jueves, 6 de octubre de 2016

Perú: El duelo de una muerte corriente

Hitler Rojas fue asesinado el 28 de diciembre de 2015. El autor del crimen solo recibió una pena de seis años. Rojas fue líder y opositor de la construcción de la megahidroeléctrica de Chadín II que inundaría el río Marañón.

por Jack Lo Lau 

Esa mañana de diciembre en la que Hitler Rojas murió, se escucharon ocho disparos. La agonía vino después, cuando lo encontraron moribundo a unos metros de su casa. Había roto la manga de su camisa e intentó hacerse un torniquete en el brazo. Todo fue en vano. Ocho balas calibre 38 entraron en su cuerpo y tres también salieron. Casi sin poder hablar pidió que le pusieran su sombrero y lo llevaran a su casa. Quería ver a sus hijos.

Comunidades del río Marañón lloran el asesinato de un campesino que luchaba en contra de la construcción de una hidroeléctrica que ha dividido a un pueblo en las montañas de Cajamarca.

Estos hechos ocurrieron en el Centro Poblado de Yagén, provincia de Celendín, en las alturas de Cajamarca, al norte de Perú. Un solitario valle de nítido cielo azul y una vista privilegiada de las montañas por donde surca el río Marañón. Los pobladores son descendientes de los trabajadores de una antigua hacienda agrícola. Las pocas personas que saben qué es Yagén se sorprenden de que alguien quiera ir a un lugar donde no llega la carretera. La gente es recia por ahí, me dijeron.

Yagén está a seis horas en carro desde la ciudad de Cajamarca, en un camino lleno de curvas y tierra que se te mete hasta lo más profundo del ombligo. Luego te espera una caminata de cinco horas, subiendo y bajando empinados cerros, pasando por pajonales y bosques con mucha queñua, un árbol con el tronco y ramas delgadas y retorcidas, que según dicen los botánicos es de las especies más resistentes al frío en el mundo. En los alrededores de Yagén crece todo tipo de fruta, maíz, papa y frejoles. Los pobladores están orgullosos de su tierra fértil, aunque en este último año algo ha cambiado. “No ha llovido nada. Se nos está secando nuestra comida. Dios nos está castigando por la sangre derramada”, dijo con lágrimas en los ojos Miriam Micha García, pobladora de Yagén. La sequía y el cambio climático no eran lo que más le aturdía. “Él nos hizo abrir los ojos sobre la represa y la empresa, era nuestro líder, lo extrañamos. Extrañamos sus carcajadas, su…”. Miriam apretó los dientes, cerró los ojos y sin terminar lo que estaba diciendo, se puso a llorar desconsoladamente.

Hitler Ananías Rojas Gonzáles tenía 34 años, seis hijos, barba candado, brazos de boxeador y a las justas pasaba el metro setenta. Se ganaba la vida aserrando eucaliptos y alimentando su ganado. Le decían ‘Jajai’ porque su risa se escuchaba por todos lados. Sus amigos lo recuerdan como el más bravo: “no había cholo que le pegue”. Hijo de Nelson y Esmería, quinto de nueve hermanos, toda su vida le gustó dar la contra. De chico se ganó el apodo de vago porque llegaba tarde al colegio por preferir arrear las vacas de su padre antes que estudiar matemática o historia. Cuentan que siempre le gustó hacer justicia con sus manos. Era un arquero testarudo capaz de tirarse de cara para evitar el gol. Defendía a los más pequeños de la clase y se peleaba con sus hermanos cuando estos osaban levantarle la voz a la mamá Esmería, una mujer de mirada cansada que hoy ha escondido todas las fotos de su defensor en el fondo de un baúl. No puede con el dolor de volver a mirarlo y solo encontrar silencio. El afán justiciero de Hitler siempre le trajo problemas. A los 15 años se fue a estudiar la secundaria a Celendín, la capital de la provincia del mismo nombre, y la ciudad más cercana a Yagén con hospital, universidad y escuelas. Pero no pudo culminarla. Defendiendo a un compañero de clase de unos pandilleros, hirió a uno de ellos. Tuvo que escapar a Yagén para no ser presa de la venganza de este grupo de maleantes. Tiempo después de haber cumplido la mayoría de edad, decidió ir a Lima a trabajar. Durante cuatro años estuvo en el taller de mecánica de una tía, desarmando baterías de carros durante doce horas al día. Una de las pocas cosas que podía hacer en la capital un tipo sin oficio ni secundaria completa. Al tiempo conoció a Amelia Rojas, tuvieron el primero de sus tres hijos juntos y se mudaron a Yagén. “Vamos allá, es tranquilo y mi gente me necesita. Acá todo nos cuesta mucho”, recuerda Amelia las palabras con las que Hitler la convenció. Nunca imaginaron lo que vendría.

