Es
un insecticida altamente tóxico que la Unión Europea prohibirá
desde enero. Sólo en la campaña sojera bonaerense se aplican seis
millones de litros al año. Está presente en el agua. Y se
detectaron residuos de clorpirifós en 33 alimentos, entre ellos
tomate y lechuga.
por
Gastón Rodríguez
No
se conoce porque de eso no se habla. Pero está en el ambiente, en
los alimentos que ingerimos y, por lo tanto, en nuestros cuerpos. Las
consecuencias de la exposición son brutales: ataca el sistema
nervioso provocando desde incoordinación motora hasta la muerte por
asfixia. También puede causar retraso en la maduración embrionaria;
deterioro del crecimiento y de la reproducción; cambios
comportamentales y neurológicos; deformidades y mortalidad a largo
plazo. Es considerado, además, un poderoso cancerígeno, porque
genera daños a nivel del ADN. Se trata del clorpirifós, un
insecticida que se aplica en dosis industriales en el campo argentino
y que a través de distintos mecanismos de transporte y diseminación,
llega a los sistemas de agua. "Es peor que el glifosato",
advierten los especialistas.
El
clorpirifós es un plaguicida organofosforado de amplio espectro, que
se aplica para el control de numerosas plagas -insectos y ácaros-,
principalmente en cultivos de soja, maíz, trigo y girasol. Según
datos oficiales, fue el insecticida más usado en 2017: sólo ese año
se importaron más de 278 millones de kilos de plaguicidas por los
que se pagaron algo más de 1611 millones de dólares. Pese a la
disponibilidad de otros insecticidas más amigables con el ambiente,
y de las prohibiciones que tiene en el mundo, el clorpirifós se
impone sobre los demás desde su aprobación en 1962.
Según
el Senasa, el clorpirifós es "altamente tóxico" para las
abejas y "muy tóxico" para aves, peces y organismos
acuáticos. Lo considera de clase II, es decir, un producto
"moderadamente peligroso y nocivo", aunque existen otras
clasificaciones que lo señalan como altamente dañino. En 2009, el
por entonces Ministerio de Salud dispuso su prohibición para uso
doméstico, aunque lo habilitó en el ámbito rural. Es de venta
libre.
"Para
tener una estimación de la problemática a la que nos enfrentamos, y
sólo considerando el total de hectáreas sembradas en la campaña
2017-2018 para la soja en la provincia de Buenos Aires, se habrían
liberado al ambiente unos seis millones de litros. Se estima que una
persona está expuesta a once litros de pesticidas por año. Falten
estudios epidemiológicos, es cierto, pero todos nos damos cuenta de
que hay demasiado cáncer en el país", sostiene Melina Álvarez,
doctora en Biología, exbecaria del Conicet y hoy investigadora en el
área de Química Ambiental de la Universidad Nacional de Hurlingham.
Álvarez,
junto a otros investigadores, realizó un análisis de riesgo para
establecer un valor máximo permitido para las aplicaciones de
clorpirifós, que proteja las especies acuáticas que viven expuestas
a este contaminante.
El
estudio, recientemente publicado en una revista extranjera
especializada en Toxicología y Contaminación Ambiental, incluyó
193 muestras, tomadas de 24 lugares distintos de la Pampa Húmeda, y
la comparación de los valores de concentración con 12 niveles guía
(uno nacional y once internacionales). La conclusión fue que las
frecuencias de aparición del clorpirifós nunca bajaron del 40 % de
las muestras y en algunos casos llegaron al 100 %.
"Para
tener una idea de su toxicidad -explica Álvarez-, consideremos que
la Secretaría de Infraestructura y Política Hídrica (la ex
Subsecretaría de Recursos Hídricos de la Nación) recomienda un
valor máximo que ha sido superado en más del 60% de las veces en
que se han monitoreado los niveles de este tóxico. Nosotros
encontramos que inclusive este valor guía resulta insuficiente para
proteger la fauna acuática que habita la región, ya que se
afectaría un porcentaje inaceptable de especies. De estos resultados
se deduce que existe un riesgo real para los ecosistemas acuáticos,
y por eso sugerimos que el límite máximo admisible de clorpirifós
debería establecerse en un valor diez veces más bajo que el actual,
para asegurar la protección del 95 % de las especies acuáticas".
“Efectivamente,
el clorpirifós esta categorizado como altamente peligroso por la OMS
y la FAO. Aquí se usa muchísimo porque es un plaguicida barato. De
hecho, a nivel doméstico está en hormiguicidas y en correas para
perros. Desde 2015 se intenta incluirlo en el Convenio de Estocolmo,
porque reviste las carácterísticas de contaminante persistente,
pues tarda mucho tiempo en degradarse, se traslada grandes distancias
y puede bioacumularse, pero todavía no se ha podido lograr”,
explica Javier Souza Casadinho, ingeniero agrónomo y presidente de
la Red de Acción en Plaguicidas de América Latina.
