Las 114 hectáreas
de la Reserva San Martín, creada por Ordenanza en 2009, guardan
patrimonios ambientales, culturales, históricos y arquitectónicos.
Pero el Municipio no cumple la normativa ni tan siquiera en la
cantidad de personal para protegerla. El propio intendente Mestre,
dicen los que la defienden, es la principal amenaza.
por Juan Cruz
Taborda Varela
En la Av.
Cárcano, la que lleva al Kempes y permite huir de la ciudad hacia
Punilla, se multiplican los carteles viales y publicitarios. Algunos
mencionan nombres de barrios privados, con sonoridad vintage cool.
Otros, centros comerciales de nombre extranjero. Adivinar, para el
desconocido que no sabe por dónde se va a la Reserva San Martín, es
la tarea. No hay un solo indicador que diga cómo se arriba al único
espacio de la ciudad que no sólo conserva más de 100 hectáreas en
estado puro, sino que además es el único camping en toda Córdoba.
La dirección de Señalamiento del Municipio, habitualmente de
asamblea porque no tienen ni gasoil para los móviles, acá no llega.
En 2009, durante
la gestión de Daniel Giacomino, aquel intendente que hoy se puso una
farmacia, el Concejo Deliberante sancionó la Ordenanza 11.702, que
creó la propia Reserva -Parque desde 1979 hasta ese momento-.
Considerada Patrimonio Ambiental, la Reserva es la única área de
toda Córdoba protegida bajo ese halo. También es el único espacio
donde se cruzan dos eco regiones -bosque serrano y espinal- que
prácticamente están extinguidas en el país. Pero así y todo, ni
aquel intendente que permitió que se creara, ni los anteriores ni
el que le sucedió, jamás pisaron el único espacio del tipo en la
ciudad. No es exageración: ninguno fue.
Además de las
114 hectáreas y casi 8 mil metros cuadrados de monte, flora y fauna,
el espacio es sitio de estudio para geólogos: el Servicio Geológico
Minero Argentino lo declaró centro de referencia geológico. Y hay,
en las barrancas arriba de un Suquía que se vuelve único,
construcciones coloniales del nacimiento de Córdoba. El Molino de
Hormaeche, el casco de la estancia y eternas construcciones en adobe
le otorgan el otro carácter que la hace única al mundo. Bosque
milenario y construcciones centenarias.
Por todo este
valor, es lógico que la Ordenanza de 2009 determinara, en su
Artículo 11, inciso E: “Establecer el funcionamiento de un cuerpo
permanente de guardaparques que deberá funcionar las 24 horas, los
365 días del año para garantizar la vigilancia y protección de la
RSU” -Reserva Natural Urbana-.
Para cumplir con lo establecido por ley, se precisarían 15 guardaparques, a los fines de cubrir todos los turnos necesarios, todos los días del año. Pero, a contramano de la Ley, violentándola, en la actualidad la Reserva cuenta con un (1) guardaparque. Uno. Además de él, otros 6 empleados municipales, que hicieron un curso, se interesaron en la temática y les sobra voluntad para la protección ambiental, se distribuyen los tiempos para resguardar, en la medida que pueden, las 114 hectáreas. Las cuales, pese a que la normativa establece que debe estar abierta las 24 horas del día, los 365 días del año, sólo puede hacerlo de 8 a 20, con una guardia mínima los fines de semana.
Pese a que la Ley
dice que los responsables de la Reserva deben ser guardaparques
titulados, desde la creación de la norma, que atravesó 2 años del
ex soldado Giaco y 5 de Mestre hijo, el Municipio no tomó ninguno.
La planta de personal, por uno y otro espacio político, siempre
creció.
Otro de los
puntos claros e indiscutibles de la Ordenanza es la que establece que
el Municipio se ve obligado a proveer de las herramientas y vehículos
necesarios para la mantención de las 114 hectáreas. En su artículo
11 establece que la Reserva debe tener “vehículos, maquinarias y
herramientas destinadas al mantenimiento, cuidado y limpieza”.
Los 7
trabajadores -responsables, digamos, de unas 17 hectáreas cada
uno- cuentan con una 1 sola camioneta para la totalidad del espacio.
En realidad, ahora, en este momento, ninguna. El vehículo sufrió un
choque en febrero y desde entonces la respuesta es la misma: está en
reparación. Ergo: hoy no tienen móvil. Usan los vehículos
particulares. Se viene la temporada de incendios. El equipo hidrante
con motobomba que poseen, que se calza en la camioneta en reparación,
lo deberán llevar alzando.
