por Eduard Rodríguez Farré y Salvador López Arnal
Los
residuos radiactivos han sido considerados por la industria nuclear
como una externalidad inevitable por la que no deberíamos
preocuparnos. Están controlados en las propias centrales y, cuando
es necesario, pueden construirse almacenes generales (aunque sean
provisionales se afirma). Por lo demás, suele añadirse
confiadamente, que la tecnología, como si fuera un activo Dios
omnisciente y todopoderoso, solucionará de forma definitiva y
satisfactoria este “pequeño problema” de la apuesta atómica.
Debemos ser pacientes, casi todo son ventajas. Esta pseudoreflexión,
sesgada e interesada y “puerilmente optimista”, tiene décadas de
antiguëdad, desde el origen, desde las primeras centrales atómicas
y las pruebas nucleares. De hecho, los residuos radiactivos de
plutonio han dado pie a una nueva etapa geológica, el Antropoceno,
como se acordó recientemente en un Congreso Internacional de
Geología celebrado en Sudáfrica. El gran y malogrado escritor
sueco Henning Mankell nos da una nueva perspectiva en su libro
póstumo, amplía nuestra comprensión del tema, nos permite mirar
más antropológicamente: ¿va a ser éste, van a ser los residuos
radiactivos, el oscuro legado que nuestra Humanidad dejará a las
futuras generaciones? ¿Serán los residuos nuestros agujeros negros?
¿Cuál será nuestra responsabilidad en futuros y trágicos
escenarios?
La
voz del poder atómico dominante no ha cambiado sustantivamente en
estas últimas décadas al hablar y "reflexionar" sobre los
residuos radiactivos, uno de los puntos más peligrosos del ciclo
completo de la industria nuclear. En una entrevista con Manuel
Planelles [1], Juan Carlos Lentijo, responsable del área de
Seguridad de la Organización Internacional de la Energía Atómica
(OIEA) desde 2012 tras desarrollar una carrera de casi tres décadas
en el Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) de España, se expresaba
del siguiente modo al ser preguntado si con los residuos, la
asignatura pendiente de una industria que con tanto entusiasmo
defendía, se estaba caminando hacia "una solución definitiva":
Para los de alta actividad, los que se derivan del combustible
nuclear gastado, hay soluciones transitorias para mantenerlos en
situaciones de seguridad durante plazos cortos, medios e incluso
largos. Y se está trabajando en formular una solución definitiva,
que pasa por el almacenamiento geológico profundo.
Existían,
señalaba Lentijo, varios proyectos en el mundo, iniciados hacía
varias décadas, para analizar cuáles eran las mejores formaciones
geológicas.
A
partir de estos muchos proyectos, por ejemplo en Europa o Estados
Unidos, hay varios que están en proceso de licenciamiento y
construcción. Hubo algún ejemplo previo en Estados
Unidos y ahí se aprendió
mucho. Pero hay tres países con proyectos muy ambiciosos y sólidos:
Finlandia, Suecia y Francia. En todos estos casos, se ha avanzado
mucho desde el punto de vista tecnológico y en los aspectos
políticos y sociales, que son esenciales en todo el uso de la
energía nuclear. El consenso social es fundamental. Y todavía más
cuando se habla de almacenamientos definitivos de residuos
radiactivos.
Efectivamente,
el consenso -o disenso crítico e informado- social es fundamental
cuando hablamos de un tema que tiene su historia. Brevemente.
El
gran economista, matemático y filósofo de las ciencias sociales
Nicholas Georgescu Roegen [NGR] ya habló del papel central de los
residuos radiactivos (no fue la única voz por supuesto) hace unos 40
años, en 1977, en un artículo titulado "Bioeconomía: una
nueva mirada a la naturaleza de la actividad económica" [2].
