domingo, 27 de marzo de 2016

Refugiados en su propio país

Joao Pereira Da Silva y su esposa. Raimunda Gomes da Silva, junto a su nueva casa que están construyendo en un suburbio urbano tras haber sido expropiados. Foto: Lilo Clareto

Esta es la historia de una central hidroeléctrica, de un paraje natural amenazado y de las contradicciones de un país como Brasil.

por Eliane Brum

La saga de João y Raimunda tiene su apogeo en dos actos de una guerra amazónica que nadie reconoce. En medio de la selva, estos dos brasileños buscaron un lugar donde el pobre podía hacerse rico, a orillas del Xingú, uno de los ríos con mayor biodiversidad de la Amazonia. Y se encontraron con un destino represado, como el río. Un hombre, una mujer, tan solo dos entre los miles de expulsados por la construcción de Belo Monte, en el Estado brasileño de Pará, anunciada como la tercera mayor hidroeléctrica del planeta. João y Raimunda se sienten hoy como refugiados en su propio país. Traen inscrita en el cuerpo la huella de una encrucijada histórica: la de un Brasil que ha llegado al presente, después de tanto ser futuro, y se ha descubierto detenido en el pasado.

Ante la convulsión de su mundo, Raimunda ha decidido vivir, aunque cargando sus pedazos. João, en cambio, no sabe cómo. Para él, solo tiene sentido el sacrificio de la muerte.

El tercer acto es una incertidumbre.

Lunes 23 de marzo de 2015. João Pereira da Silva estaba ante al representante de Norte Energia, la empresa que ganó la subasta de la hidroeléctrica de Belo Monte. Esperaba recibir una cuantía justa por su casa y por su finca, en la isla de la que lo estaba expulsando la futura presa. En vez de eso, le dieron una indemnización de 23.000 reales (unos 5.300 euros), insuficiente para comprar un terreno con el que ganarse la vida. João se dio cuenta allí, a los 63 años, de que estaba condenado a la miseria. João quería matar al hombre que tenía delante.

- Si hiciese un daño a un grande de esos, tal vez sería mejor para los demás. Yo sacrificaría mi vida, pero la de los demás mejoraría.

João no fue capaz de hacer el gesto. Se le trabaron las piernas, se le trabó el habla. Tuvieron que sacarlo de allí a cuestas.

- Solo echaba espuma por la boca. No es fácil tener tanta rabia que le trabe a uno el cuerpo.

Desde entonces, João solo consigue andar algunos pasos y luego necesita sentarse. Cuando sale, se pierde. Hace unos días, un amigo llamó a Raimunda: “Don João está sentado en medio de la nada, bajo el sol. Va a morir allí”.

Si João hubiera conseguido hablar aquel día, ¿qué habría dicho?

- Muchas cosas. La primera, que en el país brasileño no hay justicia. Que aquí la justicia es el dinero.

Martes 1 de septiembre de 2015. Raimunda Gomes da Silva, de 56 años, había comprado 10 litros de gasolina para el viaje por el río hasta su isla, Barriguda. Un día antes, habían llamado de Norte Energia: “Doña Raimunda, ¿cuándo podemos sacar sus residuos allá de la isla?”. “Residuos” eran las pertenencias de cocina y de pesca de Raimunda. Quedó acordado que las retiraría el martes temprano.

En aquel momento, el Instituto Brasileño de Medio Ambiente y Recursos Naturales Renovables (Ibama) había suspendido las “remociones” y las demoliciones de las casas de los habitantes de las islas, a raíz de una serie de denuncias por violaciones de los derechos de esas familias. Raimunda lo sabía, pero también sabía que pese a ello la empresa destruiría su casa, y trató de salvar lo que podía.

Cuando llegó, su casa aún ardía.

- Me bajé del barco y no sentí el suelo. Me quedé anestesiada. Nunca imaginé que iban a prenderle fuego. Es la profecía del fin del mundo de la que mi padre hablaba, la rueda grande pasando por dentro de la pequeña.

Raimunda canta ante las cenizas.

- La justicia es una leyenda. Ellos dicen que existe, pero los pobres nunca la ven. Canto para que mis plantas sepan que yo jamás quise que las quemasen. Como ellas no saben hablar, y yo no sé el lenguaje de las plantas, les canto.

La versión de la empresa. La empresa Norte Energia sostiene que el incendio de la casa de Raimunda Gomes da Silva es una “versión fantasiosa y absolutamente distante de la realidad”. “Las negociaciones con doña Raimunda Gomes da Silva habían concluido, incluso ya se había realizado el pago de una indemnización. Por lo tanto, no se han incumplido las directrices del organismo que concede las licencias [para la ocupación de tierras]”, afirma Jorge Herberth, gerente de comunicación de Norte Energia. “La casa de la residente no fue quemada, ese no es el método empleado por la empresa; la propiedad fue demolida siguiendo los procedimientos de seguridad, el terreno se limpió y solo una parte de los escombros se quemó de forma controlada”.