En cuento a las
maquinarias y herramientas que obliga la norma, durante años se
pidió una motosierra. Básico. No tenían motosierra. Finalmente
llegó. Pero no tienen ni aceite ni nafta. Para usarla, deben comprar
ellos mismos.
Pese al abandono
estatal, la recuperación de la vegetación y la fauna ha avanzado
notablemente. Y junto a ello, el interés social y educativo. Las
permanentes visitas de escuelas, diariamente en dos turnos, de lunes
a viernes -contabilizan 5 mil alumnos anuales-, lo ratifica.
También han incrementado las áreas de educación y la idea de aula
abierta, planeada en la misma Ordenanza, se extendió incluso al
nivel universitario: Ciencias Exactas, Biología, Geología y Turismo
son algunas de las carreras que hacen prácticas en la Reserva San
Martín.
Un corset privado
La violación que
hace el propio Municipio a la Ordenanza se entiende cuando se
analizan los pasos dados por la gestión Mestre en relación a las
114 hectáreas. La desprotección sistemática de la Reserva no la
sufren sus alrededores, que crecen y crecen. Las 114 hectáreas han
quedado, literalmente, rodeadas. Y cuando uno está rodeado, siente
presión. Eso lo saben bien quienes cuidan y protegen al espacio.
Enumeremos: Campo de vuelo, Altos del Chateau, La Reserva, Santina
Norte, Jardín Inglés y al oeste, un nuevo barrio residencial. El
espacio que ocupan todos los barrios privados que encorsetaron a la
Reserva representa más del doble que la propia Reserva: unas 250
hectáreas. Todos estos desarrollos urbanos privados presionan. Mucha
gente, muchos autos y pocas calles. De allí las exigencias de los
desarrollistas para abrir caminos en terrenos vedados por razones de
protección.
Adriana Moyano es
bióloga y preside la Asociación de Amigos de la Reserva,
institución formada en 2009. Fueron ellos los impulsores de la
actual Ordenanza. “La única forma de preservar el espacio era
transformarnos en Reserva, porque la protección es mayor”, explica
Moyano. Pero advierte que siete años después, “la intención de
los funcionarios municipales es no respetarla”. La prueba, por
caso, fue el intento de construir un acceso secundario a uno de los
barrios privados que rodean la Reserva, Santina Norte, de Edisur. El
proyecto del nuevo acceso era por la parte de atrás de la Reserva,
“y para eso tenían que tirar muchos árboles añosos y autóctonos.
Y lo impedimos. Era una franja de terreno en el límite, figuraba una
calle pública, pero nunca había existido y para abrirla había que
tirar unos 100 árboles autóctonos. La Municipalidad había
autorizado, se escudaban en la existencia de esa calle pública, pero
no evaluaron el impacto ambiental que iba a generar. Fue durante la
primera gestión de Mestre, la biólogo Alejandra Toya, que es
Directora de Impacto Ambiental, autorizó sin exigir la evaluación
de impacto ambiental”.
Esa primera
experiencia, que lograron frenar, fue apenas el preámbulo de lo que
vendría luego en la disputa con la gestión Mestre: la prolongación
de la Costanera. Al comienzo, la obra estaba pensada sobre la calle
Miguel Lillo, que atraviesa la Reserva, “y que en realidad en los
planos catastrales no existe, es sólo un acceso de la Reserva, pero
no es calle pública. Les dijimos desde el comienzo que eso no se
puede hacer, la Ordenanza lo establece, no se pueden hacer obras de
infraestructura vial”. Efectivamente, el artículo 15 inciso I de
la Ordenanza establece la prohibición de “la construcción de
caminos, accesos y toda obra de infraestructura vial que no responda
a las necesidades internas de la Reserva”. Moyano recuerda que
inicialmente el Municipio se echó atrás, “pero después mandaron
máquinas para alisar y ensanchar la calle. Y tuvimos que presentar
un recurso de amparo”. La Justicia le dio la razón a la
Asociación, pero el Municipio apeló. En segunda instancia, la
Asociación volvió a tener la validez del Poder Judicial, pero la
gestión Mestre insistió con la apelación. Hoy el proyecto de la
Costanera está en manos del Tribunal Superior de Justicia desde hace
tres años.
Un hecho no menor
es quién es el responsable de hacer la obra de la Costanera: una de
las tantas empresas desarrollistas que deciden cómo y para dónde va
la ciudad. A través de la ordenanza de Convenios Urbanísticos –la
norma inexplicable que permite violar las leyes pre existentes-,
Mestre autorizó a Gama construir edificios más altos de lo que se
permite a cambio que ellos hicieron la Costanera. La calle Lillo era
una alternativa, pero no pueden. Entonces el plan fue hacerla por el
margen del río. Para ello es necesario talar más de 40 mil árboles
a lo largo de 2 kilómetros. “Destruyen el río y por ende la
Reserva, porque evolucionaron juntos –explica Moyano-. Entonces
ellos propusieron el margen norte, al frente de la Reserva. Para ello
deberían desalojar a muchísimos vecinos que no están ilegales,
sino a la orilla del río. Deberían expropiar, y eso encarece
muchísimo la obra, porque son viviendas de Villa Belgrano, que es
una zona muy cara. Y lo mismo afecta la Reserva”.
