lunes, 25 de agosto de 2014

Las secuelas son graves y el riesgo persiste

Alerta. Gran cantidad de pinos en Yacanto de Calamuchita se quemaron el año pasado. Como nadie los retira, el peligro es importante

En Calamuchita, existe una importante cantidad de pinos quemados que nadie ha retirado hasta el momento. El año pasado, ese departamento tuvo 62 mil hectáreas incendiadas y Villa Yacanto fue la localidad más castigada por las llamas. Daños en la fauna.

Las condiciones climáticas justificaron esta semana el “alerta máxima” por incendios en Córdoba, pero la alarma cobró fuerza por el recuerdo aún caliente de las llamas que hace un año consumían unas 100 mil hectáreas serranas, repartiendo imágenes de destrucción que quedarán por largo tiempo en la memoria colectiva cordobesa.

Un año después, los daños ambientales y paisajísticos muestran sus secuelas y millones de pinos quemados y no retirados siguen representado riesgos en Calamuchita. Al mismo tiempo, esas llamas aceleraron una buena cantidad de debates, aún abiertos, sobre el Plan Provincial de Manejo del Fuego y su financiamiento.

No fue 2013 el año con más superficie quemada en Córdoba: décadas atrás hubo varios con más de 200 mil hectáreas afectadas. Tampoco fue el año más trágico: en 2005, por ejemplo, dos hermanos murieron quemados.

El de 2013 fue, sí, el más agresivo. Condiciones climáticas extremas (tras meses de sequía, una sucesión de días de calor, fuertes vientos y humedad del cuatro por ciento, inusual para Córdoba) facilitaron lo que los técnicos llaman “incendios explosivos”.

En apenas nueve días se quemaron 96 mil hectáreas, sólo en el área serrana, según un relevamiento satelital de la Comisión Nacional de Actividades Espaciales. Es casi el doble de la superficie del departamento Capital. El valle de Calamuchita se llevó la peor parte: 62 mil hectáreas arrasadas, muchas con pinares.

El total anual, sólo en las Sierras, superó las 110 mil hectáreas, según estimaciones de este diario. Hasta hoy, el Plan Provincial del Fuego no publicó su estadística de 2013.

Casas quemadas

La Provincia puso en marcha el Plan de Reconstrucción Cura Brochero para asistir a los damnificados. Se estimó en 60 la cantidad de viviendas y cabañas turísticas dañadas. De las más de 20 casas familiares totalmente destruidas, el Ministerio de Desarrollo Social asegura que, a un año, se construyeron y entregaron 15 (10 en Villa Yacanto, tres en Salsipuedes y dos en Villa Ciudad de América) y que seis están en ejecución. Dos más no se iniciaron, argumentando problemas de dominio.

En Villa Ciudad de América se quemó también un vivero familiar, que fue reconstruido con apoyo provincial.

En el paraje La Pampa, cerca de Ascochinga, las llamas devoraron el establecimiento educativo privado La Lucena. Un año después, con apoyo de vecinos, instituciones y aportes provinciales, la nueva estructura está en marcha. Pedro Dunn, que hace un año creyó sepultado su esfuerzo de 20 años, asegura que en 2015 su colegio con orientación en ambiente retomará la actividad.

En Villa Yacanto ardieron tres aserraderos. Dos lograron recuperarse. Sebastián Martínez (39), cuya familia poseía dos, contó que entre ambos armaron uno, cuatro meses después de las llamas. De las ayudas prometidas, poco les llegó. Las líneas de créditos ofrecidas no convencían: “Tenías que empeñarte en pagar cinco o seis años y no sabemos si quedan pinos para dos o tres años”, sostuvo. Dijo que sólo recibieron un subsidio nacional de 20 mil pesos, muy bajo para el daño sufrido.

El pueblo más golpeado

Yacanto, en Calamuchita, fue la localidad más complicada. “Mejoramos mucho, pero la recuperación demandará al menos diez años. Hay pinares en los que ni se ha podido entrar y gente que perdió todo su ganado”, resume un año después Oscar Musumeci, intendente de Villa Yacanto.

