¡Grrr, grrr, grrr…! El desagradable sonido del dosímetro que
mide la radiación a nuestro alrededor no deja de gemir. Ese lamento es lo único
que se escucha en la antigua avenida Lenin de Prípiat, la llamada ciudad
fantasma, la zona cero del accidente de la central nuclear de Chernóbil. Si el
medidor no pasa de 40 microrroentgen a la hora, estamos seguros. Si supera los
120, entramos en el umbral del peligro y hay que irse inmediatamente. ¡Grrr,
grrr, grrr! Al acercarnos al parque de atracciones de la ciudad, a su famosa
noria abandonada, el contador se acelera. Según nuestro guía, un experto de la
agencia estatal que controla la llamada zona de exclusión, es el lugar mas
infectado de Prípiat.
- Yuri, ¿cuánto marca?
- 4.100 microrroentgen/hora.
- ¿Has dicho que no deberíamos exponernos a más de 120?
- Sí. Ahora mismo estamos recibiendo una radiación
incompatible con la vida. Hay que irse a toda hostia…
Prípiat nunca volverá a ser habitada. Esta ciudad de 50.000
habitantes fue evacuada a las 36 horas del accidente más grave que ha sufrido
una central nuclear y se quedó desde entonces ensimismada y vacía para siempre.
Muerta en plena adolescencia. Porque Prípiat había sido levantada en 1970 para
acoger a los trabajadores de la central y sus familias y fue abandonada en
1986, 16 años después. Pasó de ser el orgullo del desarrollismo soviético, el
ejemplo de la felicidad en el paraíso proletario, una ciudad con una media de
26 años por habitante y con casi mil nacimientos anuales, a convertirse en un
escenario posapocalíptico. Enormes bloques de apartamentos grises miran al
visitante solitario a través de sus ventanas vacías, como si centenares de ojos
te vigilaran. Los árboles de las aceras han crecido a su antojo, algunos
metiéndose dentro de las tiendas y oficinas a pie de calle, otros
entrelazándose entre sí, como si se abrazaran. La ciudad ha sido invadida por
todo tipo de animales que pastan libremente en sus parques. Prípiat es ahora un
mundo azulado y macilento que permanecerá para siempre en el invierno nuclear.
Un mundo de ceniza y polvo radiactivo.
“Recuerdo que mandé en moto a algunos policías hasta el
lugar del accidente. Cuando volvieron, tenían despellejadas las piernas hasta
la altura de las rodillas. ¿Por qué? Porque el vapor atómico lanzado al aire
por la explosión era muy pesado y se depositó cerca del suelo. La central
parecía estar rodeada de una niebla baja. Dos mujeres policías de mi
departamento murieron a las pocas horas por la radiación recibida”, cuenta el
coronel jubilado Aleksej Timoteevich. Este hombre corpulento, de 55 años, que
era entonces teniente de policía, organizó el primer perímetro de seguridad
alrededor de la central. Aleksej nos acompaña en nuestro recorrido por la que
fue su ciudad y nos invita a entrar a su antiguo apartamento. En su rostro se
dibuja la nostalgia. Se acuerda del papel pintado del salón, “a mi mujer le
parecía horroroso y lo íbamos a cambiar”; de sus vecinos, “el de arriba era un
héroe de la Unión
Soviética condecorado por su lucha contra los nazis”; de los
zapatitos de su hija Marina, que entonces tenía cuatro años, o de sus apuntes
de cuando estudiaba en la
Academia de Policía. Todo se quedó allí porque todo está
contaminado, todo es radiactivo. “Se nos dijo a la población a través de la
radio y la televisión que estaríamos fuera solo tres días. La gente salía de
casa con cuatro cosas. El carné de identidad, un poco de dinero, un poco de
comida y de ropa. Muchas mascotas murieron, perros, gatos, pájaros, porque casi
todas se quedaron atadas o enjauladas y los dueños nunca regresamos”.
