domingo, 27 de enero de 2013

El abismo nuclear de Prípiat


El accidente de la central nuclear de Chernóbil en 1986 forzó una evacuación apresurada. Dejó un paisaje apocalíptico en el que nadie podrá vivir en 24.000 años. Entramos en la zona de exclusión, donde la amenaza de la radiación se percibe a cada paso. Los alrededores de Chernóbil nunca serán aptos para el ser humano. El legado de Chernobyl, lecciones para Fukushima.

¡Grrr, grrr, grrr…! El desagradable sonido del dosímetro que mide la radiación a nuestro alrededor no deja de gemir. Ese lamento es lo único que se escucha en la antigua avenida Lenin de Prípiat, la llamada ciudad fantasma, la zona cero del accidente de la central nuclear de Chernóbil. Si el medidor no pasa de 40 microrroentgen a la hora, estamos seguros. Si supera los 120, entramos en el umbral del peligro y hay que irse inmediatamente. ¡Grrr, grrr, grrr! Al acercarnos al parque de atracciones de la ciudad, a su famosa noria abandonada, el contador se acelera. Según nuestro guía, un experto de la agencia estatal que controla la llamada zona de exclusión, es el lugar mas infectado de Prípiat.

- Yuri, ¿cuánto marca?
- 4.100 microrroentgen/hora.
- ¿Has dicho que no deberíamos exponernos a más de 120?
- Sí. Ahora mismo estamos recibiendo una radiación incompatible con la vida. Hay que irse a toda hostia…

Prípiat nunca volverá a ser habitada. Esta ciudad de 50.000 habitantes fue evacuada a las 36 horas del accidente más grave que ha sufrido una central nuclear y se quedó desde entonces ensimismada y vacía para siempre. Muerta en plena adolescencia. Porque Prípiat había sido levantada en 1970 para acoger a los trabajadores de la central y sus familias y fue abandonada en 1986, 16 años después. Pasó de ser el orgullo del desarrollismo soviético, el ejemplo de la felicidad en el paraíso proletario, una ciudad con una media de 26 años por habitante y con casi mil nacimientos anuales, a convertirse en un escenario posapocalíptico. Enormes bloques de apartamentos grises miran al visitante solitario a través de sus ventanas vacías, como si centenares de ojos te vigilaran. Los árboles de las aceras han crecido a su antojo, algunos metiéndose dentro de las tiendas y oficinas a pie de calle, otros entrelazándose entre sí, como si se abrazaran. La ciudad ha sido invadida por todo tipo de animales que pastan libremente en sus parques. Prípiat es ahora un mundo azulado y macilento que permanecerá para siempre en el invierno nuclear. Un mundo de ceniza y polvo radiactivo.

“Recuerdo que mandé en moto a algunos policías hasta el lugar del accidente. Cuando volvieron, tenían despellejadas las piernas hasta la altura de las rodillas. ¿Por qué? Porque el vapor atómico lanzado al aire por la explosión era muy pesado y se depositó cerca del suelo. La central parecía estar rodeada de una niebla baja. Dos mujeres policías de mi departamento murieron a las pocas horas por la radiación recibida”, cuenta el coronel jubilado Aleksej Timoteevich. Este hombre corpulento, de 55 años, que era entonces teniente de policía, organizó el primer perímetro de seguridad alrededor de la central. Aleksej nos acompaña en nuestro recorrido por la que fue su ciudad y nos invita a entrar a su antiguo apartamento. En su rostro se dibuja la nostalgia. Se acuerda del papel pintado del salón, “a mi mujer le parecía horroroso y lo íbamos a cambiar”; de sus vecinos, “el de arriba era un héroe de la Unión Soviética condecorado por su lucha contra los nazis”; de los zapatitos de su hija Marina, que entonces tenía cuatro años, o de sus apuntes de cuando estudiaba en la Academia de Policía. Todo se quedó allí porque todo está contaminado, todo es radiactivo. “Se nos dijo a la población a través de la radio y la televisión que estaríamos fuera solo tres días. La gente salía de casa con cuatro cosas. El carné de identidad, un poco de dinero, un poco de comida y de ropa. Muchas mascotas murieron, perros, gatos, pájaros, porque casi todas se quedaron atadas o enjauladas y los dueños nunca regresamos”.

