Quiero expresar
mi desconcierto ante la publicación de una nota en el diario El
Tribuno, en la que se entrevista al colega Alejandro Diego Brown,
quien allí afirma que: "nada de lo que ocurre en gran parte de
las provincias norteñas se hubiera logrado sin ganarle espacio a los
bosques nativos...", y sostiene que "denigrar el concepto
"desmontar' es también denigrar el proceso histórico de
colonización y crecimiento económico de una parte importante de
nuestro país" (El Tribuno, 2018).
Este punto de
vista expresa la ilusión de que los espacios naturales son espacios
vacíos, improductivos, que deben ser ocupados por sistemas de
producción. El argumento tiene un chantaje implícito: ¿cómo vamos
a conservar esos espacios sin producción mientras hay tantas
personas en la desocupación y la pobreza?
Muchos
ambientalistas dirán que este debate atrasa treinta o cuarenta años.
Es decir, que remite al tiempo del comienzo de la preocupación
ambiental, cuando se acusaba a los ambientalistas de pretender frenar
el desarrollo.
En mi opinión,
el debate atrasa mucho más, pero tal vez la Argentina misma esté
atrasando más de lo que debiera. Una mirada sobre nuestra historia
ambiental podría aportarnos algo.
Hace dos siglos,
apenas terminada la Guerra de la Independencia, el poeta venezolano
Andrés Bello escribió la “Silva a la agricultura de la zona
tórrida”, un largo poema en el que idealiza el incendio de la
selva y la agricultura tropical hecha sobre sus cenizas.
Bello no imagina
la utilización productiva de los ecosistemas tropicales, sino en su
completa destrucción y reemplazo por paisajes artificializados. “El
intrincado bosque el hacha rompa, consuma el fuego, abrid en luengas
calles la oscuridad”. “Huyó la fiera, deja el caro nido. Deja la
prole ímplume el ave, y otro bosque no sabido de los humanos va a
buscar doliente”. Es decir, que para Bello los bosques son
inagotables y simplemente la fauna busca otra selva un poco más
lejana para asentarse. Sorprende encontrar la misma ilusión dos
siglos más tarde(Brailovsky,
2004).
“¿Qué miro?
-dice Bello- Alto torrente de sonorosa llama corre, y sobre las
áridas ruinas de la postrada selva se derrama. El raudo incendio a
gran distancia brama, y, el humo en negro remolino sube. De lo que
antes era verdor hermoso y fresca lozanía, sólo difuntos troncos,
sólo cenizas quedan. Mas a las tupidas plantas montaraces, sucede ya
el fructífero plantío. Ya la primera flor desvuelve el seno, bello
a la vista, alegre a la esperanza”.
Y hace un poco
más de un siglo, Francisco Antonio Cano pintó una de las obras más
emblemáticas del arte colombiano. Su cuadro “Horizontes” muestra
la épica de la destrucción del paisaje natural de las montañas de
ese país y el proceso de construcción del paisaje cultural del Eje
Cafetero (Mejía Arango, 2014).
Un hombre y una
mujer, con el bebé en brazos, miran ilusionados las montañas, con
la expresión ingenua de los buenos campesinos. El verde oscuro del
bosque nativo ha sido reemplazado por el verde claro de la zona
deforestada, donde se sembrará el café. Sobre las rodillas del
hombre descansa el hacha, la herramienta que hace posible la
civilización y el progreso.
En paralelo,
tuvimos advertencias sobre los enormes riesgos de glorificar al hacha
y al fuego. Manuel Belgrano e Hipólito Vieytes eran contemporáneos
de Andrés Bello. “Causa el mayor sentimiento -escribió Belgrano-
ver tantos árboles muertos, a cuya existencia hacía siglos que
concurría la naturaleza: se presiente ya lo detestables que seremos
a la generación venidera si no se ponen los remedios activos para
que los mismos propietarios no abusen de sus derechospensando sólo
en aprovecharse del producto presente”.
Vieytes escribió:
“Bárbaros, dirán, que han desnudado la tierra después de haber
vegetado en ella inútilmente, de las plantas más preciosas que la
naturaleza bienhechora había hecho producir. Envidiosos de que os
sobreviviesen estos soberbios vegetales, no quiso vuestra mano
exterminadora dejar en pie una sola planta que arguyese vuestra
desidia e ignorancia” (Brailovsky y Foguelman, 1992).