En cinco años, el pueblo estuvo dos veces recalentado por las llamas, lo que generó una conciencia comunitaria. “Se vive un clima de guerra ante la sospecha de incendio”, apuntó Musumeci.

Yacanto estuvo meses sin energía porque el fuego quemó las líneas de media tensión. Con subsidios nacionales se repararon, mientras se aguantó con equipos generadores móviles.

La localidad tiene hoy más elementos para combatir el fuego: recibió un camión cisterna y una autobomba de la Nación, abrió calles cortafuegos en su perímetro y creó el área de Defensa Civil municipal.

Respecto a las varias cabañas para turismo destruidas, el intendente dijo que algunas se reconstruyeron de forma privada y otras con créditos del plan Procrear.

Ambiente y paisaje

Cada fuego impacta. Quema bosques nativos en una provincia que sólo conserva el cinco por ciento de los que alguna vez tuvo. Erosiona los suelos serranos, que pierden su capacidad de retener agua y cada lluvia termina luego más fácilmente en crecidas de ríos, y en lagos que se colman de sedimentos arrastrados.

Esa esponja dañada reduce el aporte de agua en meses de sequía, en una provincia con recurrentes crisis hídricas. Los árboles, si vuelven, tardan entre 30 y 40 años para parecerse a los adultos quemados.

La fauna silvestre se pierde: estudios muestran que dos años después de incendios sólo se observa el 41 por ciento de las aves que se veían antes.

Cada fuego compromete además el paisaje, capital vital para una provincia turística.

Demasiados costos e impactos como para que los cordobeses no hagamos lo posible para que no se repitan.

Los sobrevivientes

Así reconstruyen sus vidas los heridos más graves de los grandes incendios de 2013 en la provincia. Sus historias son conmovedoras.

por Fernando Colautti y Juan Simo

Todo lo que les cuentan les suena a una película que protagonizaron otros, aunque lleven en sus cuerpos las huellas de la tormenta de fuego. Les dicen que un pino se abalanzó sobre sus cabezas, cuando les daban pelea a los incendios en las Sierras, que los llevaron con desesperación hasta los hospitales, que sus vidas estuvieron en riesgo.

Ellos no lo recuerdan: estaban en un coma profundo. No percibieron la desesperación de un hermano, de un hijo, o de los bomberos voluntarios, cuando buscaban auxilio. Con el tiempo, fueron escuchando los detalles de esa historia que les había pasado a personas con su nombres y apellidos, pero que no las sentían propias. Sin embargo, eran ellos, actores centrales de los incendios que hace un año tuvieron en vilo a los cordobeses durante nueve días, con focos en Calamuchita, en Traslasierra, en Punilla y en las Sierras Chicas.

Multimedia. Córdoba bajo fuego.

Ellos son Isidoro Pelliza (49) y Luis Gigena (39). No se conocen, aunque compartan la trama de esta historia. Fueron dos de los tres heridos más graves que dejaron aquellos incendios, ambos en Calamuchita. El tercero es el albañil Carlos Palluel (27), quien a diferencia de los otros recuerda con precisión cuando quedó encerrado por las llamas en su casa y tuvo que atravesar el fuego. Antes de ser internado (en coma superó un paro cardíaco y una neumonía) pasó por lo de sus suegros para avisarle a su esposa que había sobrevivido.

Contra el pino, nada

El primer pino cayó el 9 de septiembre alrededor de las 17:30 en el complejo de cabañas Ayllú Pelli, entre Athos Pampa y Villa Alpina, sobre la cabeza de Isidoro Pelliza (49), que miraba con resignación desde un cuatriciclo, con un empleado en el mismo vehículo, cómo las llamas habían devastado los pinos.

“Yo no tengo nada contra el pino”, se ríe. Su recuperación asombró a los médicos y a su familia -su esposa, sus cinco hijos– y aquí está, mostrando en su calva la cicatriz de la intervención a la que lo sometieron para descomprimir la sangre encerrada por el golpe. Estuvo 25 días en coma, luego otra veintena de jornadas en la transición de terapia intermedia y sala común, hasta el día en que llegó a su casa de barrio San Carlos, de Córdoba capital, en silla de ruedas, con una traqueotomía y dificultades para lidiar con los nombres y los recuerdos.