Los médicos mintieron
Vista desde arriba, desde la azotea de uno de sus edificios más altos, la ciudad tiene algo de esas míticas civilizaciones semienterradas en las selvas de Centroamérica. Escondidas entre la maleza. Pero aquí no hay profecías, ni augurios, ni conjeturas que valgan. No hay ningún secreto que revelar. Nada que no esté ya contado o demostrado, salvo el número real de muertos. No hay cifras oficiales “porque los médicos tenían ordenes de Moscú de no vincular las muertes de gente de Chernóbil con la explosión y debían falsear los partes de fallecimiento escribiendo otras causas”, recuerda Evge­niv Dmetrievich, antiguo ingeniero de la central nuclear de Chernóbil. Evgeniv asegura que durante las semanas que estuvieron ingresados en Moscú no hubo ni un solo muerto entre sus compañeros que fuera adjudicado a la radiación. La Unión Soviética tardó varios días en anunciar al mundo que se había producido el accidente, y durante años, al menos hasta su desmoronamiento en 1990, trató de ocultar el verdadero alcance del desastre. En un mundo bipolar, una de las dos superpotencias no podía admitir la vergüenza de reconocer un fallo de esa magnitud. “Sí, es cierto”, admite Igor Kyrylchuk, activista de Greenpeace, “los médicos tenían prohibido escribir en sus diagnósticos cualquier vínculo con la radiación. Nosotros creemos que al menos 12 regiones de Ucrania siguen contaminadas y que se siguen detectando altísimas tasas de cáncer de estómago en adultos y de tiroides en niños…”.

Cada informe proporciona sus cifras, y en lo único en lo que están de acuerdo es en trabajar en base a estimaciones y no a datos fiables. El primer informe oficial de la ONU, realizado en el año 2000 por su Comité Científico sobre los Efectos de la Radiación Nuclear, encontró solo 30 muertos por el accidente: los policías, bomberos, operarios e ingenieros que fallecieron directamente por la explosión. El segundo informe ONU, hecho cinco años después por la Organización Mundial de la Salud y la Agencia Internacional de la Energía Atómica, situó la cifra de muertes en 4.000, todos fallecidos por cáncer, y estimó que otros 5.000 morirían años después. Es decir, las propias Naciones Unidas avalaron sendos informes con cinco años y 9.000 muertos de diferencia. Otros estudios, del Partido Verde alemán o de organizaciones ecologistas como Greenpeace o de la Asociación Internacional de Médicos para la Prevención de la Guerra Nuclear, elevan las cifras a casi 100.000 muertos por cáncer repartidos por Ucrania, Rusia, Bielorrusia e incluso Polonia o Rumanía.

Tampoco hay acuerdo en el número de trabajadores que participaron, de la manera voluntaria en la que se hacían las cosas en aquella Unión Soviética, en las tareas de sellado del reactor número cuatro. Se calcu­la que fueron más de medio millón y se les conoce como liquidadores. El Gobierno les dio las gracias y les entregó una medalla que representaba una gota de sangre atravesada por rayos alfa, beta y gamma. En la actual Ucrania son considerados héroes, los que con su sacrificio y esfuerzo salvaron al mundo del desastre nuclear. Vinieron de todos los confines de la URSS, y muchos de ellos apenas trabajaban unos días y eran repuestos por otros liquidadores. El nivel de radiación al que eran sometidos era tan alto que, por ejemplo, los que desescombraron el techo del reactor, casi todos soldados, trabajaban en turnos de cinco minutos. Subían corriendo, tiraban todos los cascotes, hierros, piezas metálicas, tubos, todo lo que encontraran, hacia el interior del reactor, y se largaban. Solo cinco minutos al día. Muchos lo hacían convencidos de la promesa de ahorrarse dos años de destino en la guerra de Afganistán. Cinco minutos por dos años. No parecía mal negocio. La mayor parte de los liquidadores del tejado falleció.

