lunes, 13 de febrero de 2017

La odisea de enseñar entre el agua

Sonia y Erika son docentes del norte y este cordobés que desde hace años sufren problemas para dar clases. Pero lo hacen a pesar de todo. Buscan a los chicos en sus propios autos, consiguen lugares alternativos para poder instalarlos y aguardan que alguien descubra que existen.

por Favio Re

Cada día se levantan mirando al cielo a la espera de que el color celeste domine el paisaje. Pero si eso no ocurre, se trasladarán con la incertidumbre de que una lluvia, por mínima que sea, puede provocar que la escuela no esté en condiciones para dar clases. En muchos casos usarán sus propios vehículos para ir a buscar y llevar a sus alumnos, en medio de caminos convertidos en pantanos; y terminarán llevando a cabo las actividades curriculares en sus hogares o casas prestadas.

Son Sonia Foco y Erika del Franco, dos mujeres que comparten su pasión por la docencia y su desempeño en establecimientos rurales. Pero también las dificultades de los últimos años para desarrollar esta vocación.

Aunque están a 200 kilómetros de distancia, sus historias son casi “gemelas”, vinculadas con un problema crónico en muchas zonas de Córdoba: las inundaciones. Sus testimonios ponen en escena los problemas de numerosos niños para acceder a educación básica en condiciones normales.

Escuela ambulante”
Sonia es docente de la escuela Olegario Víctor Andrade, de Colonia El Florentino, al norte del departamento Unión, cerca de las localidades de San Antonio de Litín y Alicia, en el límite este de la provincia. Esa zona es una de las que más vienen sufriendo los excesos hídricos en los últimos años.

Según comenta a La Voz, por problemas edilicios como humedad y revoques salidos, el edificio escolar fue declarado en emergencia en el año 2014 y se ordenó desalojarlo: en teoría, durante 2015 y 2016 se realizarían las obras para ponerlo en valor, pero asegura que hay un cruce de opiniones entre la Provincia, que asegura que ya giró el millón de pesos necesarios para ejecutar los trabajos, y la intendencia de Litín, que niega haber recibido ese dinero.

Así, Sonia dice que actualmente “la escuela está tapada de yuyos, abandonada, no se reinician las obras. La verdad, que no dan ganas de seguir así, no quiero mostrarles esto a los chicos”.

El cansancio se nota en la voz de Sonia, quien cuenta que en estos años convirtió su auto y la casa que sus padres tienen en un campo cercano en el “nuevo” colegio. “Después de que declararon la emergencia, llevé los libros de la biblioteca a lo de mis padres para que no se echaran a perder por la humedad. Como no podía dejar a los chicos sin clases, comencé a ir a sus casas, pero tampoco eran condiciones dignas; entonces comencé a recogerlos con mi auto y a llevarlos a la casa de mis papás”, describe.

Sonia calcula que llegó a hacer 150 kilómetros por día por caminos deteriorados, con el consecuente daño para su auto. Y, además de darles clases, les brindó alimentos y a muchos les compró hasta la carpeta y los útiles, porque son de familias muy humildes. “Mi auto fue una escuela ambulante, los chicos se me dormían en el viaje”, grafica. El año pasado, los que finalizaron el ciclo lectivo fueron 16: ocho de primaria y ocho de nivel inicial.

(Para ver el infográfico de forma completa, hacé click en el siguiente enlace)

Clases por teléfono”
Erika trabaja en la escuela Sargento Cabral, de Puesto de Pucheta, un paraje del norte del departamento Río Primero. Los continuos desbordes de los ríos Jesús María y Pinto la dejan recurrentemente bajo el agua, como sucedió a principios de enero.

Su historia es similar a la de Sonia. “Hemos tenido clases en dos estancias que nos prestaron los patrones de los padres de los alumnos. Y el año pasado también en otra escuela”, señala. Erika también ha ido a buscarlos muchas veces con su auto, y hasta en algunas oportunidades los bomberos han trasladado a los niños.

Como a veces los caminos permanecen intransitables varios días, cuando lograba reunirse con sus alumnos tenían una jornada extendida de ocho horas, para poder cumplir con el ciclo lectivo completo. En otras ocasiones, brindó las clases por teléfono. “Les preparaba cuadernillos con actividades. Si no entendían algo, me mandaban un mensajito y los llamaba, o me sacaban una foto de la tarea y me la pasaban por WhatsApp”, indica.

Para este año, la escuela tiene 12 inscriptos. Erika confía en que se cumplan las promesas de obras tanto en los caminos como en la escuela, y que puedan iniciar las clases en el edificio propio. “Estos niños tienen el mismo derecho de aprender que los de las ciudades”, remarca. Y concluye: “Realmente, en este tiempo fue una odisea llegar a la escuela: era salir mirando el cielo y evaluar si iba o no a llegar. Pero es nuestra vocación: nadie haría las cosas que hacemos los maestros rurales”.

Fuente:
Favio Re, La odisea de enseñar entre el agua, 12/02/17, La Voz del Interior. Consultado 13/02/17.

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