Argüía aquí NGR que, en principio, otra posible alternativa
energética abierta a la humanidad, frente a los combustibles
fósiles, era la energía nuclear. Aunque se admitía que el stock de
esta energía, si se utilizaba en los reactores ordinarios, no sumaba
una cantidad mucho mayor que la entonces existente de combustibles
fósiles, si se usaba "en el reactor-reproductor, algunos opinan
que podría proporcionar abundante energía para una población de
veinte mil millones de personas durante, quizás, un millón de
años". Problema resuelto, gritaban y publicitaban
entusiasmados. Pero este plan a gran escala, esta nueva (aunque
vieja) ensoñación tecnológica, nos advertía el bioeconomista
rumano, estaba llena de problemas por las consecuencias no previstas
para la Humanidad y, tal vez, para toda la vida terrestre. "Los
defensores de este pacto fáustico no nos dicen cómo almacenar de
manera segura los residuos nucleares". Ni tampoco sugieren qué
hacer "con las montañas de residuos mineros resultado de la
extracción del uranio, del granito de New Hampshire o de la pizarra
bituminosa de Chattanooga". Era una preocupación, tan o más
grave que la anterior, el que sólo fueran necesarias "unas ocho
libras de plutonio 239 para fabricar una simple bomba atómica".
No existía forma de asegurar, ni entonces ni ahora, que esa cantidad
de plutonio no fuera a parar "a manos que no están controladas
por mentes sensatas". Sólo en Estados Unidos [3], cientos de
libras de material nuclear se encontraban ya en aquellos años sin
contabilizar. Las contabilizadas, por otra parte, no estaban tampoco
en manos muy sensatas. Parece evidente, concluía NGR, que la
humanidad estaba en una de las encrucijadas más fatídicas de su
historia. En el mismo abismo en el que seguimos estando.
Francisco
Fernández Buey también habló hace muchos años de graneros y
basureros nucleares en una nota editorial [4] de una revista,
mientras tanto, que siempre tuvo una fuerte arista antinuclear.
Mientras
en las ciudades y en las universidades todavía se discute sobre la
identidad de esta vieja comunidad [Castilla-León] de la que ahora
paradójicamente no puede hablarse ni escribirse sin guión, mientras
se lamenta la falta de conciencia regional y se riega cada día la
memoria de los comuneros con el contenido de las litronas, mientras
las instituciones se preparan para vendimiar las migadas de ese gran
negocio amado 1992, renovando así las nostalgias por las gestas del
dorado siglo, resulta que Castilla-León aún tiene que ver con a
Europa, con la Europa de la postmodernidad y del mercado en común.
La
noticia había saltado a los medios de comunicación en España, a
principios de 1987, al conocerse que entonces se proyectaba construir
en la comarca de Arribes de Duero un cementerio nuclear. Según los
expertos, recordaba el autor de Leyendo a Gramsci, "la pureza y
bondad de los granitos salmantinos hacen de esta región firme
candidata a pasar a la historia" por algo casi tan importante,
apuntaba irónicamente el filósofo y activista del CANC (Comité
Antinuclear de Cataluña), "como el Descubrimiento y la
Colonización: convertirse en sede de nuevas experiencias europeas
sobre almacenamiento de residuos radiactivos de alta actividad".
Pues
bien, también nosotros, salvadas todas las distancias, hemos hablado
de estas encrucijadas en algunas de nuestros trabajos [5]. Tomamos
pie en ellos y en artículos más recientes. Recordemos lo más
esencial del tema.
Pensando
en el funcionamiento "normal" de una central nuclear, sin
tener en cuenta posibles accidentes que son más que "accidentes",
auténticas hecatombes en algunos casos (Chernóbil, Fukushima...
también Tres Millas o Vandellós si no hubiera habido suerte), puede
afirmarse que el principal riesgo para la salud humana y el medio
ambiente es el proveniente de la generación de residuos, una
"externalidad" (en jerga economista) inherente a la propia
tecnología nuclear. Queramos o no queremos no podemos evitarlos si
apostamos por esa industria.