Una lucha y mucha resistencia
Hitler Rojas tenía apenas unas horas como nuevo alcalde del Centro Poblado de Yagén cuando lo acribillaron. Era 28 de diciembre de 2015, Día de los Santos Inocentes, paradójica fecha para borrarle la sonrisa a todo un pueblo. La noticia del asesinato dio la vuelta al mundo por lo truculento de este acontecimiento. The Guardian de Inglaterra, Comune Info de Italia, Latin correspondent -una prestigiosa plataforma en inglés que cubre noticias de Latinoamérica- e International Rivers, una organización internacional que defiende los ríos y los derechos de las comunidades, reportaron esta confusa muerte. Si haces una búsqueda en Internet, no encuentras noticias de este asesinato en medios de comunicación de circulación nacional. Solo hay una columna de opinión en el diario La República, escrita por Rocío Silva Santisteban, Secretaria Ejecutiva de la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos, y rebotes en decenas de blogs y páginas web de noticias regionales. Un número más para un país acostumbrado a que la gente muera y no se diga nada. Según Global Witness, una ONG con base en Washington y Londres que visibiliza la corrupción y conflictos globales vinculados a derechos humanos y abusos ambientales, “Perú es el cuarto país más peligroso del mundo para los defensores de la tierra y el medio ambiente. Entre 2002 y 2014 se asesinó a 57 de ellos, por lo menos, y más del 60% de estos asesinatos se han perpetrado en los últimos cuatro años”. A eso hay que agregarle los doce asesinados del 2015, incluido Hitler Rojas. ¿Por qué la vida de este hombre era tan importante?

Rojas nunca regresó a su casa ni le pusieron el sombrero. Tampoco vio a sus hijos. Su madre, Esmería, tiembla cada vez que lo menciona. Su padre, Nelson, empieza a llorar y se arrepiente de haberle puesto Hitler. “Lo condenamos con ese nombre”, dice Esmería llorando afuera de su casa y tratando de encontrar la razón de esta muerte. Ellos dicen que todo cambió cuando se encontraron con trabajadores de Odebrecht caminando en sus tierras. “Nos enteramos que unos ingenieros estaban yendo a nuestra chacra, y por eso fuimos a darles el alcance para preguntar de qué se trataba. Después de eso, todo fue diferente”, recuerda Nelson Rojas. Era el año 2011 y fue la primera vez que escucharon Chadín II. A Hitler le llamó la atención y empezó a preguntarse: ¿qué es una represa?, ¿cómo nos va a beneficiar?, ¿qué vamos a hacer con nuestras chacras?

Chadín II es una megahidroeléctrica que sepultará 32.5 kilómetros cuadrados de territorio, casi ocho veces el distrito limeño de Pueblo Libre, entre Amazonas y Cajamarca, campos donde la gente de Yagén siembra naranja, yuca, camote, coca, plátano, mango, ciruela, palta y hasta cacao. Esta sería la primera de las veinte que forman parte de un plan para construir hidroeléctricas a lo largo del río Marañón, promovidas por un Decreto Supremo emitido en 2011, en el segundo gobierno de Alan García. Un año después, con Ollanta Humala como Presidente de Perú, se aprobó el Estudio de Impacto Ambiental y se entregó la concesión definitiva de esta megaobra a la empresa brasileña Odebrecht, involucrada en supuestos delitos de corrupción, evasión de impuestos, organización criminal y lavado de dinero en el caso Lava Jato en Brasil, y que tiene a su presidente, Marcelo Odebrecht, sentenciado a 19 años de cárcel.

