miércoles, 7 de junio de 2017

Comodoro entre la contingencia y la negligencia: el precio altísimo del cortoplacismo y la improvisación

Catastróficas inundaciones en Comodoro Rivadavia, marzo 2017. Foto: Ricardo Pristupluk/ La Nación

por Silvina Carstens

Para recuperar Comodoro Rivadavia se necesitará un presupuesto completo de provincia”. La frase, basada en una cuantificación a priori de los daños materiales en Comodoro Rivadavia, pertenece al intendente Carlos Linares.

La estimación fue pronunciada aquel 3 de abril, cuando la capital petrolera veía azorada las consecuencias de la primera e histórica inundación, que comenzó a vivir la segunda caída de agua apenas tres días después de ese cálculo.

La estimación no es optimista en modo alguno. Cuando Comodoro logre superar la coyuntura, y los centenares de evacuados obtengan soluciones habitacionales fiables, habrá que reconstruir la ciudad literalmente desde cero, y en medio de un escenario adverso.

El presupuesto chubutense al que aludió Linares equivale a 40.000 millones de pesos -cálculo vigente para 2017-, y corresponde a una provincia que atraviesa su tercer endeudamiento consecutivo, con lo que las finanzas están comprometidas por los próximos doce años al menos, y donde la declaración de emergencia climática abarca además todo su territorio.

Desde la esfera nacional, más allá de los módulos habitacionales comprometidos, el ministro del interior Rogelio Frigerio anunció inicialmente 50 millones de pesos, y el Congreso Nacional debe analizar entre otros el proyecto presentado por Santiago Igon para declarar la emergencia climática, ambiental y social en varios departamentos de Chubut y de Santa Cruz y con efectos particulares sobre las personas, ya que establece duplicar asignaciones familiares, AUH, jubilaciones y pensiones por el término de tres meses.

El municipio, en tanto, declaró la emergencia el ya lejano 5 de abril. Esa decisión la habilita a reasignar las partidas dentro de un cálculo de recursos de 3112 millones previstos para 2017, que sin dudas se verá afectado en función de que los mayores ingresos provienen de la recaudación propia a través de impuestos como el inmobiliario, los ingresos brutos y la tasa al comercio y la industria.

No obstante, la inversión prevista para obras públicas supera los 1000 millones. En este ítem, la inyección más fuerte proviene, como en los últimos 4 presupuestos, de la Ley provincial de Hidrocarburos y los acuerdos específicos con las operadoras.

Sobre esa base económica Comodoro se verá obligada a planificar seriamente por primera vez en dos décadas.

Recurrencias
El país siguió atónito el relato de los canales porteños sobre las inundaciones en la zona más árida del país, contada con imágenes dignas de una novela de García Márquez, ajustables al gusto y la crítica del televidente. La base de la explicación a 2000 km de la zona es meteorológica y se mide en milímetros de lluvia, pero desde adentro y con el agua al cuello se contemplan otras variables. Estas variables visiones a pie del desastre permiten distinguir “contingencia” de “negligencia” en una urbe que se inundó con 300 milímetros, pero anteriormente también con 14.

La “recurrencia” es uno de los valores que utiliza en el ámbito de la ingeniería para la proyección de obras urbanas, el cálculo de materiales y su costo. Para establecer ese valor, las cuestiones meteorológicas son un dato clave, ya que entre otras variables a contemplar está el hecho de que un puente, una ruta o el objeto de proyección deberá soportar una tormenta como la que se vivió en la zona, por ejemplo, y con qué frecuencia.

No hay duda alguna que las lluvias de esas trágicas semanas fueron extraordinarias, registros que baten marcas “centenarias” en términos meteorológicos, con lo que resulta relativamente lógico que gran parte del trazado vial haya sucumbido.

Es posible decir “relativamente” porque Comodoro suma año a año evidencias de obras mal calculadas y mal ejecutadas -sin contar las faltantes- que se suman hoy con rigor a los costos retroactivos que tiene que pagar la ciudad.

Insuficiencias y fracasos
De hecho, con tormentas muy inferiores los perjuicios han sido graves en Kilómetro 3, donde el sistema pluvial de la avenida Quintana -licitado en 2013 por 79 millones de pesos- no logra ser concluido y ya en plena ejecución registró hundimientos en la pavimentación asociada.

El canal evacuador de la avenida Roca también ha dado muestras reiteradas de su insuficiencia en la última década y más allá también, aunque la estrategia municipal al respecto sigue basándose en la limpieza previa a una lluvia y la remediación posterior.

El camino de Saavedra a Kilómetro 3 es otra de las trazas que debe ser sometida a constantes reparaciones, aun con tormentas de escasa magnitud, algo que también ofrece indicios de mala proyección y deficiente construcción.

La misma descripción vale de modo recurrente -una paradoja- para el camino Perón y también para obras esenciales como el acueducto Arenales, que sumó con el último temporal 13 roturas y cuyo fracaso sistemático determinó que se recurra a antiguos acueductos de YPF para abastecer a zona norte. Esta última obra, con varias décadas más desde su trazado, tiene vida útil todavía, bajo las mismas circunstancias.

