Se
ubica en el medio de una calle en Quintas de Argüello y estuvo a
punto de ser talado a fines del siglo pasado. Hoy, cubre toda la vía
y su inmenso porte alberga numerosos pájaros y brinda una sombra
espesa.
por
Francisco Panero
Hace
23 años, a comienzos de marzo de 1996, estuvo a punto de morir.
Primero fue “alguien” que quiso voltearlo con una máquina pero,
gracias a la acción de los vecinos, el operario se detuvo. Por esto,
quedó definitivamente inclinado. Poco después, la planificación
urbana ordenó que debía ser talado, porque al diseñarse el barrio
quedó en el medio de una calle que ya contaba con el cordón cuneta
y pronto pasaría el hormigón para que por allí circulara la línea
de colectivos.
Pero
su gigantesca copa y su centenaria figura conmovieron a un grupo de
vecinos de barrio Quintas de Argüello que llamaron a La Voz para
tratar de salvarlo. El 7 de marzo de 1996, este diario publicó
“¿Quién defiende el árbol?”, una nota en la sección Vida
Cotidiana que narraba el deseo de la gente de conservar el ejemplar
de algarrobo por entonces “casi centenario” a pesar de la condena
a ser talado que sobre él pesaba.
Al
día siguiente, este medio publicó la respuesta del subsecretario de
Planificación Territorial municipal Marcelo Chamás, quien explicó
que el recorrido del ómnibus se desviaría, se quitaría la franja
verde de las veredas para que a ambos lados pasaran autos y se
construiría un cantero para resguardar al algarrobo.
Hoy,
23 años y medio después, ese anuncio es una realidad y el árbol
sigue en pie y ha crecido aún más, convirtiéndose en un viejo
Prosopis que se ubica en la cortada de Santiago Bueso con Mensaque de
Zarza. Hasta hace poco, estaba “fichado” en un catastro municipal
y ostentaba su número, pero ahora de él sólo cuelgan dos maderas
que dicen: “Cuiden, soy de todos” y “No arrojen basura”.
Rebelde
como ha sido desde joven, parado en el medio de la calle con su porte
ladeado, sigue creciendo y aumentando su copa, al punto de que ya
supera ambas aceras. Su sombra es densa y permite el resguardo de
autos y numerosas aves que cantan en sinfonía. Una pareja de
horneros hizo hogar en una horqueta y hace poco él echó flores, con
la llegada de la primavera.
A
pesar de algunas heridas en su corteza que “lloran” y un topetazo
de un camión, el algarrobo sigue firme en su oblicuo crecer, con
amplio follaje y sombra sin fisuras. Ya sobrepasó los 100, aunque
algunos dicen que puede tener hasta el doble de años.
Cuentan
los cronistas de la llegada de los españoles a Córdoba que los
algarrobos eran muy numerosos y, según las descripciones de época,
cubrían por completo amplios predios en torno del Suquía. Los
originarios lo habían bautizado “Takú” y los conquistadores le
dieron el nombre algarrobo por una planta muy parecida de
distribución euroasiática, llamada con la voz árabe “al caroob”.
Lo llamativo es que, tanto la denominación de estas tierras, como la
foránea, tienen exactamente el mismo significado: ambos quieren
decir “El árbol”.
Los
guaraníes llamaron a esta especie Ibopé que quiere decir “árbol
puesto en el camino para comer”, en referencia a sus vainas con las
que se alimentaban y que los criollos bautizaron algarroba. Con este
fruto se hace el arrope y otros alimentos. También se le atribuyen
numerosas propiedades curativas, de las más variadas.
A
su modo, los vecinos de Quintas de Argüello siguen disfrutándolo.
Inés Pilcic, vecina que aún reside a 100 metros del amigo árbol,
fue promotora de aquella gesta que logró salvarlo. Hoy no está su
marido, pero recuerda que juntos bregaron para que se mantuviera la
sombra centenaria que sigue y seguirá viva, gracias a ellos.
Árboles
de Córdoba
Iniciativa.
Con la idea de que “no se quiere lo que no se conoce”, La Voz
busca rescatar ejemplares arbóreos cuyas características los tornan
únicos en la ciudad.
Patrimonio
verde. La defensa de estas especies permite la conservación de un
entorno más habitable para la comunidad.
Historias.
Algunos de los “protagonistas” de este ciclo cuentan con
anécdotas, pequeñas historias o un detalle que los destaca sobre el
resto.
Años.
Al apreciar su valor y evitar la tala o las podas excesivas, se
preservan ejemplares que la naturaleza demoró años en hacer crecer.
Es mala idea talar un árbol añoso y reemplazarlo por uno nuevo: con
él, mueren también los años de su tronco y su sombra.
Fuente:
Francisco Panero, El algarrobo centenario que fue salvado por los vecinos, 25 noviembre 2019, La Voz del Interior. Consultado 27 noviembre 2019.
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