Hitler Rojas no tenía idea de los beneficios que traería Chadín II a este centro poblado de 1600 hectáreas y se propuso investigar. Se enteró que habían otros tres proyectos dándole vueltas al Marañón: Río Grande I y II (Odebrecht), y Veracruz (ENEL-ENERSIS), que junto a Chadín II convertirán al principal afluente del río Amazonas en una piscina de 112 kilómetros de largo y desplazarán de sus hogares a más de cuatro mil personas. Se comenzó a inquietar imaginando sus naranjas flotando en agua. Buscó distintas organizaciones para conocer más. Forum Solidaridad, International Rivers y la Plataforma Interinstitucional Celendina le brindaron todo su apoyo. Se fue enterando de que las represas traen muchos problemas en el mundo. Inundan espacios naturales, condensan el mercurio y los minerales. La vida que se queda empozada se descompone y pudre, envenenando la flora y fauna del área donde se construyen. Como la represa Pak Mun en Tailandia, que acabó 51 especies de animales en la zona e inundó sesenta kilómetros cuadrados de territorio en el cauce del río Mekong. O como lo ocurrido en el río Senegal, donde han construido dos represas que han esparcido enfermedades en sus alrededores y se han perdido 11,250 toneladas de peces. Por eso, en la Comisión Mundial de Represas (CMR) realizada en el año 2000, se recomendó detener y no promover la construcción de represas que superaran ciertos límites. Las paredes no deben tener más de 50 metros de alto; en zonas tropicales no deben construirse a menos de 1000 metros sobre el nivel del mar por su impacto en la vegetación; y tampoco se deben hacer en ríos muy caudalosos ni principales como lo es el Marañón. Como está planteado, Chadín II va en contra de todas estas recomendaciones.

Las cifras y los datos que Hitler Rojas conoció fueron como puñales al río que le da de comer y nutre sus tierras. Y eso era como golpear donde más le dolía a este promotor de la defensa ambiental. Advertidos sobre lo que podría suceder, en el centro poblado organizaron el Frente de Defensa del Yagén (FDY) para no permitir la destrucción del lugar donde viven. Rojas fue elegido vicepresidente.

Los pobladores de Yagén no siempre estuvieron en contra de la represa. “Vinieron a pedir permiso y les creímos. Pero cuando Hitler nos comenzó a averiguar todo lo que se venía, comenzamos a confrontarlos y ellos cambiaron. Nunca regresaron a hablar claramente. Enviaban a terceras personas a negociar con nosotros y sentimos que más nos querían confundir que ayudar. Y cuando los citábamos para conversar, no venían”, dice Elmer Saldaña, Presidente del FDY y amigo de Hitler Rojas. Desde ese momento, Saldaña, Rojas y demás ronderos empezaron a recorrer el Marañón para conversar con sus vecinos sobre las represas y promover la defensa del río. “Fuimos por las riberas del Marañón. A Rambran, Buena Vista, Tupén, Chumuch, Cortegana, Mendán, a todos lados. Íbamos a los congresos de rondas, a asambleas, íbamos aprendiendo y enseñando”, sentencia Saldaña que al recordar esos días sin comer, caminando al lado del río y durmiendo entre las rocas, afirma: “nadie va a venir a destruir el lugar donde vivimos”.

Como en toda comunidad, no todos piensan igual. “Venían de otros lados ofreciendo dinero y trabajo. Algunos siguieron creyendo, pero después de la muerte de Hitler son pocos los que siguen queriendo que entre la empresa”, dice Saldaña, que afirma también que “la empresa llena sus audiencias y talleres participativos con gente que no es de la zona. Cambian firmas por regalos y se van diciendo que ya obtuvieron la licencia social”. Para Mirtha Vásquez, abogada de la ONG Grufides, que está siguiendo el caso, “da la impresión que este tipo de empresas, con antecedentes de corrupción en otros países, poco bueno pueden proponer en un país como este, en donde además tenemos muy flexibilizados los controles ambientales. No hay control ni siquiera de cómo las empresas se comportan con las comunidades. Lo primero que hacen es dividirlos. A un sector lo convencen de que la hidroeléctrica es una gran propuesta. Dicen que es desarrollo limpio y hasta ecológico. A los que están en contra, hacen campañas duras, deslegitimizando liderazgos, diciendo que los lideres son financiados por distintas ONG y hasta criminalizando a la gente”. En junio de 2014, la ronda de Yagén retuvo por cuatro días a tres trabajadores de Odebrecht. Los tuvieron haciendo ejercicios para luego entregarlos a la policía. Para ellos algo justo y normal; para los agraviados, causa suficiente para acusarlos de secuestro y exigir una pena privativa de la libertad no menor de 30 años para catorce de ellos. La Constitución Política del Perú, en su artículo 149, reconoce la impartición de justicia por parte de las Rondas Campesinas. Este juicio continúa.