“Vino pesando 30 kilos menos”, recuerda Cecilia, su esposa. El mayor de sus cinco hijos, Leandro, apunta: “Un neurólogo nos dijo que lo suyo era como cruzar un río con un puente que no existía. Que tenía que imaginarlo. Lo cruzó. Hoy está muy recuperado, entre un 90 y un 95 por ciento”.

Entre sus hijos se fueron distribuyendo las obligaciones de la casa, el negocio familiar de pollos y el complejo de cabañas, que después de las lluvias perdió el negro tétrico de los incendios. Las cabañas funcionan. Hay un nuevo camino hasta la ruta, obligado por el rastro que dejó el fuego. Por ahí maneja Isidoro en camioneta, recuperando recuerdos y reconstruyendo otros con la ayuda de sus familiares. “En Córdoba no manejo. Hice la promesa de que no iba a volver a hacerlo hasta el 9 de septiembre”, dice el sobreviviente.

Luis Gigena no recuerda cómo fue el golpe, pero sabe lo que siguió después, y aún así elegiría volver a los incendios para ayudar a su hermano, como en aquel 11 de septiembre del año pasado, porque el campo ubicado entre Santa Rosa de Calamuchita y Villa Yacanto se le quemaba.

Dice: “Para haber recibido un golpe en la cabeza con un pino, con casi 100 puntos en la cabeza, ver poco y escuchar poco, es nada. Es una mancha más para el tigre. Lo más importante es que estamos acá”.

En el bar parador La Choza de Santa Rosa, donde trabaja, Luis estima haberse recuperado en un 70 por ciento. Valoró haber sobrevivido, y también el apoyo que recibió de mucha gente durante su mes de internación y su grave episodio. El accidente le dejó un zumbido permanente, la vista borrosa, pero también más amigos.

“Tengo una segunda oportunidad. Algo tendré que hacer en esta tierra... ¿seguir apagando fuegos? Si hay incendios, iría a colaborar. Tal vez con poquito menos de riesgo. Por ahí se trate de que no haya ningún pino cerca”, ríe. Vivo.

El fuego en las manos

En Salsipuedes, un año después, Carlos Palluel (27) habita el mismo terreno donde estaba la casa de la que tuvo que salir corriendo, cerrando los ojos para atravesar el fuego. Allí, la Provincia le construyó otra vivienda y pudo salir a flote con la ayuda de familiares, vecinos e instituciones.

En la mañana del 9 de septiembre, cuando no había nadie en la casa, Carlos trabajaba en una obra cercana. Con una moto prestada por su jefe, fue a ver cuál era el panorama. El fuego estaba a tres cuadras y pensó que tenía tiempo: empezó a sacar los colchones, a mojar las paredes… De pronto, escuchó crujir las ramas de los árboles y vio las llamas. Salió y observó que el fuego había saltado el terreno hasta un monte que lo rodeaba.

“Tuve que cerrar los ojos, sostener la respiración y pasar corriendo”, recuerda. Avanzó 50 metros hasta que se cayó en un desnivel, porque seguía con los ojos cerrados. “Mis brazos eran dos fetas de mortadela. Me veía así y no lo podía creer. Nunca sentí dolor. Sentía mi cara, tensa…”, explica.

Lo llevaron al dispensario. Cuando lo auxiliaban, se aterró cuando una médica se le acercó con una tijera. “‘No me corté la ropa, se me acaba de quemar todo’, le decía. Ella hizo señas como que desvariaba, pero yo sabía que era lo único que me quedaba: lo que teníamos puesto”.

Un año después del fuego, Carlos, Isidoro y Luis cuentan sus días en primera persona.

Se renueva el debate por el impuesto al fuego

En total, al Estado provincial le ingresan casi 60 millones de pesos por el tributo.

La amenaza de nuevos incendios persiste. Se reavivó el debate por el Plan del Fuego.

