domingo, 3 de febrero de 2019

El bosque nativo protege la producción del Norte Argentino


por Antonio Elio Brailovsky

Quiero expresar mi desconcierto ante la publicación de una nota en el diario El Tribuno, en la que se entrevista al colega Alejandro Diego Brown, quien allí afirma que: "nada de lo que ocurre en gran parte de las provincias norteñas se hubiera logrado sin ganarle espacio a los bosques nativos...", y sostiene que "denigrar el concepto "desmontar' es también denigrar el proceso histórico de colonización y crecimiento económico de una parte importante de nuestro país" (El Tribuno, 2018).

Este punto de vista expresa la ilusión de que los espacios naturales son espacios vacíos, improductivos, que deben ser ocupados por sistemas de producción. El argumento tiene un chantaje implícito: ¿cómo vamos a conservar esos espacios sin producción mientras hay tantas personas en la desocupación y la pobreza?

Muchos ambientalistas dirán que este debate atrasa treinta o cuarenta años. Es decir, que remite al tiempo del comienzo de la preocupación ambiental, cuando se acusaba a los ambientalistas de pretender frenar el desarrollo.

En mi opinión, el debate atrasa mucho más, pero tal vez la Argentina misma esté atrasando más de lo que debiera. Una mirada sobre nuestra historia ambiental podría aportarnos algo.

Hace dos siglos, apenas terminada la Guerra de la Independencia, el poeta venezolano Andrés Bello escribió la “Silva a la agricultura de la zona tórrida”, un largo poema en el que idealiza el incendio de la selva y la agricultura tropical hecha sobre sus cenizas.

Bello no imagina la utilización productiva de los ecosistemas tropicales, sino en su completa destrucción y reemplazo por paisajes artificializados. “El intrincado bosque el hacha rompa, consuma el fuego, abrid en luengas calles la oscuridad”. “Huyó la fiera, deja el caro nido. Deja la prole ímplume el ave, y otro bosque no sabido de los humanos va a buscar doliente”. Es decir, que para Bello los bosques son inagotables y simplemente la fauna busca otra selva un poco más lejana para asentarse. Sorprende encontrar la misma ilusión dos siglos más tarde(Brailovsky, 2004).

¿Qué miro? -dice Bello- Alto torrente de sonorosa llama corre, y sobre las áridas ruinas de la postrada selva se derrama. El raudo incendio a gran distancia brama, y, el humo en negro remolino sube. De lo que antes era verdor hermoso y fresca lozanía, sólo difuntos troncos, sólo cenizas quedan. Mas a las tupidas plantas montaraces, sucede ya el fructífero plantío. Ya la primera flor desvuelve el seno, bello a la vista, alegre a la esperanza”.

Y hace un poco más de un siglo, Francisco Antonio Cano pintó una de las obras más emblemáticas del arte colombiano. Su cuadro “Horizontes” muestra la épica de la destrucción del paisaje natural de las montañas de ese país y el proceso de construcción del paisaje cultural del Eje Cafetero (Mejía Arango, 2014).

Un hombre y una mujer, con el bebé en brazos, miran ilusionados las montañas, con la expresión ingenua de los buenos campesinos. El verde oscuro del bosque nativo ha sido reemplazado por el verde claro de la zona deforestada, donde se sembrará el café. Sobre las rodillas del hombre descansa el hacha, la herramienta que hace posible la civilización y el progreso.

En paralelo, tuvimos advertencias sobre los enormes riesgos de glorificar al hacha y al fuego. Manuel Belgrano e Hipólito Vieytes eran contemporáneos de Andrés Bello. “Causa el mayor sentimiento -escribió Belgrano- ver tantos árboles muertos, a cuya existencia hacía siglos que concurría la naturaleza: se presiente ya lo detestables que seremos a la generación venidera si no se ponen los remedios activos para que los mismos propietarios no abusen de sus derechospensando sólo en aprovecharse del producto presente”.

Vieytes escribió: “Bárbaros, dirán, que han desnudado la tierra después de haber vegetado en ella inútilmente, de las plantas más preciosas que la naturaleza bienhechora había hecho producir. Envidiosos de que os sobreviviesen estos soberbios vegetales, no quiso vuestra mano exterminadora dejar en pie una sola planta que arguyese vuestra desidia e ignorancia” (Brailovsky y Foguelman, 1992).