La
primera fuente de contaminación radiactiva de la biosfera han sido,
hasta el momento, las explosiones realizadas por las potencias
atómicas. Más de mil hasta el momento. Además de contaminar la
biosfera con un variado repertorio de radionúclidos artificiales
-particularmente los tan biológicamente peligrosos cesio 137 y
estroncio 90-, esas explosiones han creado enormes cantidades de
núclidos radiactivos "naturales" -en especial tritio
(hidrógeno 3), y carbono 14- que anteriormente existían en
cantidades ínfimas. El incremento de la fracción radiactiva de
estos elementos constituyentes de la vida ha quedado reflejado en
todos los medios naturales y en la biomasa. Así, en las aguas
superficiales marinas, donde la concentración de tritio natural era
en 1950 de 0,01-0,03 Bq/l (becquerelios/litro), se alcanzaron en
1964, tras las explosiones, cifras superiores a los 2 Bq/l en el
hemisferio norte, una cantidad 200 veces superior a las cifras
preatómicas.
En
estos últimos años el funcionamiento normal -o accidental por
supuesto- de la tecnología nuclear se ha convertido en la principal
fuente de contaminación radiactiva, superando en determinados casos
y áreas geográficas la originada por esas explosiones. Todas las
centrales nucleares difunden radionúclidos en el aire y las aguas.
Las centrales de producción eléctrica son menos sucias que las
plantas de reprocesamiento (que pueden representar una contaminación
entre 100 y 1.000 veces mayor según los radionúclidos que
consideremos). Entre los radionúclidos arrojados al medio por la
industria, el criptón 85 y el tritio ocupan un lugar destacado en
razón de su cantidad, su diseminación y su período de actividad.
Los radionúclidos evacuados rutinariamente con el agua de
refrigeración que procede de los reactores pueden recorrer grandes
distancias o acumularse en zonas concretas de los sistemas acuáticos.
Los
satélites con generadores nucleares -principalmente de plutonio
238- representan también un sistema de diseminación radioactiva a
escala mundial cuando se disgregan al reingresar en la atmósfera
¿Qué
entendemos por residuo radiactivo? La Ley 54/1997 del Sector
Eléctrico español define residuo radiactivo como cualquier material
o producto de desecho, para el que no está previsto ningún uso, que
contiene o está contaminado con radionúclidos en concentraciones o
niveles de actividad superiores a los establecidos por el Ministerio
de Industria, Turismo y Comercio, previo informe del Consejo de
Seguridad Nuclear.
La
generación de estos residuos tiene orígenes diversos: la producción
de energía eléctrica de origen nuclear, el desmantelamiento de las
instalaciones nucleares, la utilización de radioisótopos en
múltiples actividades de la industria, la medicina o la
investigación, etc. Los residuos más peligrosos generados en la
fisión nuclear se producen en las barras de combustible, donde se
generan elementos transuránicos [6] como el el neptunio, el
plutonio, el americio, o el curio que pueden permanecer radiactivos
a lo largo de miles y miles de años. También se generan, desde
luego, residuos de elevada actividad que tienen vidas medias cortas.
Lo que suele llamarse gestión de los residuos radiactivos es el
conjunto de actividades administrativas y técnicas necesarias para
la manipulación, tratamiento, acondicionamiento, transporte y
almacenamiento de estos residuos, teniendo en cuenta, se afirma
oficialmente, "los mejores factores económicos y de seguridad
disponibles".
Como
decíamos, una central nuclear, funcionando con normalidad, genera
gran cantidad de residuos. Un reactor de 1.000 MW produce anualmente
unas 33 toneladas de residuos que emiten radiactividad durante
períodos muy diversos (desde unos pocos segundos hasta miles de
años). Las centrales nucleares de Cataluña, por ejemplo, generaron
más de 25.374.800.000 kWh en el año 2003 (3,6 mg de residuos
radiactivos por cada kWh), es decir, del orden de 15 gramos de
residuos per capita, resultantes de distribuir entre la población
las aproximadamente 100 Tm de residuos producidos anualmente.