Nos morimos de a poco
“Los primeros días me acuerdo que todo el mundo vomitaba. Nadie entendía nada. Nadie nos decía nada. Luchábamos contra un enemigo invisible. Yo conducía una excavadora y tenía que enterrar restos contaminados a solo cien metros del reac­tor. A los cinco días me sacaron de allí y fui de los que más tiempo trabajó”. Yakov Asimov tiene ahora 76 años, pero se acuerda perfectamente de cuando su capataz en las obras del metro de Kiev le dijo que la nación les necesitaba y que iban a ser movilizados a Chernóbil. No se considera un héroe. Casi ningún liquidador lo piensa, aunque todos están orgullosos de lo que hicieron, y todos, como Yakov, quieren que les entierren con su medalla.

“Aquí mismo, en Slavutich, la ciudad donde nos realojaron a los evacuados de Prípiat, mueren al año entre 30 y 35 personas de las que participaron en la liquidación. Obviamente, todos estamos en ese grupo de riesgo”, confiesa Valentin Vasylevych, antiguo ingeniero jefe de producción técnica en Chernóbil. El Gobierno de Ucrania ha reconocido a dos millones y medio de personas el estatus de afectado por el accidente de Chernóbil, y según sus cifras, la primera oleada de liquidadores, los que trabajaron las primeras semanas del desastre, mueren lentamente. Son personas que ahora están entre 45 y 65 años. Valentin cuenta, sonriendo, que cuando acude a hacerse chequeos médicos rutinarios, los doctores le suelen mirar con curiosidad, “como si fuera el último mohicano”.

El parque de atracciones de Pripiat, abandonado. Foto: Alfonso Cortés-Cavanillas

Hay muchos historiadores que han relacionado el desastre de Chernóbil con el desmoronamiento de la Unión Soviética. La aparición en televisión de un atribulado Mijaíl Gorbachov fue la primera señal de lo que después se conocería como Glasnost, la apertura informativa. Las consecuencias económicas del accidente fueron terribles para las devastadas arcas soviéticas. Hubo que cerrar la zona, abandonar los campos, vaciar las fábricas, evacuar a 120.000 personas, cerrar la mayor central nuclear del país, construir nuevas viviendas para los habitantes de Prípiat, pagar indemnizaciones. “Sí, el accidente tuvo muchas consecuencias económicas, pero la mayor de todas fue la pérdida de confianza del pueblo con el Gobierno de la URSS. Con el Estado protector. Se nos había dicho que un accidente era impensable. La explosión provocó el mayor éxodo interno desde la II Guerra Mundial, y sin dar ninguna explicación”, recuerda Yuri Tatarchuk, portavoz de la agencia que controla la zona de exclusión.

Yuri es historiador y lleva 15 años trabajando en la zona de exclusión, lo cual, le decimos entre bromas, nos tranquiliza. Si él está bien significa que tenemos alguna posibilidad de salir indemnes de este paseo nuclear. Él es uno de los 4.000 obreros que trabajan, en turnos de 15 días seguidos, en esta área restringida. La mayor parte son operarios que están desmantelando la central nuclear, pero también hay científicos y especialistas que miden la radiación en todos los rincones en un radio de 30 kilómetros. La precipitación radiactiva no se distribuyó de manera uniforme. Los vientos y las lluvias movieron los isótopos de un lado a otro y muchos acabaron en los acuíferos, drenándose hasta el río Prípiat. Gran parte del combustible nuclear que se extrajo del reactor durante los primeros días fue enterrado en fosas improvisadas por toda la zona de exclusión. Se han encontrado e inventariado unos 400 pozos radiactivos que están siendo vaciados, pero todavía quedan por hallar otros 500 que siguen filtrando radiactividad al subsuelo.

Las máscaras de gas
Eso explica que, por ejemplo, en Prípiat, en la ciudad fantasma, pases en apenas dos metros de estar seguro a estar muerto. De medir una radiación soportable a que el dosímetro se vuelva loco. De estar a 12 microrroentgen, normal, a subir a 4.100, mortal. “Los que trabajamos aquí tenemos que seguir una serie de normas de seguridad como, por ejemplo, no comer setas locales, no pescar en el río ni cazar, no hacer deporte en el exterior y, sobre todo, no quedarnos en los lugares que sabemos que no son seguros”, cuenta Yuri mientras damos un paseo. Prípiat es una idea fantasmagórica de lo que queda tras un accidente nuclear o de cómo sería el mundo para los que sobrevivieran a una guerra atómica.

