Los científicos
prevén olas de calor cada más vez más largas e intensas.
por Guillermo Altares
La persistencia
de olas de calor en un planeta que se está recalentando cada año
plantea un futuro que pone los pelos de punta si no se toman medidas
y un presente cada vez más inquietante. Esta semana, la Organización
Meteorológica Mundial (WMO), un organismo dependiente de la ONU,
advirtió de que diferentes países del hemisferio occidental habían
experimentado en mayo y junio temperaturas extremas e inusuales olas
de calor. Desde Portugal, que ha sufrido incendios letales con las
llamas atizadas por el calor, y España, que ha vivido la primavera más caliente desde que hay registros, hasta Pakistán, Marruecos,
Emiratos Árabes Unidos o el suroeste de Estados Unidos, donde
tuvieron que suspenderse vuelos porque los aviones no podían
despegar por las elevadas temperaturas, la mitad del planeta ha
sufrido una intensa ola de calor antes de la llegada del verano.
Un dato puede
servir para resumir la situación: en la ciudad paquistaní de Turbat
el termómetro alcanzó los 53,5 grados el 28 de mayo, la mayor
temperatura jamás registrada en un mes de mayo y tal vez la mayor
registrada en la historia en Asia (en realidad, del mundo fuera de un
desierto, si se excluyen los 56,6 grados alcanzados en el Valle de la
Muerte en 1913 y una temperatura similar en el Sáhara). Compite con
los 54 grados experimentados en Kuwait en 2016. En California, Nevada
y Arizona se batieron ocho records de temperatura que, a su vez, ya
se habían batido en 2016. En Phoenix (Arizona), donde se
suspendieron vuelos por el calor, se alcanzaron el 19 de junio 47,8
grados. De los 11.059 días en los que existen registros, esa
temperatura sólo se ha marcado 15 veces.
"Los veranos
son más cálidos cada año, sin embargo el calor extremo sigue
siendo raro", explica Ed Hawkings, investigador en Clima del
Departamento de Meteorología de la Universidad de Reading. "Pero
esos acontecimientos extremos, que representan un riesgo para la vida
humana, se están haciendo cada vez más frecuentes". Ricardo
Francisco García Herrera, experto en variabilidad del sistema
climático del Instituto de Geociencias de la Facultad de Ciencias
Físicas de la Complutense, explica que en España desde 1980 los
veranos son cada año un día más largos. "Eso está haciendo
que aumente el promedio de las temperaturas de junio, en un intervalo
de 0,5-1,2 grados por década", señala.
La Organización
Meteorológica Mundial publicó en noviembre un análisis del clima global entre 2011 y 2015 -los años más cálidos de los que se tiene
constancia, a los que habría que sumar el propio 2016-, en el que
hacía una relación de los desastres directamente relacionados con
el aumento de las temperaturas, provocado por el cambio climático:
sequía en el este y el sur de África entre 2010 y 2015,
inundaciones en el sureste asiático en 2011, olas de calor en India
y Pakistán o el Huracán Sandy en América en 2012. "Los
meteorólogos se toman muy en serio las olas de calor y los problemas
de salud que plantean", explica Clare Nullis, una portavoz de la
WMO.
Un estudio de la Universidad de Hawai, publicado esta semana por la revista Nature
Climate Change, encontró 783 casos de aumento de la mortalidad
relacionados con olas de calor en 164 ciudades de 36 países, entre
1980 y 2014. El trabajo, dirigido por el científico colombiano
Camilo Mora, concluía que un 30 % de la población mundial se expone
por lo menos 20 días al año a temperaturas que pueden resultar
potencialmente peligrosas. En 2100, ese porcentaje podría subir al
48 % si se toman medidas para frenar el cambio climático y hasta el
74 % en caso de que no se reduzcan las emisiones de carbono.
"Existen
muchas formas de definir una ola de calor", explica por teléfono
desde Hawai Camilo Mora, del Departamento de Geografía de la
Universidad de Hawai en Manoa, Honolulu. "Se estudian las
temperaturas y se mira cuando salen de su rango. El problema de ese
sistema es que se podría detectar una ola de calor en el Polo Norte.
Nosotros en el artículo identificamos la variable que hace que el
calor provoque un aumento de la mortalidad". No existe una
temperatura máxima tolerable, porque depende mucho de la humedad y
de lo habituada que esté la población y acondicionadas las
viviendas. De forma general, cuánto más húmedo es el clima, más
peligrosa puede ser la situación.
Pero las
magnitudes pueden llegar a ser tremendas: los científicos calculan
que durante la ola de calor de 2003, la más dura conocida hasta
ahora en Europa, murieron 70.000 personas. A partir de aquel verano,
todos los Gobiernos tomaron medidas como las visitas domiciliaras a
los ancianos cuando se producen ese tipo de fenómenos. Las olas de
calor también están asociadas a todo tipo de acontecimientos:
incendios, sequías, muerte de ganado o destrucción de cosechas. Son
una forma de desastre climático cocinado a fuego lento.
"Según las
previsiones del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático
(IPCC), las olas de calor van a ser cada vez más frecuentes y más
intensas, tanto en España como en todo el mundo", explica Julio
Díaz, jefe de Área del Departamento de Epidemiologia y
Bioestadistica de la Escuela Nacional de Sanidad del Instituto de
Salud Carlos III de Madrid. "Las olas de calor presentan
diversas implicaciones en la salud", prosigue Díaz.
Generalmente producen un incremento de la mortalidad en personas que
presentan una patología de base y muy pocas veces producen la muerte
de personas sanas, lo que se conoce como golpes de calor. Las
principales causas de mortalidad asociadas al calor son las
circulatorias y las respiratorias y el principal grupo de riesgo es
el de mayores de 65 años y en especial las mujeres mayores de 75
años".
El cambio
climático nunca ha sido una prioridad de la ciencia ficción, aunque
cuenta con su propio subgénero, la ficción climática. Una de las
obras más famosas se titula Shackleton's Man Goes South, de Tony
White, y describe un mundo en el que la población superviviente ha
tenido que refugiarse en el norte por temperaturas incompatibles con
la vida. Todavía estamos muy lejos de ahí, pero los 53,5 grados de
Turbat inquietan. "No tenemos razones para estar asustados, pero
sí preocupados", señala Omid Mazdiyasni, investigador en clima
de la Universidad de California, Irvine, una de las zonas más
azotadas por las elevadas temperaturas y sus consecuencias. "No
existe una amenaza directa para la vida, pero sí esperamos que se
incrementen las olas de calor, tanto en su intensidad como en su
frecuencia y severidad. Debemos trabajar para reducir el impacto del
cambio climático y construir infraestructuras que resistan los
acontecimientos extremos".
Fuente:
Guillermo Altares, El planeta se cocina a fuego lento, 25/06/17, El País. Consultado 26/06/17.
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