domingo, 1 de noviembre de 2015

Copina: la aldea que el progreso se salteó

Inmensidad. El camino de los puentes colgantes, a la orilla de Copina. Aún se divisan los restos de lo que fue el pueblo hace varias décadas. Foto: José Gabriel Hernández/ LaVoz

Llegó a tener dos hoteles, casas de veraneo y estafeta de correo. Hoy es un puesto de paso en el camino de las Altas Cumbres.

por Héctor Brondo

Quienes conocen la historia y el presente de Copina no logran ponerse de acuerdo sobre cuándo este villorrio montaraz, enclavado en el faldeo oriental de las Sierras Grandes, inició su marcha hacia el olvido.

Unos dicen que sus atardeceres luminosos comenzaron a opacarse el día que los dos únicos surtidores del pueblo despacharon la última gota de combustible que les quedaba. Ambas bombas extractoras funcionaban a palanca; una en la vereda del Hotel Copina y la otra, en la del Hotel Las Vertientes.

Allí se abastecían los ómnibus de las dos empresas que cubrían el trayecto entre Villa Dolores y Córdoba, con 12 servicios diarios en la época de apogeo.

Don Teruel (de origen aragonés) había construido los dos albergues con piedras del lugar. Cada “gemelo” tenía ocho habitaciones, arcos y galerías, baño con bañera blanca (sostenida sobre cuatro patas), agua caliente y electricidad producida por generador propio.

Hoy la pileta se adivina por los bordes que se asoman desde el fondo de un pantano.

Otros datos curiosos de los hospedajes: cobraban tarifas iguales y ofrecían el mismo menú, aun después de que el dueño los vendiera: José Oller compró el Copina y al otro lo adquirieron los esposos José Ruggieri y María Gasparri, en 1937.

La partida de Vialidad
Otros hacen coincidir el comienzo de la declinación de Copina con el levantamiento del campamento que Vialidad había instalado detrás de la escuela rural, al final de los ’60.

Alojaba 40 hombres de manera semipermanente. Mantenían el denominado “Camino de los Puentes Colgantes”, como se conoce a la antigua ruta que une los valles de Traslasierra y Punilla, por el cordón montañoso más elevado de Córdoba.

El trazado siguió la huella abierta durante centurias a fuerza de carretas tiradas por mulas y caballos y que tuvo como uno de sus principales precursores al presbítero José Gabriel Brochero, el “Cura Gaucho”, artífice fundamental del desarrollo de los departamentos del oeste cordobés.

También están quienes atribuyen incidencia gravitante en el ocaso del lugar a la pavimentación del tramo del Camino de las Altas Cumbres, entre La Pampilla y Puesto Pedernera.

El trecho se habilitó en 1987 y favoreció el tránsito entre Mina Clavero y Villa Carlos Paz, en detrimento de aquella estrecha travesía de cornisa, abierta entre 1915 y 1918.

Mimado de la naturaleza
Copina toma su nombre de un cacique comechingón que lideraba un pueblo originario que se asentó en el lugar. El enclave está al resguardo de los vientos fríos, el suelo es fértil y tiene vertientes con abundante agua durante todo el año.

Estas características explican por qué figura como posta desde antes de la llegada de los españoles. Los viajeros del siglo XIX que bajaban hasta la “gran aldea” a comerciar con cueros, lanas, yuyos curativos y quesos caseros, entre otras mercancías, disponían allí de un refugio de piedra para el descanso. También había una fonda.

La construcción del “Camino de los Puentes Colgantes a través de la majestuosa Pampa de Achala, atrajo a emprendedores de distintas latitudes. Además de un parador obligado de ómnibus y automovilistas, se transformó en referencia turística, y los dos hoteles recibían pasajeros todo el año.

León Yore loteó el pueblo, se construyeron chalés de fines de semana y veraneo, el Correo Argentino instaló una estafeta postal y desde Cruz del Eje, a mediado de los ’50, llegó a Copina Atilio González, el primer maestro del pueblo: los chicos de la zona ya no tendrían que alejarse de sus ranchos durante nueve meses para ir a estudiar a la escuela albergue José María Liqueno, en La Ventana.

Sin embargo, tres décadas después el establecimiento educativo se quedó sin alumnos, se secaron los surtidores de los hoteles y Vialidad levantó el campamento para siempre.

Además, dejaron de pasar los colectivos de las empresas El Petizo y Colto (luego Pampa de Achala), los hoteles se quedaron sin clientes y cerraron, y varias casas fueron abandonadas. Entonces Copina inicio su marcha por el camino del olvido.

Rugidos de pumas y motores

Antonio Bustos era un criollo cabal: bajo, fornido, de cabello oscuro y bigote espeso. Avezado cazador de pumas, era requerido por los capataces de las estancias de la región cuando las fieras bajaban de la montaña y atacaban a las cabras. Coleccionaba los colmillos de los “leones” que mataba, asaba algunos cortes de la carne y vendía a buen precio las pieles que él mismo curtía.

Otros bramidos. En el albor de los ’70, hubo rugidos en Copina, pero de motores. En 1971, se disputó “El desafío de los valientes”. La legendaria competencia automovilística unía Villa Carlos Paz y Mina Clavero a través de la montaña. Uno de los tramos más exigentes de la carrera era Copina-El Cóndor. La edición que abrió la serie la ganó Eduardo Rodríguez Canedo. En la del año siguiente, “el Cóndor de Traslasierra”, Jorge Raúl Recalde, “voló” en su Fiat 125 Berlina por el camino de los Puentes Colgantes. La fama de la travesía logró trascendencia mundial tiempo después de la mano del Rally Argentina.

Tarifa “con pechada” y “sin pechada”

Los primeros servicios de transporte comenzaron a prestarse en el último tramo de la década del ’20.

Transportaban pasajeros entre Traslasierra y Punilla por el camino de los puentes colgantes.

Un pionero de la actividad fue Francisco Galvani. Hacía los traslados en un Graham-Paige de ocho cilindros y motor de 5.3 litros. Lo había comprado cero kilómetro en la concesionaria de Víctor Irureta. El vehículo tenía capacidad para ocho pasajeros y el equipaje se ataba en los estribos laterales.

Teniendo en cuenta las pendientes pronunciadas en varios tramos de la travesía a través de la montaña, el empresario ofrecía a sus clientes dos tarifas: “con pechada” o “sin pechada”.

La segunda era la más económica pero tenía implícito el compromiso de quien hubiera optado por ella, de bajarse a empujar la máquina en caso de que tuviera dificultades para trepar una subida.

Las empresas que tomaron la posta del servicio años después -El Petizo y Colto (luego Pampa de Achala)- mantuvieron la modalidad tarifaria durante muchos años.

Una de las trepadas más difíciles de sobrepasar se encuentra en cercanías de Copina.

Fue bautizada popularmente “Mataford”, porque los motores de los colectivos Ford solían morir en el intento por superar ese escollo.

Fuentes:
Héctor Brondo, Copina: la aldea que el progreso se salteó, 01/11/15, La Voz del Interior. Consultado 01/11/15.
Tarifa “con pechada” y “sin pechada”, 01/11/15, La Voz del Interior. Consultado 01/11/15.

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