por Jon Garciandia
Me
levanto ilusionado sabiendo que ya hemos cruzado esa línea invisible
y mágica que nos sitúa dentro del Círculo Polar Ártico. Ya en
cubierta, busco en el horizonte alguna señal, ¿hielo?, que me
confirme que estamos llegando al extremo norte del planeta. Nada.
Sólo un mar calmado y azul, y alguna gaviota que sigue curiosa la
estela del barco. Me encuentro con Paul, segundo de abordo, que mira
inmutable al mar infinito.
Curiosamente
él es el ice pilot (marinero especialista en hielo) de la
tripulación, pero cada vez hay menos hielo con el que lidiar. "Hay
que viajar mucho más al norte para encontrarlo", apunta. ¿Mucho
más? Consulto nuestra posición en Google Maps. El puntito azul nos
sitúa casi en el límite superior del mapa terráqueo. Me pregunto,
tras seis jornadas navegando, hasta dónde habrá que llegar. Cuántos
días más tendríamos que subir para ver el hielo flotante. O
incluso si todavía quedará algo. Pienso en las palabras de Mike, el
capitán. "Estoy aquí luchando por mi hijo de cuatro años.
Quiero que también él tenga la posibilidad de disfrutar de la
diversidad que yo he conocido".
Toda
la tripulación, desde los marineros de cubierta a los ingenieros que
lidian con las ruidosas máquinas que conforman el corazón del
barco, lo tienen claro. Los miro, tratando de identificar ese
elemento que logra unir rostros y aspectos tan distintos, edades y
nacionalidades tan dispares. Sobre todas las cosas, es gente que ama
los barcos tanto como las causas por las que lucha Greenpeace. Gente
de mar, de piel curtida por el sol y el salitre, que parecen no
entender la pregunta que les formulo. ¿Que por qué hay que salvar
el Ártico? preguntan con gesto extraño. "Porque es lo que hay
que hacer", sentencian escuetos, como si cualquier otra
explicación fuese un añadido superfluo y obvio.
Nos
vamos a dormir después de muchas historias, cerrando la pesada
escotilla del camarote para huir de una luz que no acaba nunca,
extrañando la oscuridad nocturna que ya no volverá hasta que
dejemos atrás el Círculo Polar.
El
bamboleo del Arctic Sunrise, que los primeros días revolvía los
estómagos a los recién llegados, ahora nos mece plácidamente para
llevarnos a un sueño reparador en el que se cuelan imágenes de lo
que está por ver. ¿Encontraremos hielo en Svalbard? En un par de
días lo sabremos.
Me acuesto en la que será la penúltima noche a bordo del viejo rompehielos, anhelando el momento de ver el horizonte, de sentir tierra firme bajo los pies. Al fin y al cabo soy persona de campo y monte, no de mar. Pero tengo claro que seguiré luchando y animando a otros a hacerlo, para conservar lo que tenemos, lo que el planeta reserva a los que están por venir y que es tan suyo como nuestro. Desde tierra firme, recordaré a Mike y Paul, a Lena, enamorada de Greenpeace por su abuela Esperanza, a Louisette y Paloma, voluntarias en el Arctic o a Willie, artista entre fogones. Pensaré en sus consejos e historias, sus sonrisas, sus motivos... Y seguiré peleando por su causa, que es la mía, más convencido que nunca de lo importante que es estar junto a ellos, mientras siguen navegando para defender el Ártico.
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Tu voz llegará al ÁrticoFuente:
Jon Garciandia, Diario de a bordo/ Rumbo al Ártico: buscando el hielo, 13/06/16, Greenpeace España. Consultado 15/06/16.
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