En
España, los planes de la Empresa Nacional de Residuos Radiactivos
(ENRESA) incluyen la construcción de un cementerio nuclear
denominado Almacén Temporal Centralizado (ATC) para ubicar los
residuos de alta actividad de todas las centrales nucleares, un
proyecto que cuenta con la marcada y documentada oposición de
científicos y de los grupos ecologistas antinucleares de todas las
comunidades españolas.
Cuando
se reprocesa el combustible, que no es siempre, es necesario
gestionar como residuos de alta actividad, los derivados de dicho
tratamiento son introducidos en contenedores de acero inoxidable en
cámaras de hormigón refrigeradas por aire en las propias
instalaciones de reproceso, a la espera de su evacuación final.
Existen plantas industriales de reprocesamiento funcionando desde
hace muchos años como la de Sellafield en el Reino Unido o la de La
Hague en Francia. En ambos casos, es necesario disponer de un
almacenamiento temporal durante un tiempo más o menos prolongado.
Tras la separación del uranio 235 del plutonio, el resto de residuos
deben ser almacenados en recipientes herméticos, bidones y
contenedores de seguridad que, a su vez, se disponen en almacenes
vigilados. Los residuos deben estar acondicionados en estado sólido,
e inmovilizados en un material aglomerante (como el asfalto o el
cemento). Los materiales radiactivos circulan internacionalmente a
través de medios de transporte como buques o trenes especiales
vigilados. Un aspecto clave en el transporte de estos materiales lo
constituye el tipo de embalaje, que debe impedir cualquier fuga de
material al medio así como proteger de las radiaciones al personal
manipulador y a la población en general. Dada su alto nivel de
radiactividad, los combustibles irradiados requieren contenedores
especiales, plomados y estancos, que protejan del calor, la radiación
y las autorreacciones. Deben ser además resistentes a los choques,
al incendio y a la inmersión. Existen diversos tipos de 50 a 100 Tm,
según la forma de transporte: 2-4 Tm de combustible irradiado
necesitan, generalmente, un castillo plomado de 50 Tm.
La
usual gestión que se practica con los residuos es depositarlos en
piscinas de refrigeración que están ubicadas en el interior de las
centrales nucleares. Se guardan allí para refrigerarlos, porque en
toda emisión de radiactividad la energía se disipa en forma de
calor. Cada tres o cuatro meses se cambian alrededor de un tercio de
las barras de combustible irradiado de los reactores -que pesan
varias toneladas- por otras nuevas. De entrada, se ponen en las
piscinas de las centrales para que se vaya disipando el calor. Las
piscinas se siguen manteniendo activas y en muchas centrales
españolas están muy saturadas. ¿Qué soluciones se han intentado
ante este problema en absoluto secundario del almacenamiento de
residuos?
La
primera opción es seguir manteniéndolos en las propias centrales,
en las piscinas. Uno de los problemas que presenta esta alternativa,
no es el único, es que al final ya no caben más residuos. Lo que
está sucediendo en muchas centrales españolas. Otra aproximación,
de la que antes hablábamos y que sólo han practicado hasta el
momento franceses y británicos, es reciclar este material. Estados
Unidos, gran potencia atómico-nuclear, nunca ha reprocesado. Tienen
depósitos en las centrales y tienen varios depósitos militares. El
más importante es el de Savannah River (Carolina del Sur, en
terrenos adyacentes al río Savannah cerca de Augusta, Georgia) y los
otros reactores, los que producían plutonio para las bombas
atómicas, están en Hanford, en Benton, en el Estado de Washington,
ubicados a lo largo del río Columbia. Del depósito de Savannah
River se ocupa el Departamento de Energía de Estados Unidos. Pero la
gestión, también en un caso así, está en manos de la Washington
Savannah River Company, una corporación subsidiaria de Washington
International que posee todo su capital.
Lo
que se ha intentado investigar, y se sigue ahora investigando por la
industria, es conseguir un sistema que gestione los residuos de forma
definitiva. Aquí también han irrumpido conjeturas alocadas. Alguna
vez se ha hablado de lanzarlos al espacio, sin más. Un gran cohete
se llena de productos radiactivos y ¡arriba con él! Disuelto el
problema. ¡Contaminemos el espacio, el programa de nuestra alocada
hora atómica!