El fracaso permanente se produce llamativamente en ejecuciones que no han cumplido un tercio de la vida útil por la que deberían responder. Hasta con los defectos proyectuales que se le puedan atribuir a cada caso, hay cuestiones de ejecución y uso de materiales más económicos que los que en rigor debieron utilizarse.

La maniobra produce claramente un ahorro constructivo, que no tiene efectos visibles sobre los presupuestos públicos que cotizan en más de un millón de pesos los 100 metros de pavimento.

Sometidas a la misma presión de agua, algunas calles soportaron y otras no la violencia del temporal. La causa resulta muy clara en el mundo de las empresas constructoras: el material que se utiliza previamente a la pavimentación y para compactar es muy costoso en la ciudad -que prácticamente se ha quedado sin canteras-.

Como consecuencia, la inmensa mayoría de los contratistas utiliza una mezcla de piedra y material calcáreo que después se cubre con el asfalto y nadie puede ver, pero que determina irremediablemente luego la resistencia a la erosión o socavamiento hídrico en una ciudad sin proyección de sus pluviales de mínima.

En el medio, por supuesto, tallan las inspecciones –municipales o provinciales, según el caso– que mediante ensayos deben aprobar o no el control de calidad de esa compactación. Ese proceso fue atravesado indefectiblemente por las trazas comodorenses.

El problema es que fueron aprobadas todas, tanto las que están partidas como las que sucumbieron y las que siguen en pie. Las irregularidades o la negligencia resultan evidentes, y constituyen un desafío para la gestión municipal de Linares, quien debe controlar las obras hechas antes de su llegada al poder pero también las actuales, incluyendo los inmensos montos que se están destinando a la “reconstrucción”.

Gran presupuesto, sin un plan
La municipalidad de Comodoro es un caso casi aislado dentro del mapa provincial, ya que la recaudación propia le basta para afrontar gastos corrientes, pudiendo disponer siempre de partidas para asignar a la obra pública.

Más todavía, desde 2013 y tras la sanción de la Ley provincial de Hidrocarburos la ciudad cuenta con presupuestos extraordinarios que nunca fueron asociados a un plan vector para el desarrollo urbano que parta desde el saneamiento y una red de pluviales para empezar. La casa comenzó a construirse desde el techo, y los fondos fueron directamente al pavimento. Se privilegiaron las obras de corto plazo, visibles y de pronta inauguración.

En 2013 se pasó por primera vez el límite de los 1000 millones de pesos para el erario municipal: el monto final fue de 1.050.000.000 millones. Para calibrar la envergadura de la cifra basta con recordar que durante la gestión municipal de Martin Buzzi -2007 / 2009– el entonces secretario de obras públicas Gerardo Couto tramitaba ante el Enohsa una inversión de 1.000 millones para completar el plan vector de saneamiento comodorense, que incluía emisarios submarinos, colectores máximos, plantas de tratamiento y sistemas de pluviales.

Desde ese año “debut” de fondos excepcionales, la ciudad administró presupuestos del orden de los 2.100 millones en 2015, 2.500 en 2016 y los más de 3.100millones actuales. Sin embargo, para detectar en la historia reciente una planificación integral que además de abarcar la coyuntura proyecte la ciudad a mediano y largo plazo hay que retroceder hasta 1998.

La última planificación, hace casi veinte años
Más allá de las proyecciones teóricas de la intendencia Buzzi y su “ciudad del conocimiento”, el único antecedente concreto fue el “Plan de Desarrollo Estratégico” diseñado durante la gestión de Marcelo Guinle, que incluyó la participación activa de referentes sociales en el marco del consejo consultor y se hilvanó en años de barriles a menos de 10 dólares. Pese a las dificultades del contexto, en ese momento sí se aprovecharon los recursos técnicos de la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco, cuya participación hoy en la proyección de la ciudad se ve resumida a la capacitación a vecinalistas o dirigentes sindicales.

De esa época data el proyecto del viaducto, que volvió a la memoria de varios en esta inundación con el interrogante de cómo hubiera sido el paisaje con esa obra en pie. Aquel proyecto logró un amplio acompañamiento social y presupuestario en su momento que resultó cuestionado tiempo después. Nunca llegó a ejecutarse, pero tampoco fue reemplazado por un proyecto alternativo.

En cuanto al plan de desarrollo, durante la gestión siguiente que encabezó Jorge Aubía con Gustavo Mena como secretario de gobierno, se planteó en varias oportunidades la intención de darle continuidad, aunque no tardó en golpear la crisis de 2001 y con ella llegó el abandono de todo enfoque estratégico para concentrarse en la inmediatez.

Como siempre, Comodoro se repuso pero el plan no fue retomado ni siquiera para modificarlo, adaptarlo o darle el sello propio de administraciones posteriores. Las gestiones e inversiones no fueron destinadas a polos tecnológicos o a la planificación urbana, sino para la búsqueda del rédito más inmediato en los tabloides.