La versión de Norte Energia queda desmentida por el Ibama. En una resolución del 11 de septiembre, este organismo gubernamental dictaminó: “Queda demostrado que la demolición y la quema de la casa de doña Raimunda Gomes se produjeron durante la vigencia de una orden de la Dirección de Autorización Ambiental para la suspensión de la remoción obligatoria y la demolición de las casas en las islas”. El Ibama subrayó que “el fuerte simbolismo de una residencia quemada provoca miedo a los vecinos” y criticó que la “falta de cuidado” de la empresa en sus comunicaciones había sembrado la “desconfianza” entre los pobladores. Cuatro meses después, Norte Energia fue sancionada por esta “infracción” con una multa de 301.000 reales (unos 69.000 euros).

El antes. Raimunda desfila por el pasillo con sus chanclas de goma. “Mira, mi padre enseñó a todos sus hijos a caminar sin hacer ningún ruido para no molestar a los patrones. Él nunca dejó de ser un esclavo”. Raimunda comenzó a trabajar como empleada doméstica a los 10 años. Aprendió a leer sola, juntando una letra con la otra para ver qué pasaba. No conoció la escuela.

En un tiempo en que la dictadura civil-militar (1964-1985) vendía la selva como “tierra sin hombres para hombres sin tierra”, ya que no consideraba gente a los indígenas, el padre de Raimunda se llevó a toda la familia a cuestas desde el sertão desértico de Maranhão a las aguas de la Amazonia. Estaba siguiendo el rastro de una tierra dispuesta para los que nada tenían. No lo consiguió, y Raimunda siguió siendo empleada doméstica.

Hoy, abuela de 15 nietos, advierte:

- La esclavitud no ha terminado, solo se ha camuflado. Ser esclava es no tener derechos. ¿Ves lo que me ha pasado a mí y a miles de otros con Belo Monte? Así que soy una esclava.

João también nació en Maranhão, uno de los Estados más pobres de Brasil. Pero su padre sufrió una fiebre más fuerte que la malaria y que dura mucho más tiempo. Y que a veces también mata. La del oro. Bamburrar, encontrar tanto oro que la pobreza será solo una fotografía polvorienta del pasado, es lo que hace latir el corazón de miles, tal vez millones, de hombres en todo Brasil. El padre de João era uno de esos hombres febriles, que abandonó a su familia y también a ese hijo pequeño para consumirse en su Eldorado particular.

João trabajó primero en la finca de unos parientes. A los 12 años se descarrió. Fue caminando por el mapa de Brasil, desempeñando un trabajo aquí, otro allá, hasta hacerse adulto. Entre los destinos de los brasileños pobres, optó por convertirse en barrageiro, un obrero que va siguiendo la estela de los grandes proyectos de presas (en portugués, barragens) del Gobierno. Cuando no hay ninguna central que construir, el barrageiro se alista en obras fuera del país gestionadas por los gigantes del sector de la construcción.

En los años cincuenta, las compañías construyeron la Brasilia modernista de Oscar Niemeyer y Lucio Costa, y ya nunca más dejaron el centro del poder político. Después, crecieron y multiplicaron sus beneficios en grandes proyectos de la dictadura, con énfasis en las obras megalómanas en la Amazonia. Seguir el dinero de las grandes contratistas es contar por lo menos 60 años de la historia de Brasil, un periodo que va desde la segunda mitad del siglo XX hasta hoy, cuando varios propietarios de constructoras están detenidos por corrupción en obras públicas.

La primera gran hidroeléctrica de João fue Itaipu, la obra binacional, entre Brasil y Paraguay, que hundió una de las maravillas del mundo, los saltos del Guaira, conocidos como las Siete Caídas. Pero hasta trabajar en otra hidroeléctrica, Tucuruí, João no se dio cuenta de su papel en un juego que tiene por tablero la Amazonia y Brasil.

La boda. Raimunda tenía 16 años cuando conoció a João en un baile. “Lo miré, él miroamí”, dice ella. Enseguida le advirtió: “No soy de la tradición de la gente que se junta. Si quieres, dame una alianza y tu apellido, y haremos historia”. La hicieron. De inmediato reunieron una ristra de hijas, un total de siete mujeres, todas con nombre que empieza por la letra l:

- De libertad. Yo quería que mis hijas fuesen libres para ser lo que quisieran en la vida.

Un día João apareció anunciando:

- Están contratando en Tucuruí.