Las
soluciones más serias intentan vitrificar, incluir los residuos
radiactivos dentro de una masa vitrificada para depositarlos en
sitios que sean realmente herméticos. Se ha hablado normalmente de
minas de sal. La industria alemana, por ejemplo, tienen depósitos en
Gorleben y Asse, en la Baja Sajonia. En Asse se empezaron a depositar
los residuos en los años sesenta y no hace mucho tiempo las mismas
autoridades alemanas responsables reconocieron que existen riesgos
muy reales porque estas minas han resultado geológicamente
inestables y han empezado a llenarse de agua. No existen
conocimientos ni predicciones seguros al cien por cien.
Dos
son los problemas principales de este procedimiento. En primer lugar,
lo ideal sería que la mina escogida fuera un lugar en el que aunque
la radiactividad se escapase de los contenedores no pudiera
difundirse, permaneciendo a una profundidad de 600, de 1.000 metros.
Pero es imposible, por profunda que sea. Simple quimera, pensamiento
desiderativo. En una mina siempre habrá corrientes de agua, estará
llena de capas freáticas, siempre habrá lixiviación,.. Puede
acabar finalmente aflorando a la superficie.
El
segundo problema: pretender que el contenedor donde se guardan los
residuos sea permanente. Ha habido aquí hasta el momento sonoros
fracasos. En Nature se habló de ello hace pocos años. Esta
solución, lograr vitrificar toda la masa de residuos radiactivos, se
ha trabajado mucho en Estados Unidos y en Alemania. Se ha de tener en
cuenta que estamos hablando de cantidades muy importantes de
materiales altamente radiactivos. Abultan mucho aunque no tanto como
sería de esperar dado el peso del uranio. Un ladrillo uránico, de
tamaño normal, no podríamos levantarlo. Si fuera de plomo
necesitaríamos las dos manos; si fuera de uranio no tendríamos
fuerza suficiente. Su masa atómica, como sabemos, es de 235.
Lo
que se vio con estas vitrificaciones, en el estudio que realizaron,
es que estábamos aquí ante un grave problema. Si hacemos una masa
de cerámica, en el fondo una vitrificación, cuando mejor sea la
cerámica más hermética será. Existen cerámicas chinas de hace
2.000 años que se han conservado muy bien. Ocurre aquí que si
incluimos en esta cerámica, en esta vitrificación, elementos
radiactivos, estos elementos se van desintegrando y toda
desintegración, por definición, es una radiación ionizante (la
interacción de la radiación con la materia determina ionización).
La trayectoria de la radiación alfa, la beta, la gamma, dentro de la
masa de cerámica, la ioniza y hace que, poco a poco, se vaya
alterando su estructura y acabe destruyéndose. Una estructura de
cerámica es una organización cristalina vitrificada y las
radiaciones ionizantes la van rompiendo hasta que, finalmente, se
acaba perdiendo. Se ha observado que en poco tiempo, al cabo de diez
años -¡diez años tan solo!-, un contenedor que tenía que durar
miles de años estaba perdiendo su contenido porque se había
alterado la composición del material con el que había sido
construido debido a la misma radiación que debía contener, por las
características de lo que es por definición una radiación
ionizante.
No se
ha alcanzado hasta el momento ninguna solución definitiva. Se sigue
hablando de las minas de sal, pero, al fin y al cabo, en esas minas,
por más sal vitrificada que haya, siempre puede haber algún
movimiento geológico. Puede entrar agua en lugares donde llueve con
frecuencia; por pequeño que sea el movimiento geológico se puede
resquebrajar el contenedor; puede llover fuertemente y, si se inunda,
por vitrificada que esté la sal, se acaba disolviendo. En Cataluña,
tenemos un buen ejemplo de ello en el del río Cardoner (comarca del
Bages, en Barcelona): el suelo de este río es sal. En una mina
próxima hicieron mal un agujero y tocaron el fondo del río. ¿Qué
ocurrió? Que el agua empezó a entrar en gran cantidad, la mina se
inundó y la sal vitrificada acabó disolviéndose.