Aberraciones
En
nuestro país, la Ley de Residuos Peligrosos N° 24.051 no presenta
ningún valor de referencia para el clorpirifós, como así tampoco
lo hace la normativa que creó la Autoridad de Cuenca Matanza
Riachuelo (ACUMAR) en lo que se refiere a la calidad de agua apta
para la protección de la biota acuática (en aguas dulces, salobres
o saladas) ni para aquella "destinada a uso recreativo pasivo,
con y sin contacto directo".
"El
clorpirifós genera distintas formas de deterioro de los cuerpos del
agua y un caos total en el ecosistema. Sin embargo, en la Argentina
el vacío respecto a normas que lo regulen es total", resalta
Álvarez.
De
acuerdo al informe "El plato fumigado", realizado por el
colectivo Naturaleza de Derechos con datos del Senasa, entre 2011 y
2016 se detectaron residuos de clorpirifós (en total, en la
Argentina son 118 los formulados de clorpirifós autorizados) en 33
alimentos, entre ellos, la acelga, el tomate, la lechuga, el apio y
la rúcula.
Con
respecto a su toxicología, el trabajo detalla que el clorpirifós
provoca aberraciones cromosómicas, neuropatía retardada y otros
efectos crónicos como desorientación, pérdida de memoria,
irritabilidad, insomnio y depresión severa, entre otros.
"No
puede ser que estemos comiendo constantemente residuos de agrotóxicos
-concluye Álvarez-. Hay que cambiar la matriz productiva. Gastamos
millones en tratamientos oncológicos porque los pools de siembra
aplican lo que quieren sin control".
Europa
ya decidió prohibirlo
El
uso de clorpirifós en la Unión Europea tiene los días contados.
Según trascendió hace algunos días, la Comisión Europea ha
informado que se va a prohibir su uso a partir de enero de 2020 por
“los riesgos que implica para la salud humana, la fauna y el
medioambiente”.
España
se encuentra a la cabeza de los países que más utilizan este
producto, mientras que otros ocho estados –Alemania, Irlanda,
Finlandia, Suecia, Dinamarca, Eslovenia, Letonia y Lituania– ya lo
tienen prohibido.
El
clorpirifós, autorizado por primera vez en la Unión Europea en el
año 2006, está entre los 15 pesticidas más presentes en los
alimentos, y sus residuos se han detectado sobre todo en los
cítricos, según un análisis publicado por la organización
Pesticide Action Network, que los encontró en uno de cada cuatro
pomelos y limones, así como en un tercio de las naranjas y
mandarinas analizadas.
En
España, por ejemplo, se detectó en una de cada cinco frutas, entre
ellas, en el 40 % de las naranjas y el 35 % de las mandarinas
analizadas.
La
decisión de prohibirlo llegó después de que la Autoridad Europea
de Seguridad Alimentaria (EFSA) confirmase a principios de agosto que
“existía preocupación sobre el riesgo que entrañan estas
sustancias”, por sus posibles efectos genotóxicos y neurológicos
en el desarrollo de los niños.
Trump
y Dow Chemical
Estados
Unidos y el clorpirifós tienen una larga historia de idas y vueltas.
Desde que Dow Chemical lo lanzó al mercado en 1965, el insecticida
se extendió en campos de cultivos, canchas de golf y hasta en los
hogares. Cuando al poco tiempo las investigaciones científicas
señalaron los peligros ante su exposición, comenzó una serie de
reclamos para restringir su uso. Finalmente, en el año 2000 se
prohibió su uso dentro de viviendas por ser demasiado tóxico para
los niños, pero se mantuvo su uso agrícola. De hecho, se calcula
que es el insecticida favorito en más de 50 tipos de cultivos
diferentes.
El
último 9 de agosto, un tribunal de apelación federal dictaminó que
la Agencia de Protección Medioambiental estadounidense (EPA, por sus
siglas en inglés) debería prohibir el uso de clorpirifós en un
lapso no mayor a los 60 días. Sin embargo, todavía no se pudo
aplicar.
En
California, en tanto, suspendieron sus suministros luego de que se lo
vinculara a lesiones cerebrales en niños.
En
2016, con Barack Obama en la Casa Blanca, la EPA había decidido
prohibir el clorpirifós en todo el país. Sin embargo, el primer
director del organismo bajo la gestión de Donald Trump, Scott
Pruitt, revocó la decisión.
Luego
se supo que Dow Chemical, fabricante de clorpirifós, había donado
un millón de dólares para la campaña de Trump.
Fuente:
Gastón Rodríguez - @soyelpapadeleon, Clorpirifós, el pesticida del que nadie habla y es peor que el glifosato, 17 noviembre 2019, Tiempo Argentino. Consultado 18 noviembre 2019.
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