Por su parte,
Domingo Faustino Sarmiento fue contemporáneo de Francisco Antonio
Cano y opinaba exactamente lo contrario que el pintor sobre la
deforestación: “La República Argentina en
general es un país seco, más seco que la generalidad de los otros
países. La agricultura prospera, pero... Los ferrocarriles van
agotando los bosques clareados de su trayecto y como fueron las
maderas duras, algarrobos, quebrachos, lapachos, etc., no es fácil
reemplazarlos ni hacerlos revivir, aún cortándolos en estaciones
propicias. El clima pues, tendrá a hacerse más seco y la tierra a
esterilizarse... Los ferrocarriles harán el desierto...”. Por eso
fue un impulsor de la actividad forestal y consideró “indispensable”
el complemento de la arboricultura a las tareas agropecuarias.
“¡Planten árboles! fue su consigna. Y escribió en este sentido:
“La pampa, como la República, es tabla rasa: hay que escribir
sobre ella árboles” (Angostura, 2009).
A dos siglos de
Bello, de Vieytes y de Belgrano, a un siglo de Cano y de Sarmiento,
es el momento de hacer el balance entre estos puntos de vista
contrapuestos. ¿El bosque nativo es el obstáculo al desarrollo o es
su condición necesaria? Y al mismo tiempo, ¿por qué seguimos
atrapados en un debate del siglo XIX? Porque si hay que repetir una
vez más la relación obvia que existe entre la deforestación de las
laderas y los aluviones e inundaciones aguas abajo es porque algo
anda realmente mal en nuestro sistema educativo.
Y como Andrés
Bello era venezolano, podemos hablar de las consecuencias actuales de
la deforestación en su país, y de los efectos del fuego y del hacha
en la zona tórrida. En los últimos días de 1999, se produce en el
norte de Venezuela un desastre ambiental largamente anunciado. Ante
una lluvia torrencial y prolongada, ceden los suelos de los cerros de
la cadena del Ávila sobre los que se habían asentado decenas de
miles de pobladores. El asentamiento masivo de los pobres en los
cerros es un fenómeno que no fue atendido por razones políticas.
Era conocido el hecho de que la vegetación natural de las laderas
retiene el suelo y que la deforestación que hacen los ocupantes
precarios genera condiciones de muy alto riesgo geológico.
El evento tenía
antecedentes que no habían sido tenidos en cuenta, ya que no se
reguló la urbanización explosiva del área. “Ya para noviembre de
1938 las torrenciales aguas del río Maiquetía (Piedra Azul)
"destruyeron innumerables viviendas construidas
imprevisiblemente cerca de su cauce, ocasionando muchas víctimas
entre sus pobladores. En 1948 y en 1951 se repitieron devastadores
aludes y desbordes que afectaron todo el litoral. Para entonces el
ecosistema del Ávila ya estaba contenido dentro del espacio urbano
de Caracas que continuaba creciendo desordenadamente, a costa del
medio ambiente natural. El desastre de 1999 es el resultado de esa
especie de "ecofagia": más de 40.000 viviendas destruidas
y más de 10 mil desaparecidos“ (Sarli, 2002), cifra casi
seguramente subestimada. El socorro tardó varios días en
llegar, ya que las autoridades simplemente no podían creer lo que
estaba ocurriendo.
A pesar de este
trágico episodio, se siguieron ocupando las laderas montañosas de
los cerros próximos a Caracas, en zonas de riesgo geológico que no
sólo sufren tormentas tropicales, sino que también tienen riesgo
sísmico. Los textos de Humboldt indican que el terremoto de Caracas
de 1812 llegó asociado a fuertes tormentas, tal vez provocadas por
el mismo terremoto. Todos los especialistas en desastres coinciden en
que el peor escenario posible para Caracas es el de un terremoto
seguido de una tormenta tropical, lo que pondría en alto riesgo a
más de un millón de personas (Brailovsky, 2004).
Para empeorar las
cosas, por efectos del cambio climático, la franja de huracanes del
Caribe se aproxima cada vez más a Venezuela, y es sólo cuestión de
tiempo que lleguen allí. Sin dudas, un huracán multiplica las
probabilidades de deslaves en una zona de tan alto riesgo, que nunca
debería haber sido deforestada.