El
procedimiento de la transmutación es ciencia ficción. Carlo Rubbia,
premio Nobel de Física en 1984, habló de ello, llegó a defenderlo,
en algún momento; luego se desdijo. La física, en teoría, puede
hacerlo. Si bombardeamos con neutrones, podemos transformar cualquier
elemento en otro. La transmutación de un metal en oro, el viejo
sueño alquimista, se consiguió hace tiempo. El problema es el coste
inmenso de la transformación y, por otra parte, que tan solo puede
hacerse con cantidades muy pequeñas, con porciones ínfimas de
materia. En un acelerador lineal se vaporizan unas cantidades
ínfimas, inferiores a miligramos, nanogramos más bien, y después
se obtiene oro. Aquí, en cambio, estamos hablando de montañas de
materiales. No podemos introducir toneladas y toneladas de estas
sustancias en una máquina gigantesca que vaya bombardeando con
neutrones.
Desde
la perspectiva de la industria atómica existente, mientras no
tengamos otra solución, los residuos no van a caber en las centrales
y se van a tener que guardar en almacenes. En este punto entran en
acción dos alternativas: ubiquémoslos en subterráneos o
mantengámoslos a vista. El criterio más sensato, sin ningún atisbo
de duda, es el segundo, tener este material a la vista. Enterrarlos
en algún sitio y olvidarnos de todo tiene el riesgo de lo que allí
pueda pasar dentro de un tiempo, que nunca podremos determinar
exactamente, lo que queramos pensar, lo que alcancemos a imaginar en
base a nuestros datos iniciales (incluso otros escenarios no
imaginados). La solución que se está tomando es tener guardado el
material en almacenes, centralizados y temporales (recordemos la
enorme vida media de muchos elementos radiactivos). En lugar de tener
radiactividad diseminada por todas las centrales de un país, guardar
todos los residuos en un sitio que esté controlado y preparado para
ello. Así se ha hecho en Holanda. No son muchos los países que han
construido almacenes para residuos pero el momento está llegando. El
cartero nuclear está a punto de llamar a nuestra puerta con
insistencia y tal vez no llame dos veces. Ya no puede tardar mucho y
no podemos responder con demora teniendo en cuenta la edad de las
centrales más viejas. En España y en muchos otros países.
Hasta
aquí una aproximación, digamos técnica y al mismo tiempo política,
al tema de los residuos. Pero cabe una mirada más penetrante, más
profunda, más filosófica si se quiere. Tomamos pie en el último
libro de Henning Mankell: "Arenas movedizas" [7]. El autor
de La falsa pista habla insistentemente del tema en este libro,
especialmente en la primera parte.
El
olvido, afirma, es oscuridad. Queremos extinguir toda la luz de la
memoria que nos puede recordar lo que, quienes hoy estamos vivos,
"enterramos -o olvidamos- un día en el corazón de la montaña;
aquello de cuya existencia no queríamos que supieran nada las
generaciones venideras, mucho menos que pudieran detectarlo y,
finalmente, encontrarlo".
La
Humanidad, los países "más desarrollados", han encerrado
un peligroso trol de la montaña que va a vivir miles y miles de
años. Cien mil indica Mankell. "Pero no hemos escrito ningún
cuento sobre él, sino que hacemos lo posible para que se olvide",
tratamos de crear un "Cantar de los Cantares del olvido".
¿Es posible? ¿Podemos engañar, pregunta, "a las futuras
generaciones con la ilusión de que no hay nada ahí enterrado"?
La curiosidad humana y la búsqueda de nuevas verdades, "¿no
terminarán por descubrir el trol que hay en la roca?". No lo
sabemos responde Mankell prudentemente. "Lo único que podemos
hacer es confiar en que no ocurra antes de que haya transcurrido el
plazo". Esos cien mil años terribles.
Para
el malogrado autor sueco, la situación encierra una paradoja.
