por
Fabiana Frayssinet
Corzuela,
Argentina, 7 may 2016 (IPS). Agricultores familiares de la provincia
de Chaco, revalorizan la tuna, una planta cactácea abundante en esa
región del norte de Argentina, extrayendo entre sus espinas los
frutos de un nuevo tipo de desarrollo local.
En
las instalaciones de la asociación civil “Siempre Unidos
Minifundios de Corzuela”, se apilan centenares de frascos de
mermeladas caseras, listas para la venta.
Hasta
hace poco los agricultores familiares que participaban de esa
iniciativa desconocían el origen de la tuna o que la planta,
conocida también como nopal o chumbera, respondía al nombre
científico de Opuntia ficus-indica.
Pero
ahora ese cactus que es parte de su semiárido paisaje cotidiano, es
además protagonista de su economía de subsistencia.
“Las
mujeres que hicieron el curso, hoy viven de eso. Aparte tienen sus
huertas, sus gallinas, chanchos (cerdos) y chivos”, recordó Marta
Maldonado, secretaria de la asociación que obtuvo la personería
jurídica en el 2011.
“La
tuna es lo que más hay por acá. Por eso con el proyecto hicimos 20
plantaciones”, explicó a IPS. Las propiedades de estos
agricultores tienen entre una y cuatro hectáreas, en uno de los
asentamientos del municipio rural de Corzuela, en el centro
occidental de Chaco, cuyos 10.000 habitantes se desperdigan por
pequeños asentamientos y caseríos.
La
iniciativa benefició a 20 familias, integradas por 39 mujeres y 35
varones y 4 niños, y fue implementada por el Programa de las
Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en el marco del Programa
de Pequeñas Donaciones (PPD) del Fondo para el Medio Ambiente Mundial.
El
PPD, con presencia en 125 países, busca demostrar que las pequeñas
iniciativas comunitarias pueden tener un impacto positivo en los
problemas ambientales globales.
El
objetivo de estos financiamientos, que en el caso de la asociación
fue de unos 20.000 dólares, es contribuir a la soberanía
alimentaria y al mismo tiempo a la biodiversidad regional.
En
Chaco, la provincia con mayor índice de pobreza de este país de 43
millones de personas, el PPD ha desarrollado 13 proyectos hasta
ahora.
En la
zona donde se ubica Corzuela, “hay épocas de mucha sequía y las
plantaciones de frutales requieren mucha agua. La tuna es una
cactácea que no necesita agua”, acotó Gabriela Faggi, del
Instituto Nacional de Tecnología Agraria (INTA).
Con
el avance de la soja en la zona, en 1990 comenzaron los desmontes
(tala) y se perdieron muchos cultivos locales.
“La
tuna que en realidad es originaria de México pero que se naturalizó
hace siglos en todo el norte argentino, se estaba perdiendo. Por eso
el proyecto tiene además el valor de rescatar este fruto local”,
destacó Faggi.
Esta
zona vive de la actividad agropecuaria, además del aprovechamiento
de la madera. Produce tanto algodón como soja y girasol, junto con
sorgo y maíz. También se fomenta la cría de bovinos y porcinos y
la avicultura.
Pero
cultivos como el algodón hoy son inaccesibles para estos pequeños
productores.
“En
el pasado, se trabajaba mucho con el algodón pero ahora ya no hay
más. No se siembra porque hay una plaga del ‘picudo’ (Anthonomus
grandis), el insecto que no la deja crecer y no tenemos dinero para
cuidar la planta, gente pobre y humilde como nosotros que tenemos un
pedacito de tierra”, detalló a IPS la tesorera de la asociación,
Mirtha Mores.
Antes
de comenzar el proyecto, la división local del INTA capacitó a los pequeños productores en el manejo agroecológico de
este cultivo, y en la colocación de alambrados perimetrales para la
protección de las plantas de los animales.
Además
se les enseñó a construir y usar una máquina “desjanadora”,
para obtener una fruta libre de espinas, llamadas en el área
“janas”, para así facilitar su manipulación.
“Nos
va bien. El año pasado hasta le vendimos 1.500 mermeladas de tuna al
Ministerio de Educación”, para sus comedores escolares, subrayó
orgullosa Maldonado.
La
asociación, en cuyas tareas participan mayoritariamente mujeres,
también vende sus productos en mercados de la localidad y la
provincia y aunque la tuna es su producto estrella, cuando este fruto
estacionalmente escasea, también elaboran mermeladas y dulces de
mamón o calabaza.
“Mejoró nuestro ingreso y ahora tenemos la posibilidad de vender mercadería y poder comprar las cosas que realmente se necesitan para ayudar a los chicos que estudien”, reafirmó Mores.
El
proyecto, que comenzó en el 2013, también los capacitó en la
utilización de las pencas (hojas) como complemento para la
alimentación de pequeño ganado doméstico, especialmente en el
invierno cuando disminuye la producción de forraje y se producen
muchas muertes de animales.
“Nosotros
aprovechamos todo. Las hojas las usamos para dar de comer a los
animales. Puede ser vaca, caballo, chivo, chancho. La fruta para la
mermelada, sacándole las semillas”, subrayó Mores.
Las familias, cuentan Maldonado y Mores, mejoraron su nutrición y su salud por las propiedades tanto de la fruta como de la planta, mientras requieren menos forraje para los animales y cesó su muerte estacional por falta de alimento.
En
paralelo, las familias de la asociación también fueron capacitadas
para aprovechar en forma sostenible la leña de los árboles
autóctonos de la zona, para lo que aprendieron también a construir
cocinas especiales, que les permiten cocinar y calentar sus humildes
viviendas.
Además
el proyecto, al asumir las mujeres un papel destacado en las
actividades de la asociación, las sacó de sus hogares donde antes
concentraban sus tareas y les dio un nuevo protagonismo en la
comunidad.
“Viviendo en el campo antes las mujeres estaban más aisladas, no salían, pero ahora tienen un espacio acá. Se juntan de lunes a viernes, conversan y las mujeres toman más decisiones. En la asociación pueden opinar”, sintetizó Maldonado.
“Cuándo nos juntamos, ¿de qué no hablamos las mujeres?”, bromeó Mores.
Editado
por Estrella Gutiérrez
Fuente:
Fuente:
Fabiana Frayssinet, Las dulces espinas del desarrollo de la tuna en el norte argentino, 07/05/16, Inter Press Service.
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