Los médicos mintieron
Vista desde arriba, desde la azotea de uno de sus edificios
más altos, la ciudad tiene algo de esas míticas civilizaciones semienterradas
en las selvas de Centroamérica. Escondidas entre la maleza. Pero aquí no hay
profecías, ni augurios, ni conjeturas que valgan. No hay ningún secreto que
revelar. Nada que no esté ya contado o demostrado, salvo el número real de
muertos. No hay cifras oficiales “porque los médicos tenían ordenes de Moscú de
no vincular las muertes de gente de Chernóbil con la explosión y debían falsear
los partes de fallecimiento escribiendo otras causas”, recuerda Evgeniv
Dmetrievich, antiguo ingeniero de la central nuclear de Chernóbil. Evgeniv
asegura que durante las semanas que estuvieron ingresados en Moscú no hubo ni
un solo muerto entre sus compañeros que fuera adjudicado a la radiación. La Unión Soviética
tardó varios días en anunciar al mundo que se había producido el accidente, y
durante años, al menos hasta su desmoronamiento en 1990, trató de ocultar el
verdadero alcance del desastre. En un mundo bipolar, una de las dos
superpotencias no podía admitir la vergüenza de reconocer un fallo de esa
magnitud. “Sí, es cierto”, admite Igor Kyrylchuk, activista de Greenpeace, “los
médicos tenían prohibido escribir en sus diagnósticos cualquier vínculo con la
radiación. Nosotros creemos que al menos 12 regiones de Ucrania siguen
contaminadas y que se siguen detectando altísimas tasas de cáncer de estómago
en adultos y de tiroides en niños…”.
Cada informe proporciona sus cifras, y en lo único en lo que
están de acuerdo es en trabajar en base a estimaciones y no a datos fiables. El
primer informe oficial de la ONU ,
realizado en el año 2000 por su Comité Científico sobre los Efectos de la Radiación Nuclear ,
encontró solo 30 muertos por el accidente: los policías, bomberos, operarios e
ingenieros que fallecieron directamente por la explosión. El segundo informe
ONU, hecho cinco años después por la Organización Mundial
de la Salud y la Agencia Internacional
de la Energía Atómica ,
situó la cifra de muertes en 4.000, todos fallecidos por cáncer, y estimó que
otros 5.000 morirían años después. Es decir, las propias Naciones Unidas
avalaron sendos informes con cinco años y 9.000 muertos de diferencia. Otros
estudios, del Partido Verde alemán o de organizaciones ecologistas como
Greenpeace o de la
Asociación Internacional de Médicos para la Prevención de la Guerra Nuclear ,
elevan las cifras a casi 100.000 muertos por cáncer repartidos por Ucrania,
Rusia, Bielorrusia e incluso Polonia o Rumanía.
Tampoco hay acuerdo en el número de trabajadores que
participaron, de la manera voluntaria en la que se hacían las cosas en aquella
Unión Soviética, en las tareas de sellado del reactor número cuatro. Se
calcula que fueron más de medio millón y se les conoce como liquidadores. El
Gobierno les dio las gracias y les entregó una medalla que representaba una
gota de sangre atravesada por rayos alfa, beta y gamma. En la actual Ucrania
son considerados héroes, los que con su sacrificio y esfuerzo salvaron al mundo
del desastre nuclear. Vinieron de todos los confines de la URSS , y muchos de ellos
apenas trabajaban unos días y eran repuestos por otros liquidadores. El nivel
de radiación al que eran sometidos era tan alto que, por ejemplo, los que
desescombraron el techo del reactor, casi todos soldados, trabajaban en turnos
de cinco minutos. Subían corriendo, tiraban todos los cascotes, hierros, piezas
metálicas, tubos, todo lo que encontraran, hacia el interior del reactor, y se
largaban. Solo cinco minutos al día. Muchos lo hacían convencidos de la promesa
de ahorrarse dos años de destino en la guerra de Afganistán. Cinco minutos por
dos años. No parecía mal negocio. La mayor parte de los liquidadores del tejado
falleció.
Nos morimos de a poco
“Los primeros días me acuerdo que todo el mundo vomitaba.
Nadie entendía nada. Nadie nos decía nada. Luchábamos contra un enemigo
invisible. Yo conducía una excavadora y tenía que enterrar restos contaminados
a solo cien metros del reactor. A los cinco días me sacaron de allí y fui de
los que más tiempo trabajó”. Yakov Asimov tiene ahora 76 años, pero se acuerda
perfectamente de cuando su capataz en las obras del metro de Kiev le dijo que
la nación les necesitaba y que iban a ser movilizados a Chernóbil. No se
considera un héroe. Casi ningún liquidador lo piensa, aunque todos están
orgullosos de lo que hicieron, y todos, como Yakov, quieren que les entierren
con su medalla.