Si antes andaba de obra en obra, ahora João tenía una familia y necesitaba echar raíces. Mientras, una de las presas más devastadoras de la dictadura se materializaba en el río Tocantins, en el centro del país, también con su intervención, João y Raimunda se asentaron y construyeron su casa. Al final, descubrieron lo que sucedía cuando se represan las aguas, la selva se inunda y un pedazo de la Amazonia acaba:

- Mi João se dio cuenta de que estaba como un palomo. Porque el palomo hace el nido y, el día que pone el huevo, comienza a desmantelar el nido. El día que acaba de quitar la última ramita, el hijo ya se ha ido. Y João estaba haciendo lo mismo. Porque trabajó, compró un terreno y una casa con el dinero de la presa que construía, y esa misma presa inundó todo lo que era nuestro. Agarramos a los hijos pequeños y nos fuimos a Marabá, junto a la Transamazónica. No funcionó. Llegamos entonces a la ciudad de Altamira, a orillas del río Xingú.

El giro. João y Raimunda fueron acogidos por una de las múltiples islas del río. Aprendieron a encontrar el alimento en la selva, a sembrar sin violentar a la tierra, a pescar y a navegar por el Xingú. Adoptaron la vida de los ribereños, que viven en una casa doble: una en la calle y la otra en la isla, a orillas del río.

Calle es como la gente que vive en la selva le llama a la ciudad. La casa en la calle es para la venta de los productos en la feria, para resolver las oficialidades de la burocracia, que son siempre muchas, para buscar tratamientos a las enfermedades más complicadas, para los estudios de los hijos. La casa en la isla, a orillas del río, es donde se gana la vida y se vive libre. Por primera vez, João y Raimunda sintieron que tenían un lugar. El hambre era ya pasado.

- Nuestra vida era un vaivén. Cuando vives en el río, entiendes al río como él te entiende a ti. Tú respetas su límite, él respeta el tuyo. Es una alianza entre tú y las aguas.

João y Raimunda compraron primero un palafito en las zonas bajas de Altamira, después construyeron una casa de albañilería. No podían saber que otra hidroeléctrica inundaría su isla y también esta casa en la calle.

- El río era nuestro banco, nuestra tarjeta de crédito, nuestro supermercado, nuestra farmacia, nuestra tienda. Todo lo que tenemos hoy vino de dentro del Xingú.

Ya no eran emigrantes en busca de un lugar dentro del propio país. João y Raimunda finalmente habían arribado. Raimunda entonces se metió en las luchas de la Amazonia. La de las mujeres, la de la tierra, la del medio ambiente. Se afilió al Partido de los Trabajadores (PT).

Cuando Luiz Inácio Lula da Silva (PT) asumió el poder por primera vez, en 2003, con el apoyo de la mayoría de los movimientos sociales de la Amazonia, los líderes de la región de Xingú creyeron que el proyecto de la hidroeléctrica de Belo Monte quedaría sepultado para siempre. Creían que una hidroeléctrica en el Xingú causaría destrucción ambiental en una región estratégica para la regulación del clima, en un momento en que el planeta se enfrenta al calentamiento global, y afectaría el modo de vida de poblaciones tradicionales, como indígenas y ribereños. Para los movimientos del Xingú, una hidroeléctrica en la selva amazónica no podría considerarse “energía limpia y sostenible”. Pero, desde la década de 1970, la central en el Xingú era una amenaza que resurgía con cada Gobierno. Con Lula, todos, y también Raimunda, creyeron que la paz finalmente había llegado.

En ese momento Raimunda pudo permitirse incluso tener una muñeca. Le costó cinco reales. Negra como ella, la llamó Sofia. Se convirtió en su más íntima compañera. La primera muñeca de su vida la acompañó a la Marcha de las Margaritas, de las trabajadoras rurales, a Rio+20, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Desarrollo Sostenible. Raimunda explica:

- Yo no fui niña, porque trabajé mucho. Tampoco tuve juventud. Por eso mi vejez no se la doy a nadie.

Interrupción. Tuvieron que pasar años para que Raimunda y tantos otros activistas entendiesen que era un desencuentro más entre brasiles. El proyecto para la Amazonia del Gobierno de Lula se reveló semejante al de la dictadura, que consideraba la región un asunto de seguridad nacional, un desierto de gente y un cuerpo para explotar materias primas. La única voz en el Gobierno y en el PT con fuerza suficiente para oponerse a esa visión era Marina Silva, una socioambientalista que creció en las explotaciones de caucho de Acre y tuvo como uno de sus mentores al líder Chico Mendes, asesinado en 1988 por su lucha por la selva amazónica. Marina solo soportó la presión hasta 2008, cuando dejó el Ministerio de Medio Ambiente y, poco después, el PT.

