por Matías Pandolfi
para ComAmbiental
“El grave problema de la ciencia hoy es la colonización por parte
del capital transnacional porque perdió el diálogo con el
pensamiento social crítico de esta época. Hay innovación
tecnológica pero en función del capital, no del vivir bien de la
humanidad”
Hace unos días a los 70 años de edad falleció una de las intelectuales más importantes de nuestro país: Norma Giarracca. Socióloga y Profesora de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, donde creó la cátedra de Sociología Rural. Era también investigadora del Instituto Gino Germani. Pero además, Norma era una gran referente de los movimientos sociales relacionados con la lucha contra la megaminería, los agronegocios y la expansión desmesurada de la frontera agropecuaria. Tenía una claridad increíble para transmitir sus ideas y conocimientos y no sólo lo hizo para grupos pequeños sino que llevó sus textos a los medios gráficos de comunicación donde era muy placentero y enriquecedor leerla. Era también una incansable usuaria de las redes sociales donde tuve el gusto de compartir ideas con ella.
Corría el año 2008 y el país estaba en uno de los conflictos más importantes que recuerde. El Ministro de Economía de aquel entonces, hoy opositor y candidato a Jefe de Gobierno de la CABA había propuesto el desastre de la Resolución 125: mal pensada, mal comunicada y mal defendida por el Gobierno Nacional. Detrás de eso surgió un movimiento opositor desbocado y sobreactuado y en ese momento leí por primera vez a Norma Giarracca planteando lo paradójico de que en el conflicto desatado entre "El Campo" y "El Gobierno" no se hubiese centrado en el modelo agrario vigente, no lo hubiese discutido ni puesto en el debate público.
En sus textos planteaba un debate que recorre el mundo occidental y se centra en la posibilidad de la coexistencia entre la llamada “agricultura familiar” y el pujante “agronegocio”. El problema del agronegocio es que busca expandirse sin control y arrasa con los bosques, el agua, la biodiversidad; promoviendo el patentamiento de las semillas y todo ser vivo. Y si bien se lo enmarca dentro de lo que se denomina neoliberalismo, la mayoría de los gobiernos de Latinoamérica, progresistas o conservadores, siguen con estos negocios que describía Norma en sus textos.
También nos llevaba a repensar mucho el rol de los investigadores y docentes universitarios en la sociedad. Esto lo recordé releyendo sus textos donde tengo resaltadas algunas preguntas con las que nos interpeló recientemente: “¿Cuál es la situación en Argentina? ¿Por qué, frente a posibilidades de expansión del sector científico en condiciones inéditas, no se han generado aún espacios de discusión semejantes al mexicano? ¿Por qué algunos siguen con la idea lineal de una universidad convertida en la proveedora de conocimientos para el Estado o en oferente de tecnología para grandes empresas?”
En los últimos años mostró preocupación por la gran convocatoria que tuvieron las marchas opositoras del segundo mandato de Cristina Fernández de Kirchner, pero lejos de caer en el simplismo de criticarlas con desdén, de minimizarlas o de hacer ver que era un grupo homogéneo sin matices. Por el contrario, Norma, como buena socióloga, entraba a esas marchas para estudiarlas y entrevistaba a los que la asistían para poder sacar conclusiones que se basaran en datos concretos y no en discursos y relatos.
Norma era realmente una intelectual con los pies en la tierra, no una pensadora de escritorio. Visitaba los sitios azotados por el miedo a la megaminería, al uso indebido de agrotóxicos y a aquellos que perdían la productividad de su suelo por el avance del monocultivo de soja. La querían y respetaban los pobladores de esos lugares porque sentían que su palabra los protegía e impedía que sean olvidados o vueltos invisibles. Ojalá su partida haga que muchos más nos acerquemos a su obra, a las problemáticas que planteaba en cuanto a la amenaza que representa el mal uso de nuestros recursos naturales que produce el modelo extractivista imperante.
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