por Lucas Viano
Mirta Antonelli, especialista en sociosemiótica, asegura que
las empresas transnacionales cooptan, intimidan y desprestigian a vecinos,
referentes sociales y funcionarios para lograr sus objetivos.
Al daño ambiental que se le adjudica a la megaminería, Mirta
Antonelli suma el daño que las empresas transnacionales provocan a las
instituciones en los territorios donde se instalan. Antonelli es investigadora
de la Facultad
de Filosofía de la
Universidad Nacional de Córdoba, especializada en
sociosemiótica.
“El discurso de estas empresas está montado sobre una gran
estigmatización y descalificación de pobladores, académicos y referentes
sociales que hace años que están diciendo que este modelo no es sustentable por
definición, porque la escala de la megaminería es insustentable”, dice.
Esa desigualdad se acentúa por el apoyo del Estado, que
definió la megaminería como plan estratégico. Entiende que la salida es
discutir una nueva política minera que elimine las normativas impuestas en la
década de 1990.
- ¿Cómo surgen las asambleas de vecinos en contra de la
megaminería si Argentina no tiene tradición minera?
- El emergente de lucha contra la megaminería es Esquel. En
2003, los vecinos de esta ciudad lograron por medio de un plebiscito impedir
que se instalara un emprendimiento minero. Pero Esquel aprende mucho de
Catamarca, donde ya había asambleas. A su vez, Esquel estaba felizmente
impactada por el primer gran “no” a la minería en América latina que es Tambo
Grande en Perú, en 2001. Así como el modelo extractivo es transnacional y su
modus operandi se despliega en todos los países de la región, también las
resistencias se comunican entre ellas y comparten experiencias.
- El reclamo de Esquel se nacionalizó, pero después hubo un
silencio sobre la megaminería. ¿Por qué?
- En 2005 hubo una gran acción colectiva y ciudadana en San
Juan para impedir la instalación de la mina Veladero. Pero por un conjunto de
condiciones políticas, institucionales y mediáticas de San Juan, la protesta
quedó reducida al territorio. Además, en 2006, el gran emergente en el discurso
público sobre temas ambientales fue Gualeguaychú, que eclipsó los conflictos
mineros. San Juan siguió peleando en la asamblea y en otros espacios. Pero el clima
se enrareció. La
Universidad de San Juan fue cooptada y muchos académicos se
tuvieron que ir. También periodistas. Tampoco se sabe que hay un desaparecido
en democracia en San Juan.
- ¿Esquel fue el único sitio donde se le pudo decir que no a
la megaminería?
- Los tratados internacionales dicen que las megamineras no
pueden instalarse si no es con el permiso de las comunidades afectadas, que
deben ser debidamente informadas sobre el proyecto. Esto implica hacer un
plebiscito. Pero no se respeta nada de esto. La megaminería corroe las
instituciones. En San Juan, ninguna de las solicitudes de los pobladores de
Jáchal, Calingasta o Iglesias fue respondida favorablemente, por lo que las
comunidades nunca pudieron pronunciar su rechazo a la megaminería.
El resurgir de un discurso
- ¿Qué circunstancias se dieron ahora para que se visibilice
el problema minero?
- Podríamos hacer una cronología sobre qué acontecimientos
impactaron. Por ejemplo, la discusión en 2009 dentro de las universidades sobre
los fondos de la mina La
Alumbrera. Y en el marco de una acción en la Justicia contra el
gerente de esta mina, Julián Patricio Rooney, por daños graves contra la salud
pública por contaminación, quien también tiene causas por evasión fiscal y
contrabando de minerales. También hubo una enorme proliferación de estudios
sobre esta problemática, no sólo en la región, sino en países centrales.
- ¿Algún ejemplo?
- En 2010, la Comunidad Europea debatió el tema y su Parlamento
prohibió la megaminería con cianuro. Pero esa ley también se refiere a procesos
de contaminación ya ocurridos, a la imperiosa necesidad de cuidar los reservorios
de agua, a contribuir a proteger la biodiversidad, y habla de la mala praxis de
estas empresas y el incumplimiento de normas ambientales y laborales.
- ¿Hay una alternativa a este modelo para la minería en
Argentina?
- Falta un gran debate en el país para definir qué tipo de
minería, a qué escala, dónde y para qué modelo de país; es decir, con qué
proceso de industrialización y para abastecer qué necesidades. Nunca se dio
este debate porque el marco normativo se impuso en la década de 1990. La
megaminería responde al mercado y al sistema financiero, que no tienen límites.
No es un parámetro para elaborar una política pública porque el mercado se basa
en la acumulación por desapropiación de bienes no renovables.
- ¿Hay algún signo de que ese debate pueda darse ahora?
- Hasta ahora, la única respuesta que hemos tenido es
represión. Y la represión la ejecutan los gobiernos, que también han mantenido
las leyes de la década de 1990 e incluso las han jerarquizado. A partir de
2004, la megaminería se convierte en un plan estratégico nacional, lo cual
implica que todo el aparato del Estado está al servicio de estos proyectos.
- ¿Qué consecuencias se imagina si continúa este modelo?
- No hace falta imaginar qué puede pasar en Argentina, sólo
hay que ver lo que ocurre en Perú. Hace 20 años que tienen megaminería y es un
país devastado. Hay ciudades declarada invivibles en las regiones de Apurímac,
Pasco, Morococha, La Oroya
y Choropampa. En 2009, el Congreso de Perú declaró de interés público el
traslado de tres ciudades. Perú ya tiene contaminadas las aguas y le queda muy
poca. La megaminería se queda con toda el agua. En el sector minero, ya en 2006
el agua aparecía como “recurso minero escaso”.
Fuente:
- La Voz del Interior, 11/03/12, "La megaminería corroe las instituciones", por Lucas Viano. Consultado 11/03/12.
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