Hitler Rojas no fue la primera persona defensora de los ríos y enemiga de las represas asesinada. Haciendo un repaso del último año nos encontramos con algunos casos similares. En Honduras, Berta Cáceres, ganadora del Premio Goldman por su firme oposición a la represa Agua Zarca que estaba en manos de Sinohydro, la mayor constructora de represas a escala mundial, fue asesinada. La misma suerte tuvieron sus amigos y compañeros de lucha Lesbia Urquía y Nelson García. En Brasil, el cuerpo sin vida de Nilce Magalhaes, del Movimiento de Afectados por las Represas, fue hallado en hidroeléctrica Jirau, administrada por el consorcio Energia Sustentável do Brasil (ESBR). En Guatemala, Walter Méndez, fundador y miembro del Frente Petenero Contra las Represas, también fue asesinado, al igual que Rigoberto Lima y Sebastián Córdova, también defensores de sus ríos. En el informe de Global Witness En terreno peligroso, confirman que solo en 2015 se conocieron 185 muertes de personas que protegieron sus tierras de las industrias destructivas, como ahí les llaman.

El día final
Hitler Rojas no quería ser alcalde. Sus padres, su esposa y primos lo alentaban a no presentarse. Pero sus compañeros lo veían como el único capaz de liderar a la comunidad. Y el respaldo fue amplio. Ganó con más del 50% de los votos. “Sabíamos que estaba poniendo en peligro su vida. Lo llamaban siempre. Si no era para ofrecerle dinero a cambio de no resistir más y traicionar a su gente, era para amenazarlo de muerte. Pero él me decía que no podía defraudar a Yagén, que vinimos acá para defenderlo y que la única forma de detenerlo es matándolo. Que me maten bien, decía Hitler”, cuenta Amelia Rojas, mientras sigue llorando la muerte de su esposo abrazando a dos de sus hijos.

En esas últimas horas de vida, Rojas se había quedado toda la noche haciendo el inventario de las cosas del municipio y el traspaso de funciones. Como es costumbre en estos rincones de Cajamarca, él y sus dirigentes estuvieron entre aguardientes y hojas de coca para resistir la jornada. Después de la amanecida, cansado y borracho, Rojas iba a su casa en compañía de su primo Paulino. De aquí en adelante, la versión del primo y la que defiende la mayoría de personas en Yagén. Recibieron golpes de pronto y Paulino fue lanzado a una acequia con mucha violencia. Escuchó disparos. Uno, dos, tres, hasta ocho. Corrió a pedir auxilio pensando que las balas también lo alcanzarían. Cuando volvió con sus hermanos, Hitler estaba en el piso, con el torso desnudo, desangrándose, sostenido por una vecina que lo ayudaba con su torniquete. Entre cuatro personas lo llevaron a la posta de salud, donde murió a los pocos minutos. Su esposa, Amelia Rojas, pensó que todo era una broma y se despertaría, pero cuando lo sintió frío, sus lágrimas empezaron a caer, de la misma forma como cuando relata lo que vivió esa mañana.

