En el krai de
Perm, una de las 83 regiones administrativas de Rusia, la tierra está
por tragarse a la ciudad de Bereznikí; su mina de sal potásica le
permitió prosperar, pero dejó su subsuelo como una cáscara vacía.
por Juri Rescheto
El jardín de
los Chorow no delata la dimensión de la catástrofe. Su modesta
cosecha de papas, tomates, eneldo y cerezas es la encarnación de un
idilio; es lo único que le queda de bucólico al hogar que Irina y
Andrej construyeron juntos en Bereznikí hace trece años. Es al
entrar a su casa cuando salta a la vista el infierno en que se ha
convertido la vida de la pareja: sus paredes muestran grietas
espeluznantes, sus puertas no se pueden ni abrir ni cerrar, su
estructura es como un esqueleto que se desarma sin remedio.
La casa de los
Chorow está torcida. Tan torcida como las de sus vecinos. Todas han
sido visitadas por fuerzas telúricas conjuradas en nombre del
progreso y ahora sus habitantes son presa del miedo. En el krai de
Perm, una de las 83 regiones administrativas de la Federación Rusa,
la tierra está por tragarse a la ciudad de Bereznikí; explotada
durante décadas, su mina de sal potásica le permitió prosperar,
pero terminó horadando su subsuelo hasta dejarlo transformado en una
cáscara vacía de 84 millones de metros cúbicos.
De aquellos
barros, estos lodos
La mina es ocho
veces más grande que la urbe sobre sus túneles. A 400 metros de
profundidad hay espacio para 11.000 edificios residenciales de cinco
pisos. No es de extrañar que el suelo bajo los pies de los Chorow se
esté hundiendo literalmente. En la tierra se abren cráteres
progresivamente, sin pausa. Algunos dejaron de crecer cuando medían
seis metros de diámetro. Otros, los más grandes, son bocas de 600
metros de diámetro que desayunan árboles y almuerzan edificios,
como los de las autoridades administrativas de la ciudad.
Durante décadas,
los mineros soviéticos cavaron vorazmente, no siempre respetando las
ordenanzas pertinentes. Un buen día, el agua encontró su camino
hacia la mina, las capas de sal comenzaron a deshacerse y las rocas,
a desprenderse en las cuevas. La superficie cedió y desde entonces
la tierra se ha estado abriendo en diferentes zonas de Bereznikí.
Uralkali, la empresa que actualmente opera la mina, asegura que se
han tomado medidas para garantizar la seguridad de la población,
apuntalando las capas de sal superiores.
Fe en Bereznikí
“Eso les da
estabilidad”, subraya la compañía Uralkali, acotando que ella
trabaja siguiendo los estándares internacionales en minería. Los
Chorow no se sienten reconfortados. No obstante, las zonas de peligro
de Bereznikí son vigiladas por cámara; tres funcionarias del centro
de control monitorizan las imágenes y toman nota de cada variación
percibida. Fuera de las zonas de alto riesgo, la vida continúa como
si nada. El sector en torno a la plaza central de Bereznikí no deja
intuir el drama que se desarrolla en otros barrios de esa urbe.
El hogar de los
Chorow ha sido catalogado como una casa “parcialmente habitable”.
De ahí que Irina y Andrej deban luchar por una indemnización como
la que han recibido otras familias. Ellos están conscientes de que
la suma que recibirían no sería equivalente al valor real de su
inmueble, pero tienen la esperanza de que el dinero les alcance para
construir una nueva casa en una zona segura de Bereznikí. Y es que
ellos se resisten a creer que esta ciudad de los Urales, a orillas
del río Kama, vaya a ser engullida completamente por la tierra sobre
la que se asienta.
Fuente:
Juri Rescheto, La ciudad que la tierra quiere tragarse, 13/09/16, Deutsche Welle.
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