de flores, las
lágrimas se agolparon en sus ojos y se derramaron en público. Su
desconsuelo y su conmoción fueron bien recibidas por los residentes.
Sintieron que la Reina estaba con ellos.
Es
por ello, que algunos críticos dicen que la serie de Netflix comete
un error histórico al pintar a la reina más fría de lo que ocurrió
en la realidad. La prueba, sostienen, es que las crónicas de la
época la mostraron conmovida hasta las lágrimas, algo absolutamente
inusual. Fue una de las poquísimas ocasiones en las que la Reina
lloró en público. Eso mismo relató el médico Mansel Aylward, que
prestó ayuda en la identificación de los cadáveres: ”Para que la
Reina mostrara su emoción con personas que acababa de conocer,
estaba muy conmovida con lo que vio. Trató de contener las lágrimas,
pero no pudo”.
Marjorie
Collins, que perdió a su hijo en Aberfan, recordó la visita tardía
de la Reina en una entrevista diciendo: "(...) nos probaron que
el mundo estaba con nosotros, que al mundo le importaba lo ocurrido”.
Y otra agregó que nadie juzgó a la reina por su demorada respuesta:
“Nosotros estábamos en shock. Recuerdo a la Reina caminando entre
el barro. Yo sentí que estuvo con nosotros desde el principio”.
Más
allá de esas opiniones favorables, Isabel II habría lamentado
igualmente no haber estado antes con su gente. Esto fue confirmado
por Gyles Brandreth, en un libro que publicó por el Jubileo de Oro
de Isabel II. Allí relata que lord Martin Charteris, antiguo
secretario privado de la Monarca, le dijo que si había alguna cosa
de la que ella se arrepintiera era... “Aberfan”.
La
Reina no olvidó a ese pueblo traumatizado y ha intentado enmendar su
error en reiteradas oportunidades. Volvió a Aberfan tres veces más:
en 1973, en 1997 y, la última vez, en 2012 para inaugurar una nueva
escuela primaria. Lo había prometido.
La
actriz Olivia Colman dijo en una entrevista, con el diario El País,
que filmar esas escenas para The Crown fue “durísimo, es de lo más
complicado que he hecho nunca”.
Pero,
al final, resulta que la respuesta a la extraña conducta de la
soberana es mucho más sencilla y práctica de lo que se pudiera
pensar. Según la biógrafa Sally Bechdel Smith, Isabel II intentó
ser precavida y práctica, no quería entorpecer con su presencia las
tareas de rescate. Habría dicho, según esta autora: “La gente me
atenderá a mí y tal vez desatenderán a algún pobre niño que
puede ser hallado bajo los restos”.
Quizá,
después de todo, no haya estado tan equivocada como ella cree.
Lo
cierto es que la serie The Crown logró, otra vez, dar que hablar con
los 55 minutos de este capítulo. Trajo al presente el drama de la
escuela engullida por el barro hace 53 años y encendió nuevamente
la polémica sobre las lágrimas reales de Isabel II. No es poca cosa
lo que logró Mister Morgan.
Fuente:
Carolina Balbiani, Aberfan, el pueblo aplastado por una avalancha: la tragedia que atormenta a la Reina de Inglaterra desde hace 50 años, 21 diciembre 2019, Infobae.
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