lunes, 13 de abril de 2015

La frágil red invisible que nos ata a la naturaleza

por Fernanda Sández

Son la fragilidad en papel y acuarela. Se llaman taco de reina, ojo de poeta, pensamiento. Posan en los cuadros de Marina Curci, que las recuerda de los canteros de su infancia en Banfield. Hoy todo ese universo de pétalos y nervaduras se ha mudado a una galería y descansa en insólitos soportes de madera: una cama, una cómoda, algo parecido a una mesa antigua. La muestra se llama "Botánica" y como siempre sucede con el arte, no es lo que se mira lo que cuenta, sino lo otro. Lo que sucede más allá del papel.

La bióloga Rachel Carson, sin ser artista, también lo supo. Por eso pudo ver, a través de la trama de frutos y flores, de peces y pájaros, la red secreta que ata a cada cosa viva con sus hermanos de mundo. Por eso supo que más allá del esplendor de los bosques y de los mares en sus días, todo pendía de un hilo. De un hilo envenenado. "Las sustancias químicas a las que la vida tiene que adaptarse son creaciones sintéticas. Adaptarse a ellas requeriría no sólo de años, sino de generaciones", anota en Primavera silenciosa, la obra que le deparó la persecución. Y la eternidad. Allí, a lo largo de 350 páginas analiza cada uno de los impactos de los tóxicos sobre la red entera: plantas, animales y seres humanos. Por eso las palabras de Carson, aunque escritas hace más de cincuenta años, resuenan en el Aula Magna de la Facultad de Medicina de la UBA, en el Día Mundial de la Salud y en una jornada de homenaje al doctor Andrés Carrasco.

Carrasco, investigador del Laboratorio de Embriología de esta universidad, fue uno de los primeros científicos argentinos en denunciar lo que sucedía en varios pueblos del interior. O, si se prefiere, el primero en probar en un laboratorio lo que los pesticidas utilizados para cultivar podían llegar a hacer sobre organismos vivos. Carrasco murió de cáncer el año pasado, después de haber sido aislado por decir lo que decía. Días atrás, la OMS le dio la razón. Clasificó tres pesticidas -entre ellos, el glifosato, cuyos efectos investigó Carrasco- como "probablemente cancerígenos para los humanos".

Son la fragilidad en carne y hueso. A medida que las filminas presentadas por el pediatra cordobés Medardo Ávila Vázquez se suceden, la red vuelve a revelarse. Algo está sucediendo con quienes reciben a repetición cócteles de venenos cada vez más potentes y copiosos. En la Argentina, el consumo de agrotóxicos se incrementó más de 800 % en veinte años. Eso sí: ahora se los llama "fitosanitarios".

"No somos ambientalistas, no somos Greenpeace, no queremos salvar a las ballenas", dice Ávila Vázquez. "Las nuevas ballenas somos nosotros", ironiza. Para quien quiera verlas, las señales están ahí. En la curva ascendente de venenos arrojados como si fueran agua bendita, en los tóxicos acumulados en los pueblos y vueltos parte del paisaje, en los estudios que confirman lo que durante tanto tiempo sólo se escuchó en boca de las víctimas. O de gente fuera de serie, como Carrasco y los médicos de los pueblos fumigados, testigos directos del daño. Y de nuevo el arte, iluminándolo todo. "Piensen en las mujeres rotas, alteradas", canta Ney Matogrosso en "Rosa de Hiroshima". Las plantas que creamos ya están dando sus frutos. Y son de carne viva.

Seguimos imaginándonos aislados y a salvo de lo que hemos fabricado, sin ver que rozar un solo punto es vulnerar la red entera. Así de frágiles somos. E igual de ciegos.

Fuente:
Fernanda Sández, La frágil red invisible que nos ata a la naturaleza, 12/04/15, La Nación.

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