Dilma Rousseff, a quien Lula eligió como sucesora, nunca escondió su aprecio por las grandes infraestructuras ni su escasa paciencia para escuchar a los movimientos sociales. Belo Monte comenzó a dejar de ser solo un plan cuando ella era ministra de Minas y Energía. La ingeniería capaz de materializar la obra tiene como base político-económica una alianza entre los grupos que vienen del pasado y los que han ascendido en el presente. Los contratistas son el tercer elemento. Belo Monte se convirtió en un hecho consumado, con un coste estimado de más de 30.000 millones de reales (unos 6.900 millones de euros), a pesar de las 24 demandas en las que la Fiscalía Federal denunciaba que la obra contravenía la Constitución.

El PT, para Raimunda, como para tantos, no significaba un partido más en el poder, sino un proyecto político que se confundía con su búsqueda de un lugar en el país, y con la creencia de que ese lugar existía. Belo Monte fue el “monstruo” que reveló las contradicciones del partido que creía suyo y que minó la resistencia del otrora sólido movimiento social del Xingú:

- Voté a Lula y voté a Dilma. Y nos traicionaron. Yo no voto nunca más.

La defensa del proyecto. La hidroeléctrica de Belo Monte podrá alcanzar una potencia de 11.233 megavatios. Sin embargo, el pico solo podrá lograrse cuando el Xingú esté en sus caudales máximos y bajará de modo drástico en la estación seca. Como promedio, la previsión es que Belo Monte garantice 4.571 MW, un 41 % de su capacidad instalada, lo que la sitúa entre las hidroeléctricas menos productivas. Tanto Norte Energia como el Gobierno brasileño defienden que la presa es fundamental para la planificación energética del país. “Belo Monte es el resultado de estudios y debates que han contado con una intensa y amplia participación de la sociedad brasileña durante 35 años. La producción promedio de energía justifica el proyecto, porque beneficia directamente a 18 millones de unidades de consumo en 17 Estados de Brasil. Aproximadamente 60 millones de personas, lo que equivale a la población de un país como Francia”, afirma Jorge Herberth, gerente de comunicación de Norte Energia. “Brasil necesita aumentar cerca de un 5 % al año su capacidad instalada de generación de energía eléctrica. Son cerca de 7.000 MW de potencia que necesitan estar disponibles cada año para sostener el desarrollo económico y social del país”.

Raimunda recogió 3.500 ladrillos del área demolida de Altamira para construir una casa nueva en los suburbios de la ciudad:

- Me quedé quemada por dentro, como mi isla, pero me renuevo. Quiero vivir.

João responde:

- Pero yo no. Cuando perdí la isla, perdí mi vida. Solo veo oscuridad. Estoy dentro de esta casa ahora, pero, en realidad, no tengo casa. No sé dónde estoy. Me quedo aquí, mirando al mundo, en busca de mí mismo. Estoy peor que Dilma, porque ella ha perdido el rumbo del país, pero yo he perdido el rumbo de casa.

El 4 de septiembre de 2015, João llamó a la familia para ir a la isla quemada.

- Él quería matarse allá, como protesta -dice Raimunda-. Le dije que yo no iba ni le dejaba ir a él. Por eso le quité la canoa. A cualquier parte del río va remando. Pero en la calle se pierde.

João termina su narración brutal:

- Quiero que el mundo sepa que Belo Monte me ha matado.

Epílogo. La hidroeléctrica recibió la licencia el 24 de noviembre. Al firmarla, Marilene Ramos, presidenta del Instituto Brasileño de Medio Ambiente y Recursos Naturales Renovables, dijo: “Postergarla sería castigar a Brasil”. El presidente de Norte Energia, Duílio Diniz de Figueiredo, celebró: “Es un orgullo para Brasil ver cómo Belo Monte se hace realidad”. El 7 de diciembre, Raimunda y João firmaron un acuerdo extrajudicial con Norte Energia para recibir 108.000 reales (25.000 euros), siempre que aceptaran no ir a los tribunales. La empresa fue a buscar a la pareja poco después de la publicación de un reportaje sobre este asunto en la edición brasileña de El País. La Defensora del Pueblo alertó a Raimunda de que con una demanda judicial por daños morales podría obtener más indemnización. Pero el juicio se demoraría 10 años, y Raimunda, condenada como tantos otros pobres de la periferia de Altamira, no sabía si João resistiría hasta entonces. Con parte del dinero podía buscar tratamientos para curar la parálisis de su marido. “Era una elección perversa”, aseguró la defensora, Mariana Carrasco. Raimunda firmó.

elpaissemanal@elpais.es

Traducción de Óscar Curros.

Fuente: 
Eliane Brum, Refugiados en su propio país, 16/03/16, El País.

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