“Aquí mismo, en Slavutich, la ciudad donde nos realojaron a
los evacuados de Prípiat, mueren al año entre 30 y 35 personas de las que
participaron en la liquidación. Obviamente, todos estamos en ese grupo de
riesgo”, confiesa Valentin Vasylevych, antiguo ingeniero jefe de producción
técnica en Chernóbil. El Gobierno de Ucrania ha reconocido a dos millones y
medio de personas el estatus de afectado por el accidente de Chernóbil, y según
sus cifras, la primera oleada de liquidadores, los que trabajaron las primeras
semanas del desastre, mueren lentamente. Son personas que ahora están entre 45
y 65 años. Valentin cuenta, sonriendo, que cuando acude a hacerse chequeos
médicos rutinarios, los doctores le suelen mirar con curiosidad, “como si fuera
el último mohicano”.
Hay muchos historiadores que han relacionado el desastre de
Chernóbil con el desmoronamiento de la Unión Soviética.
La aparición en televisión de un atribulado Mijaíl Gorbachov fue la primera
señal de lo que después se conocería como Glasnost, la apertura informativa.
Las consecuencias económicas del accidente fueron terribles para las devastadas
arcas soviéticas. Hubo que cerrar la zona, abandonar los campos, vaciar las
fábricas, evacuar a 120.000 personas, cerrar la mayor central nuclear del país,
construir nuevas viviendas para los habitantes de Prípiat, pagar
indemnizaciones. “Sí, el accidente tuvo muchas consecuencias económicas, pero
la mayor de todas fue la pérdida de confianza del pueblo con el Gobierno de la URSS. Con el Estado
protector. Se nos había dicho que un accidente era impensable. La explosión
provocó el mayor éxodo interno desde la II Guerra Mundial, y sin dar ninguna
explicación”, recuerda Yuri Tatarchuk, portavoz de la agencia que controla la
zona de exclusión.
Yuri es historiador y lleva 15 años trabajando en la zona de
exclusión, lo cual, le decimos entre bromas, nos tranquiliza. Si él está bien
significa que tenemos alguna posibilidad de salir indemnes de este paseo
nuclear. Él es uno de los 4.000 obreros que trabajan, en turnos de 15 días
seguidos, en esta área restringida. La mayor parte son operarios que están
desmantelando la central nuclear, pero también hay científicos y especialistas
que miden la radiación en todos los rincones en un radio de 30 kilómetros . La
precipitación radiactiva no se distribuyó de manera uniforme. Los vientos y las
lluvias movieron los isótopos de un lado a otro y muchos acabaron en los
acuíferos, drenándose hasta el río Prípiat. Gran parte del combustible nuclear
que se extrajo del reactor durante los primeros días fue enterrado en fosas
improvisadas por toda la zona de exclusión. Se han encontrado e inventariado
unos 400 pozos radiactivos que están siendo vaciados, pero todavía quedan por
hallar otros 500 que siguen filtrando radiactividad al subsuelo.
Las máscaras de gas
Eso explica que, por ejemplo, en Prípiat, en la ciudad
fantasma, pases en apenas dos metros de estar seguro a estar muerto. De medir
una radiación soportable a que el dosímetro se vuelva loco. De estar a 12
microrroentgen, normal, a subir a 4.100, mortal. “Los que trabajamos aquí
tenemos que seguir una serie de normas de seguridad como, por ejemplo, no comer
setas locales, no pescar en el río ni cazar, no hacer deporte en el exterior y,
sobre todo, no quedarnos en los lugares que sabemos que no son seguros”, cuenta
Yuri mientras damos un paseo. Prípiat es una idea fantasmagórica de lo que
queda tras un accidente nuclear o de cómo sería el mundo para los que
sobrevivieran a una guerra atómica.