La ciudad entera está llena de iconografía soviética y de restos del viejo esplendor bolchevique, porque todo se quedó igual que estaba en 1986. Aquí vivían 50.000 personas, pero se puede ir andando a casi todos los sitios. Y en nuestro paseo vemos algunas cosas que no concuerdan. Como el reloj central de la plaza, sospechosamente parado a la 1.24, la hora de la explosión del reactor nuclear. No hubo onda expansiva, así que el mecanismo de los relojes no pudo pararse por efecto de la explosión. A Prípiat la muerte llegó lenta, de noche, por el aire, en forma de invisibles partículas radiactivas. Si el reloj se detuvo fue más tarde y por falta de mantenimiento, y luego alguien decidió poner sus agujas a esa hora. Porque queda bonito, o porque da más miedo. Las mismas preguntas le hago a Yuri y al coronel Aleksej sobre las famosas máscaras de gas de la escuela número tres. Las que todo el mundo fotografía y a las que se conoce como “morros de cerdo”. No dio tiempo a utilizarlas porque los críos fueron evacuados enseguida, así que quizá fueron colocadas por algún fotógrafo sin escrúpulos que buscaba una imagen icónica de Chernóbil. “Probablemente fueron ladrones que querían el cobre de los filtros de gas. Eran los tiempos de la guerra fría. Todas las escuelas tenían almacenes con máscaras”, me aclara el coronel.

El accidente de Chernóbil no fue técnicamente una explosión nuclear, sino una explosión del vapor acumulado dentro del núcleo por una sucesión de negligencias y fallos de diseño. Cuando el reactor reventó, quedó expuesto al aire y de su interior escapó, se calcula, el 3,5 % del material radiactivo. Es decir, que todavía queda dentro casi el 95 % del combustible nuclear, lo que da una idea de la magnitud del desastre producido y del desastre evitado. Los isótopos de yodo 131, los que se alojan en la glándula tiroides, el que provocó tantos cánceres, comenzaron a evaporarse a los ocho días del accidente. Dentro de unos cinco años se disiparán los de estroncio 90 y cesio 137, tremendamente contaminantes y que están por todo Prípiat. Pero el plutonio 239, la principal amenaza que escapó del reactor número cuatro, ese no se irá hasta dentro de 24.000 años. ¡Imagínense dónde estaba la humanidad hace todo ese tiempo!

¿Qué hay en el reacor?
“En Chernóbil todo es radiactivo. Todos los equipos, todos los edificios, todas las máquinas, todo lo que tienes a tu alrededor, todo, está contaminado… Y no solo hablo de radiación superficial, estoy hablando de la radiación permanente provocada por el accidente”. Valery Seyda es el director general adjunto de la central atómica de Chernóbil y el hombre encargado de desmantelarla. Nos recibe en la gigantesca sala de turbinas del reactor número dos. La central está parada desde el año 2000. Pero eso, en terminología nuclear, significa que hay que mantener la refrigeración de los reactores, extraer su combustible, almacenarlo de manera segura, proceder a descontaminar y, después, a desmontar. El apagón completo será en 2022, la radiación que impregna todos los rincones no bajará hasta 2045 y su desmantelamiento completo se ha fijado, más o menos, en 2065. Dentro de 50 años. “Sí, yo entonces tendré 100 años”, ríe el subdirector de Chernóbil. Valery defiende la industria nuclear porque, insiste, es mucho más segura que otras. Le hago notar que estamos a 100 metros del reactor que explotó y que a punto estuvo de devastar media Europa, y dice que tengo razón y que sabe que su opinión es difícil de entender, pero que solo hay accidentes nucleares cada 30 años y que además, después, siempre se aplican nuevos protocolos de seguridad.

La sala de control de la central requiere, todavía hoy, de atenciones. Foto: Alfonso Cortés-Cavanillas

La gran pregunta es saber qué hay dentro del núcleo que explotó. Qué queda allí. Qué es tan peligroso que ha habido que enterrarlo y sellarlo porque es ingobernable. Valery cuenta que, después de la explosión, el combustible del reactor se fundió con el metal, el cromo, el cableado, el cemento, el boro, todo lo que allí había y todo lo que se echó encima para taparlo, creando un magma que sigue activo: “Es un nuevo material, es algo nuevo, desde el momento en que se fundió se convirtió en algo diferente. Mutó…”.