Hubo años con más incendios en Córdoba, pero nunca se quemaron tantas forestaciones de pinares como en 2013.

Unas 11 mil hectáreas con pinos implantados ardieron en pocos días, entre San Clemente al norte y Alpa Corral al sur, pasando por Villa Alpina, Intiyaco y Villa Yacanto. Hubo 11 millones de árboles quemados. A un año, la gran mayoría no rebrotó.

No fue sólo la concentración de esa madera, más combustible que otras, lo que hizo imparables las llamas. Se sumó que en 2012 dos vientos huracanados habían dejado por el suelo más de un millón de pinos. Menos de la mitad fue retirado por los dueños de campos forestados. Meses antes de los incendios de 2013, dos notas de este diario advertían sobre el riesgo: era como nafta por el piso serrano. En esos nueve días de septiembre, no hubo bombero que no repitiera que eso agravó las llamas.

En 2014, otros informes publicados por este diario advirtieron que más de la mitad de esos 11 millones de pinos quemados no fueron retirados por sus propietarios. Otra vez queda una enorme masa combustible.

Forestadores que cumplen cuestionan que la Provincia no controle ni obligue a los que incumplen. Funcionarios provinciales señalan que el mantenimiento de campos es cuestión de cada dueño. Pero el riesgo está ahí.

Dato que inquieta

Días atrás, la Secretaría de Gestión de Riesgo de Córdoba admitió un dato inquietante: un relevamiento reciente determinó que sólo el 20 por ciento de los campos con forestaciones implantadas cumple con las tareas de limpieza, raleo y calles contrafuego.

De las 35 mil hectáreas con pinares que hubo en las Sierras hace 30 años, quedaban unas 20 mil hace un año. Hoy, no superarían las 10 mil.

Entre incendios y extracción para madera, sin resiembras, la industria forestal serrana está en decadencia.

Recaudación

El impuesto al fuego recauda casi 60 millones de pesos por año. Lo pagan desde 2005 todos los cordobeses con su factura de energía. Fue creado para financiar al Plan Provincial de Manejo del Fuego. El modo en que se reparten esos fondos siempre generó discusiones, que en el último año (tras los graves incendios de 2013) se profundizaron.

Actualmente, el principal destino es el Plan Integral: el aporte de 28.600 pesos mensuales a 66 cuarteles de zona de riesgo y 13.600 a 107 cuarteles de la zona llana. Son 40 millones de pesos anuales, de los cuales el 70 por ciento se destina a pagar a 560 bomberos por tareas diarias que, a cambio, deben prestar. Ese esquema fue acordado por las federaciones de bomberos y el Gobierno de Córdoba en diciembre pasado.

Otros cinco millones se reparten de modo directo a todos los cuarteles (tres mil pesos por mes a cada uno) y 2,8 millones cuesta el aporte a Apross para que los cinco mil bomberos voluntarios activos tengan obra social.

Con el resto (unos 10 millones) se mantienen aviones hidrantes, se compra equipamiento y se solventan otros gastos del Plan del Fuego.

Cada año no se gasta todo el fondo recaudado, por lo que las cuentas generan controversias. Por ejemplo, este año debió empezar con unos 26 millones disponibles del anterior.

Otra polémica generó la demora en el pago a los cuarteles. En junio, ninguno había cobrado, por lo que de casi todo lo recaudado por el impuesto hasta entonces, casi nada se había erogado. Recién entre julio y agosto se pagó a más de 140 cuarteles los aportes acumulados de enero a septiembre.

Según datos del Gobierno, este año hasta el 13 de agosto el impuesto al fuego recaudó 33 millones, y se pagaron aportes a bomberos por 24 millones.

9 años hace que los cordobeses pagan el tributo.

Fuentes:
Las secuelas son graves y el riesgo persiste, 24/08/14, La Voz del Interior. Consultado 25/08/14.
Fernando Colautti, Juan Simo, Los sobrevivientes, 24/08/14, La Voz del Interior. Consultado 25/08/14.
Se renueva el debate por el impuesto al fuego, 24/08/14, La Voz del Interior. Consultado 25/08/14.

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