La ciudad entera está llena de iconografía soviética y de
restos del viejo esplendor bolchevique, porque todo se quedó igual que estaba
en 1986. Aquí vivían 50.000 personas, pero se puede ir andando a casi todos los
sitios. Y en nuestro paseo vemos algunas cosas que no concuerdan. Como el reloj
central de la plaza, sospechosamente parado a la 1.24, la hora de la explosión
del reactor nuclear. No hubo onda expansiva, así que el mecanismo de los
relojes no pudo pararse por efecto de la explosión. A Prípiat la muerte llegó
lenta, de noche, por el aire, en forma de invisibles partículas radiactivas. Si
el reloj se detuvo fue más tarde y por falta de mantenimiento, y luego alguien
decidió poner sus agujas a esa hora. Porque queda bonito, o porque da más
miedo. Las mismas preguntas le hago a Yuri y al coronel Aleksej sobre las
famosas máscaras de gas de la escuela número tres. Las que todo el mundo
fotografía y a las que se conoce como “morros de cerdo”. No dio tiempo a
utilizarlas porque los críos fueron evacuados enseguida, así que quizá fueron
colocadas por algún fotógrafo sin escrúpulos que buscaba una imagen icónica de
Chernóbil. “Probablemente fueron ladrones que querían el cobre de los filtros
de gas. Eran los tiempos de la guerra fría. Todas las escuelas tenían almacenes
con máscaras”, me aclara el coronel.
El accidente de Chernóbil no fue técnicamente una explosión
nuclear, sino una explosión del vapor acumulado dentro del núcleo por una
sucesión de negligencias y fallos de diseño. Cuando el reactor reventó, quedó
expuesto al aire y de su interior escapó, se calcula, el 3,5 % del material
radiactivo. Es decir, que todavía queda dentro casi el 95 % del combustible
nuclear, lo que da una idea de la magnitud del desastre producido y del
desastre evitado. Los isótopos de yodo 131, los que se alojan en la glándula
tiroides, el que provocó tantos cánceres, comenzaron a evaporarse a los ocho
días del accidente. Dentro de unos cinco años se disiparán los de estroncio 90
y cesio 137, tremendamente contaminantes y que están por todo Prípiat. Pero el
plutonio 239, la principal amenaza que escapó del reactor número cuatro, ese no
se irá hasta dentro de 24.000 años. ¡Imagínense dónde estaba la humanidad hace
todo ese tiempo!
¿Qué hay en el reacor?
“En Chernóbil todo es radiactivo. Todos los equipos, todos
los edificios, todas las máquinas, todo lo que tienes a tu alrededor, todo,
está contaminado
Y no solo hablo de radiación superficial, estoy hablando de
la radiación permanente provocada por el accidente”. Valery Seyda es el
director general adjunto de la central atómica de Chernóbil y el hombre
encargado de desmantelarla. Nos recibe en la gigantesca sala de turbinas del
reactor número dos. La central está parada desde el año 2000. Pero eso, en
terminología nuclear, significa que hay que mantener la refrigeración de los
reactores, extraer su combustible, almacenarlo de manera segura, proceder a
descontaminar y, después, a desmontar. El apagón completo será en 2022, la
radiación que impregna todos los rincones no bajará hasta 2045 y su
desmantelamiento completo se ha fijado, más o menos, en 2065. Dentro de 50
años. “Sí, yo entonces tendré 100 años”, ríe el subdirector de Chernóbil.
Valery defiende la industria nuclear porque, insiste, es mucho más segura que
otras. Le hago notar que estamos a 100 metros del reactor que explotó y que a
punto estuvo de devastar media Europa, y dice que tengo razón y que sabe que su
opinión es difícil de entender, pero que solo hay accidentes nucleares cada 30
años y que además, después, siempre se aplican nuevos protocolos de seguridad.
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La sala de control de la central requiere, todavía hoy, de atenciones. Foto: Alfonso Cortés-Cavanillas |
La gran pregunta es saber qué hay dentro del núcleo que
explotó. Qué queda allí. Qué es tan peligroso que ha habido que enterrarlo y
sellarlo porque es ingobernable. Valery cuenta que, después de la explosión, el
combustible del reactor se fundió con el metal, el cromo, el cableado, el
cemento, el boro, todo lo que allí había y todo lo que se echó encima para
taparlo, creando un magma que sigue activo: “Es un nuevo material, es algo
nuevo, desde el momento en que se fundió se convirtió en algo diferente.
