domingo, 27 de diciembre de 2015

“Perdimos todo y lo peor vendrá cuando regresemos a casa”

El Litoral bajo el agua. Se lo dijeron los evacuados ayer a Clarín. La crecida del río Uruguay se estacionó, pero vienen más lluvias. Y la gente denuncia que hay saqueos.

por Verónica Toller

Fue una Navidad sin pesebre. En los distintos centro de evacuados, hubo pollo, pan dulce, turrón, gaseosas, empanadas, algunos sandwiches… Cero alcohol. Juguetes para los chicos, un payaso, un Papá Noel. Misa en el Ejército. Música y algunos que se le animaron al baile. Y el próximo 31, habrá un Año Nuevo similar. Fuera de eso, los días pasan lentos, soporosos; se siente el calor, el agua potable está racionada y no hay nada que hacer. Solo tomar mate y charlar.

Rosana Miranda (31) tiene cinco hijos de 16 a 6 años, y está embarazada de 3 meses. Se encuentra alojada desde el lunes en el regimiento de Tanques 6 “Blandengues” junto con su esposo Cristian pacheco (42) y los chicos. Cristian está desocupado dese hace más de seis meses. Se ganaba unos pesos pescando, pero ahora, con la creciente, ni eso. 

Ella recibe la Asignación Universal por Hijo, y sobreviven. “Nos tratan muy bien”, dicen. “La comida es rica, nos dieron colchones, frazadas, ropa, zapatos, juguetes”. Ayer, el menú hecho en la cocina del regimiento era guiso de fideos con carne picada en el almuerzo, y guiso de lentejas con muchas verduras, carne y chorizo a la noche. Este menú va para mil evacuados ubicados en distintos centros (hay otras cocinas más, y lo autoevacuados se arreglan por su cuenta). Con ritmo de cuartel, hay que ducharse entre 18 y 19,30 y apagar las luces a las 23. Pasear solo por algunos sectores (hay arsenales y es necesario cuidar la seguridad de los evacuados).

Es el séptimo año que Romina sufre una evacuación. “Me prometieron una casa hace diez años, pero no han cumplido”, dice. Leandro, su hermano, también está alojado allí con su mujer. “Y…, medio bajoneados todos –dice Leandro-; se nos quedó un ropero, el televisor, camas, modulares… Lo poquito que uno compra en el rancho (porque digamos la verdad, es un rancho), ahora se lo lleva el agua”. Dice que de a ratos, sale afuera, solo, para llorar sin que lo vean. Y Rosana espera a que se apaguen las luces para soltar su pena. Encima, a ella se le perdió en el apuro la cartera con los carnet de vacunación de los chicos y las partidas de nacimiento. Llovía mucho cuando salieron, estaban nerviosos y el agua les daba en la cadera. Cada tarde, con el bote de Cristian –que ya no pesca- salen él y Leandro a recorrer cerca de la casa, a ver si todo está en orden. Pero solo se ve el techo ya. “Te amarga la vida, todo se rompe o pierde”, dice Rosana.

Cada familia se ubica en un box de 6 por 5 metros, hecho de alambres y plásticos negros gruesos, de dos metros de altura. Adentro, hay camas, colchones, los muebles que lograron salvar, canarios, perros, cardenales… “Son 168 evacuados, y esperamos a cuatro familias más”, nos dice el Mayor Galo Fait, segundo jefe del regimiento y nuestro guía por las barracas. Afuera, hay verde, árboles y muchos camiones estacionados. Y el río Uruguay, a la distancia, pero al acecho. Ayer, estaba estacionado, pero el pronóstico anuncia más lluvias para la cuenca entre lunes y miércoles. El ejército colaboró con las mudanzas y hay un equipo de hombres esperando para salir veloces al primer alerta.

Algunos, comen en el comedor, enorme y largo. Otros se llevan la ración familiar a las barracas y comen en sus boxes. Tienen miedo de que allí mismo, alguien les robe lo que lograron salvar del agua.

Otros centros son un tanto distintos. Escuelas, clubes, las familias se alojan en aulas y tapan las ventanas con manteles o diarios. En uno de esos lugares está Antonio Berdún (46) con su mujer y sus dos hijos. Es albañil y sigue saliendo a trabajar todos los días de 7,30 a 16. “Muchos continúan yendo al laburo”, dice. Es el delegado de su centro de evacuados. La gente lo votó porque tiene experiencia: es su quinta evacuación. Él escucha pedidos, trata de conseguir agua potable, pañales… Lleva 8 días allí. Viene del barrio Nevel y lo evacuaron primero preventivamente. Ahora, todo está bajo agua. “Vienen bichos, mosquitos y alimañas con el agua”, dice. Perdió una heladera y un ropero. “Los ánimos de la gente decaen por las pérdidas. Yo me siento bien. Hay buena comida, médicos, nos tratan bien. Pero pedimos casa donde no se inunde”.

Lo mismo dice Daniel Leiva (20), con sus hijitos de 13 días y 3 años. Fue el primer evacuado de Concordia. Daniel trabaja con un carro, hace changas, es cartonero. Logra unos 200 o 300 pesos al día. Su mujer cobra AUH (1300 pesos por los dos chicos). Hace 6 días que están allí. Los trajo un camión municipal. Perdió sillas, mesa, ropero con la ropa del bebé… De noche, toman mate afuera. A medianoche, todos adentro y a cerrar las puertas por seguridad.

“Me siento re mal. No tengo trabajo. Y encima, esto. Perdimos todo y no sé qué pasará cuándo volvamos a casa”. Daniel, con sus 20 años, se quiebra, tirado en un colchón. Ojalá su hijo de 13 días no viva lo mismo que él.
Fuente:
Verónica Toller, “Perdimos todo y lo peor vendrá cuando regresemos a casa”, 27/12/15, Clarín. Consultado 27/12/15.

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