Un informe del
Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación señala
que Córdoba es la segunda provincia del país que más bosque nativo
ha perdido a causa de incendios entre 2007 y 2016. En esos 10 años,
100 mil hectáreas de bosques nativos cordobeses fueron arrasadas por
el fuego.
No se
contabilizan en esa cifra los pastizales, los campos agrícolas o las
áreas forestadas con especies no autóctonas. Si sumásemos las
diferentes superficies afectadas, el resultado final sería de casi
750 mil hectáreas.
Concentrémonos
en nuestro bosque nativo. Cien mil hectáreas representan mil
kilómetros cuadrados. La ciudad de Córdoba, un cuadrado perfecto de
24 kilómetros por lado, tiene una superficie de 576 kilómetros
cuadrados. No es un ejido pequeño, sino todo lo contrario.
Pues bien: la
quema del bosque acumulada en la década estudiada equivale entonces
a casi a dos veces la dimensión de nuestra capital provincial.
Supongamos por un
instante que todo lo que hay en ella desapareciera por obra del
fuego, sin prisa pero sin pausa, hasta superar con creces sus límites
jurisdiccionales hacia los cuatro puntos cardinales. Sería mucho más
que una tragedia. Y representaría una pérdida irreparable, en más
de un sentido. Una foto aérea donde sólo se vieran los restos
humeantes y ennegrecidos de toda esa área impactaría la
sensibilidad de cualquier ser humano.
Es un
razonamiento por el absurdo que busca hacernos comprender que eso es
lo que le ha pasado y le pasa a nuestro bosque nativo sin que nos
demos cuenta, sin que nos detengamos a pensar todo lo que perdemos
cada vez que se quema una mínima fracción.
Hace un siglo, la
provincia tenía unos 12 millones de hectáreas ocupadas por ese
bosque. Hoy apenas si quedan, en buen estado de conservación, unas
300 mil hectáreas. Al ritmo de la última década analizada, en 30
años más de fuego podríamos ver sucumbir al último ejemplar
autóctono de ese bosque.
Como hemos dicho
en otra ocasión, el medio ambiente es de todos y sólo hace posible
nuestra vida si se preservan de su degradación ciertos parámetros
vitales. El bosque nativo es uno de ellos. En consecuencia, estamos
ante una cuestión ambiental que nos incumbe a todos.
La mayoría de
estos incendios se inician por un descuido humano. Otros, por un
vandalismo injustificable al que nos cuesta investigar, sea para
prevenirlo, sea para reprimirlo. Finalmente, algunos incendios se
vinculan a intereses económicos.
En todos los
casos, el Estado tiene que saber proteger a la sociedad,
interpretándola y siendo consciente del grave problema ambiental que
enfrentamos. La única alternativa que tenemos es empeñarnos
conjuntamente -las autoridades y la sociedad, los especialistas y
los legos- en un programa intensivo y extensivo de reforestación.
Fuente:
La década perdida, 12/07/18, La Voz del Interior.
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