Mutó…”.
A esa masa incandescente, ese corium como le llaman algunos
científicos, ese elemento nuevo que sigue ahí dentro del reactor, latente, le
llaman la materia de los seis extremos: extremadamente potente, extremadamente
caliente, extremadamente densa, extremadamente corrosiva, extremadamente tóxica
y extremadamente radiactiva. Valery reconoce que, aunque llevan 26 años
estudiándolo, midiendo su temperatura, la humedad, la densidad, su
concentración de gases, el nivel de rayos gamma y beta, no tienen ni idea de
cómo evolucionará. Es como un monstruo incubándose dentro de un enorme
sarcófago de cemento construido a marchas forzadas por todos aquellos
liquidadores. El sellado del ataúd de hormigón se está resquebrajando, así que
se está construyendo uno nuevo, mucho más grande, y que pretende enterrar el
magma nuclear durante otros 100 años. “Realmente estamos postergando la
decisión de qué se hace con el reactor número cuatro, aplazando la solución
hasta que se desarrolle un nueva técnica, una nueva fórmula para tratar ese
magma nuclear, algún tipo de contenedor, no sé, algo”. Y lo dice el director
general adjunto de la central nuclear de Chernóbil, el hombre encargado de
desmantelar la instalación, el responsable de que eso que sigue ahí dentro siga
ahí dentro. Asusta…
El documental ‘La ciudad del fin del mundo’ se emitió en
Canal+ el 23 de enero.
Los alrededores de Chernóbil nunca serán aptos para el ser
humano
La conferencia sobre la catástrofe destaca que, a pesar de los riesgos de las nucleares, hay que convivir con ellas.
La energía atómica es peligrosa y su explotación está
plagada de incertidumbres, según las intervenciones realizadas este jueves en
una conferencia internacional con motivo del 25 aniversario de Chernóbil. No
obstante, ninguno de los ponentes en el pleno del evento, celebrado en Kiev,
puso en cuestión el futuro de la energía nuclear, pese a las graves secuelas
del accidente en aquella central nuclear, el peor en la historia del átomo
civil. Superar esas secuelas llevará siglos.
A raíz del aniversario, Ucrania difundió un nuevo atlas
actualizado de las zonas contaminadas por las fugas radioactivas de Chernóbil
tras la explosión en el cuarto reactor en la madrugada del 26 de abril de 1986.
Este valioso documento registra una intensa contaminación del suelo en torno a
Chernóbil con cesio-137, estroncio-90, y plutonio 238, 239 y 240, y pronostica
también el nivel de contaminación con americio para el año 2056. En esa fecha
precisamente la concentración de americio-241 "alcanzará su máximo
valor", a consecuencia de la desintegración del plutonio-241, señala el
atlas.
La zona de exclusión y la zona de total reasentamiento en
torno a Chernóbil "nunca" serán aptas para vivir en ellas, según
Mykola Proskura, vicejefe del departamento encargado de administrar los
territorios contaminados. Proskura aclaró que el territorio en cuestión tiene
un total de 2600
kilómetros y "en el mejor de los casos se podrá
reducir a 2000
kilómetros cuadrados, aunque eso será en el futuro
lejano". El funcionario precisó que "entre 1500 y 2000 kilometros
cuadrados nunca serán aptos para vivir" porque "hay isótopos
radiactivos con un periodo de desintegración de 24.000 años y debido al cesio y
al estroncio habrá que esperar por lo menos 300 años". La zona puede tener
un uso limitado para la economía, opinó, mediante "alguna explotación
limpia y que exija poco personal, como la producción de energía eólica".
El atlas divulgado se limita al territorio de Ucrania y no da datos ni de
Bielorrusia ni de Rusia, los otros Estados que, como parte de la URSS , fueron especialmente
afectados por la catástrofe.
Pese al carácter común de la desgracia, desde la
desintegración de la URSS
en 1991, los tres países eslavos tiene sus propios enfoques y registros de
afectados. La fragmentación afecta negativamente las investigaciones sobre las
consecuencias del accidente, en opinión de fuentes médicas occidentales
asistentes a la conferencia. Bielorrusia y Rusia están formando de nuevo un
registro común, pero Ucrania tiene poco interés en participar en la empresa.