El asesino, determinó el juicio, fue Alejandro Rodríguez García de 48 años. Vecino de Yagén y esposo de la prima de Hitler Rojas. Según los padres, familiares y amigos de Hitler, firme opositor del finado, con quien tuvo problemas a raíz de su resistencia a la represa. “Él no va a gobernar. Si gana, yo me voy de aquí”, cuenta Nelson Rojas que decía Rodríguez en los días previos a las elecciones de alcalde. Rodríguez siempre fue vinculado por los pobladores de Yagén con Odebrecht. “Les alquilaba sus bestias y les daba comida. Eso lo saben todos acá. No era un secreto”, dijo Elmer Saldaña, Presidente de la FDY. Días después del asesinato y al verse señalada por terceros como responsables del hecho, Odebrecht publicó un comunicado en el que negó cualquier relación con el asesino o con cualquiera de sus familiares . Rodríguez se atribuyó el asesinato y su condena fue dada casi de inmediato por Germán Merino, Daniel Holguín y Severino Vargas, jueces en actividad y miembros de la Sala Colegiada de Justicia de Cajamarca. Los dos primeros muy cuestionados en Cajamarca por insólitas decisiones como dejar en libertad a Víctor Chilón Durand, empresario que confesó haber violado a su hija de ocho años. En dos semanas, Alejandro Rodríguez García ya tenía una pena de seis años de cárcel. Según el Código Penal de Perú, en el Artículo 106, “El que mata a otro será reprimido con pena privativa de libertad no menor de seis ni mayor de veinte años”. Sin embargo, la defensa de Hitler Rojas pide una pena mayor amparándose en el Artículo 108. “Será reprimido con pena privativa de libertad no menor de quince años el que mata a otro concurriendo cualquiera de las circunstancias siguientes: 1) Por ferocidad, por lucro o por placer; 2) Para facilitar u ocultar otro delito; 3) Con gran crueldad o alevosía; 4) Por fuego, explosión, veneno o por cualquier otro medio capaz de poner en peligro la vida o salud de otras personas”.

En 2015, doce peruanos que defendían sus territorios fueron asesinados. Entre el 2002 y 2014 las víctimas sumaron al menos 57.

Rodríguez alegó defensa propia y tuvo dos abogados en su juicio, un lujo para un campesino que vive de sus mulas. Nunca encontraron el arma. Tampoco hicieron caso a la declaración de Paulino, el único testigo, que afirmó haber visto a más personas. El fiscal nunca llegó a la zona porque dijo que no había condiciones. El medico legista tampoco. Y la única necropsia la hizo un especialista que llegó en medio del velorio. “Esto es indignante porque tenemos casos de líderes ambientales en distintas partes de Cajamarca que están siendo procesados por haber participado en marchas y protestas a quienes se les pide 30 años o cadena perpetua. Ocho disparos es ensañamiento, no es defensa propia, no es homicidio simple. Hubo mucha ferocidad en este crimen. Le dieron la pena más ínfima en estos casos y va a terminar saliendo en dos años. Todo ha sido muy raro. Parece muy pensado”, afirma Mirtha Vásquez, abogada de la familia de Hitler Rojas. Por otro lado, en sus oficinas en Lima, Romina Rivera de Forum Solidaridad, se lamentaba ante Latam. “Él hizo las cosas incómodas para el poder fáctico, económico y político, y ahora ya no está. ¿Es eso una coincidencia? No creo”.

En medio del cementerio de Yagén, se levanta una casa de barro y piedra, como todas aquí. Ahí está el nicho de Hitler Ananías Rojas Gonzáles. El único que se puede ver desde el otro lado del pueblo. Cuentan que su entierro fue el más grande en la historia de Yagén. Más de 600 personas llegaron de todos los rincones del Marañón para despedir al que fue su defensor. Su velorio duró cinco días. Casi no se podía caminar en estas angostas y terrosas calles. La gente lloraba y clamaba justicia, recuerda Amelia mientras abraza a sus niños. “Todas las noches me preguntan cosas y lloran y se quedan esperando a que la puerta se abra y entre él para juntos leer la Biblia, como siempre hacíamos antes de dormir. ¿Cuándo viene papá? ¿Por qué le hicieron eso? ¿Lo vamos a volver a ver?”

Nota:
El miércoles 28 de setiembre se realizó la audiencia de apelación en contra de la sentencia al asesino de Hitler Rojas. Se pidió la anulación de la misma y que se reabra el juicio en busca de una pena más alta. En un lapso entre 7 y 14 días se sabrá la decisión del Juzgado de Cajamarca.

Jack Lo Lau (Conservamos por Naturaleza)

Este reportaje ha sido realizado con el apoyo de Mongabay y la Sociedad Peruana de Derecho Ambiental

Fuente:
Jack Lo Lau, Perú: El duelo de una muerte corriente, 30/09/16, EFEverde. Consultado 01/10/16.

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