A esa masa incandescente, ese corium como le llaman algunos científicos, ese elemento nuevo que sigue ahí dentro del reactor, latente, le llaman la materia de los seis extremos: extremadamente potente, extremadamente caliente, extremadamente densa, extremadamente corrosiva, extremadamente tóxica y extremadamente radiactiva. Valery reconoce que, aunque llevan 26 años estudiándolo, midiendo su temperatura, la humedad, la densidad, su concentración de gases, el nivel de rayos gamma y beta, no tienen ni idea de cómo evolucionará. Es como un monstruo incubándose dentro de un enorme sarcófago de cemento construido a marchas forzadas por todos aquellos liquidadores. El sellado del ataúd de hormigón se está resquebrajando, así que se está construyendo uno nuevo, mucho más grande, y que pretende enterrar el magma nuclear durante otros 100 años. “Realmente estamos postergando la decisión de qué se hace con el reactor número cuatro, aplazando la solución hasta que se desarrolle un nueva técnica, una nueva fórmula para tratar ese magma nuclear, algún tipo de contenedor, no sé, algo”. Y lo dice el director general adjunto de la central nuclear de Chernóbil, el hombre encargado de desmantelar la instalación, el responsable de que eso que sigue ahí dentro siga ahí dentro. Asusta…

El documental ‘La ciudad del fin del mundo’ se emitió en Canal+ el 23 de enero.

Los alrededores de Chernóbil nunca serán aptos para el ser humano

La conferencia sobre la catástrofe destaca que, a pesar de los riesgos de las nucleares, hay que convivir con ellas.

La energía atómica es peligrosa y su explotación está plagada de incertidumbres, según las intervenciones realizadas este jueves en una conferencia internacional con motivo del 25 aniversario de Chernóbil. No obstante, ninguno de los ponentes en el pleno del evento, celebrado en Kiev, puso en cuestión el futuro de la energía nuclear, pese a las graves secuelas del accidente en aquella central nuclear, el peor en la historia del átomo civil. Superar esas secuelas llevará siglos.

A raíz del aniversario, Ucrania difundió un nuevo atlas actualizado de las zonas contaminadas por las fugas radioactivas de Chernóbil tras la explosión en el cuarto reactor en la madrugada del 26 de abril de 1986. Este valioso documento registra una intensa contaminación del suelo en torno a Chernóbil con cesio-137, estroncio-90, y plutonio 238, 239 y 240, y pronostica también el nivel de contaminación con americio para el año 2056. En esa fecha precisamente la concentración de americio-241 "alcanzará su máximo valor", a consecuencia de la desintegración del plutonio-241, señala el atlas.

La zona de exclusión y la zona de total reasentamiento en torno a Chernóbil "nunca" serán aptas para vivir en ellas, según Mykola Proskura, vicejefe del departamento encargado de administrar los territorios contaminados. Proskura aclaró que el territorio en cuestión tiene un total de 2600 kilómetros y "en el mejor de los casos se podrá reducir a 2000 kilómetros cuadrados, aunque eso será en el futuro lejano". El funcionario precisó que "entre 1500 y 2000 kilometros cuadrados nunca serán aptos para vivir" porque "hay isótopos radiactivos con un periodo de desintegración de 24.000 años y debido al cesio y al estroncio habrá que esperar por lo menos 300 años". La zona puede tener un uso limitado para la economía, opinó, mediante "alguna explotación limpia y que exija poco personal, como la producción de energía eólica". El atlas divulgado se limita al territorio de Ucrania y no da datos ni de Bielorrusia ni de Rusia, los otros Estados que, como parte de la URSS, fueron especialmente afectados por la catástrofe.

Pese al carácter común de la desgracia, desde la desintegración de la URSS en 1991, los tres países eslavos tiene sus propios enfoques y registros de afectados. La fragmentación afecta negativamente las investigaciones sobre las consecuencias del accidente, en opinión de fuentes médicas occidentales asistentes a la conferencia. Bielorrusia y Rusia están formando de nuevo un registro común, pero Ucrania tiene poco interés en participar en la empresa. "Kiev tiende a exagerar sus datos; Minsk a minimizarlos y a hacer como si todo estuviera superado, y unos y otros defienden la financiación de proyectos fragmentarios y sin establecer un riguroso orden de prioridades de interés común global", afirmaban las fuentes. Ucrania y Bielorrusia dedican a Chernóbil del orden del 6 % de su presupuesto estatal anual, según Jerzy Osiatynski, del Organismo Internacional de Energía Atómica.