"Kiev tiende a exagerar sus datos; Minsk a minimizarlos y a hacer como si
todo estuviera superado, y unos y otros defienden la financiación de proyectos
fragmentarios y sin establecer un riguroso orden de prioridades de interés
común global", afirmaban las fuentes. Ucrania y Bielorrusia dedican a
Chernóbil del orden del 6 % de su presupuesto estatal anual, según Jerzy Osiatynski,
del Organismo Internacional de Energía Atómica.
Existe una "evidencia clara" del aumento del
número de cáncer de tiroides por exposición infantil a la radiación de yodo
131, según Ausrele Kesminiene, de la Agencia Internacional
para la Investigación
del Cáncer, dependiente de la Organización Mundial de la Salud. Kesminiere
explicó que existe también pruebas de un aumento de casos de leucemia por
exposición en el útero materno y un aumento de casos de cáncer de mama. La
científica, sin embargo, se negó a relacionar estos aumentos con el accidente y
a sacar conclusiones cuantitativas sobre el impacto concreto en la salud de la
población afectada. "Hay que ver cómo protegerse, ya que el desarrollo de
la energía nuclear continuará", dijo.
Los estudios científicos, que ahora responden a un
"caótico sistema de financiación", deben concentrarse en los datos
realmente importantes. "Hay estudios que plantean más preguntas que
respuestas. No podemos darnos estos lujos. debemos pensar que nuestros recursos
son limitados. Chernóbil no es un caso particular, sino un tema de salud
pública y debe haber un mecanismo específico para investigarlo", dijo
Kesminiene. En su opinión, la UE
debería tomar la iniciativa de coordinar investigaciones tales como una
supervisión de por vida de un contingente de liquidadores.
"No podría contestar a la pregunta sobre cuanta gente
ha muerto a causa de Chernóbil, porque todas las cifras son estimaciones y
están basadas en datos diferentes", señaló Kesminiene. "Además, no
hay que separar la radiación de otros factores, como el stress, la calidad
alimenticia, las poblaciones obligadas a abandonar sus hogares. Por todo ello
es posible decir que la salud de millones de personas ha sufrido a causa de
Chernóbil", dijo. La científica lamentó la falta de cooperación de
Bielorrusia en estudios conjuntos. Un proyecto de la UE sobre la incidencia del
accidente en el aumento del número de cánceres de mama no pudo llegar a
realizarse, porque Minsk prohibió la exportación de muestras biológicas, explicó.
Viacheslav Shestopálov, director de un centro científico y
de ingeniería, manifestó que las dosis de baja radiación deterioran la
elasticidad de los nervios y la memoria y señaló que los animales residentes en
Chernóbil no están a salvo de las mutaciones. Afirmó también que las
golondrinas de la zona de Chernóbil tienen 28 % de posibilidades de llegar a la
próxima estación, mientras que las golondrinas de zonas no contaminadas tienen
un 40 % y las de España, un 45 %.La nube radioactiva de Chernóbil se extendió por
toda Europa incluido el sur de Francia, pero se paró en los Pirineos y no llegó
a afectar el territorio español.
Por su parte, Dmitri Bazika, vicedirector del Centro de
Medicina Radiológica, dijo que, según los pronósticos rusos, los casos de cáncer
a causa de Chernóbil debían aumentar entre el 3 % y el 3,5 %, y según los
pronósticos ucranianos, del 8 % al 11 %. Los datos sobre el efecto de las dosis
de baja intensidad en el cerebro no están probados, señaló. "Los japoneses
seguían descubriendo efectos de la radiación 65 años después de Hiroshima, y
nosotros seguiremos encontrándolos, 65 años después de Chernóbil"
sentenció.
"En las actuales condiciones, el sarcófago del cuarto reactor
puede durar entre 15 y 20 años", dijo Volodymir Jolosha, jefe del
departamento estatal encargado de administrar las zonas contaminadas. El arco
que debe proteger el sarcófago está pensado para una duración de cien años. El
arco-refugio es una construcción de ingeniería, en fase de realización, que se
deslizará sobre el actual sarcófago y que será financiado con los fondos
recogido por los donantes el pasado lunes. Por su parte, Ihor Hramotkin, director
de la central de Chernobil dijo que el 60 % del espacio de la central había sido
investigado, pero que no se podía penetrar en el resto de las dependencias y
por lo tanto la información sobre esos espacios era inaccesibles.