Por su parte, Domingo Faustino Sarmiento fue contemporáneo de Francisco Antonio Cano y opinaba exactamente lo contrario que el pintor sobre la deforestación: “La República Argentina en general es un país seco, más seco que la generalidad de los otros países. La agricultura prospera, pero... Los ferrocarriles van agotando los bosques clareados de su trayecto y como fueron las maderas duras, algarrobos, quebrachos, lapachos, etc., no es fácil reemplazarlos ni hacerlos revivir, aún cortándolos en estaciones propicias. El clima pues, tendrá a hacerse más seco y la tierra a esterilizarse... Los ferrocarriles harán el desierto...”. Por eso fue un impulsor de la actividad forestal y consideró “indispensable” el complemento de la arboricultura a las tareas agropecuarias. “¡Planten árboles! fue su consigna. Y escribió en este sentido: “La pampa, como la República, es tabla rasa: hay que escribir sobre ella árboles” (Angostura, 2009).

A dos siglos de Bello, de Vieytes y de Belgrano, a un siglo de Cano y de Sarmiento, es el momento de hacer el balance entre estos puntos de vista contrapuestos. ¿El bosque nativo es el obstáculo al desarrollo o es su condición necesaria? Y al mismo tiempo, ¿por qué seguimos atrapados en un debate del siglo XIX? Porque si hay que repetir una vez más la relación obvia que existe entre la deforestación de las laderas y los aluviones e inundaciones aguas abajo es porque algo anda realmente mal en nuestro sistema educativo.

Y como Andrés Bello era venezolano, podemos hablar de las consecuencias actuales de la deforestación en su país, y de los efectos del fuego y del hacha en la zona tórrida. En los últimos días de 1999, se produce en el norte de Venezuela un desastre ambiental largamente anunciado. Ante una lluvia torrencial y prolongada, ceden los suelos de los cerros de la cadena del Ávila sobre los que se habían asentado decenas de miles de pobladores. El asentamiento masivo de los pobres en los cerros es un fenómeno que no fue atendido por razones políticas. Era conocido el hecho de que la vegetación natural de las laderas retiene el suelo y que la deforestación que hacen los ocupantes precarios genera condiciones de muy alto riesgo geológico.

El evento tenía antecedentes que no habían sido tenidos en cuenta, ya que no se reguló la urbanización explosiva del área. “Ya para noviembre de 1938 las torrenciales aguas del río Maiquetía (Piedra Azul) "destruyeron innumerables viviendas construidas imprevisiblemente cerca de su cauce, ocasionando muchas víctimas entre sus pobladores. En 1948 y en 1951 se repitieron devastadores aludes y desbordes que afectaron todo el litoral. Para entonces el ecosistema del Ávila ya estaba contenido dentro del espacio urbano de Caracas que continuaba creciendo desordenadamente, a costa del medio ambiente natural. El desastre de 1999 es el resultado de esa especie de "ecofagia": más de 40.000 viviendas destruidas y más de 10 mil desaparecidos“ (Sarli, 2002), cifra casi seguramente subestimada. El socorro tardó varios días en llegar, ya que las autoridades simplemente no podían creer lo que estaba ocurriendo.

A pesar de este trágico episodio, se siguieron ocupando las laderas montañosas de los cerros próximos a Caracas, en zonas de riesgo geológico que no sólo sufren tormentas tropicales, sino que también tienen riesgo sísmico. Los textos de Humboldt indican que el terremoto de Caracas de 1812 llegó asociado a fuertes tormentas, tal vez provocadas por el mismo terremoto. Todos los especialistas en desastres coinciden en que el peor escenario posible para Caracas es el de un terremoto seguido de una tormenta tropical, lo que pondría en alto riesgo a más de un millón de personas (Brailovsky, 2004).

Para empeorar las cosas, por efectos del cambio climático, la franja de huracanes del Caribe se aproxima cada vez más a Venezuela, y es sólo cuestión de tiempo que lleguen allí. Sin dudas, un huracán multiplica las probabilidades de deslaves en una zona de tan alto riesgo, que nunca debería haber sido deforestada.

