No es ninguna novedad que en torno del uso de agroquímicos
hay todo un debate muy complejo y con muchas aristas. Lo cierto es que Mendoza,
por ser una zona de cultivo está expuesta a su utilización masiva.
Hay alrededor de 200 mil hectáreas cultivadas de las cuales
116 mil corresponden a vid, 15 mil a frutales y 30 mil a horticultura.
El glifosato es el que se encuentra más cuestionado en los
lugares donde se cultiva soja; sin embargo, también es utilizado para la vid y
para la limpieza de acequias en las fincas, mientras que las hortalizas exigen
más pesticidas que los frutales.
Hay fuertes sospechas de que existe una deriva importante en acuíferos, aguas subterráneas y superficiales, lo cual es objeto de estudio en la provincia para determinar la contaminación. Al respecto, el ingeniero Marcos Persia, ingeniero agrónomo especialista en Agroecología y Biodinámica, aseguró que Mendoza se encuentra un paso atrás en este tema porque todavía no hay muchas investigaciones.
Hay fuertes sospechas de que existe una deriva importante en acuíferos, aguas subterráneas y superficiales, lo cual es objeto de estudio en la provincia para determinar la contaminación. Al respecto, el ingeniero Marcos Persia, ingeniero agrónomo especialista en Agroecología y Biodinámica, aseguró que Mendoza se encuentra un paso atrás en este tema porque todavía no hay muchas investigaciones.
Jennifer Ibarra de la Fundación Cullunche subrayó que “no hay una
política firme para tratar agrotóxicos” y agrega que “no hay conciencia de que
es mucho mejor que la lechuga tenga pulgones porque quiere decir que tienen
menos pesticidas; en Europa, piden que los productos vayan con bichos”.
Sostiene además que Argentina es mucho más permisiva que otros países y que no
han terminado de salir del mercado productos peligrosos que en definitiva
terminan acumulándose en el organismo del consumidor.
En la vereda de enfrente, se encuentran quienes aseguran que
la magnitud de la agricultura mendocina sería impensable sin plaguicidas.
Así, el ingeniero Oscar Astorga, coordinador del programa de
Agroquímicos del Iscamen sostiene que “son sustancias que guardan un riesgo,
por lo cual si no son manipulados con cuidado seguro pueden contaminar”. Sin
embargo, asegura que el organismo realiza estrictos controles, multas mediante
y que se realizan muchos cursos de capacitación a los productores.
Destaca que en la provincia sólo 10 % de la producción apela
a sustancias peligrosas, pero permitidas a nivel internacional, mientras que
60 % usa productos orgánicos que no revisten riesgos.
Por su parte, el ingeniero Daniel Pissi explicó que ha
habido muchos avances en el tema que le dan mayor seguridad como la utilización
de menores dosis gracias a productos con gran poder de volteo y poco efecto
residual, que desaparecen en unas 72 horas antes de llegar al consumidor, a lo
cual suma controles muy rigurosos por la legislación y los organismos
encargados.
Consecuencias
Quienes se encuentran en contacto con ellos o viven en las
inmediaciones de los lugares donde los utilizan podrían desarrollar cáncer,
problemas del sistema inmunológico y alergias mientras que los niños son los
más sensibles y pueden tener malformaciones.
No obstante, Persia asegura que si bien pueden causar
ciertas enfermedades crónicas es muy difícil poder comprobar que son
consecuencia de los agrotóxicos, especialmente en la urbe donde hay
contaminación por diversos factores.
Para este profesional, el nivel de ingesta de restos de
agroquímicos por parte de los consumidores es importante aunque no alarmante.
Esto ocurre por malas prácticas de los productores como usar productos
inadecuados o demasiado fuertes en un cultivo que no lo requiere, por suponer
que algunos pesticidas son inofensivos o porque no se espera el tiempo exigido
para eliminar el efecto residual antes de salir al mercado y volverse inocuo,
lo cual se sostiene es muy difícil de controlar.