En gran medida, todo se limitó al corte de cintas aquí y ahora con intendentes que dejaron la ciudad al culminar su mandato protagonizando la foto pero nunca el desarrollo, y ése es por supuesto otro de los costos que debe asumir Comodoro hoy.

El desastre como oportunidad
La ciudad debe atender ahora una coyuntura dramática. La situación es crítica, pero también implica una oportunidad única para pensar en el mediano y largo plazo a partir de equipos de idóneos que se impongan a “los del palo”.

La gente demostró que está a la altura y necesitada de refundar cuestiones puntuales y de fondo. Para eso se requiere una dirigencia con solidez y amplitud de miras, rasgos que escasearon en la tragedia pero que están a tiempo de formularse.

El momento del cronograma electoral en que se produjeron estos sucesos históricos constituyen un condimento a favor para que por primera vez en décadas se consideren proyectos y no personas, y se invierta en lo que auténticamente se requiere aunque cuando sea más rentable el reclamo reiterado a otras esferas políticas. Solamente desde allí será posible construir las bases para que el agua no nos tape definitivamente y Comodoro evite convertirse en una ciudad fantasma como consecuencia del éxodo y el abandono.

Sobre el abismo

Uno
Boom poblacional es un término recurrente en Comodoro, que a pesar de las décadas de invariables explosiones demográficas no puede encontrar el modo de que las normativas municipales dejen de aparecer soslayadas por la urgencia ocupacional y los cambios en la dinámica territorial.

Dos
Mientras el planeamiento urbano en un ejido con estas características no tiene rango alguno a nivel del gabinete municipal, la ciudad, o sus referentes, no se ha podido dilucidar nítidamente en quién recae la responsabilidad final sobre las redes de agua y cloacas que administra la SCPL. Sin contar el ineludible compromiso y responsabilidad que Provincia tiene sobre las inversiones inherentes al acueducto, las redes de distribución interna son una complicación largamente desatendida que tuvieron y tienen hoy su precio post inundación.

Tres
El contrato de 1982 con la SCPL solo enumera los bienes que la comuna cede a la prestadora para esos fines y no enuncia responsabilidades a futuro sobre esa infraestructura básica en la que el municipio tampoco ha invertido, pese a contar desde 2010 con partidas presupuestarias de afectación específica al saneamiento. El término “infraestructura” en la redacción para la administración de esos fondos determina, otra vez, que se invierta en asfalto o en el tendido de redes nuevas en el mejor de los casos, que van a conectarse a ductos antiguos, ineficientes y colapsados. Ese fondo, llamado “Federal Solidario” y conocido como “soja”, fue creado mediante DNU en 2009 con base en los derechos de exportación de la soja en todas sus variedades y derivados, y se integra con el 30 % de los montos efectivamente recaudados por el Estado Nacional en concepto de derecho de exportación del complejo sojero, sobre el que aplica el reparto automático replicando el sistema de coparticipación federal -en forma diaria y sin costo- por el Banco Nación.

Cuatro
El de 2010 fue el primer presupuesto municipal que incluyó el Fondo Federal Solidario formalmente dentro del cálculo de recursos para Comodoro Rivadavia, y en noviembre de ese año debió ingresarse como una partida de “excedentes” por 3.834.000 pesos a lo proveniente de la coparticipación sojera, agregados a una estimación de 6,5 millones. El monto siguió creciendo hasta los 40 millones, con lo que se prevé que impactará este año a nivel local. No obstante, las rendiciones acerca de cómo se ejecuta este fondo no se discriminan de manera pública, ni tampoco se computan como cumplimiento de metas en ningún criterio de planificación.

Selfies

El único método
La tempestad, y los intentos por llevar previsibilidad a la emergencia basados en el método del ensayo-error (aunque con mas errores que ensayos) sacó, como cada crisis, lo mejor y lo peor de la ciudad, forjada al calor de las internas, los celos entre funcionarios y viaticantes de provincia y municipio y otras pequeñeces habituales.

Vecinalismo y decadencia
Más allá de ese telón de fondo, en el que no faltó la recriminación del “haber venido para la foto”, la tempestuosa subida del agua dejó en evidencia el cambio de signo que sufrió en Comodoro el rol del vecinalismo. Mientras los intendentes de los primeros años de la democracia se conformaban con no tenerlos en contra por tratarse de personajes duros que más allá de las prácticas non sanctas en algunos casos tenían peso territorial, Comodoro convive hoy con una generación de vecinalistas impuestos, de escasa representatividad y que operan como punteros políticos del gobierno de turno. No es casual que el agente municipal a cargo de la coordinación de vecinales sea además el armador de “La Comodorense”, agrupación con miras a la proyección de Linares gobernador en 2019.

Vecinos vs. burocracia
Salvo honrosas excepciones, la situación puso en evidencia que las vecinales no dieron las respuestas territoriales esperables, con lo que la desconfianza creciente terminó por reforzar el poder de organización de grupos espontáneos de vecinos. Así fue que trabajaron en equipo, dijeron presente para palear barro, cocinar y gestionar las donaciones que desde el centralismo del predio ferial nunca llegaron a muchas casas.

Fuente:

No hay comentarios:

Publicar un comentario