Existe una "evidencia clara" del aumento del número de cáncer de tiroides por exposición infantil a la radiación de yodo 131, según Ausrele Kesminiene, de la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer, dependiente de la Organización Mundial de la Salud. Kesminiere explicó que existe también pruebas de un aumento de casos de leucemia por exposición en el útero materno y un aumento de casos de cáncer de mama. La científica, sin embargo, se negó a relacionar estos aumentos con el accidente y a sacar conclusiones cuantitativas sobre el impacto concreto en la salud de la población afectada. "Hay que ver cómo protegerse, ya que el desarrollo de la energía nuclear continuará", dijo.

Los estudios científicos, que ahora responden a un "caótico sistema de financiación", deben concentrarse en los datos realmente importantes. "Hay estudios que plantean más preguntas que respuestas. No podemos darnos estos lujos. debemos pensar que nuestros recursos son limitados. Chernóbil no es un caso particular, sino un tema de salud pública y debe haber un mecanismo específico para investigarlo", dijo Kesminiene. En su opinión, la UE debería tomar la iniciativa de coordinar investigaciones tales como una supervisión de por vida de un contingente de liquidadores.

"No podría contestar a la pregunta sobre cuanta gente ha muerto a causa de Chernóbil, porque todas las cifras son estimaciones y están basadas en datos diferentes", señaló Kesminiene. "Además, no hay que separar la radiación de otros factores, como el stress, la calidad alimenticia, las poblaciones obligadas a abandonar sus hogares. Por todo ello es posible decir que la salud de millones de personas ha sufrido a causa de Chernóbil", dijo. La científica lamentó la falta de cooperación de Bielorrusia en estudios conjuntos. Un proyecto de la UE sobre la incidencia del accidente en el aumento del número de cánceres de mama no pudo llegar a realizarse, porque Minsk prohibió la exportación de muestras biológicas, explicó.

Viacheslav Shestopálov, director de un centro científico y de ingeniería, manifestó que las dosis de baja radiación deterioran la elasticidad de los nervios y la memoria y señaló que los animales residentes en Chernóbil no están a salvo de las mutaciones. Afirmó también que las golondrinas de la zona de Chernóbil tienen 28 % de posibilidades de llegar a la próxima estación, mientras que las golondrinas de zonas no contaminadas tienen un 40 % y las de España, un 45 %.La nube radioactiva de Chernóbil se extendió por toda Europa incluido el sur de Francia, pero se paró en los Pirineos y no llegó a afectar el territorio español.

Por su parte, Dmitri Bazika, vicedirector del Centro de Medicina Radiológica, dijo que, según los pronósticos rusos, los casos de cáncer a causa de Chernóbil debían aumentar entre el 3 % y el 3,5 %, y según los pronósticos ucranianos, del 8 % al 11 %. Los datos sobre el efecto de las dosis de baja intensidad en el cerebro no están probados, señaló. "Los japoneses seguían descubriendo efectos de la radiación 65 años después de Hiroshima, y nosotros seguiremos encontrándolos, 65 años después de Chernóbil" sentenció.

"En las actuales condiciones, el sarcófago del cuarto reactor puede durar entre 15 y 20 años", dijo Volodymir Jolosha, jefe del departamento estatal encargado de administrar las zonas contaminadas. El arco que debe proteger el sarcófago está pensado para una duración de cien años. El arco-refugio es una construcción de ingeniería, en fase de realización, que se deslizará sobre el actual sarcófago y que será financiado con los fondos recogido por los donantes el pasado lunes. Por su parte, Ihor Hramotkin, director de la central de Chernobil dijo que el 60 % del espacio de la central había sido investigado, pero que no se podía penetrar en el resto de las dependencias y por lo tanto la información sobre esos espacios era inaccesibles.

NOTA DE ARCHIVO DEL DIARIO EL PAÍS DEL 29 DE ABRIL DE 1986

Las víctimas del accidente nuclear de Chernobil "reciben ayuda", según la nota oficial de la URSS

La agencia Tass informa por primera vez de un suceso de este tipo.

