En Jáchal, piden
mayor información sobre los accidentes de la Barrick.
por Gabriela Origlia
Jáchal, San
Juan. Las alertas sobre los accidentes ambientales en Veladero, la
mina de oro que explota desde hace 12 años la empresa Barrick Gold,
siempre llegaron por un mensaje de WhatsApp. Por eso, los vecinos
tienen un ritual: ante el rumor de un nuevo derrame de solución
cianurada, miran con detenimiento su celular. Es casi una paradoja
porque la conexión a la Web aquí obedece a cuestiones vinculadas
con el azar. "Internet está en el aire", bromean los
vecinos, mientras levantan el teléfono para tratar de captar algo de
señal.
La advertencia
sobre el segundo derrame repitió la modalidad de la del año pasado,
pero con menos datos. "Averigüen, pasó algo raro",
leyeron en un mensaje los asambleístas que acampan en la plaza 25 de
Mayo desde hace un año.
"Ahí
empezamos a movernos; íbamos armando la historia hasta que el
senador kirchnerista Ruperto Godoy lo confirmó", señaló
Domingo Jofre a La Nación.
"Hartazgo"
e "intranquilidad" son las palabras que más se repiten en
esta ciudad y en los pueblos aledaños, como Tamberías y Villa
Mercedes. Y no sólo entre los asambleístas, sino también entre los
que hace un año creían que el reclamo era "exagerado".
Ahora dudan y se
suman -aunque no se movilizan- al pedido de mayores certezas y de
"más seriedad" en la forma en que se maneja el tema. No
pueden entender que, por segunda vez, el gobierno provincial y la
empresa canadiense hayan demorado seis días en comunicar el nuevo
derrame.
Por ahora la
actividad de la minera Barrick sigue suspendida sin fecha
determinada. Desde la empresa anticiparon a La Nación que "parte
del personal se encarga de las obras encomendadas" por el
gobierno provincial. El ministro de Minería local, Alberto Hensel,
señaló que se le exigió a la compañía que eleve las áreas que
actúan como tapones del líquido y de los materiales (bermas) y que
instale cámaras de monitoreo en toda la zona para que la Policía
Minera pueda ver en tiempo real si se producen fugas de solución
cianurada en alguna de las fases del proceso.
"Se
mejorarán las bermas que delimitan el perímetro del valle de
lixiviación, de 7,5 kilómetros de longitud; se realizará la
limpieza de todas las bermas y se colocarán bolsas aislantes e
impermeables rellenas con material aislante para aumentar su altura y
se limpiarán también los canales perimetrales norte y sur, cuya
función es evitar que el agua de deshielo entre al valle",
plantearon voceros de la Barrick. Afirmaron que usarán distintos
equipos, como topadoras, retroexcavadoras y camiones volcadores.
Hensel insistió
en que el freno a las actividades dependerá de "la rapidez"
con que se cumpla con las mejoras. Por ahora, ningún funcionario
provincial volvió a mencionar la posibilidad de una multa a la
compañía. Algo que habían deslizado pocas horas después de que se
conoció el incidente.
Más allá de las
acciones de los asambleístas, la preocupación por la explotación
minera a cielo abierto y sus posibles consecuencias está presente en
esta ciudad. Desde pizarrones instalados en la puerta de los negocios
a una leyenda en el tronco blanqueado de un árbol, todo espacio
parece indicado para opinar y manifestar enojo e incertidumbre (ver
aparte).
A los temas de
agenda permanente desde hace un año, anteayer se agregó una
cuestión más cuando la municipalidad entregó a los asambleístas
los resultados de los análisis de agua que realiza la Universidad
Nacional de Cuyo. Por primera vez, desde que comenzaron los controles
el año pasado, apareció mercurio en Mogma, una localidad a unos 70
kilómetros de Jáchal. La planilla marca "menor" a 0,001
que es el límite fijado por el Código Alimentario Argentino. "Pero
está y antes no", apunta uno de los líderes de la asamblea,
Saúl Zeballos.
En una mesa de un
bar frente a la plaza dos parejas conversan sobre el segundo
incidente. "No da para más, así no se puede vivir", dice
uno de los hombres. "Pero si el escándalo sigue tampoco le
venderemos nada a nadie. No nos van a querer", razona una de las
mujeres.
"Así es
todo el día. Había pasado un poco. Muchos estaban preocupado, pero
ahora el tema regresó. Encima, sin internet es más difícil
enterarse. Andan todos desesperados", dice Miguel, el mozo que
atiende la mesa. De paso, cuenta que para los estudiantes de Jáchal,
la Universidad Nacional de San Juan hizo una excepción y permite
trámites personales por la falta de red. "Ni estudiar a la
distancia se puede", se queja su compañera de trabajo.