Se recomienda lavar con bastante agua los alimentos antes de
ser ingeridos.
Los sapos, una especie en extinción por los agroquímicos y
la falta de agua. Los desechos industriales y los químicos para cultivos van a
dar a los cauces en los que vivían. Como consecuencia aumenta la cantidad de
moscas y mosquitos.
Para los mendocinos hoy adultos, tener alguna anécdota de la infancia de un
encuentro cercano con un sapo no es algo extraño. ¡Cuántos habrán usado al
pobre bicho frío para asustar a algún amigo! Y ¡cuántos lo habrán observado con
curiosidad cuando saltaba desde algún rincón del jardín! Sin embargo, la
mayoría de los niños que viven actualmente en el área metropolitana lo conoce
sólo de manera virtual, por internet, la televisión o algún libro.
Es que definitivamente la urbanidad no se llevó bien con el
noble animalito y mucho menos la agricultura de los agroquímicos que tiene
efectos muy nocivos sobre su reproducción.
“Cada vez hay que salir más del radio urbano para
encontrarlos”, sostiene Jennifer Ibarra de Fundación Cullunche. La explicación
al fenómeno hay que buscarla en la falta
de agua en las acequias y que la que circula suele estar contaminada ya que la
gente y las industrias tienen la costumbre de arrojar todo tipo de desechos a
sus cauces.
Pero hay un factor determinante: el uso de agroquímicos.
Marcos Persia detalla que a nivel global hay varias especies de
reptiles, anfibios y peces muy amenazadas que tienen problemas de reproducción
por los niveles de contaminación y que también afecta a los humanos.
En Mendoza, se da la particularidad de la invasión del
espacio urbano y de una fuerte contaminación del agua a lo cual hay que sumar
que en general el ambiente natural de la provincia no es muy propicio para el
sapo, salvo en torno de algunos espejos de agua. En definitiva cada vez hay
menos agua disponible y los cauces están contaminados.
Ibarra hace hincapié en que “se habla mucho del derroche de
agua y de la megaminería, pero muy poco del uso de agrotóxicos y sus
consecuencias, los cuales se usan de manera desmedida y respecto de lo cual no
hay controles”, apunta Ibarra. Esto sucede en toda la zona periurbana donde
todavía se cultiva, como en algunos lugares de Guaymallén y Maipú.
Alarma natural
Aunque haya gente que se crispa ante la presencia del
pequeño anfibio, los especialistas explican que su desaparición indica que algo
no está del todo bien. Ocurre que es lo que se denomina un “indicador
biológico”, su presencia o ausencia es un signo del estado del hábitat. Al
igual que los peces y otros reptiles son muy sensibles a los tóxicos por lo
cual ante su presencia son los primeros en desaparecer; en ese contexto, hay
que interpretar que los humanos también estarán expuestos a ellos aunque sean
más resistentes y no manifiesten consecuencias inmediatas.
Pero allí no termina todo: Persia especifica que la
desaparición de algún eslabón de la diversidad implica una modificación en la
población de otras especies. En el caso del sapo se produce un desequilibrio en
la cantidad de insectos con lo cual, especialmente moscas y mosquitos ya no
tienen predador. A esto hay que sumar que ciertas actividades humanas favorecen
su reproducción.
Para los especialistas, el uso de los agroquímicos tiene una
influencia directa sobre esta situación ya que alteran su capacidad
reproductiva y matan a los renacuajos.
“Los cauces quedan contaminados cuando en las fincas que
riegan por surco el agua arrastra los restos de estas sustancias y los llevan a
otros lugares, contaminando incluso las acequias”, grafica Persia.
Fuentes:
Los Andes, 29/01/2012, "Mendoza, tierra de agroquímicos".
Los Andes, 29/01/2012, "Los sapos, una especie en extinción por los agroquímicos yla falta de agua".
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