martes, 21 de junio de 2011

Los ritmos de la naturaleza - Un gigante desvalido


por Antonio Elio Brailovsky

Los que seguimos con preocupación los temas ambientales hemos visto la ausencia de avances en la descontaminación de la central atómica japonesa de Fukushima, destruida por un terremoto el 11 de marzo de 2011. El fracaso de todos los intentos de evitar la salida de radiactividad al exterior muestra que quienes iniciaron una actividad altamente peligrosa no saben repararla cuando falla.

Destacamos el desconcierto de los ciudadanos comunes ante la torpeza e incompetencia de quienes fueron reiteradamente elogiados como los mejores del mundo en el campo de las tecnologías sofisticadas. Una consecuencia de esto fue el rechazo unánime del pueblo italiano a la energía nuclear en un reciente plebiscito. Cuando un punto de vista gana una elección por el 94,5 % de los votos, hay una expresión de profundos sentimientos colectivos. Por eso, es probable que nadie se atreva a convocar un plebiscito semejante en ningún país latinoamericano, por temor a encontrar un rechazo equivalente.

En Argentina, las autoridades acaban de anunciar que modificarán el diseño de la central atómica Atucha II (en construcción) para permitir una parada rápida en caso de emergencia. Lo que equivale a decir que no tenían forma de detenerla en caso de accidente nuclear grave. Indirectamente también están diciendo que las otras centrales atómicas que funcionan desde hace varias décadas no pueden pararse con rapidez. ¿Qué pensaríamos de alguien que conduce un vehículo con una carga muy peligrosa y no tiene frenos?

La historia de cómo y por qué perdimos el rumbo y comenzamos a pedirle a la tecnología cosas que no puede darnos es larga y merece opiniones diversas. Una de ellas tiene que ver con el alejamiento del medio que nos soporta y el creer que podemos reemplazar funciones naturales por medios tecnológicos.

Por eso, nuestra insistencia en recordar los ritmos de la naturaleza a la que pertenecemos, más allá de cualquier percepción ilusoria en contrario.

En esta entrega, ustedes reciben:
Un texto de José González Carbalho en el que describe sus sentimientos ante la nieve que cayó sobre Buenos Aires el 22 de junio de 1918.
La obra de arte que acompaña esta entrega es un gigante desvalido que despierta nuestra ternura, la "Alegoría del Invierno", esculpida en piedra por Bartolomeo Ammannati en 1565, que está en los jardines de la Villa Medicea de Florencia.
El recordatorio de mi libro "Buenos Aires, ciudad inundable", publicado por Kaicron y Le Monde Diplomatique. Si no lo encuentran en librerías, el mail del editor es rivas@kaicron.com.ar o kaicron@kaicron.com.ar

Quiero saludarlos en el comienzo del invierno.

Y, por supuesto, en el del verano, para los amigos del Hemisferio Norte.

Un gran abrazo a todos.

Antonio Elio Brailovsky


“El frío más intenso y las calles más solas. Eran las nueve de la no­che. Al regreso, me esperaba el purísimo alfombrado de las calles, el deslumbramiento de ese blancor derramado sobre todas las cosas. Caminé por la avenida hasta la Plaza de Mayo y allí me sentí de pronto en una ciudad distante, en alguna de esas villas predilectas de las viejas litografías. Los árboles desnudos tenían en sus ramas oscuras la flor del alba de la nieve. Habían florecido, como los almendros en la es­tación propicia. No se veían caminos enarenados ni recuadros con césped. La plaza era una pequeña estepa y los altos edi­ficios que la rodeaban mostraban sus pardos frentes ribetea­dos por un festón luminoso, formado por la nieve deposita­da en las cornisas. Me imaginé turista por una ciudad nórdica, viendo a los transeúntes que se detenían a crear figuras gro­tescas. El clásico oso, de la altura de un ser humano, se le­vantaba cerca de la pirámide, mirando hacia el oeste. Y has­ta se veía en el aire volar los bolos en las improvisadas guerrillas entre grandes y chicos. Todo el Buenos Aires que salía de teatros y cinematógrafos vivió ese instante de ines­perada albura que hoy rememoramos en su valor histórico. Aceleré el paso hacia mi casa, imaginando el primer ciga­rrillo, porque el aliento se volvía corpóreo en el aire, como las volutas del humo. El hecho me reconfortó del frío pene­trante y dormí unas horas como un bendito. No sé en qué momento me desperté, y a través de la cortina que velaba el cristal de la puerta que daba al patio alcancé a divisar el alji­be, las plantas, bajo el encantamiento de la nevada. En el olvido del sueño habíase borrado el recuerdo de la noche y volví a maravillarme. Tanto que me levanté, acercándome a la puerta. Y vi lo que ningún otro recuerdo podía superar en magia. El patio era un país de fábula todo inundado de luna­res resplandores. No sólo las baldosas del patio, las plantas en sus macetas, y el arco del aljibe eran blancos; también el aire y el cielo mismo, en lo que alcancé a contemplar, perte­necían a una noche antártica. La casa entera dormía, y hu­biese querido gritarles para que se asomasen, como yo, a observar el milagro”.

José González Carbalho: “Estampas de Buenos Aires”, Buenos Aires. CEAL, 1971.



Fuente:
Antonio Elio Brailovsky, Los ritmos de la naturaleza - Un gigante desvalido, 20/06/2011, Defensoría Ecológica.

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