NOTA DE ARCHIVO DEL DIARIO EL PAÍS DEL 29 DE ABRIL DE 1986
Las víctimas del accidente nuclear de Chernobil
"reciben ayuda", según la nota oficial de la URSS
La agencia Tass informa por primera vez de un suceso de este
tipo.
La nota, que fue leída en el noticiario nocturno de la
televisión, informaba que en la central electronuclear de Chernobil había
ocurrido un accidente, en el que resultó dañado tino de los reactores;
atómicos. Unos minutos más tarde la agencia oficial, que informa por primera vez
de un suceso de este tipo, hacía una relación de accidentes nucleares ocurridos
en Estados Unidos, entre ellos el de Harrisburg, y afirmaba que el accidente de
Chernobil es el primero en la
URSS. Tass no indicaba ni la magnitud del hecho ni el estado
de las víctimas, ni su número. Tampoco se daban detalles sobre las medidas
concretas adorpadas.
La alarma se dio ayer por la mañana en los países nórdicos.
Un trabajador pasó un control a la entrada de la central nuclear de Forsmark,
al norte de Estocolmo, y se detectó que su ropa tenía "una concentración
alta" de radiactividad, según un portavoz de la planta. En Suecia se creyó
que se había producido una fuga en esta central, cuyos 600 trabajadores fueron
evacuados. El mismo portavoz indicó que el incremento de la radiactividad se
midió "en tierra y sobre los árboles" en un radio de cuatro
kilómetros de la central. Según la inspección atómica estatal sueca, la
radiactividad pudo "llegar arrastrada" por el viento.
En Finlandia y Dinamarca
Los más altos niveles de radiación fueron medidos en Finlandia
y Dinamarca, donde se multiplicó por seis y por cinco, respectivamente, la
considerada radiación normal. También se detectó un incremento de la
radiactividad en Oslo y Estocolmo, si bien en la capital noruega no llegó a
doblarse el índice considerado como de seguridad.
"Está claro que viene del Este, lo que explica por qué
la contaminación es mayor en Dinamarca que en Noruega", manifestaron
fuentes del centro de estudios nucleares danés de Risoe, donde se consideró que
esta "alta contaminación" en la hierba en forma de yodo radiactivo y
otros isótopos (...) carece de peligro".
La central nuclear de Chernobil tiene cuatro reactores del
tipo LWGR (Light-Water Cooled Graphite Modeate Reactor), es decir, que utilizan
grafito refrigerado por medio de agua ligera Chernobil, que comenzó a ser
explotada en 1978, había sido planeada para una capacidad de 4.000 megavatios
que fue alcanzada en 1984 y, según informaban las emisoras de Kiev y Moscú el
pasado febrero, iba a mantener un alto ritmo de desarrollo. La potencia total
del parque de centrales nucleares de la
URSS supera los 28.000 megavatios.
Según medios occidentales, se han producido varias
catástrofes, la más grave de ellas a finales de los años cincuenta en la ciudad
de Kishtim, en los Urales. Según los servicios de información norteamericanos,
en este siniestro, registrado en mayo de 1958, "se produjeron millares de
muertos y quedó convertida en una desierto una superficie de 15.000 hectáreas ".
"Los reactores soviéticos son seguros en la misma
medida que los demás, pero la
URSS no invierte tanto como los países occidentales en la
construcción civil del reactor, donde trata de abaratar los costes",
señalaba a la corresponsal de este periódico en Moscú antes del accidente un
experto en energía nuclear que conoce bien la situación en la URSS. El programa nuclear
soviético, con una treintena de centrales, tiene reactores instalados en las
cercanías de ciudades con objeto de proporcionar calefacción a las mismas.
Fuente:
Fuente:
Entramos en el abismo nuclear de Prípiat, 26/01/13, El País.
Los alrededores de Chernóbil nunca serán aptos para el ser humano, 26/01/13, El País.
Las víctimas del accidente nuclear de Chernobil "reciben ayuda", según la nota oficial de la URSS, 26/01/13, El País.
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