Y como Francisco Antonio Cano era colombiano, sería muy bueno recordar los efectos de la deforestación que glorifica en su cuadro. Todos los años, en la temporada de lluvias, desbordan los ríos del Eje Cafetero de Colombia. La selva destruida ya no puede ofrecer sus servicios ambientales. Las estaciones lluviosas de 2010, 2011 y 2012 generaron aluviones, derrumbes e inundaciones en todas las zonas cuyos bosques protectores habían sido arrasados.

En 2016 y 2017 recorrí el Eje Cafetero invitado por varias Universidades. Los desbordes del Cauca y muchos arroyos arrasaron poblaciones, destruyeron puentes y carreteras, y se llevaron muchas vidas humanas. Hice el camino de montaña de Manizales a Salamina y me llamó la atención el modo en que los pobladores de las distintas ciudades y los conductores de vehículos habían naturalizado la convivencia con el desastre. Lo habitual, lo esperado, era encontrar los caminos cortados por alguna avalancha. Los temas de conversación se relacionaban con la hora a la que había ocurrido el último evento, la cantidad de víctimas y el tiempo que había tardado la cuadrilla de rescate en despejar el camino.

Se estima que “la mitad de las viviendas del país podrían ser inundadas en algún momento”, situación que se agrava por el cambio climático. “Con lo anterior, se da el proceso de degradación de las cuencas asociado a la deforestación, en el sentido de perder condiciones de infiltración y con ello una mayor escorrentía superficial y menos recarga de acuíferos, junto con la situación de colmatación de los cauces que naturalmente se genera por procesos de sedimentación exacerbados con el vertimiento continuo de residuos sólidos se genera una reducción hidráulica de los cauces. Adicionalmente, con el crecimiento de las ocupaciones en las zonas inundables, se construye día a día nuevas zonas de riesgo por inundación, que solo pueden reflejar emergencias por este concepto en el futuro” (González Velandia, 2014).

Con respecto al Norte argentino, llama la atención que se elogie la deforestación en los mismos medios que cubrieron las inundaciones de Salta de febrero de 2018. En 2009, un aluvión originado en un desborde del río Tartagal arrasó parte de la localidad de ese nombre, causando tres muertos y muchos daños materiales. Se estaba repitiendo un alud que sucedió en 2006, ambos provocados por la deforestación de la cuenca alta del río Tartagal.

Para evitar desastres semejantes, en 1974 las empresas Calilegua y Ledesma cedieron al Estado más de 70 mil hectáreas de bosques naturales, con destino a la formación del hoy Parque Nacional Calilegua. El objetivo era que el Estado financiara la conservación de esos bosques, que protegen los cultivos de caña de azúcar que se encuentran en el valle debajo de ellos.

El criterio queda, entonces, muy claro: hay que conservar el bosque nativo para proteger la riqueza de los poderosos. Si, en cambio, el bosque protege solamente seres humanos, ya no vale la pena conservarlo.

Referencias y bibliografía:
Angostura Digital, “Un Sarmiento poco conocido: el protector del árbol”, en: http://www.laangosturadigital.com.ar/v3.1/home/interna.php?id_not=10864&ori=web
Brailovsky, Antonio Elio y Foguelman, Dina: “Memoria Verde, historia ecológica de la Argentina”, Buenos Aires, Sudamericana, 1992.
Brailovsky, Antonio Elio: “Historia ecológica de la Iberoamérica”, Buenos Aires, Kaicron, 2004.
González Velandia, Julio César: “La gestión del riesgo de desastres en las inundaciones de Colombia, una mirada crítica”, 2014, en: http://repository.ucatolica.edu.co/bitstream/10983/2128/1/Gesti%C3%B3n_riesgo_desastres_inundaciones_%20Colombia_mirada-cr%C3%ADtica.pdf
Mejía Arango, Juan Luis: “Horizontes, Francisco Antonio Cano", en: Revista Arcadia, Bogotá, 2014, en: http://www.revistaarcadia.com/impresa/especial-arcadia-100/articulo/horizontes-francisco-antonio-cano/35014
Sarli, Alfredo Cilento: “Sobre la vulnerabilidad urbana de Caracas”, en Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales vol.8, n.3 Faces, Venezuela 2002.
Viajes de campo del autor a Caracas, años 2005, 2006 y 2007.
Viajes de campo del autor a las zonas de desastre del Eje Cafetero Colombiano, 2016 y 2017.

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