miércoles, 30 de octubre de 2013

Los caballos de Fukushima


Un cuidador de caballos de Fukushima, enfrenta peligrosos niveles de radiación para cuidar a sus animales. A pesar del éxodo de todos sus vecinos y las muertes sin explicación de algunos caballos, Tokue Hosokawa se niega a ceder.

por Justin McCurry

Hasta marzo de 2011, Tokue Hosokawa no tenía más que mirar por la ventana de su casa en la aldea de Iitate para confirmar que todo estaba bien en la centenaria empresa familiar.

Los 130 o mas caballos que alguna vez vagaban por esta extensa granja en la prefectura de Fukushima, han sustentado tres generaciones de la familia Hosokawa. Algunos eran vendidos por su carne -un manjar local-, pero estos animales eran mas conocidos por sus apariciones en comerciales, programas históricos de televisión y películas, además de festivales locales que celebraban la herencia samurai de la región.

Durante décadas, este criador de caballos de 62 años de edad, apenas registró que su granja estaba a sólo 25 kilómetros al noroeste de la central nuclear Fukushima Daiichi. Pero el idilio rural se hizo añicos en la tarde del 11 de marzo de 2011, cuando la central fue golpeada por un imponente tsunami que causó colapsos en tres de sus reactores.

A pesar de que las personas que vivían en la trayectoria de la nube radiactiva de la central estaban huyendo de a miles, 6.500 residentes de Iitate se quedaron en sus hogares, convencidos por las garantías oficiales de que el pueblo estaba a salvo.

Pero dos años y medio después del accidente, Iitate se ha convertido en un pueblo fantasma nuclear. En estos días, cuando Hosokawa mira por la ventana, está vacío, y los campos irradiados.

Al igual que otros agricultores de Fukushima, Hosokawa ignoró la orden del gobierno para sacrificar a todos sus caballos y vacas. "Les dije que si los animales hubieran estado sufriendo una enfermedad infecciosa, entonces tendría que sacrificarlos", expresó. "Pero no por algo como esto".

"Justo después del accidente, uno de los caballos dio a luz. Cuando vi que el potro usaba sus pies y comenzaba a alimentarse de su madre, yo sabía que no había manera de que pudiera irme".


La orden de evacuar Iitate no llegó hasta semanas después de la crisis, ya que las autoridades locales debatieron sobre el riesgo que representaba para el pueblo, que recientemente había sido votado como uno de los lugares más pintorescos de Japón. En lugar de actuar como un escudo, los bosques de las montañas que rodean Iitate atraparon partículas radiactivas, convirtiendo el pueblo en un depósito de niveles peligrosamente altos de contaminación.

Hosokawa, bajito y enjuto, con el aspecto de un hombre que pasa afuera la mayor parte de sus horas de vigilia, envió a su esposa y su hija, Miwa, a zonas más seguras de la prefectura.

Pero, incapaz de soportar la idea de dejar morir de hambre a sus animales, él se quedó donde estaba y se unió a los pocos habitantes que siguen viviendo en las casas contaminadas que se les ordenó abandonar.

A pesar que en partes de Iitate la orden de evacuación ha sido parcialmente levantada para permitir a los residentes visitarla durante el día, los niveles de radiación siguen siendo demasiado altos para un regreso permanente.

La semana pasada, observadores de la Agencia Internacional de Energía Atómica (OIEA) instaron al Gobierno a preparar a los residentes desplazados de Iitate, además de otras ciudades y pueblos contaminados, para la mala noticia de que la limpieza de sus hogares tomará mucho más tiempo de lo esperado.

El informe de la OIEA fue publicado poco después que las autoridades japonesas admitieran que lametablemente fueron retrasados los fondos para el esfuerzo de descontaminación. "Vamos a tener que ampliar el proceso de limpieza, por uno, dos o tres años. No lo hemos decidido todavía a ciencia cierta", dijo Shigeyoshi Sato, un funcionario del Ministerio de medio ambiente a cargo de la descontaminación.