Y como Francisco
Antonio Cano era colombiano, sería muy bueno recordar los efectos de
la deforestación que glorifica en su cuadro. Todos los años, en la
temporada de lluvias, desbordan los ríos del Eje Cafetero de
Colombia. La selva destruida ya no puede ofrecer sus servicios
ambientales. Las estaciones lluviosas de 2010, 2011 y 2012 generaron
aluviones, derrumbes e inundaciones en todas las zonas cuyos bosques
protectores habían sido arrasados.
En 2016 y 2017
recorrí el Eje Cafetero invitado por varias Universidades. Los
desbordes del Cauca y muchos arroyos arrasaron poblaciones,
destruyeron puentes y carreteras, y se llevaron muchas vidas humanas.
Hice el camino de montaña de Manizales a Salamina y me llamó la
atención el modo en que los pobladores de las distintas ciudades y
los conductores de vehículos habían naturalizado la convivencia con
el desastre. Lo habitual, lo esperado, era encontrar los caminos
cortados por alguna avalancha. Los temas de conversación se
relacionaban con la hora a la que había ocurrido el último evento,
la cantidad de víctimas y el tiempo que había tardado la cuadrilla
de rescate en despejar el camino.
Se estima que “la
mitad de las viviendas del país podrían ser inundadas en algún
momento”, situación que se agrava por el cambio climático. “Con
lo anterior, se da el proceso de degradación de las cuencas asociado
a la deforestación, en el sentido de perder condiciones de
infiltración y con ello una mayor escorrentía superficial y menos
recarga de acuíferos, junto con la situación de colmatación de los
cauces que naturalmente se genera por procesos de sedimentación
exacerbados con el vertimiento continuo de residuos sólidos se
genera una reducción hidráulica de los cauces. Adicionalmente, con
el crecimiento de las ocupaciones en las zonas inundables, se
construye día a día nuevas zonas de riesgo por inundación, que
solo pueden reflejar emergencias por este concepto en el futuro”
(González Velandia, 2014).
Con respecto al
Norte argentino, llama la atención que se elogie la deforestación
en los mismos medios que cubrieron las inundaciones de Salta de
febrero de 2018. En 2009, un aluvión originado en un desborde del
río Tartagal arrasó parte de la localidad de ese nombre, causando
tres muertos y muchos daños materiales. Se estaba repitiendo un alud
que sucedió en 2006, ambos provocados por la deforestación de la
cuenca alta del río Tartagal.
Para evitar
desastres semejantes, en 1974 las empresas Calilegua y Ledesma
cedieron al Estado más de 70 mil hectáreas de bosques naturales,
con destino a la formación del hoy Parque Nacional Calilegua. El
objetivo era que el Estado financiara la conservación de esos
bosques, que protegen los cultivos de caña de azúcar que se
encuentran en el valle debajo de ellos.
El criterio
queda, entonces, muy claro: hay que conservar el bosque nativo para
proteger la riqueza de los poderosos. Si, en cambio, el bosque
protege solamente seres humanos, ya no vale la pena conservarlo.
Referencias y
bibliografía:
Angostura Digital, “Un Sarmiento poco conocido: el protector del árbol”, en: http://www.laangosturadigital.com.ar/v3.1/home/interna.php?id_not=10864&ori=web
Brailovsky, Antonio Elio y Foguelman, Dina: “Memoria Verde, historia ecológica de la Argentina”, Buenos Aires, Sudamericana, 1992.
Brailovsky, Antonio Elio: “Historia ecológica de la Iberoamérica”, Buenos Aires, Kaicron, 2004.
González Velandia, Julio César: “La gestión del riesgo de desastres en las inundaciones de Colombia, una mirada crítica”, 2014, en: http://repository.ucatolica.edu.co/bitstream/10983/2128/1/Gesti%C3%B3n_riesgo_desastres_inundaciones_%20Colombia_mirada-cr%C3%ADtica.pdf
Mejía Arango, Juan Luis: “Horizontes, Francisco Antonio Cano", en: Revista Arcadia, Bogotá, 2014, en: http://www.revistaarcadia.com/impresa/especial-arcadia-100/articulo/horizontes-francisco-antonio-cano/35014
Sarli, Alfredo Cilento: “Sobre la vulnerabilidad urbana de Caracas”, en Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales vol.8, n.3 Faces, Venezuela 2002.
Viajes de campo del autor a Caracas, años 2005, 2006 y 2007.
Viajes de campo del autor a las zonas de desastre del Eje Cafetero Colombiano, 2016 y 2017.
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