En la ciudad que
puede convertirse en zona cero de la catástrofe unos creen que
perderán sus casas, otros rebuscan comida y otros brindan como en el
Titanic.
por Pablo de Llano
Si el Vesubio
sepultó Pompeya bajo lava hace 2.000 años, este domingo ha
comenzado a desatarse la tormenta que podría sumergir el borde
costero de Naples, Florida (Estados Unidos), bajo el mar, convirtiéndola así
en la zona cero de devastación al paso del poderoso huracán Irma.
Es difícil
asumir, concebir la verosimilitud del peor de los escenarios que
pintan los meteorólogos para este domingo y para el lunes en la
costa suroeste de Florida: que la tormenta haga crecer tanto el mar
que lo meta ciudad adentro sumergiendo por completo casas bajas. El
agua podría subir hasta cinco metros y dejar los tejados bajo el
mar.
Peter Akey, de 64
años, bronceado, pelo revuelto color plata, tiene su casa en la
playa de Naples desde hace 40 años y dice que, pese a que tiene
seguro a todo riesgo, "esa casa vale más que cualquier
indemnización millonaria. Yo soy esa casa, muchacho". Tiene
aspecto de viejo surfero que abofetearía a un tiburón antes que
perder su tabla.
En Estados Unidos siempre
se debe sonreír. Y el alcalde Bill Barnett, un regidor de tercera
edad para una ciudad que acoge el retiro dorado de miles de jubilados
norteamericanos, sonríe a quien se encuentra a pesar de que luce
agotado con ese destartalado chubasquero amarillo, y repite: "Espero
que todo el mundo esté bien y que superemos este huracán". Y
Naples, de alguna manera, saldrá adelante. Y tal vez fuerte. ¿Pero
unidos?
Mirando por la
ventana a primera hora de la mañana, cuando el vórtice del huracán
todavía está a cientos de kilómetros al sur y las palmeras ya
están tumbándose; y el agua jarreando furiosa; y la tele por cable
sin señal; y el sistema eléctrico colapsando la transmisión un
segundo a cada rato; y el cielo entero gris como si al dios de
América lo hubiesen dejado desde junio sin prozac. Viendo esta
panorama, en el que choca leer en en el Naples Daily News que las
autoridades acaban de ordenar a policía y bomberos regresar por
seguridad a sus bases y girar la cabeza. Y ver en el aparcamiento del
hotel a un huésped sacando a su perrito a hacer caca en la antesala
del infierno. Viviendo las últimas horas antes del golpe, se sabe
que: unidos, no.
Ante Irma -o
ante la vida- Florida se divide entre los que tienen ventanas
antiimpacto y los que no las tienen. Los amigos que han dado refugio
este fin de semana de terror a Regla Pino en su casa de Naples son de
los segundos. Tampoco han podido tapar los delgados ventanales de
entrada de la vivienda porque, buscados a última hora, hasta los
tablones escasean. Su situación se vuelve todavía más preocupante
por los árboles cortados hace días en la finca de enfrente y
abandonados en el arcén. Nadie ha movido un dedo para recogerlos y
sus troncos apuntan en batería hacia la casa de sus amigos, como
alistados para que el súper tifón los propulse como cohetes
vegetales.
Además, Regla
Pino, de 60 años, pertenece a otra subescala de la vulnerabilidad.
La de los que no tienen casas sólidas sino habitáculos
prefabricados. "Yo vivo en una casa traila", dijo, "y
me hicieron salir de ella. Vine aquí, aunque tampoco hay mucha
seguridad". Define su tipo de vivienda como tráiler, no porque
sean casas móviles sino porque son preparadas en fábricas y
trasladadas después a lugares donde las dejan fijas. Aunque fijas es
mucho decir. El sábado por la tarde, Regla regresó un momento a su
casa, adornada por una solitaria palmera que empezaba a abanearse, la
miró desde fuera y dijo: "Lo que me da miedo es que se vaya
volando". Sacó el móvil y le hizo fotos como quien quiere
asegurarse de poder recordar algo que va a perder.
En la casa de al
lado, un hombre de unos 60 años con una camiseta de los Caballeros
Templarios sacó la cabeza y narró que no había hecho "nada"
para proteger su casa del huracán. Una mujer más joven apareció a
su espalda sonriendo. De la vivienda prefabricada salía un potente
olor a marihuana. Un colocón antes de huir.
