Algunas calles se secaron, pero el miedo sigue latente. La ciudad guarda en su piel las cicatrices de cada temporal que la golpeó con furia.
Por Victoria Álvarez Fortunato
El miedo se instaló en mí aquel 16 de diciembre de 2023, el día en que Bahía Blanca conoció el rostro más cruel de la naturaleza. Un feroz temporal azotó la ciudad con una violencia que arrasó todo a su paso, una cicatriz imborrable en la memoria colectiva.
Desde entonces, cada alerta meteorológica es un latigazo de ansiedad, un recordatorio de mi vulnerabilidad, de nuestra vulnerabilidad...
La historia se repitió el 2 de febrero de 2025, cuando una tormenta de granizo descargó su furia sobre nuestros hogares. Las enormes piedras de hielo perforaron techos, pulverizaron cristales, destruyeron vehículos y nos sumieron en un estado de caos e impotencia.
Pero lo de este viernes 7 de marzo fue distinto. Fue el golpe más devastador.
El agua no mostró piedad: autos arrastrados, viviendas y comercios completamente destruidos y, lo más doloroso, lo que aún resulta difícil de nombrar en voz alta: se llevó consigo muchas vidas.
La ciudad ya no dormirá tranquila. La lluvia, que alguna vez fue sinónimo de alivio en los días de calor, se transformará en una amenaza constante. Cada advertencia meteorológica desatará el mismo temor: ¿otra vez? ¿Otra vez la angustia, la desesperación, la impotencia?
Los testimonios de quienes lo perdieron todo seguirán resonando. La madre que escapó con su hijo en brazos mientras el agua le llegaba a la cintura. El comerciante que vio el esfuerzo de una vida desvanecerse bajo un torrente implacable. La familia que trepó al techo de su casa y esperó durante horas un rescate que parecía no llegar nunca.
Las enfermeras del Hospital Penna que lograron salvar a los bebés de neonatología en medio del agua que los invadía sin ningún tipo de freno. Los adultos mayores atrapados en geriátricos que se convirtieron en islas de desesperación.
Y aquellos que no lograron sobrevivir. Qué decir.
Hoy, Bahía Blanca es una ciudad herida que intentará seguir adelante.
Mientras escribo estas líneas, la emoción me invade y las lágrimas recorren mi rostro, reflejo de un dolor compartido, pero también de la resiliencia que nos une.
Desde ahora, las familias revisarán desagües y reforzarán techos. Pero también planificarán rutas de evacuación, establecerán puntos de encuentro y prepararán mochilas con documentos esenciales. Como en tiempos de guerra, pero con un enemigo que cada vez se hace más fuerte, es impredecible en muchos casos y te ataca por la espalda.
Porque el miedo ya no es solo a la tormenta, sino a lo que quedará en pie cuando todo esto termine. A la incertidumbre, a la desolación.
Dicen que el tiempo todo lo cura. Pero acá, en esta parte del mundo, el tiempo también asusta.
Nadie sabe si la próxima alerta será solo un aviso... o la antesala de otra tragedia.
Fuente:
Victoria Álvarez Fortunato, Bahía Blanca ya no dormirá tranquila: relato de un golpe devastador, 10 marzo 2025, La Nueva.
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