Conscientes, en
la Asociación, que en la zona norte hay problemas de conectividad
vial -problemas que no solucionaría exclusivamente la prolongación
de la Costanera-, “nos juntamos con la Red Ciudadana Nuestra
Córdoba, con ingenieros y arquitectos de la institución, para ver
cómo se podía aliviar el tránsito en la zona. El proyecto que
hicimos supone acondicionar calles ya existentes y prevé tres
salidas posibles, dos a la Cárcano y una al nudo vial del Tropezón.
Más barato y sin impacto ambiental, porque es en zonas que están
pobladas y no hay que tirar árboles ni expropiar viviendas”.
El proyecto
elaborado conjuntamente entre decenas de profesionales fue presentado
al intendente Ramón Mestre y a sus funcionarios en marzo de este
año. Hubo reunión con Sebastián Roca, a cargo de la Subsecretaría
de Ambiente y también con responsables de Planeamiento Urbano. La
promesa, por parte de los integrantes del Municipio, fue estudiar el
proyecto y volver a reunirse al mes siguiente. “Nunca más se
comunicaron con nosotros. El otro día nos cruzamos con Roca en la
Audiencia por el Plan de Metas, le pregunté qué pasaba y nos dijo
que no tenían nada. Que el proyecto de la Costanera estaba
retrasado. Todo con muchos eufemismos” cuenta Moyano, que no duda:
“Lo que más nos cuesta como Asociación es defender a la Reserva
del propio Municipio. Giacomino no tomaba decisiones, nos dejó
hacer. Estas presiones actuales se intensificaron con Mestre, que ha
sido un murallón infranqueable”.
La historia no es deporte
La Reserva no es
solo la conservación del Ambiente. Su riqueza está dada también
por el hecho de en que en sus terrenos está montado el primer molino
de Córdoba, el Hormaeche, que data del 1500. Junto a él está el
casco de la estancia El paraíso, de los Villada y restos de lo que
fueron viejos galpones. El descuido permite ver dos etapas de
construcción: cuando ya existía el ladrillón de barro cocido y la
previa, todo de adobe. Pero las lluvias, que frenaron posibles
incendios esta temporada, atentaron contra el patrimonio histórico:
varias paredes de adobe, de cientos de años, se cayeron en los
últimos meses.
La última vez
que una gestión municipal hizo algo para proteger esta riqueza
histórica tangible fue en la época de Rubén Américo Martí. Un
alambrado perimetral intentó evitar que extraños pudieran acceder a
los vestigios centenarios. Pero los años pasaron, al alambrado se lo
robaron y las paredes se caen por la sola desprotección. Estas
riquezas centenarias, si bien están en un área que está bajo la
potestad de Ambiente, depende de la Secretaría de Cultura.
El historiador
Raúl Aguilar Vouillat forma parte del Foro en Defensa del Patrimonio
Cultural, que realizó una investigación en el sector que implicó
relevamiento y documentación. El informe fue elevado a la Agencia
Córdoba Cultura y al Ejecutivo municipal. Hubo alguna promesa de
intervención preventiva. Pero nuevamente el cruce entre una gestión
y otra hizo que nadie hiciera nada.
Y hay otro cruce
de dependencias. Porque dentro de la Reserva también está en el
único camping de toda la ciudad, que maneja el área de Deportes.
Que, de acuerdo a los integrantes de la Asociación de Amigos de la
Reserva, toman decisiones que van en contra del propio espacio. “Se
lo planteamos a Sebastian Roca, responsable de Ambiete. Deportes
decidió hacer un estacionamiento para los autos de los funcionarios
y tiraron 3 árboles de 80 años cada uno. ‘No podemos hacer nada’,
eso te responden los funcionarios. Llenan el camping de gente,
relatan partidos o carreras por altoparlantes y nadie dice nada”
explica Adriana Moyano, presidenta de la Asociación.
Y así, con el
camping en manos de Deportes y las ruinas en manos de Cultura, el
cruce de dependencias hace que nadie se haga cargo. Sólo excusas.
Fuente:
Juan Cruz Taborda Varela, Durmiendo con el enemigo, 08/08/16, Matices.
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