El huracán Irma,
con sus vientos rondando los 200 kilómetros por hora y sus posibles
inundaciones de hasta más de cuatro metros de alto en los bordes
costeros de puntos del suroeste de Florida como Naples, ha llegado
este domingo con toda su fiereza y Regla Pino no sabrá si seguirá
teniendo casa hasta que el leviatán haya pasado y pueda volver.
Esta inmigrante
cubana trabaja en un supermercado por ocho dólares la hora, vive
sola y tiene un hijo al norte de Florida. Tuvo tres, pero el mayor
murió en Cuba, y el mediano se mató en un accidente de tráfico
hace un año, poco después de llegar desde la isla tras años de
aguardarlo su madre. "Tanto esperé y cuando llegó, me duró
poco", se lamenta.
Regla Pino cuenta
que llegó a Estados Unidos hace 12 años después de haberse ido de
Cuba en una lancha de zinc y madera hasta México. Dice que uno de
los que iba dentro se volvió loco y se tiró por la borda. "Hubo
una tormenta y el chiquito se enfermó de los nervios. Empezamos a
gritarle pero no lo pudimos salvar". Los relatos de los balseros
siempre suenan tan inverosímiles como inhumanas deben de ser las
experiencias de aquellos que han padecido esa ruta, la misma que
remontó Irma esta madrugada, las célebres 90 millas que separan la
Florida capitalista de la Cuba comunista, unidas este 10 de
septiembre de 2017. Al menos en la desgracia.
En el frigorífico
de su casa, Regla tiene un imán de colores que pone La Habana y
encima las fotos de sus hijos muertos, una figura de San Judas y otra
de la Caridad del Cobre. La vivienda tiene una sala y tres
habitaciones, todo precario pero amplio para ella sola. Los
materiales son de pésima calidad. Es una chabola de país
ultradesarrollado. "Me costó 50.000 pesos hace seis años. Todo
lo que tenía", dijo Regla, que como acostumbran los cubanos le
llama al dólar como le da la gana.
Así que recorrió
su casa; su casa arreglada, digna, con televisor grande, con un
simpático cuadro en la sala de cinco palmeras, dos grandes y tres
menores como una familia, con pegatinas de monstruitos y de palabras
bonitas -peace, love- en la puerta del cuarto donde duerme su
nieta cuando va de visita, y dijo: "Hay que irse".
Regla Pino salió
de su casa traila y cerró con llave. No llevaba "ni un dólar
encima", aseguró, y no tiene ninguna cuenta en un banco. La
ropa ya se la había llevado antes a casa de sus amigos. Ahora vestía
una malla oscura de flores, unos pendientes dorados y un bolso negro.
"Si me quedo sin casa, a ver si el Gobierno me da algo",
pensó.
En la calle del
barrio trabajador de Goldengate dos hondureños en bicicleta buscan
nerviosos comida enlatada. "Ya se están yendo todos, y nosotros
qué", dijo Carlos Canales, de 41 años, junto a su amigo tocado
con una gorra de los súper héroes de Marvel, Daniel Castellano, de
19, que al modo heroico de los centroamericanos, menos taquillero que
el de Superman pero verdadero, llegó hace dos años a lomos de ese
tren pasto de saqueadores, violadores, proxenetas y asesinos de toda
laya conocido en México como La Bestia. "Aguanté hambre,
desvelos y gangas [pandillas], pero no sé, quién sabe si puede que
este huracán sea hasta más tremendo que aquello", dijo.
Anoche en el
hotel, un amigable matrimonio de jubilados de Boston que viven en
Naples, se pimplaban una botella de vino chileno peléon en el salón
del vestíbulo. En su dulce retiro de Naples tienen una casa
"manufacturada" en un muelle con un pequeño bote. Ante la
amenaza de inundaciones costeras apocalípticas, se han hospedado
aquí.
"A ver si el
de arriba se levanta por la mañana y decide salvar mi botecito del
ojo del huracán", bromeó John Flaherty. El sábado temprano
salieron de casa aprisa y se trajeron lo que consideraron "básico".
"Unas chanclas, mi esmoquin y suficiente vino para sobrevivir al
peor huracán de la historia", dijo él. Brindaron, sonrieron,
se fueron juntos a dormir y una reportera que consultaba en su
teléfono velocidades de vientos huracanados, posibles radios de
devastación y dirigía mientras cenaba ñoquis de lata la cobertura
de redes sociales de un medio nacional, levanto la vista y dijo: "Qué
tierno".
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Fuente:
Pablo de Llano, Naples, el día del apocalipsis, 10/09/17, El Páís. Consultado 10/09/17.
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