Es alarmante la tasa de deforestación (una de las más altas
del mundo) que ha sido registrada en Córdoba durante los últimos 15 años.
por Leonardo Galetto
Para entenderse entre personas que piensan diferente, es
necesario considerar que las mismas palabras pueden estar representando modelos
conceptuales distintos para cada una de ellas. Entonces, vale preguntarse: ¿qué
es un bosque?
Un bosque puede definirse como un conjunto de árboles de una
determinada especie (por ejemplo, un bosque de pinos, como los que vemos en las
sierras de Córdoba), como un conjunto de árboles nativos y las pasturas que
crecen debajo (por caso, un sistema silvopastoril como los que encontramos en
el departamento Cruz del Eje) o como la totalidad de las especies de organismos
(animales, vegetales, hongos, bacterias, etcétera) que coexisten en un lugar y
donde también se destacan los grandes árboles (como los de las reservas de
Chancaní o La Quebrada ).
Esas representaciones de lo que es un bosque, además,
implican intereses y valores disímiles, determinando modelos de uso de la
tierra que afectarán de manera muy distinta la conservación de la
biodiversidad.
Preguntas y respuestas. Nuestro bosque nativo chaqueño forma
parte de una región de bosques secos que en el pasado fue continua y la más
grande de Sudamérica. Dentro del extremo sur de esta extensa región
fitogeográfica, se encuentra la mayoría de los bosques que quedan en Córdoba.
Durante los últimos 100 años, se ha perdido la mayor parte
de la superficie que ocupaban, y es alarmante la tasa de deforestación (una de
las más altas del mundo) que ha sido registrada en Córdoba durante los últimos
15 años.
Sin embargo, estos pocos fragmentos de bosque rodeados de
tierras con cultivos aún conservan una gran biodiversidad.
¿Por qué es importante conservar los relictos de bosque
nativo que aún persisten en Córdoba?
Se espera que en los próximos años se intensifiquen los
cambios globales provocados por las actividades humanas, como los que se están
registrando en el clima o en el uso de la tierra.
Estas modificaciones serán de gran impacto sobre la
biodiversidad y también tendrán consecuencias económicas, políticas y sociales.
La conversión de grandes áreas naturales en sistemas para
producción agropecuaria o forestal alteró la estructura y distribución de la
biodiversidad en los ecosistemas y dejó pequeños remanentes de bosque nativo
rodeados por un entorno muy distinto al sistema original.
Las consecuencias sobre la biodiversidad son directas, como
la pérdida de especies producto del desmonte, rolado, tala selectiva o quema. A
la vez, existen impactos que no son tan evidentes a corto plazo, como los
cambios en las interacciones planta-animal que afectan en forma negativa la
reproducción y dispersión de los organismos en el paisaje.
Además, estos cambios en la estructura de los ecosistemas
pueden alterar procesos y flujos de energía. Un claro ejemplo lo tenemos este
verano en Córdoba, con la poca disponibilidad de agua en ríos y arroyos de
algunas regiones.
En el último tiempo, se han producido precipitaciones por
debajo del promedio histórico, lo cual, sumado a la deforestación de las
cuencas y al aumento de las urbanizaciones en torno de los cursos de agua, ha
provocado que disminuyan las napas de agua e incluso la desaparición de cursos
de agua, con las consecuencias de público conocimiento.
Saber y hacer. ¿Es suficiente el conocimiento disponible
para predecir las consecuencias del actual uso de la tierra? En contraposición
a las prácticas habituales, las evidencias científicas indican que la
desaparición de los bosques en nuestra provincia promueve la pérdida de muchas
especies de plantas e insectos polinizadores; disminuye la producción de frutos
y semillas; afecta las interacciones predador-presa, y promueve la
proliferación de especies invasoras exóticas, entre otras consecuencias
negativas para el mantenimiento de la diversidad biológica y para el buen
funcionamiento de los agro-ecosistemas. En definitiva, para todos nosotros.
Sin embargo, ese conocimiento necesita ser profundizado para
alcanzar una razonable seguridad sobre las implicancias en el largo plazo que
tendrían las actuales prácticas en los agro-ecosistemas.
Por ejemplo, no estamos seguros de que con el actual uso de
la tierra garanticemos la producción presente de bienes o la disponibilidad
futura de agua para consumo humano; no tenemos certeza de que podamos
prescindir de los polinizadores nativos para la producción de frutos y semillas
de muchos cultivos; no sabemos cuáles serán las consecuencias para la salud
humana ante los actuales niveles de aplicación de agroquímicos.
En resumen, mientras se alcanza el conocimiento necesario
que permita un manejo responsable de los agro-ecosistemas y su perdurabilidad
en el largo plazo, es de suma importancia sostenerlos en un funcionamiento
racional, como prestadores de esos “servicios fundamentales” para el hombre.
La posibilidad de valorar en forma adecuada los efectos
económicos, sociales, éticos y políticos que produce la desaparición de la
biodiversidad y de grupos sociales que resultan marginados al desaparecer los
bosques, nos permitiría ser mejores administradores de los recursos que también
pertenecen a las próximas generaciones.
A esta postura se la conoce como principio precautorio, el
que debería guiar no sólo la preservación del poco bosque que nos queda en la
provincia, sino el uso adecuado de los agro-ecosistemas, a través de un
ordenamiento territorial que involucre una pluralidad de intereses, no sólo los
económicos.
¿Cómo seguir? Al visualizar la importancia de entender cómo
funcionan nuestros bosques, de los innumerables servicios ambientales y
sociales que ellos prestan, de todo lo que falta por conocer antes de proponer
acciones de manejo y conservación responsables y adecuadas, resulta evidente la
importancia de conservar todos los fragmentos de bosque que quedan en la
provincia de Córdoba.
Además, es necesaria la iniciativa política para restaurar
parte de la superficie boscosa original, en especial en las cabeceras de las
cuencas acuíferas.
Estas acciones asegurarían la preservación de la
biodiversidad, reflexionar sobre las mejores decisiones posibles para el manejo
de ambientes naturales, conservar e incrementar el valor social y económico de
los agro-ecosistemas que dependen del buen funcionamiento de los bosques.
Otra medida que podría promoverse como política provincial
sería la de instituir un premio e incentivo a aquellos que conservan y
restauran los bosques nativos, además de aumentar el castigo legal por la
deforestación.
Queda muy claro que la normativa punitoria que ha estado
vigente en nuestra provincia no ha modificado ni revertido la devastación de
los bosques, y que es necesario cambiar las acciones políticas que combinen
educación, concientización y mejoramiento de las buenas prácticas del uso de la
tierra.
Además, es fundamental que todas las medidas sean
acompañadas por una fuerte convicción de quienes toman las decisiones sobre la
administración y resguardo de los bienes comunes, como el agua y los bosques.
Leonardo Galetto es investigador principal del Conicet en el Instituto Multidisciplinario de Biología Vegetal
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