Como la población de Iitate cayó en picada en la primavera de 2011, Hosokawa se las arregló para encontrar un nuevo hogar para sus más de 80 caballos. Luego, en enero de este año, se dio cuenta de que unos 30 de los que mantuvo, principalmente potrillos, no podían pararse sobre sus pies.

En pocas semanas, 16 habían muerto en circunstancias misteriosas. Las autopsias de cuatro de los caballos no encontraron ninguna evidencia de enfermedad y las pruebas revelaron niveles de cesio de 200 becquerelios por kilo -dos veces mayor que el límite de seguridad establecido por el gobierno para los productos agrícolas, pero no lo suficientemente alto como para poner en peligro inmediato la salud.

Hosokawa recientemente comenzó acciones legales contra el operador de la central, Tokyo Electric Power [Tepco], reclamando unos 200 millones de yenes de compensación por la pérdida de los caballos que se vio obligado a vender o regalar. Los animales que murieron el pasado invierno no están incluidos.


Tepco accedió a pagar unos 10 millones de yenes por la pérdida de 39 caballos que pudieron nacer en la granja, pero se negó a compensar el resto. La familia se niega a dar marcha atrás. "No importa el tiempo que sea necesario", dijo Miwa, "vamos a seguir luchando".

Los alrededor de 30 animales que le quedan, son mantenidos con alimento pagado con donaciones, muchas de ellas enviadas anónimamente, por amantes de los caballos de todo Japón. Una mujer apareció en la puerta de su casa con un millón de yenes en efectivo. Hosokawa devuelve la generosidad regalando los famosos melocotones de Fukushima.

Él calcula que ha perdido cerca de 100 millones de yenes en ingresos desde marzo de 2011: la compensación que su familia recibió por la evacuación forzada ya se gastó en alimentos no contaminados de los Estados Unidos y Australia. "No quedaba otra para la familia", dijo.

Este verano, Miwa, de 27 años dejó su trabajo en la ciudad de Fukushima para ayudar a rescatar a su padre lo poco que queda del negocio. Pero sin un final a la vista para la orden de evacuación y la escasez de personas dispuestas a tomar los caballos restantes, Hosokawa acepta a regañadientes que los días de la granja pueden estar contados.

"No podemos dar a estos caballos la misma vida que tenían antes del desastre nuclear, y nadie quiere comprarlos", dijo. "No podemos vivir de ellos, pero a menos que los alimentemos morirán".

En el largo y penetrante nuevo invierno de Fukushima, los Hosokawas temen lo peor. "No sabemos por qué los potros murieron, sólo que murieron en el invierno", dijo Miwa. "Me preocupa encontrar más caballos muertos este invierno".

Casi tres años después, uno de los pocos signos de actividad humana en Iitate son los equipos de trabajadores que tienen la tarea casi imposible de limpiar el paisaje contaminado de la aldea. Tan pronto como se retira el suelo irradiado alrededor de las casas, escuelas y otros edificios públicos, la lluvia arrastra más partículas radiactivas de los bosques montañosos que cubren gran parte de la prefectura de Fukushima.

Muy pocos están convencidos de las garantías oficiales de que su pueblo volverá a estar en condiciones de ser habitado. "Nuestros vecinos se han ido", dijo Miwa. "Están dispersos por toda la zona. Yo ni siquiera se donde están la mayoría de ellos. Las únicas personas que dicen que van a volver son viejos. Aquí no hay nada para las personas con niños pequeños". Aparte de una pareja de campesinos rebeldes, los compañeros de Hosokawa sólo son su hija y los vendedores que con frecuencia llaman fríamente con ofertas de píldoras "anti-radiación".

"La vida aquí ha sido muy dura para todo el mundo desde el desastre", dijo. "La mayoría de la gente que conozco quiere volver, pero a causa de la radiación saben que nunca lo harán. Este lugar está lleno de lágrimas. Es un pueblo sin futuro".

Fuentes:
Fukushima horse breeder Tokue Hosokawa's farm - in pictures, 27/10/13, The Guardian.

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