La red cordobesa
es inmensa: hay más de 25 mil tapas en la ciudad. El promedio de 35
desbordes diarios representa poco más del uno por mil, dicen desde
la Municipalidad.
por Ary
Garbovetzky
La ciudad vive al
borde de un infarto masivo cloacal: las cañerías de la red son como
las arterias de un cuerpo atacado severamente por el colesterol. Y
por el mismo agente: las grasas solidificadas.
Los trabajadores
de Redes Sanitarias de la Municipalidad de Córdoba advierten de que
hay 700 calles que están al borde del colapso y que cada día con
menos de cinco grados de mínima se preparan para tener que operar
como en una guardia coronaria.
La red cordobesa
es inmensa: hay más de 25 mil tapas en la ciudad. El promedio de 35
desbordes diarios representa poco más del uno por mil, dicen desde
la Municipalidad.
Pero es un
promedio. Una mañana templada se reciben 11 reclamos por desbordes,
pero el miércoles pasado, con mucho frío, fueron 46. ¿Por qué un
día helado hace estallar las cloacas? La explicación se puede
sintetizar en la honestísima expresión del director de Redes
Sanitarias, Daniel Bardagi, a un grupo de vecinalistas reunidos en
barrio Alberdi: “Porque los cordobeses somos unos cochinos”.
Van a parar a la
red, coinciden funcionarios y empleados, desde escombros y animales
muertos que se meten por tapas abiertas a la fuerza hasta restos de
abortos clandestinos y toallitas femeninas por el inodoro.
Estos elementos
se suman a los abundantes restos de comida y aceites de viviendas y
de locales gastronómicos que se tiran a las cloacas, y que con las
bajas temperaturas se convierten en desechos sólidos. Todo esto
termina adhiriéndose a las paredes de las tuberías y provoca el
mismo efecto que una hipertensión arterial extrema.
“Cada vez
cuesta más solucionar un desborde. Antes nos llevaba entre cinco y
ocho minutos, y ahora no menos de 12”, cuenta un experimentado
trabajador de Redes.
En la esquina de
Olmos y Chacabuco, la grasa tapó por completo la cámara de
inspección. A pocos metros, hay un conocido restaurante que luego
del hallazgo fue intimado a colocar una cámara de retención de
grasas.
Aunque es un
requisito para la habilitación de un local gastronómico, muchos
negocios con antigüedad aún no lo tienen y se sospecha que vuelcan
sus restos a la red cloacal.
Bardagi explica
que la red está preparada para recibir la densidad de la excreta
humana: 0,5 sólido y 99,5 líquido. Hay sectores con 10 por ciento
de sólidos. Lo que va a parar a la red, incluso, es una de las
explicaciones de la falta de eficiencia de la planta de Bajo Grande y
una complicación para su futura ampliación, porque recibe niveles
de contaminación que están muy por encima de lo que puede tratar.
La mediana edad
en las cañerías, como en los humanos, es la que más riesgo
presenta de infarto. Los tubos ubicados en el segundo anillo que
bordea el Centro -Alberdi, Güemes, Cofico y Juniors, entre otros-
son de hormigón simple, tienen unos 50 años de antigüedad, están
siendo carcomidos por el gas y se parten.
En el Centro
quedan los caños de barro cocido -de 80 a 90 años-, que están
integrados al suelo y presentan riesgos de filtraciones, pero no son
una urgencia, debido a los aliviadores nuevos. Y en el tercer anillo,
el más joven, hay PVC.
Lo que se puede
hacer es desobstruir: hacerle angioplastias a la red. Hacen falta,
hoy, 150 intervenciones urgentes. La Municipalidad tiene un equipo y
compró otro para hacerlo. Pero necesita dejar de correr contra la
urgencia, bajar a menos de 20 desbordes diarios, y tener tiempo para
prevenir, que es lo importante.
Fuente:
Ary Garbovetzky, Una ciudad al borde de un infarto cloacal, 01/07/18, La Voz del Interior.
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