La URSS informó anoche oficialmente del accidente ocurrido en la central atómica de Chernobil, en las cercanías de Kiev (la capital de Ucrania), después de que los países escandinavos hubieran dado muestras de alarma por el anormal aumento de la radiactividad, en su atmósfera. "Se toman medidas para eliminar las consecuencias de la avería. Las víctimas reciben ayuda. Se ha creado una comisión gubernamental", afirmaba la nota de la agencia Tass, de cinco líneas, con la que relataba el accidente, informa desde Moscú Pilar Bonet.

La nota, que fue leída en el noticiario nocturno de la televisión, informaba que en la central electronuclear de Chernobil había ocurrido un accidente, en el que resultó dañado tino de los reactores; atómicos. Unos minutos más tarde la agencia oficial, que informa por primera vez de un suceso de este tipo, hacía una relación de accidentes nucleares ocurridos en Estados Unidos, entre ellos el de Harrisburg, y afirmaba que el accidente de Chernobil es el primero en la URSS. Tass no indicaba ni la magnitud del hecho ni el estado de las víctimas, ni su número. Tampoco se daban detalles sobre las medidas concretas adorpadas.

La alarma se dio ayer por la mañana en los países nórdicos. Un trabajador pasó un control a la entrada de la central nuclear de Forsmark, al norte de Estocolmo, y se detectó que su ropa tenía "una concentración alta" de radiactividad, según un portavoz de la planta. En Suecia se creyó que se había producido una fuga en esta central, cuyos 600 trabajadores fueron evacuados. El mismo portavoz indicó que el incremento de la radiactividad se midió "en tierra y sobre los árboles" en un radio de cuatro kilómetros de la central. Según la inspección atómica estatal sueca, la radiactividad pudo "llegar arrastrada" por el viento.

En Finlandia y Dinamarca
Los más altos niveles de radiación fueron medidos en Finlandia y Dinamarca, donde se multiplicó por seis y por cinco, respectivamente, la considerada radiación normal. También se detectó un incremento de la radiactividad en Oslo y Estocolmo, si bien en la capital noruega no llegó a doblarse el índice considerado como de seguridad.

"Está claro que viene del Este, lo que explica por qué la contaminación es mayor en Dinamarca que en Noruega", manifestaron fuentes del centro de estudios nucleares danés de Risoe, donde se consideró que esta "alta contaminación" en la hierba en forma de yodo radiactivo y otros isótopos (...) carece de peligro".

La central nuclear de Chernobil tiene cuatro reactores del tipo LWGR (Light-Water Cooled Graphite Modeate Reactor), es decir, que utilizan grafito refrigerado por medio de agua ligera Chernobil, que comenzó a ser explotada en 1978, había sido planeada para una capacidad de 4.000 megavatios que fue alcanzada en 1984 y, según informaban las emisoras de Kiev y Moscú el pasado febrero, iba a mantener un alto ritmo de desarrollo. La potencia total del parque de centrales nucleares de la URSS supera los 28.000 megavatios.

Según medios occidentales, se han producido varias catástrofes, la más grave de ellas a finales de los años cincuenta en la ciudad de Kishtim, en los Urales. Según los servicios de información norteamericanos, en este siniestro, registrado en mayo de 1958, "se produjeron millares de muertos y quedó convertida en una desierto una superficie de 15.000 hectáreas".

"Los reactores soviéticos son seguros en la misma medida que los demás, pero la URSS no invierte tanto como los países occidentales en la construcción civil del reactor, donde trata de abaratar los costes", señalaba a la corresponsal de este periódico en Moscú antes del accidente un experto en energía nuclear que conoce bien la situación en la URSS. El programa nuclear soviético, con una treintena de centrales, tiene reactores instalados en las cercanías de ciudades con objeto de proporcionar calefacción a las mismas.

Fuente:
Entramos en el abismo nuclear de Prípiat, 26/01/13, El País.
Los alrededores de Chernóbil nunca serán aptos para el ser humano, 26/01/13, El País.
Las víctimas del accidente nuclear de Chernobil "reciben ayuda", según la nota oficial de la URSS, 26/01/13, El País.

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