"Siempre hemos vivido para crear buenos recuerdos, no para
olvidar". Toda cultura se basa en la conservación y la búsqueda
de recuerdos del pasado y, al mismo tiempo, en la creación de nuevos
recuerdos. El arte mira hacia atrás... y hacia delante por supuesto.
Para que no olvidemos lo que ha sido y para hablar de nuestro tiempo
a quienes vendrán detrás". Por lo demás, el mundo del arte
suele encerrar advertencias de lo que hemos vivido y sufrido para que
no se repita. "¿Qué son los grabados de Goya sobre la horrenda
realidad de la guerra sino advertencias para que esas atrocidades no
se repitan?". Se repiten, por supuesto, pero la advertencia del
gran pintor aragonés sigue viva, muy viva.
Los
recuerdos, nos recuerda Mankell, son relatos. "Puede que
troceados y divididos en fragmentos pero relatos al fin. Yo me
imagino el olvido como una habitación vacía. Nuestro universo
interior, vacío y helado como el otro universo. En el olvido, el
hombre queda indiferente ante sí mismo, ante los demás ante lo que
ha sido y ante lo que vendrá".
Para
manipular los residuos nucleares, advierte y denuncia Mankell a un
tiempo, hemos construido un palacio para el olvido. "Lo que
quedará después de nuestra civilización será, pues, olvido y
silencio. Y un veneno escondido en las profundidades de una catedral
donde nunca podrá entrar la luz".
Los
primeros dioses a los que suplicó el hombre al principio de su
historia estaban casi siempre ligados al sol. El mayor prodigio era,
a la sazón, que el sol saliese cada mañana. En culturas que nunca
tuvieron contacto entre sí existen por lo general relatos similares
de cómo surgió el ser humano. En todos está presente el sol. Pero,
lamenta Mankell, "en esta civilización nuestra, que he llegado
más lejos que ninguna otra sociedad anterior, por avanzada que
fuera, el último recuerdo que dejamos es sólo oscuridad",
¿Sólo
oscuridad? ¿Vamos a permitir que ese sea nuestro legado? ¿Podemos
hacer algo para evitar que este legado ya existente adquiera
dimensiones inconmensurables? ¿Vamos a apostar alocadamente por una
solución tecnológica futura que disolverá nuestros temores como un
azucarillo? ¿Dónde se ubica nuestra necesaria racionalidad
temperada?
Eduard Rodríguez Farré es miembro del Comité Científico de la UE sobre Nuevos Riesgos para la Salud
Salvador López Arnal es miembro de CEMS (Centro de estudios de los Movimientos sociales) de la UPF
Notas
- http://internacional.elpais.com/internacional/2016/05/26/estados_unidos/1464277338_697553.html
- N. Georgescu Roegen, Ensayos bioeconómicos, Madrid, Los Libros de la Catarata, 2006 (edición de Oscar Carpintero).
- Nosotros podemos pensar en lo sucedido en los antiguos países que formaban la Unión Soviética.
- Francisco Fernández Buey, "Castilla-León: granero y basurero nuclear de España", mientras tanto n.º 32, octubre de 1987, pp. 3-9.
- ERF y SLA, Casi todo lo que usted desea saber sobre los efectos de la energía nuclear en la salud y el medio ambiente, Barcelona, El Viejo Topo, 2008. También, ERF y SLA, Ciencia en el ágora, El Viejo Topo, Barcelona, 2012.
- Elementos transuránicos o transuránidos son aquellos de número atómico mayor que el del uranio (Z = 92). No tienen existencia natural en la Tierra y son todos ellos radiactivos.
- Henning Mankell, Arenas movedizas, Barcelona, Tusquets, 2015 (traducción de Carmen Montes Cano), pp. 76-78
Fuente:
Eduard Rodríguez Farré, Salvador López Arnal, Henning Mankell, los residuos radiactivos y el muy oscuro legado de la humanidad, Papeles de relaciones ecosociales y cambio global Nº 135, 2016, pp. 127-137.
No hay comentarios:
Publicar un comentario