Roberto
Hernández. "No peleo por mí, sino por mis nietos"
Villa Mercedes,
San Juan. "Somos pasajeros de la vida. Yo ya no me puedo ir en
cualquier momento. Ahora, peleo por mis nietos", dice Roberto
Hernández, de 66 años, en el patio de su casa en esta localidad a
18 kilómetros de Jáchal. Junto con su hermana, Estela, de 58,
cultivan seis hectáreas de membrillo y crían algunos animales.
"Vivimos
pendientes de lo que va a pasar", dice Estela. No sólo les
preocupa la calidad del agua, sino que particularmente están atentos
al polvo en suspensión.
Sobre todo,
Roberto que debe seguir un tratamiento médico por su bronquitis
crónica. Espera que llegue octubre. Ese mes, según señala, el
viento rota y deja de soplar de Oeste a Este. Ahora, describe,
"viene, gris, desde Veladero". Señala los troncos de los
árboles de membrillos para mostrar unas "llagas"
(protuberancias) que él relaciona con el polvo en suspensión.
Sus vidas
cambiaron desde el último derrame de solución cianurada en
septiembre del año pasado. Sus rutinas son otras: una o dos veces
por semana van hasta una vertiente del pueblo -que no proviene del
cauce del río Jáchal, donde se produjo el vertido anterior- y
compran el agua potabilizada para lavar los platos y cocinar. Para
consumo, compran agua mineral.
Ramón Cabanay:
"Tenemos miedo de que sea peor"
Jáchal, San
Juan. En la puerta del almacén de Ramón Cabanay, de 50 años, hay
un pasacalle en el que se lee un pedido para proteger los glaciares.
Asustada por el derrame del año pasado, su esposa, Mónica Ahumada,
quiso mudarse: irse con sus hijos al Sur. Sin embargo, él la
convenció de lo contrario: "No hay que huir, hay que quedarse a
defender, a cuidar lo que tenemos".
Desde hace un
año, la mujer no duerme tranquila. Sobre todo, porque, como cuenta,
los incidentes ambientales "se conocieron siempre de madrugada".
Y desconfía: "¿Cómo creer que antes no pasó nunca nada y
ahora sí?".
A su lado, Ramón
no duda en rebatir los argumentos de aquellos que acusan a los
vecinos de gestar una cruzada contra las minas. "No es así. Acá
hay varias minas de toda la vida y nunca hubo problemas. Hay de cal y
de oro, pero de explotación subterránea. Estamos en contra de la
explotación a cielo abierto."
Él fue uno de
los que recibieron por un mensaje de WhatsApp el aviso sobre el
último incidente y ayudó a difundirlo. "Hay más
incertidumbre, pero también más conciencia que hace un año. No
tenemos en claro que pasó el año pasado ni hace una semana. Tampoco
lo que puede llegar a pasar. Tenemos miedo de que sea peor. Eso es lo
que pasa cuando no hay información", dice.
José Díaz:
"Sólo sé que el agua está distinta"
Tamberías, San
Juan. Este pueblo, a 8 kilómetros de Jáchal, está en el centro
del valle que riega el río Jáchal. En esa zona, los resultados de
los análisis del agua que realiza la Universidad Nacional de Cuyo
indican que en los últimos meses se registran aumentos de zinc, boro
y arsénico. Para muchos es un alerta. Sin embargo, no tienen en
claro qué significa, ni si los podría afectar ni cómo.
José Díaz, de
49 años, se gana la vida cuidando membrillos y cebollas y haciendo
trabajos de albañilería. "No sé nada. Sólo que dicen que el
agua está distinta y que de la Municipalidad indican que no hay que
preocuparse, que no pasa nada", indica.
Es la hora de la
siesta y el sol pega fuerte. José, pala en mano, está sacando yuyos
y regando. "Es como si la humedad durara menos, no sé cómo
explicarle porque yo no tengo estudios; es lo que veo. La tierra está
húmeda, pero las plantas están oscuras, las flores de los
membrillos no tienen brillo. Todo tiene polvo gris."
Ante la duda,
José optó por comprar agua mineral para dos de sus cuatro hijos,
los más chicos, de 10 y 14 años. Como no le alcanza para el resto,
toman agua de la canilla.
Reconoce que toda
la vida bebió agua del río. "A lo mejor antes también había
algo, pero ahora no es lo mismo, hay más información. Desde hace un
año todos estamos un poco más preocupados, pero hay que seguir
viviendo".
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