En las zonas de
La Paz más castigadas por la crisis de agua la gente se agolpa tras
los camiones cisterna y algunos deben subsistir hasta dos días con
50 litros. El ejército custodia los camiones que hacen suministro
para algunas de las más de 340.000 personas afectadas.
por Álex Ayala
Ugarte
La Paz, Bolivia.
Los vehículos más cotizados en los barrios de la ladera este y la
zona sur de La Paz no son ni los Mercedes-Benz, ni los Volkswagen
último modelo ni los todoterreno. Son los camiones cisterna que se
mueven con parsimonia llevando agua por la ciudad.
El suboficial
Ramiro Flores, conductor del ejército especializado en transporte
pesado, dice que no ha visto nada similar desde que estuvo en Haití
con los cascos azules bolivianos, donde repartía agua en los
orfanatos. Flores llegó hace poco de la localidad fronteriza de
Pisiga, cerca de Chile, para combatir los efectos de la sequía que
azota a la región desde hace meses. Maneja un camión cisterna
fabricado en 1998 y trabaja casi 24 horas al día, cuenta, con
descansos esporádicos entre entrega y entrega de agua.
La emergencia
estalló a principios de noviembre, cuando la Empresa Pública Social
de Agua y Saneamiento (Epsas) emitió un comunicado que informaba del
comienzo de un racionamiento porque las dos represas que suministran
agua a más de 340.000 personas en 94 zonas de La Paz estaban a
niveles mínimos. Días después, el gobierno ordenó la destitución
del gerente de la empresa. El presidente Evo Morales comparó la
situación con un terremoto. Epsas endureció los cronogramas de
corte: estableció tres horas de agua por sector cada tres días.
Las denuncias por
el incumplimiento de los horarios de distribución se multiplicaron,
hubo bloqueos en algunas calles y avenidas principales de La Paz, y
también marchas de protesta de los “sin agua” con eslóganes en
contra del partido gobernante: “Gota a gota, nuestra paciencia se
agota” y “Agua sí. Evo no”, decían algunas de las pancartas.
Poco antes de las
diez de la mañana del 25 de noviembre, el suboficial Flores llevaba
varios minutos atravesando rectas interminables y curvas cerradas
para llegar a los predios de Alalay, una fundación que trabaja con
menores de escasos recursos. Su misión era alimentar un depósito
subterráneo que utilizan 80 niños. Transportaba alrededor de once
mil litros de agua para ellos y una botella grande de soda para
calmar la sed dentro del camión cisterna. Dos soldados de pocas
palabras custodiaban la carga.
Sus movimientos
respondían a las órdenes del Centro de Operaciones de Emergencia,
una especie de Estado Mayor en miniatura donde proliferan los mapas.
Es el lugar desde donde se monitorean los camiones cisterna y los
volúmenes de agua de los tanques fijos que se han instalado en
diferentes puntos de la ciudad para ayudar a los vecinos más
desesperados.
Según Mario
Peinado, el general a cargo de la logística, hay más de 700
militares movilizados y un centenar de vehículos colaborando en la
entrega de agua. Las estadísticas oficiales dicen que entre el 21 de
noviembre y el 25 de noviembre se distribuyeron 6.447.400 litros de
agua, el equivalente a casi dos piscinas olímpicas y media. Los
pronósticos aseguran que no habrá lluvias fuertes hasta mediados de
diciembre.
Para Juan José
Espada, quien vive en uno de los barrios afectados por la escasez de
agua, la primera señal de alarma apareció en el cuarto de baño:
una mañana, cuando despertó, el tanque del inodoro seguía vacío.
Desde entonces cuenta los días sin servicio de agua potable como si
se tratara de un condenado a muerte: nueve, diez, once, doce.
Espada tiene
cuatro bidones en los que acopia agua gracias a la colaboración de
sus amigos. Usa la descarga del retrete una sola vez al día. Aguanta
dos días con solo 50 litros: la mitad del consumo promedio que la
Organización Mundial de la Salud considera óptimo para el ser
humano. Y emplea un balde naranja para recolectar agua de lluvia para
la ducha. Pero hasta el momento, dice, no ha logrado recoger nada.
El paisaje en
barrios como el suyo es una sucesión de escenas atípicas: la gente
se agolpa tras los camiones cisterna con bañadores, cubos y
botellas. Los especuladores venden tachos de colores al doble y
triple de lo que valían hace un par de meses.
Hay camiones
cisterna privados que cobran más de 150 dólares por el agua que
antes vendían a 40 o 50. Algunas cafeterías han cambiado sus
cucharillas de metal por otras de plástico y sus tazas por vasos de
cartón desechables. Los colegios han adelantado las vacaciones. En
los periódicos han empezado a ser noticia las tormentas fugaces.
Eduardo Forno,
director de la oficina que la organización Conservación
Internacional tiene en La Paz, dice que la escasez de agua está
relacionada con varios factores: fenómenos climáticos extremos como
El Niño, el aumento de las temperaturas, una reacción tardía de la
empresa que gestiona el agua, la lentitud en la construcción de más
represas y el rápido crecimiento de dos ciudades: La Paz y El Alto.
Para Forno, la
situación actual es un tanto paradójica: “Bolivia está entre los
18 países con más oferta de agua dulce del planeta, pero las
precipitaciones no son uniformes -explica-, y dos años seguidos
de estrés hídrico en un sistema que no recibe demasiada agua suelen
convertirse en un problema serio”.
La sequía, una
de las peores de las últimas décadas, también se ha hecho notar en
el resto del país. En la ciudad de Cochabamba y en las comunidades
del Chaco, la falta de lluvias es casi endémica. El año pasado
desapareció el lago Poopó del departamento de Oruro.
Juan Ramón
Quintana, ministro de la Presidencia, dijo en una entrevista la
semana pasada que, a corto plazo, las alternativas para superar la
crisis son la perforación de pozos y la canalización de nuevas
fuentes de agua. Recomendó a la población “adaptarse” a la
contingencia hasta que se intensifiquen las lluvias. Y lamentó la
falta de previsión de Epsas, la empresa que administra el agua: “El
vicepresidente ha anunciado un proceso penal contra los responsables
por incumplimiento de deberes. Porque no hay un delito mayor que
dejar a la población sin agua”. La Contraloría General del Estado
acaba de iniciar una investigación para establecer posibles
irregularidades. La fiscalización podría demorar varios meses.
En el jardín de
Ivonne Tejada hay media docena de baldes repletos; uno tiene un
pajarito ahogado. Tejada tiene 38 años y dos hijos. Vive en uno de
los distritos castigados por el racionamiento y dice que se turna con
sus hermanos para preparar el almuerzo, así comen todos en una sola
casa y gastan menos agua.
El año pasado,
por estas fechas, Ivonne ya había instalado su pesebre, ya había
decorado su árbol de Navidad y ya estaba pensando en los regalos
para su familia. Este año, sin embargo, no puede dejar de pensar en
el agua. “La prioridad ahora es tener agua para beber, para lavar,
para cocinar”, enumera.
A unas cuadras de
su casa, una señora canosa de 72 años que vive sola trata de cargar
dos pequeños bidones con agua de color marrón de una cisterna. No
es agua para beber. “Pero al menos servirá para que mi baño no
huela”, se alegra.
Fuente:
Álex Ayala Ugarte, ‘No puedo dejar de pensar en el agua’: Bolivia enfrenta su peor sequía en décadas, 02/12/16, The New York Times. Consultado 03/12/16.
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